Yo creo que no. Tal y como están las
cosas, la suerte del fujimorismo está echada, pues salvo ocurra algún suceso
extraordinario, el destino final de esta agrupación (no es posible llamarla
partido) no será otro que el que hace algunas décadas le tocó vivir al
odriismo. Eso responde a una razón muy sencilla: los movimientos y agrupaciones
políticas ultra-personalistas como el fujimorismo están condenadas a recibir la
muerte al lado de la persona a la cual consideran su líder natural.
Dicho sea de paso, debemos tener
presente que el líder de esta agrupación, el hoy sentenciado por corrupción y
violación contra los derechos humanos, Alberto Fujimori, nunca fue un hombre
que apostara por los partidos políticos, más aún, podríamos decir que en las
últimas décadas ha sido el político peruano (a pesar de su candidatura al
senado japonés) más “antipartido” de todos. Basta recordar la manera como trató
de desprestigiar a todas estas agrupaciones frente a la opinión pública (lo
cual no fue muy difícil) en su afán por legitimar su golpe de estado del 5 de
abril de 1992.
Con esa historia y ese pasado no
resulta extraño ver cómo el fujimorismo jamás se ha ocupado por organizar un
partido político serio que más allá de la voluntad de su líder y las
aspiraciones personales de sus hijos, a los cuales este considera sus herederos
naturales, busque consolidarse como una fuerza política nacional con vocación
de permanencia. Digo todo ello, pues la única manera de que un movimiento
trascienda la historia es formando cuadros y líderes que permitan la renovación
de los viejos dirigentes. Esa es una tarea que el fujimorismo no ha hecho ni
parece querer hacer.
Si esta afirmación no fuera cierta,
cómo se podría explicar uno el hecho de que ante la ausencia del líder (procesado
por una pluralidad de delitos cometidos) haya sido su hija, una muchacha
inexperta en la arena política, la llamada a encabezar la lista congresal en el
año 2006. Para cinco años más tarde convertirse en candidata presidencial,
secundada por su hermano menor sobre quien recayó la responsabilidad de jalar
la locomotora electoral a nivel parlamentario. Nadie puede negar el enorme
respaldo que ambas personas recibieron, pero acá cabe hacernos una pregunta:
¿Habrían obtenido el mismo número de votos si no llevaran el apellido Fujimori?
Yo estoy seguro que no.
Pero al mismo tiempo, la vocación
“antipartido” del fujimorismo y de los Fujimori se puede apreciar en la
ausencia de un programa y una agenda que vaya más allá de la defensa judicial y
política del sentenciado Alberto Fujimori. Desde la caída de la dictadura en el
año 2001, la única bandera de lucha enarbolada por los fujimoristas fue
justificar todos y cada uno de los actos ilegales cometidos por su líder,
independientemente de la existencia de pruebas contundentes que acreditaban su
responsabilidad penal en la comisión de varios delitos.
Como todos recordamos, durante esos años
la agenda del fujimorismo fue mutando de acuerdo a las necesidades particulares
de Alberto Fujimori. Primero, pretendieron justificar todos los delitos
cometidos por él señalando como único responsable de los mismos a Vladimiro
Montesinos. Segundo, pretendieron decir que Alberto Fujimori no era un cobarde
al renunciar por fax a la presidencia de la República de nuestro país sino un
verdadero héroe que tuvo que salir huyendo pues su vida corría peligro.
Tercero, a pesar del ridículo protagonizado, señalaron que el reo decidió
postular al senado japonés para desde allí fortalecer la posición peruana en el
mundo. Cuarto, una vez capturado en Chile, trataron de evitar por todos los
medios posibles su extradición. Quinto, concedida la extradición, buscaron deslegitimar
todos y cada uno de los juicios que se llevaron en su contra en nuestro país en
los cuales quedó acreditada su responsabilidad criminal. Finalmente, y luego de
haber fracasado en todas y cada una de estas empresas, ahora pretenden generar
el clima político perfecto para obtener un indulto humanitario que saque de la
cárcel a Alberto Fujimori, a pesar de que todos sabemos que el sentenciado no
cumple con los requisitos legales para obtener este beneficio.
Como podemos apreciar, el fujimorismo
ha sido incapaz (yo creo que no le interesa en realidad) de presentar un
programa de gobierno al país que no base su diseño en la búsqueda de la
impunidad o el perdón para su líder máximo. Uno recuerda el comportamiento de
esta agrupación durante el periodo 2006-2011 y queda claro que su agenda
política buscaba únicamente: conseguir la no extradición del líder, evitar
sentencias condenatorias en su contra o conseguir condiciones de reclusión
favorables para el sentenciado.
Hace algunos días, el politólogo norteamericano
Levitsky, afirmó que el fujimorismo que surgió a partir de la caída de la
dictadura tenía ideología y mística. Señaló también que esa identidad y mística
colectiva que los une se forjó en los años que ellos denominan como “los años
de la persecución”, en los cuales hicieron de todo para salvar el nombre y
honor del patriarca de los Fujimori. Nos llevaría horas de discusión definir si
la ideología y la mística de un partido pueden reducirse a la defensa judicial
de una persona. Lo que a muchos nos queda claro es que si esto es cierto, entonces:
¿Qué ocurrirá cuando el fujimorismo ya no tenga a quién defender? ¿Qué ocurrirá
con Keiko o Kenyi cuando su padre ya no esté entre nosotros y no tengan ese
caballito de batalla que les garantiza presencia mediática?
Muchos, entre los que me incluyo, creemos
que cuando llegue ese día, el fujimorismo apelará al recuerdo del líder
desaparecido, buscarán reivindicarlo históricamente en las urnas, pero siempre con un
Fujimori como candidato presidencial, y con los mismos rostros que todos
conocemos, pues el fujimorismo es una agrupación en donde la palabra
meritocracia nunca nació y en donde las decisiones se toman y se seguirán
tomando en función de los intereses del clan familiar.
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