viernes, 28 de noviembre de 2014

¿HA MUERTO LA SOCIALDEMOCRACIA?


En el año 2010, Tony Judt (1948-2010), uno de los más grandes pensadores contemporáneos, publicó su último libro titulado “Algo va mal”. En este ensayo el autor sostiene que las nuevas generaciones sienten una honda preocupación por el mundo que van a heredar, y esos temores van acompañados de una sensación general de frustración: ¿En qué podemos creer?, ¿qué debemos hacer? Son las preguntas que Judt aborda en este libro, desafiándonos, como se lee en la contratapa, a oponernos a los males de nuestra sociedad y a afrontar el mundo en el que vivimos.

¿Por qué la palabra “socialismo” provoca silencio y/o rechazo en el mundo? Fue la pregunta que un niño le formuló al autor del libro en una conferencia en Nueva York en octubre de 2009. Este niño jamás imaginó que la respuesta a tamaña interrogante se convertiría en el capítulo final de este ensayo, cuyo título: “¿Qué pervive y qué ha muerto en la socialdemocracia?” Ahora nos permite acercarnos al pensamiento político de uno de los más agudos y eruditos intelectuales de los Estados Unidos del siglo XX.

La palabra “socialismo”

El efecto que provoca la palabra socialismo no es unánime en el mundo. La palabra adquiere una connotación diferente en cada país, por ejemplo, alusiones al socialismo en Suecia, Europa, o América Latina, no producen el silencio embarazoso que suele generar en los Estados Unidos. Es por ello, afirma Judt, que uno de los grandes desafíos para cambiar la dirección del debate sobre las políticas públicas en Estados Unidos (yo diría que también en Latinoamérica) es vencer el recelo que tenemos inculcado ante cualquier cosa que suene a “socialismo” o a la que pueda colgarse ese sambenito.


Hay dos formas de hacerlo. La primera es sencillamente no referirse al “socialismo”. Podríamos afirmar que el término está profundamente contaminado por su asociación con distintas dictaduras del siglo XX y excluirlo. La segunda es preguntarnos: ¿Por qué el socialismo atrae a las personas corrientes?, o ¿por qué hoy en día, diversos gobiernos usan principios socialistas para definir y defender sus políticas? Es justamente esta segunda forma de encarar este desafío la que ahora desarrollaremos a partir de la obra de Judt.

“Socialismo” es una idea del siglo XIX con una historia del siglo XX. Eso no impide seguir adelante con el análisis, afirma el Judt, pues lo mismo podríamos decir del “liberalismo”. No obstante ello, es innegable la carga negativa que el término tiene, más cuando Estados totalitarios como la Unión Soviética y la mayoría de sus satélites se definían como “socialistas”.

Socialismo y socialdemocracia

En otras palabras, al “socialismo” le pasa lo mismo que al marxismo, pues por las mismas razones el marxismo está manchado de forma irreversible por su herencia, con independencia de lo útil que todavía hoy puede resultar leer a Marx. Sin embargo, lo que corresponde en nuestros días, es hacer una distinción significativa entre “socialismo” y “socialdemocracia”. Pues siendo términos parecidos (que muchos quieren convertir en sinónimos) presentan diferencias históricas y políticas profundas.


El socialismo buscaba el cambio transformador: el desplazamiento del capitalismo por un régimen basado en un sistema de producción y propiedad completamente distinto. Por el contrario, la socialdemocracia representaba un compromiso: implicaba la aceptación del capitalismo y de la democracia parlamentaria -como marco en el que se atenderían los intereses de amplios sectores de la población que hasta entonces habían sido ignorados-. Estas diferencias son muy importantes, pues la historia ha demostrado que el socialismo -con sus diversos matices y diferencias geográficas- ha fracasado en todos aquellos lugares en los cuales pretendió imponerse. En cambio, la socialdemocracia, apunta Judt, no sólo ha llegado al poder en muchos países, sino que su éxito ha superado los sueños más ambicioso de sus fundadores.

Así, lo que a mediados del siglo XIX era idealista y, cincuenta años después, un desafío radical, se ha convertido en la política cotidiana en muchos Estados liberales: Dinamarca, Suecia, Suiza, Noruega, entre otros. Por eso, cuando en Europa se introduce la palabra “socialdemocracia” al debate, esto no genera mayor silencio o rechazo, como tampoco ocurre en Nueva Zelanda o Canadá.

Las limitaciones de la socialdemocracia

Por lo general, sostiene Judt, durante las últimas décadas del siglo XX los críticos han sugerido que la razón por la que el consenso socialdemócrata (presente hasta inicios de 1980) había empezado a desmoronarse fue su incapacidad para desarrollar una visión que trascendiera al Estado nacional.


Dicho de otro modo, lo que afirmaban los detractores de la socialdemocracia es que no puede haber unas políticas (ni tributación, redistribución o propiedad pública) nacionales de carácter socialdemócrata si chocan con los acuerdos internacionales. Prueba de ello fue el gobierno de Fernand Mitterrand en Francia (1981) y el del Partido Laboralista Británico años después, respectivamente. Incluso en Escandinavia, ejemplifica Judt, donde las instituciones socialdemócratas estaban mucho más consolidadas culturalmente, la pertenencia a la Unión Europea o la participación en la Organización Internacional de Comercio y otras instancias supranacionales, impusieron limitaciones sobre la legislación promovida por gobiernos “socialdemócratas”.

Desde esta perspectiva, afirma el autor, la socialdemocracia –como el liberalismo- fue un subproducto del auge del Estado-Nación europeo: una idea política vinculada a los desafíos sociales de la industrialización en las sociedades desarrollados. Entonces, además de confinarse a un continente privilegiado, la socialdemocracia parecería ser producto de unas circunstancias históricas únicas (al parecer irrepetibles). Ello acaso explica por qué no sólo no hubo “socialismo” en América, sino que la socialdemocracia como compromiso entre objetivos radicales y tradiciones liberales careció de un apoyo amplio en los demás continentes.

La socialdemocracia de hoy

En Alemania, señala Judt, el Partido Socialdemócrata es acusado por sus críticos de abandonar sus ideales universales por metas provincianas y egoístas. En toda Europa se les exige a los socialdemócratas que digan por qué abogan, en qué creen, y contra qué o quiénes se oponen (lo mismo deberíamos exigirle a la izquierda latinoamericana), ya que proteger los intereses de determinados sectores no basta para llevar adelante los grandes cambios que las sociedades esperan. Por eso el silencio de los socialdemócratas europeos (como también el de la izquierda latinoamericana) frente a los abusos cometidos por gobiernos a los que prefieren no mirar, no ha sido olvidado por sus víctimas, constituyendo una mancha indeleble en su historia reciente.


Los desafíos de la socialdemocracia

Para Judt, la socialdemocracia no puede limitarse a defender instituciones valiosas como defensa contra opciones peores (hablamos de los logros sociales conseguidos en el pasado). La socialdemocracia tiene que aprender a pensar más allá de sus fronteras, considerando las condiciones políticas y económicas que la globalización ahora presenta. La socialdemocracia no puede –sin caer en la incoherencia- defender una política radical que descansa en aspiraciones de igualdad o justicia social que es sorda a desafíos éticos más amplios y a los ideales humanitarios universales. En síntesis, la socialdemocracia debe retomar y articular –como lo hizo en el pasado- los problemas de la injusticia, la falta de equidad, la desigualdad y la inmoralidad, aunque ahora parezca haber olvidado cómo hacerlo.

Hoy en día, afirma Judt, las circunstancias han cambiado, los ideólogos del dogma del mercado han perdido fuerza, los Estados (la mayoría) excluidos del llamado G20 de países poderosos han despertado, y se abre un espacio para el debate en torno a las preguntas de siempre: ¿Podemos permitirnos planes de pensiones generales, seguro de desempleo, servicios de salud y educación universales o todos estos son demasiado caros? ¿Es posible un sistema de protecciones y garantías para las personas o es más útil una sociedad impulsada por el mercado, en la que el papel del Estado se mantiene al mínimo? Esas son las preguntas que la socialdemocracia (europea y latinoamericana) debe responder si es que quiere vencer políticamente a sus críticos.

Esto es así, pues si vamos a recuperar al Estado, debemos empezar repensando el concepto de “utilidad”, dotándolo de consideraciones éticas y sociales más amplias, más allá de lo que los defensores de la eficiencia y productividad dictaminen. Entonces, si esta es la tarea, queda claro que la herencia socialdemócrata conserva -aún en nuestros días- toda su vigencia. Citando a Orwell, Judt señala que la mística del socialismo recayó en la idea de igualdad, y que esto sigue siendo así, pues la creciente desigualdad en y entre las sociedades genera movilización e inestabilidad, abriendo espacios para la puesta en práctica de cambios sociales profundos. De allí la vigencia política del pensamiento socialdemócrata.


Finalmente, a modo de llamamiento general, Judt señala que los ciudadanos –sobre todo los más jóvenes- tienen el derecho y deber de articular sus objeciones a nuestra forma de vida (su libro busca justamente eso), ya que como hombres y mujeres de una sociedad libre, todos tenemos el deber de mirar críticamente a nuestro mundo. Si pensamos que algo está mal, debemos actuar en congruencia con ese conocimiento. Pues más allá de interpretar el mundo –como han hecho los filósofos- de lo que se trata es de transformarlo.


Nota: Para los interesados en la obra de Tony Judt, recomiendo, además de su libro “Algo va mal”, los siguientes títulos: “El refugio de la memoria”, “Sobre el olvidado siglo XX” y “Pasado imperfecto y Postguerra”. 

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jueves, 13 de noviembre de 2014

EL GIRO HACIA LA DERECHA EN EL PERÚ



En un artículo titulado “Perú 2012, continuidad y cambio en una democracia sin partidos”, el politólogo Eduardo Dargent afirma lo siguiente: “La elección del candidato reformista Ollanta Humala en 2011 hizo pensar que podían haber cambios sustanciales en la política peruana. Sin embargo, el nivel de institucionalización del sistema político aún se mantiene muy bajo, con instituciones desprestigiadas y partidos débiles que dificultan las reformas”. Han pasado 3 años desde que el Presidente de la República fue elegido, y todo indica que mantendrá un rumbo similar al de sus tres últimos antecesores.

En este mismo artículo el autor recuerda que Alberto Fujimori (1990) se corrió a la derecha al día siguiente de su elección. Alejandro Toledo (2001) gobernó un poco más a la derecha del centro ofrecido. Alan García (2006) lo hizo más a la derecha de lo prometido en su campaña del “cambio responsable”, y el actual Presidente, de acuerdo a lo señalado por varios analistas, terminará por hacerlo más a la derecha de su posición centrista de la segunda vuelta expuesta en la “hoja de ruta”. ¿Qué explica este giro hacia la derecha una vez que los presidentes empiezan a gobernar en el Perú?

Electorado conservador versus agenda reformista

El análisis del electorado en el Perú (casi el 70% suele apoyar cambios moderados y es renuente a los radicalismos) nos permite afirmar que se trata de una ciudadanía mayoritariamente conservadora, y que por tanto ofrece una base social que limita agendas de izquierda radicales. Esto último, si bien grafica el comportamiento electoral de los peruanos en las últimas décadas, no basta para explicar, por qué los presidentes elegidos terminan gobernando bastante más a la derecha que su posición ofrecida durante la campaña, la misma que con ciertos matices puede definirse como de centro-izquierda.


¿Cómo explicar el giro hacia la derecha de los presidentes electos? Es una pregunta que varios politólogos han tratado de responder para el caso de muchos otros países de América Latina en donde el comportamiento de los presidentes electos ha sido bastante similar al que han presentado los mandatarios en nuestro país (por no decir el mismo).

Como ya se señaló en el párrafo anterior, muchos presidentes electos de América Latina han violado sus mandatos electorales, es decir, han hecho promesas durante las campañas y luego las han incumplido al asumir el gobierno. En algunos casos estos políticos (o sus partidos) fueron castigados en la elección siguiente, pero en otros, contrariamente a lo que uno pueda presumir, fueron recompensados, y en ciertos casos se apeló a reformas constitucionales para hacer viable su reelección.

Dos primeras explicaciones

Sería largo enumerar las diversas hipótesis que desde la academia se han formulado con respecto a este fenómeno. No obstante ello, dos son las que en esta oportunidad me interesan destacar:

-       El premio a los políticos que faltaron a sus promesas fue el resultado de que éstos, a pesar de haber faltado a su palabra, hicieron lo que creían mejor para los ciudadanos, y optaron por un control o evaluación política post mandato, en el cual los electores pudieran juzgar su desempeño y comprobar que habían actuado en su beneficio. Estos políticos prefirieron correr el riesgo de ir contra la opinión pública antes que mantener unas promesas de campaña que consideraban equivocadas, afirma el politólogo Stokes.

-       Los políticos de la región pueden incumplir sus promesas electorales porque lo que existe en América Latina no es una democracia representativa sino una democracia delegativa, en la que los políticos eligen que pueden hacer lo que quieran una vez que llegan al poder, afirma el politólogo Guillermo O´donnel.


El vínculo programático entre electores y partidos

Es el título de un interesante artículo publicado por la politóloga Patricia Marenghi (Universidad de Salamanca) en el cual la autora ensaya una novedosa hipótesis explicativa que responde a la pregunta ¿Por qué los presidentes electos giran hacia la derecha en América Latina?

Muchos presidentes electos, sostiene Marengui, han violado sus mandatos electorales, unos fueron duramente castigados por los electores, otros, por el contrario, fueron recompensados (ellos o sus partidos). La hipótesis que esta autora plantea es la siguiente: el electorado castiga o premia a los presidentes que han violado sus mandatos electorales dependiendo del vínculo que los electores establecen con los partidos políticos.

Entonces, propone Marengui: 1) Los partidos que han desarrollado vínculos programáticos tienen menos posibilidades de violar sus mandatos electorales sin ser castigados y que, contrariamente 2) Los partidos que han desarrollado vínculos clientelares o vínculos carismáticos tiene más posibilidades de violar sus mandatos sin ser castigados.


Tres tipos de vínculos entre electores y partidos políticos

En síntesis, lo que propone Marengui puede resumirse en tres grandes postulados:

-          Los partidos políticos que tienen vinculaciones programáticas con el electorado tienen más dificultades para cambiar de políticas (violar el mandato) sin poner en peligro su apoyo electoral; es decir, tienen más posibilidades de no ser reelegidos: ¿Por qué? Esto se debe a que las organizaciones partidistas con un fuerte componente ideológico, cuyo apoyo electoral se basa principalmente en el componente programático de la organización, cuentan con mandatos fuertes que deben respetar sino quieren ser sancionados electoralmente en los siguientes comicios. Los votantes castigarán o premiarán a estos políticos evaluando que tanto han respetado éstos los compromisos asumidos.

-          Los partidos políticos que tienen vinculaciones clientelistas con el electorado tienen menos dificultades para cambiar de políticas (violar el mandato) sin ser castigados en las siguientes elecciones; es decir, tienen más posibilidades de ser reelegidos. ¿Por qué? Esto se debe a que en el caso de las organizaciones que establecen vinculaciones clientelares con sus electores, los votantes examinarán menos el cumplimiento de las promesas. El intercambio de votos por favores mantiene el apoyo político a la hora de rendir cuentas por políticas impopulares.

-          Los partidos políticos que tienen vinculaciones carismáticas, al igual que los que construyen vínculos clientelares, tienen más posibilidades de incumplir las promesas de campaña sin ser castigados por ello en los siguientes comicios. ¿Por qué? Esto se debe a que una relación basada solamente en el carisma, donde “el líder es el creador e intérprete indiscutido de un conjunto de símbolos políticos que llegan a ser inseparables de su persona”, facilita la persuasión de los electores a cerca de las causas del incumplimiento de las promesas.


El giro hacia la derecha en el Perú

A la luz de lo expuesto por Marengui, podemos señalar que en el Perú, los presidentes (partidos) electos violan sus mandatos electorales pues el vínculo que estos establecen con el electorado ha sido (casi siempre) de tipo clientelar y/o carismático, y por tanto, no tienen mayores incentivos para “cumplir sus promesas de campaña”.

Este último apunte, nos lleva a reflexionar sobre un asunto que de manera recurrente suele abordarse en cada proceso electoral en nuestro país, sobre todo cuando el político que resulta vencedor en la elección, no goza de las preferencias de los medios de comunicación o del statu quo político del país.

Cuando un político que no es parte del establishment (limeño) alcanza el triunfo electoral (nacional o regional), de manera inmediata, periodistas y opinólogos suelen decir lo siguiente: “El elector en el Perú es irracional (electarado, según Aldo Mariátegui), pues no analiza las propuestas y planes de gobierno, dejándose llevar por sus emociones y frustraciones”. 

En otras palabras, lo que este sector le reclama a la ciudadanía es lo siguiente: ¿Por qué los peruanos no ejercen un voto programático y, en cambio, apuestan por discursos populistas y/o radicales? Bueno, y con cargo a volver sobre este mismo tema en una próxima columna, ensayaremos una posible respuesta que toma como base, además de lo ya señalado, la opinión del politólogo de Harvard Steven Levitsky.


¿Por qué los peruanos no ejercen un voto programático?

Una característica de las elecciones en el Perú, afirma Levitsky, es la “irracionalidad del voto”. Para muchos, el voto programático –votar por el candidato que propone implementar las políticas públicas que uno quiere– es lo más racional e inteligente.  Pero en el Perú eso es casi imposible.  El voto programático exige que el electorado: 1) Tenga información creíble sobre las diferencias programáticas entre los candidatos; y 2) Confía que el ganador cumplirá con su programa.

Ambas condiciones no existen en el Perú, pero otro factor –quizá el más importante- que mina al voto programático es la desconfianza.  Los peruanos no creen que los candidatos vayan a cumplir con sus programas.  No porque sean desconfiados por naturaleza, sino por una razón muy sencilla: los candidatos no cumplen con sus programas, tal y como lo anotó Dargent al referirse a los gobiernos de Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala, respectivamente.

Discurso de centro-izquierda versus gobierno de derecha

Entonces, afirma Levitsky, si queremos elevar el nivel de la política en nuestro país, en vez de denigrar a los ciudadanos cuyo comportamiento electoral no entendemos, sería mejor tratar de entenderlos. Por ejemplo, en vez de contentarse con la floja explicación mariateguista (el “electarado”), la derecha debería estudiar por qué un sector del electorado en el interior sigue votando por candidatos radicales antisistema.


El votante peruano no es ni irracional ni estúpido, la gente, como afirma Carlos Meléndez, vota por muchas razones, basado en diversas identidades, intereses, y expectativas.  Lo que sí queda claro (y debería preocuparnos) es constatar que para muchos peruanos, el voto programático ha sido totalmente devaluado pues la experiencia les ha enseñado que el voto no sirve para cambiar las políticas del gobierno. Más, cuando el presidente a quien los peruanos eligieron ofreció una agenda de centro-izquierda para luego, una vez instalado en Palacio de Gobierno, girar hacia la derecha sin mayor explicación.

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EL PERÚ DEL SIGLO XX


En junio del presente año, el Fondo Editorial de la Pucp publicó el libro titulado “El Perú del siglo XX”, escrito por Juan Luis Orrego Penagos, doctor en Historia, profesor principal en la Pucp y miembro del Instituto Riva-Agüero. Este libro, como se lee en la contratapa, recoge las investigaciones más recientes y ofrece un panorama del convulso siglo XX, no solo a partir de su desarrollo económico y político sino a la luz de los cambios sociales, demográficos, mentales y culturales.

Cien años de historia peruana

La lectura de este libro, nos permite hacer un recorrido ágil y didáctico (por eso es un valioso aporte universitario) a lo largo de casi 100 años de nuestra historia. Su primer capítulo cubre los años de la República Aristocrática (1895) hasta el fin del Oncenio de Leguía (1930), y finaliza con una mirada acerca de lo que el autor denomina los ensayos económicos, del estatismo (1970) al modelo neoliberal (2000).

Entre 1895 y 2000 muchos acontecimientos ocurrieron en el Perú. Así pues, el autor, en 266 páginas, se ocupa de los temas que han delineado el rostro de nuestro país en el siglo pasado. Como bien se expone en la presentación del libro, cuestiones como el planteamiento del problema del indio, el debate sobre la naturaleza de la nación peruana, el surgimiento de nuevos actores sociales, el boom demográfico, la expansión de los medios de comunicación, la migración interna, la irrupción de la economía informal, los ensayos autoritarios o dictatoriales, los vaivenes de la democracia o el drama de la subversión son abordados de manera clara y sencilla por el autor, para quien nuestro país, luego del desastre de la guerra de 1879, vivió una serie de modelos de desarrollo que terminaron insertándolo, hacia finales del siglo pasado, en las dinámicas del mercado y la globalización.



Los seis momentos cumbres en el Perú del siglo XX

Para Juan Luis Orrego Penagos, salvo mejor parecer, han sido 6 los momentos que explican lo que pasó en el Perú en esta última centuria. Sin embargo, es preciso destacar que en el libro el autor hace un sólido repaso -rápido y certero- a un número mayor de tópicos, tan variados y diversos como: los orígenes del aprismo, el socialismo de Mariátegui, la lucha sindical, los inicios del feminismo, el boom del caucho, la revolución de Arequipa, la ilusión democrática de Prado, el Ochenio de Odría, los matices del indigenismo, la radio y televisión, la Misión Kemmerer, el boom de la pesca, el populismo autoritario, la música chicha, la transición a la democracia y el camino hacia el populismo neoliberal.

En mi opinión –estoy seguro que a esa conclusión llegará el lector promedio de este libro-, el Perú del siglo XX no puede ser entendido sin la revisión de estos 6 momentos: 1) La derrota frente a Chile en 1879; 2) La crisis mundial del capitalismo y la promoción de la industrialización; 3) La explosión demográfica y la migración del campo a la ciudad; 4) La violencia subversiva de Sendero Luminoso y el poder del narcotráfico; 5) Los vaivenes de la clase dirigente y su escasa vocación democrática; y 6) El fin de la guerra fría y el acelerado proceso de globalización.

Primer momento: La derrota frente a Chile en 1879

Según las palabras del propio autor, no podemos pensar el siglo XX peruano sin la dramática experiencia de la derrota frente a Chile en la llamada Guerra del Pacífico. Nuestro país, desde los escombros de una guerra traumática, tuvo que refundarse y reconstruirse con un nuevo orden oligárquico basado en un modelo económico hacia afuera, orientado a la exportación de materias primas. Ello trajo consigo el surgimiento de nuevos actores sociales, la clase media, el proletariado urbano y el movimiento urbano, que cuestionaron la posición de privilegio de la élite de la época cuyos intereses eran representados por el Partido Civil. Fue así como se abrió el camino de la Patria Nueva (1919-1930), opción autoritaria y populista que llegó a su fin con la caída de Leguía.


Segundo momento: La crisis mundial del capitalismo y la promoción de la industrialización

La crisis mundial del capitalismo (el llamado “martes negro” de 1929), terminó con el modelo primario exportador ensayado por nuestro país hasta ese momento. ¿Cómo respondió el Perú ante la crisis? Nuestro país, como otros de América Latina, miró con entusiasmo la política económica orientada a fortalecer el mercado interno apostando fuertemente por la industrialización. Ya sea bajo el paraguas de regímenes autoritarios o “democráticos” (la palabra no deja de ser un exceso para lo que tuvimos acá), esta política siguió su curso. Fue así como aparecieron nuevos ministerios y la banca de fomento, aumentó la burocracia y la inversión pública. Este periodo tuvo su clímax durante la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado (1968-1975) y el primer gobierno de Alan García Pérez (1985-1990), llegando a su fin en el año 1990 con la victoria de Alberto Fujimori y la adopción de políticas neoliberales durante su autocracia (1990-2000).

Tercer momento: La explosión demográfica y la migración del campo a la ciudad

En lo social, la explosión demográfica desatada desde la década de 1940 terminó modificando al Perú entero. La población se triplicó entre 1940 y 1993: se pasó de 7 a más de 22 millones de habitantes; al año 2000 el Perú tenía casi 26 millones de habitantes. Pero fueron otros factores como el crecimiento de la cobertura educativa en todos sus niveles y la expansión de los medios de comunicación (radio, televisión, carreteras y prensa escrita) los que terminaron por profundizar esta transformación.

Sumado a ello, nuestro país experimentó la mayor ola migratoria del campo a la ciudad de su historia. Si en 1940 el 70% de la población era rural, a fines del siglo pasado el porcentaje se había invertido. Así, Lima que en 1940 tenía apenas 540 mil habitantes cuenta hoy con más de 7 millones. Entonces, fueron ambos fenómenos los que le han dado al Perú un nuevo rostro: mestizo, costeño y urbano, que ha servido como telón de fondo para otro fenómeno de repercusiones trascendentales: la economía informal.


Cuarto momento: La violencia subversiva de Sendero Luminoso y el poder del narcotráfico

A su turno, a partir de la década de 1980, dos hechos vinculados de violencia y crimen azotaron al Perú. Nos referimos al terror subversivo desatado por Sendero Luminoso, y en menor medida por el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) y al narcotráfico. El primero de ellos logró poner en jaque al Estado durante más de una década (1980-1992), provocando la muerte de miles de peruanos y la pérdida de millones de soles en daños materiales. El segundo, ha convertido al Perú en -sino el más grande- uno de los primeros productores de cocaína del mundo, generando vínculos criminales con redes de sicarios y delincuentes en muchas zonas del país, convirtiéndose en aliado de la subversión en regiones como el VRAEM (valles de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro).

Quinto momento: Los vaivenes de la clase dirigente y su escasa vocación democrática

A pesar de ello, y dentro de las limitaciones propias de un país en desarrollo como el nuestro, el Perú ha sido un terreno fértil para la puesta en práctica de una serie de modelos de desarrollo, con excepción del marxismo. Los resultados, sin embargo, no han sido los mejores. Prueba de ello es un dato que nos salta a la cara como un reclamo histórico en el libro: hacia el año 2000, el 60% de los peruanos vivía en condiciones de pobreza o miseria extrema. ¿Por qué pasó esto? En parte, debido a la precariedad de nuestra clase dirigente, una de las más limitadas de la región, a la cual no sólo le faltó convicción para profundizar los valores democráticos, apostando por la institucionalización de la política y el gobierno, sino también astucia para la puesta en práctica de un modelo de economía de mercado más competitivo, redistributivo e incluyente. Entonces, ¿En el siglo XX tuvo el Perú una clase dirigente o una casta dominante?


Sexto momento: El fin de la guerra fría y el acelerado proceso de globalización

Finalmente, en los albores del nuevo siglo, nuestro país, luego de una difícil transición democrática, iniciada luego de la caída del gobierno autocrático de Alberto Fujimori (2000), la que muchos creen que aún no ha terminado, vive inmerso en los desafíos que el orden mundial plantea desde el fin de la Guerra Fría y el inicio del acelerado proceso de globalización, fenómeno -este último- que pone en cuestión los conceptos mismos de Estado-nación, territorio, democracia y soberanía. Es este el momento histórico en el que nuestro país se encuentra, proceso de transformación permanente que se ve condicionado por asuntos tales como la expansión de internet, la televisión por cable, la flexibilización de la economía, el reconocimiento de libertades individuales, la proliferación de demandas sociales o la debilidad estatal.

Un libro de necesaria lectura

No soy profeta, pero estoy seguro que el siglo XXI, como el olvidado Siglo XX del que nos habla Tony Judt en su famoso libro, será también un tiempo de encuentros y desencuentros, retos y desafíos, cambios y transformaciones. Pero si bien la vida se vive hacia adelante, esta no puede ser entendida sino miramos hacia atrás, sino nos damos cuenta de lo que hemos sido, de lo que debimos hacer y no hicimos. En suma, el futuro de nuestro país será siempre incierto, si como sociedad no asumimos el reto histórico de construir un mejor país, una sociedad en la cual todos los peruanos podamos vivir en armonía, ejerciendo nuestra libertad en condiciones de igualdad y dignidad. Para ello es fundamental entender nuestro pasado inmediato, eso nos permitirá identificar nuestros errores, traumas y fracasos. Este libro nos ofrece justamente eso: la posibilidad de conocer nuestro ayer para construir un mejor mañana. Por eso espero que sean muchos los que lean este importante aporte del profesor Juan Luis Orrego Penagos.


Nota: El autor de este libro, cuya lectura recomiendo, sobre todo a los jóvenes de nuestro país, es un destacado especialista en la Independencia, en la formación del Estado-nación, así como en la historia de Lima. Además, ha escrito otras importantes obras como: “La ilusión del progreso: los caminos hacia el Estado-nación en el Perú y América Latina, 1820-1860 (2005)”, “Lima 1, el corazón de la ciudad (2013)” y “¡Llegó el Centenario! Los festejos de 1921 y 1924 en la Lima de Augusto B. Leguía (2014)”, en las que expone con brillantez su conocimiento sobre la historia de nuestro país.

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LA REELECCIÓN DE EVO MORALES (2015-2020)



Los sondeos de opinión ya lo habían pronosticado, Evo Morales (EM), actual presidente de Bolivia, arrasaría en las elecciones presidenciales de octubre. Y así fue, EM no sólo venció en primera vuelta, sino confirmó su liderazgo y abrumador respaldo popular en el país altiplánico, alcanzando su tercer periodo de gobierno (2015-2020).

A pocos minutos del cierre de la jornada electoral, las encuestas a boca de urna (TV Unitel y otras) le daban la victoria con más del 60%. Samuel Doria Medina (SDM), el candidato opositor de la centro-derechista Unidad Demócrata, apenas había alcanzado el 24%. Ante la noticia, un emocionado EM, desde el balcón del Palacio Quemado, se dirigió a la multitud diciendo: “Este es el sentimiento de liberación de nuestros pueblos. ¿Hasta cuándo seguir sometidos al imperio o al sistema capitalista? Este triunfo es un triunfo de los antiimperialistas y los anticolonialistas”, señaló.

De ese modo, EM consiguió una victoria histórica (recordemos en 2009 logró su primera reelección con un 64%), al convertirse en el primer líder boliviano que gobernará por tres períodos consecutivos, gracias al apoyo de las grandes mayorías de ese país, el mismo que según los analistas, le permitirá seguir con su “proceso de cambio”, iniciado, como se recuerda, con la nacionalización de sectores clave como telecomunicaciones, minería e hidrocarburos. “Aquí había a debate dos programas, la nacionalización o la privatización. Con más de 60% ganó la nacionalización”, fueron las palabras que pronunció EM, celebrando su arrollador triunfo.




Asimismo, los resultados oficiales confirmaron algo que para muchos resulta ser la verdadera victoria electoral del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido oficialista logró revalidar su mayoría absoluta en la Asamblea Nacional al imponerse en 8 de 9 departamentos, incluyendo la región oriental de Santa Cruz, otrora bastión de la oposición boliviana, la misma que en esta oportunidad, sólo triunfó en el amazónico departamento de Beni. Eso quiere decir, que el MAS tendrá el control de la Cámara de Diputados y Senadores, al obtener los dos tercios del Parlamento, objetivo que le permitirá consolidar la llamada “revolución democrática y cultural”.

Evo Morales
El actual presidente de 54 años, es hijo de dos humildes campesinos, nació en la pobre comunidad aimara de Isallavi. Durante su infancia se dedicó a las labores de pastoreo de llamas. Luego, en su adolescencia, migró a la ciudad, donde se desempeñó como panadero, ladrillero y músico para solventar el pago de los estudios que nunca terminó. También se interesó por el deporte, y si bien no logró destacar como futbolista, esta afición le abrió las puertas del sindicalismo en la década de 1980. Así, al cabo de unos años, pasó de ser secretario deportivo a liderar las poderosas federaciones cocaleras de El Chapare, cargo que lo catapultó a la Presidencia de Bolivia en 2005, cuando logró  imponerse con el 54% de los votos.
Pero EM, como otros líderes en la región, se ha convertido en un personaje que polariza tanto a la academia como a la opinión pública. Para algunos, EM es un presidente humilde, trabajador y honesto, que conoce de cerca la pobreza y se preocupa por el bienestar de los de abajo. Para otros, EM no es otra cosa que un caudillo autoritario y sectario, que de forma plebiscitaria logró convalidar sus decisiones, incluso las más polémicas como el cambio de Constitución, convirtiéndose, de ese modo, en una amenaza para la democracia y el Estado de Derecho en Bolivia.



El Gobierno de Evo Morales
Para organismos multilaterales como el Banco Mundial, EM, a pesar de su discurso revolucionario, ha mantenido la prudencia fiscal, ganándose los aplausos de Wall Street al haber logrado un crecimiento económico sostenido, fortalecido las reservas internacionales y alcanzado la mayor tasa de inversión extranjera de Sudamérica en relación al tamaño de su economía. Además de incrementar el salario mínimo, y profundizar los programas sociales, medidas que le han permitido preservar la tranquilidad en Bolivia, reduciendo el nivel de conflictividad y movilización social de anteriores gobiernos. “Lo que ha sucedido en Bolivia es una combinación de un favorable entorno económico exterior con una gestión que ha permitido aprovecharlo”, dijo Faris Hadad-Zervos, del Banco Mundial. En todo caso, es importante señalar que buena parte del crecimiento, un 5% anual los últimos diez años, proviene de la demanda interna creciente en este país.

Pero no todos son elogios para EM. Para Maggy Talavera, una de las analistas más duras y críticas con el gobierno de EM, lo que está en juego en este proceso es algo más que el crecimiento económico o la tranquilidad fiscal. Para ella, lo que Bolivia se jugará hasta el 2020 es la plena vigencia de las libertades democráticas, del Estado de Derecho, la alternancia en el poder, las garantías constitucionales irrestrictas y la libertad de expresión de los bolivianos, sean o no militantes del MAS.

Por tanto, serán estos los ámbitos en donde EM tendrá que demostrar si es un gobernante democrático, que ejerce el poder de acuerdo a la Constitución y a las leyes, como señalan sus defensores, o si por el contrario, termina confirmando los temores de una oposición que lo acusa de practicar el populismo y el clientelismo como estrategias que le aseguran el apoyo de la población, incluso a costa del fortalecimiento institucional de su país.




Una débil oposición

En un proceso electoral, el candidato que resulta vencedor, en este caso EM, lo es tanto gracias a sus virtudes, las mismas que fortalecen su imagen, como a las debilidades de sus competidores. Así, para muchos analistas en Bolivia, la figura de EM creció y se afianzó durante las elecciones en la medida que al frente tuvo a una frágil oposición. Eso cobra mayor relevancia si tomamos en cuenta que el empresario cementero Samuel Doria Medina, no pudo forjar una alianza capaz de aglutinar a todos los partidos de oposición. Eso explica su derrota, la tercera consecutiva que sufre ante EM, ya que como se recordará, el líder del MAS también lo venció en las elecciones de 2005 y 2009, respectivamente.

El debate electoral en Bolivia

Analistas y medios de comunicación internacionales han coincidido en señalar que los 5 temas que tomaron en cuenta los bolivianos al momento de decidir su voto en estas elecciones fueron los siguientes: 1) El liderazgo de EM; 2) El crecimiento económico; 3) La reducción de la pobreza; 4) El costo de vida; y 5) Los derechos de las mujeres. Repasemos rápidamente cada uno de ellos.

1)    Evo Morales y el MAS

La popularidad de EM es incuestionable en Bolivia. Más ahora, ya que durante su actual Gobierno, el líder del MAS logró sumar, a su ya tradicional apoyo entre los indígenas y los bolivianos más podres, el respaldo de un importante contingente de empresarios e intelectuales de clase media, debido “básicamente” al auspicioso desempeño económico (empresarios) y a la profundización de reformas sociales tantas veces postergadas (progresismo intelectual).

Esta suma de voluntades pro MAS se ha confirmado en estos comicios, ya que incluso en Santa Cruz, un tradicional bastión opositor, EM logró imponerse en las urnas, algo que muchos líderes opositores temían, de allí la necesidad que existía de formar una alianza electoral con un candidato de verdadera unidad, que liderara a toda la oposición boliviana, algo que como sabemos, jamás pudo concretarse.



2)    El crecimiento económico

Desde 2006, Bolivia ha crecido a un ritmo del 5% anual. Ahora cuenta con una proyección de aumento del Producto Bruto Interno del 5,5% para 2014, convirtiéndose, según cifras del Fondo Monetario Internacional, en el país con mejor desempeño económico de la región. Si a eso le sumamos el que actualmente las reservas internacionales bolivianas se encuentran en un nivel sin precedentes en su historia (48%), es lógico pensar que el grueso de los bolivianos haya decidido renovarle su confianza a EM para un tercer mandato.

3)    La reducción de la pobreza

Pero si el crecimiento económico fue un factor importante en esta campaña, fue la reducción de la pobreza el verdadero puntal del MAS en este proceso. El Instituto de Estadística de Bolivia, señaló que mientras en 2005 casi 60% de la población boliviana vivía en la pobreza, en 2011 esta cifra se redujo a 45%, y que la pobreza extrema se redujo en un 15%, situación que favorece a los miles de bolivianos que durante muchos años se sintieron excluidos por presidentes a los cuales acusan de haberlos traicionado una vez que llegaron al poder. Eso explica por qué gran parte de la campaña oficialista se centró en destacar los logros económicos y la reducción de la pobreza alcanzada por el gobierno a partir de la puesta en práctica de programas sociales a favor de los sectores populares e históricamente postergados de Bolivia.

4)    El costo de vida

“La Paz construye”, es uno de los slogans que se ha difundido durante los últimos meses en Bolivia. En esta ciudad, nuevas construcciones se levantan y modernos supermercados abren sus puertas. Según el Ministerio de Economía, la llegada de ingresos ha multiplicado el consumo entre los bolivianos. Eso explica por qué de 100 supermercados que había en 2006 se pasó a más de 400 en 2014.

Sin embargo, la tasa de inflación boliviana ronda el 6.5% anual, siendo el precio de la gasolina una de las mayores preocupaciones, más si se toma en cuenta que EM se ha comprometido en campaña a que no habrá ningún “gasolinazo” o subida de precio de este producto durante su próximo gobierno, a diferencia de lo que habían señalado todos los demás candidatos. 




5)    La Participación de la mujer

Bolivia, según las Naciones Unidas, se encuentra entre los 5 países de América Latina con paridad de género en política. Eso explica por qué durante buena parte de la campaña electoral los candidatos se han mostrado rodeados de mujeres, tanto en los mítines como en sus listas.

Sin embargo, de acuerdo a las cifras de la Organización Panamericana de la Salud, Bolivia se ubica a la cabeza de la lista de 13 países de Latinoamérica con más casos de violencia física contra mujeres y es el segundo en cuanto a violencia sexual (el primero es el Perú). Del mismo modo, en lo que va del año 157 mujeres han muerto de manera violenta (muchos casos de feminicidio), 32 más que en el mismo periodo en 2013, según el informe del Centro de Información y Desarrollo de la Mujer.

En todo caso, queda claro que la lucha por los derechos de las mujeres en Bolivia ha dejado de ser un asunto impulsado únicamente por grupos feministas, y se ha convertido en un tema de interés nacional. De hecho, durante este proceso se llevó a cabo la campaña “Machista, fuera de la lista”, que terminó con la renuncia de dos candidatos al Parlamento envueltos en casos de violencia contra las mujeres.

Evo Morales (2015-2020)

El actual presidente ha prometido durante la última campaña, consolidar los programas sociales y aumentar el rol del Estado en la economía para prolongar la bonanza económica que le ha permitido llevar a la pobreza a mínimos históricos durante sus dos primeros gobiernos.  Ahora bien, además de lo ya expuesto, creo necesario señalar cuáles son -desde nuestra óptica- los dos grandes retos que EM deberá afrontar durante su tercer gobierno.


El primero, sin lugar a dudas, está relacionado a la seguridad y el narcotráfico, dos problemas que EM no ha logrado resolver, y para los que al parecer tendrá que convocar a expertos y personalidades ajenas al MAS, capaces de idear un plan y estrategia que le permita afrontar con éxito ambos frentes.

Como se sabe, si bien Bolivia tiene una tasa de homicidios por debajo de la media en la región (12 por cada 100 mil habitantes), las autoridades reconocen que la sensación de inseguridad ha crecido, especialmente en ciudades como Santa Cruz, capital industrial y económica de ese país. Entonces, si esta situación no mejora, seguramente la oposición empezará a disparar en contra de su gobierno, exigiendo, como ya lo ha hecho, el endurecimiento de las penas (incluyendo la cadena perpetua), además de destinar el 4% de las reservas internacionales para combatir a la criminalidad.

El segundo, como lo anticipamos, está vinculado a la institucionalidad democrática y al respeto por el orden constitucional establecido. ¿A qué nos referimos específicamente? La Constitución boliviana no permite otra reelección. Eso quiere decir que EM no podría ser candidato en 2020. Sin embargo, la oposición cree que la hegemonía del MAS en los organismos de poder lo hace proclive al autoritarismo, y por ello, temen que llegado el momento, y ante la ausencia de un sucesor (EM no tiene hoy en día a un heredero político), su mayoría parlamentaria, decida alterar las reglas de juego constitucionales y electorales, para luego, apelando al plebiscito popular (al puro estilo de Alberto Fujimori o Hugo Chávez) modificar la Constitución y prolongar su mandato hasta el bicentenario en 2025.


¿Qué pasará en Bolivia durante el tercer gobierno de EM? Es algo que iremos descubriendo con el correr del tiempo, pero sin lugar a dudas, Bolivia se convierte en un país cuyo proceso político debe ser mirado con muchísima atención por los analistas de la región. Mirar a Bolivia sin anteojeras ideológicas es la única manera de entender el complejo proceso de transformación social que viene atravesando ese país desde 2005. 

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