jueves, 18 de diciembre de 2008

Los peligros del Nacionalismo: los delirios del general Donayre


Hace algunas semanas, sentados frente a la pantalla de nuestros televisores, los peruanos escuchábamos perplejos las palabras que el Ex Comandante General del Ejército Peruano, Edwin Donayre, brindara en medio de una reunión entre sus allegados: “Chileno que entra no sale y, si sale, lo hace en cajón. Si no hay tantos cajones, sale en bolsa de plástico”. Expresiones que, según el propio general, tenían la finalidad de dejar en claro la férrea posición de un militar que defiende a su nación de la amenaza extranjera.

Como era de esperarse el ex general fue duramente criticado por tal desatino verbal, diversos sectores mostraron su más profunda indignación ante tal desafuero, y a nuestro Presidente no le quedo otra salida sino la de comunicarse con su homóloga chilena para ofrecerle las disculpas correspondientes y asegurarle el pase al retiro del hoy tristemente célebre Donayre.

Los días transcurrieron y las cosas comenzaron a presentar matices de diferendo internacional o, por lo menos, resquebrajamiento y enfriamiento de relaciones entre ambos países. Por un lado, el sector más conservador de la política chilena, encabezado por su canciller Foxley, le exigía al Presidente Alan García ordene el pase al retiro de Donayre y, por el otro, nuestros políticos rechazaban cualquier tipo de injerencia en las decisiones que nuestro mandatario, como jefe de Estado de una nación soberana, pudiera recibir del país del sur.

Al cabo de algunos días, y entre tanto la situación con Chile iba volviendo a la normalidad, nuestro Presidente no tuvo mejor idea que lanzar una frase para el olvido en una ceremonia pública llevada a cabo en la Plaza de Toros de Acho: “A mí no me gustan los pitucos metidos a izquierdistas, me gustan los hombres de color cobrizo que son los verdaderos peruanos y pueden luchar por la justicia social”.

Al igual que en el caso del general Donayre, las tan desafortunadas declaraciones del Presidente no pudieron pasar desapercibidas, y a pesar de que sólo un periódico advirtió del enorme peligro que genera en nuestro país, como en tantos otros, el apelar al argumento racial con fines políticos, ya sea para reforzar o descalificar al opositor de turno, exacerbando el odio entre los peruanos y generando enfrentamientos sin sentido, no tardaron en aparecer en escena los ya conocidos sirios y troyanos del periodismo y la política para justificar o traducir a limpio la tan infeliz alocución presidencial. Y era de esperase, esta vez el hombre de la frase irrepetible, no era un general venido a menos, de comportamiento cantinflesco, que guarda muy celosamente su deseo infantil de convertirse tarde o temprano en cómico ambulante, sino más bien, el hombre que por la naturaleza del cargo que desempeña, debe dar lecciones de ecuanimidad, respeto y compostura, promoviendo la unión y la paz entre sus ciudadanos, esta vez el hombre de la frase estilo Chespirito era nada más y nada menos que Alan García, el Presidente de los cobrizos, ya no de los peruanos, sino de los cobrizos.

Pero ¿Qué en común pueden tener ambas expresiones?, ¿Qué extraño sentimiento encierran tras de sí?, ¿Cuál es el impacto que frases de este tipo tienen en los que las escuchan?, ¿Cuán peligroso puede llegar a ser la germinación de sentimientos de este tipo de cara a la construcción de una sociedad y una cultura de paz entre todos los peruanos y hombres del mundo?

Para responder a estas interrogantes debemos preguntarnos primero por el concepto de nación y nacionalismo. Hacia 1851, el profesor Manzini definía la nación como “una sociedad natural de hombres a los que la unidad de territorio, de origen, de costumbres y de idioma conduce a la comunidad de vida y conciencias sociales”. Otros definen a la nación como un complejo que reúne diversos elementos de índole natural y cultural (geográfico, étnico, lingüístico, antropológico e histórico). La nación, en ese sentido es el conjunto de hombres unidos por una comunidad espiritual, forjada por la convivencia histórica en el mismo territorio y proyectada idealmente hacia el futuro.

El nacionalismo, en cambio, es fundamentalmente un sentimiento de adhesión a la comunidad y a los valores que ella encarna, y no una doctrina, pero dada su naturaleza impulsora, actúa eficazmente al mezclarse con las ideologías. Así, podemos decir que la nación encarna el nacionalismo, el mismo que puede ser visto como la exaltación del patriotismo, un combustible que potencia las más diversas ideologías, una fuerza sicológica motivadora que puede ser utilizada para la construcción o destrucción de valores tan fundamentales para el hombre como son la democracia y la libertad, de allí el peligro de utilizarlo en el discurso político como factor de ataque o legitimación de posturas radicales, tales como el nazismo o fascismo en la Europa de entre guerras, o por posiciones como las que hoy en día representan en América del Sur, políticos como el Presidente ecuatoriano Correa, el Presidente Morales en Bolivia y el propio Ollanta Humala, en el caso del Perú.

Pero son dos los tipos de nacionalismo que podemos identificar en la historia. Un nacionalismo constructivo, de corte democrático y humanista, que reconoce la importancia de la defensa del hombre y de sus libertades, y afirma que la entraña de toda sociedad son los destinos personales a los cuales no se puede avasallar so pretexto de alcanzar un bien colectivo muchas veces antojadizo o inexistente, el cual le permite al Estado profundizar el carácter nacional de sus vínculos de hermandad en un clima de paz y diálogo plural constante entre sus ciudadanos y a la vez contribuye a la armonía internacional. Y otros nacionalismos de base lingüística, originaria o étnica, chauvinismos que deforman la realidad social, los cuales conducen a la intolerancia o a la agresión entre ciudadanos y, lo que es peor, entre los Estados. Este último tipo de nacionalismo es el que se encuentra detrás de frases como la del General Donayre, que sustenta un discurso basado en la identificación de un enemigo patrio, hoy inexistente, como el hermano país de Chile, o como la del Presidente Alan García, mediante la cual se descalifica como nacional, como auténtico peruano, a todo aquél que no tenga la suerte de haber nacido con rasgos mestizos, indígenas o cobrizos, el mismo absurdo utilizado por Ollanta Humala, durante la última campaña electoral, cuando se proclamaba como el líder, casualmente, del Partido Nacionalista del Perú.

Hace más de 50 años, Friedrich Hayek, en Camino de servidumbre (1944-1945) escribió que los dos mayores peligros para la civilización eran el socialismo y el nacionalismo. Hoy en día, la influencia del discurso socialista ha perdido vigencia en la mente de lo ciudadanos del mundo, salvo nefastas excepciones como las de los gobiernos de los Hermanos Castro en Cuba o del delirante Hugo Chávez en Venezuela. Sin embargo, la propia realidad de nuestro país, los discursos utilizados por los políticos locales, no hacen sino confirmar que el nacionalismo de corte radical y extremo, en cambio, sigue vigente. No de la manera, directa, explícita y evidente del nazismo o fascismo de entre guerras, pero sí de manera subrepticia y maniquea, tal como lo comprueba el hecho de ser utilizado por partidos de derecha e izquierda, por socialistas o conservadores, de manera indistinta y proliferante entro todos y cada uno de ellos.

El nacionalismo de nuestros tiempos se mueve de un lado a otro, va de cabeza en cabeza, discurre en la arena y el discurso político con extrema facilidad, debido a su poder de combustión y efecto emocional al mezclarse con diversas banderas ideológicas. Puede adquirir un semblante radical, como, en España, ETA o Terra Lliure, o el IRA en Irlanda del Norte, o se identifica con posiciones inequívocamente conservadoras, como el Partido Nacionalista Vasco. Aunque, también es frecuente que sea de izquierda antes de llegar al poder, y cuando lo captura se vuelve de derecha como ocurrió al FLN argelino y así casi todos los movimientos nacionalistas árabes.

Lo mismo ocurre en nuestro país, en donde esta arma es utilizada por sectores conservadores, como la Iglesia o el Ejército, como lo grafica las expresiones de Donayre, por representantes de la Social Democracia, o por sectores de izquierda radical como Ollanta Humala.

A partir de ello, podemos afirmar que aún cuando comúnmente el nacionalismo sea mirado como si fuera una ideología de la nación, es en rigor un sentimiento a-ideológico, un combustible muy activo y peligroso, cuya polivalencia le permite robustecer y viabilizar todo tipo de ideología, por más radical o antidemocrática que ésta sea, de allí la importancia de encaminarla o combatirla cuando este sirva para minar las bases de una sociedad democrática que cree y defiende los derechos del hombre sin importar el color de su piel o el lugar de su nacimiento, tal y como sucedió durante la segunda guerra mundial, o en el caso de malayos contra chinos, árabes contra pied noirs, eslavos contra caucasianos, negros contra árabes en Sudán o judíos contra palestinos; o como podría suceder en nuestra región si el discurso de Evo, Correa o Humala, llegaran a encender la pradera, sumado a los intereses de aquellos que siguen alimentando odios pasados como Donayre, como si las injusticias históricas fueran colectivas y hereditarias, como el pecado original.

Mi opinión es que los nacionalismos, específicamente aquellos que muestran sus garras a través de frases o expresiones como las antes mencionadas, deben de ser combatidos ética, intelectual y políticamente, de manera frontal y sin complejos, enarbolando las banderas, de la libertad, la democracia, el pluralismo y la tolerancia entre seres humanos. Y ello, porque la verdadera cuna y lugar de nacimiento del hombre no es otro que el mundo mismo, la patria de los seres humanos es el mundo, a ello debemos de apuntar y esa comunidad global es la que debemos de comenzar a construir con esfuerzo y convicción, sobre la base del diálogo y del respeto por el otro, incluso por el que piensa, viste, cree y se ve diferente a nosotros.

La visión de la patria ampliada, de una patria global, es aún hoy en día, un sueño por construir, un destino al cual debemos de arribar tarde o temprano. Por el momento, dejemos de acusar de desleal o antipatriota a aquél que no desarrolla sentimientos xenofóbicos antichilenos como Donayre o de minimizar la labor de aquellos peruanos que no siendo cobrizos, para usar las palabras del propio Presidente, día a día se esfuerzan por sacar adelante a nuestro país.

Rafael Rodríguez Campos

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El plan frente a la crisis económica


Una vez más el Presidente Alan García nos sorprende con su capacidad para lanzar fuegos artificiales desde la platea direccionando la atención de la ciudadanía hacia temas de menor importancia en días en los que el gobierno presenta su plan de contingencia frente a la crisis económica que atraviesa el mundo en la actualidad.


La semana que pasó nos deja la imagen de un Presidente que tiempo después de anunciar un conjunto de medidas para aminorar el impacto negativo que la crisis mundial pueda traer consigo se proclama como el nuevo organizador de Teletones, invitando a ex bailarinas a desempolvar los trajes de plumas y lentejuelas y acompañarlo en un bailecito, o juega a ser el defensor de causas perdidas invirtiendo parte de su tiempo en brindar su apoyo a personajes de la farándula caídos en desgracia, como la tristemente célebre Magaly Medina.


Nadie puede poner en duda la capacidad del Presidente para lanzar este tipo de cortinas de humo o bombas mediáticas que atrapan al común de la gente y se colocan en el centro de la conversación diaria entre los ciudadanos. Ello es conveniente para los intereses de un Gobierno al cual le disgusta la crítica y es poco afecto a reconocer errores y corregir medidas desde todo punto de vista inconsistente. Por ello, el Gobierno no duda en tratar de hacer pasar por desapercibidos los problemas de fondo del país, como en este caso la posición del Ejecutivo frente a la crisis económica, generando distractores psicosociales que tiene por único fin contribuir con la desinformación y el desinterés que por dichos temas parece tener nuestra gente y, por consiguiente, reducir a su mínima expresión las voces que critican al régimen. Recordemos que mientras menor sea la información y menor la posibilidad de comentar y analizar la política del Ejecutivo, menor será el nivel de control y fiscalización que la ciudadanía haga en torno a la viabilidad e idoneidad de las medidas propuestas por el gobierno en materia financiera, a la cual los medios han bautizado como el plan o paquete anticrisis.


Pero más allá de Teletones, de bailes de programa concurso con Gisela Valcárcel o posibles indultos a conductoras de televisión sentenciadas por difamación (propuesta que a todas luces resulta ser una aberración jurídica propuesta por un Presidente de profesión abogado), resulta importante hacer un breve comentario y análisis en torno a las principales iniciativas que forman parte de este paquete de medidas para enfrentar la crisis, señalando los pro y los contra de las mismas, así como las dificultades y riesgos en su implementación.


En líneas generales podemos decir que serán S/.10, 032 millones adicionales a los ya asignados al Presupuesto del Sector Publico de 2009 los que desembolsará el Fisco para mantener el crecimiento y la inversión y continuar luchando contra la pobreza- en medio de un clima y panorama sombrío, que -en palabras del propio García- ya le está pasando la factura a otros países. Asimismo, se señaló que el Perú cuenta con un acceso a créditos internacionales, por parte de organismos multilaterales, hasta por US$9,250 millones, de los cuales US$3,000 millones ya estarían concertados y US$6,250 millones serán de rápido acceso, los cuales sólo se utilizarían en el caso de que el país lo necesitara con suma urgencia.


En ese sentido, tomando las palabras del propio Presidente de la República, podemos señalar que el plan anticrisis apunta a 5 objetivos fundamentales: evitar la caída de la liquidez y del crédito, sostener la demanda interna y generar empleo, apoyar el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas, así como del sector exportador no tradicional, y mantener el gasto público e incentivar aun más la inversión privada.


Ahora bien, dentro del conjunto de propuestas planteadas por el Gobierno como parte de este plan anticrisis podemos decir que 4 son los temas que mayor impacto han generado entre analistas y comentaristas económico-financieros: el aumento de la inversión pública para el 2009 a S/.18, 000 millones, de los cuales S/.13, 000 millones ya estaban en el presupuesto del próximo año, el reconocimiento por parte del Estado de una deuda de S/. 935 millones que tiene la Oficina de Normalización Previsional con 98 mil pensionistas, la publicación del reglamento de la Ley de Asociaciones Publico Privadas y el de la Ley 29230, que permite a las compañías usar en obras públicas hasta la mitad de lo que deberían pagar por Impuesto a la Renta, y la llamada de atención a Proinversión para que reduzca los plazos de en las licitaciones que se le encargan.


Importante, sin lugar a dudas, resulta ser el efecto positivo que el aumento del gasto público por el plan anticrisis ha tenido en el repunte que hizo la Bolsa de Valores de Lima en días posteriores al anuncio de las mencionadas propuestas, repunte que responde básicamente al alza de los metales y al incremento del valor de las acciones vinculadas a la construcción, sector que será el más beneficiado con este anuncio de inversiones.


Sin embargo, debemos señalar algunos conceptos o puntos de vista que al parecer han sido olvidados o han preferido no ser mencionados por los medios y actores políticos y empresariales. En principio, habría que decir que compartimos la opinión de especialistas como Richard Webb cuando señala que son dos los objetivos que el Gobierno puede alcanzar mediante este plan. Por un lado se busca inyectar importantes sumas de dinero en la economía, hecho que va a ayudar a mantener los índices de empleo, compensando las pérdidas que de seguro se darán en sectores tales como la industria y exportación. Y, por otro lado, se pretende dar una señal a la actividad privada de que el Gobierno tiene la confianza y la seguridad de superar esta crisis, requiriendo el esfuerzo y participación de dicho sector en dicho esfuerzo.


Asimismo, debemos de tener en cuenta la opinión autorizada de personalidades tales como el economista Carlos Adrianzen, en cuanto a que resulta contradictorio pensar que el solo hecho de aumentar el gasto público garantiza el éxito del plan anticrisis. Y ello porque dicha medida debe de estar acompañada de un reperfilamiento del papel y labor que ha venido desarrollando el Banco Central de Reserva, la cual se ha caracterizado en estos últimos tiempos por tratar de mantener ficticiamente el tipo de cambio inyectando miles de dólares en el mercado. Ante ello se debería de contemplar, cada vez y con más seriedad, la posibilidad de acostumbrarnos a luchar cada dólar que se gana y una forma de dar batalla es con un tipo de cambio más favorable al sector exportador, que será uno de los mas perjudicados con esta crisis.


Otro de los riesgos siempre latentes con la dación de este tipo de medidas destinadas a incrementar el gasto, es el aumento del índice inflacionario, tal y como está sucediendo en los Estados Unidos; quizá el efecto inmediato en nuestro país no sea el incremento de la tasa inflacionaria pero debe ser un indicador al que no debemos perder de vista.


En esa misma línea, teniendo en cuenta que la clave del plan impulsado por el Gobierno es acelerar y aumentar el gasto en obras, ello trae como consecuencia el peligro de que se flexibilicen los estándares de calidad destinadas a asegurar el manejo e inversión eficiente de los recursos del Estado, quizá el exceso de voluntarismo, las ganas por hacer y hacer, puedan resultar perjudiciales al momento de cautelar el buen uso del dinero público, a fin de evitar experiencias tan negativas en materia de licitación y concesiones como la suscitada en el departamento de Cajamarca, en donde el contratista se encuentra en calidad de no habido luego de haber recibido una muy buena parte del dinero destinado a la construcción de una carretera, la cual se cae a pedazos. Junto a ello, y dada la conocida realidad e idiosincrasia de nuestro país, el problema de la corrupción no debe de perder importancia, por ello es fundamental la labor que los organismos de control del Estado, como la Contraloría General de la República, desempeñen en este tiempo, a fin de identificar y sancionar a aquellos funcionarios inescrupulosos que aprovechen esta situación y traten de granjearse beneficios particulares a costa del interés de la colectividad, incurriendo en actividades ilícitas, de las que todos nosotros hemos sido testigos, una y otra vez, en los últimos años.


Finalmente, hay un punto que una vez más vuelve a ser parte de la discusión y el análisis, este es el de la poca capacidad de gestión que el Estado peruano exhibe cada vez que tiene que asumir un rol mucho más protagónico en la formulación y ejecución de importantes proyectos de inversión en obras. En ese sentido, resultan más que injustas las expresiones del Gobierno y de los empresarios culpando a los burócratas de la demora en la implementación de los proyectos. Más si se tiene en cuenta que contamos con un aparato estatal acostumbrado a gestionar escasez, el cual se torna inoperante cuando tiene que decidir con imaginación, inteligencia y solidez técnica la inversión de miles y millones de dólares en proyectos de gran envergadura. Y ello, porque el problema de la burocracia, va mas allá del conjunto de personas que trabajan para el Estado, el problema está en modificar y cambiar las normas, la cultura y el sistema mismo, cambio que solamente podrá alcanzarse a partir de una auténtica reforma del Estado, reforma que el actual Gobierno no ha podido o simplemente no ha querido sacar adelante, a pesar de que se encontraba como uno de los puntos clave en el plan de gobierno que presentara durante la última campaña electoral el Presidente García.

Rafael Rodríguez Campos

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