viernes, 11 de abril de 2008

Un olímpico cuento chino


De la misma manera como ocurrió con Alemania a principios del siglo XIX y con los Estados Unidos de Norteamérica a inicios del siglo pasado, China e India modificarán sustancialmente el mapa geopolítico universal, con un impacto a gran escala tan dramático como el que se dio en los dos siglos anteriores.

Así tenemos que desde el año 1978, fecha en la cual este gigante del oriente dio su giro hacia el capitalismo, esta nación ha venido creciendo a un promedio del 9 por ciento anual, y no existe prueba alguna que nos haga suponer que dicho ritmo de crecimiento descienda en los próximos años. Siendo el propio gobierno chino el primero en señalar que en el año 2020 su producto nacional será de 4 trillones de dólares, cuatro veces más que el actual, y el ingreso per cápita será tres veces superior al actual. Eso significa que para ese año habrá más de 520 millones de chinos de clase media, con la capacidad adquisitiva necesaria como para generar un impacto de alcances mayores que modificará sustancialmente la dinámica actual del comercio internacional. Con lo cual, las empresas del mundo, incluidas las de Latinoamérica y, por supuesto, las del Perú, que producen desde materias primas hasta productos con valor agregado como ropa automóviles y noticias para el gusto de los consumidores, deberán modificar sus productos para conquistar a los consumidores chinos, conquistar su gusto y capturar esa astronómico y jugosa masa dineraria.

Una muestra palpable y evidente de este fenómeno social y económico es el conjunto de gigantescos centros comerciales que en los últimos años han sido construidos en esta nación gobernada por el Partido Comunista, por ejemplo, para encontrar el centro comercial más grande del mundo, donde se pueden ver las últimas colecciones de Hugo Boss, Pierre Cardin o Guy Laroche, antes de que se sus modelos se estrenen en Milán, París o Nueva York, hoy en día, uno puede darse una vuelta por Beijing y salir de shopping, al mismo estilo americano, ya no a través de la Quinta Avenida sino por las calles de la ciudad sede de los juegos olímpicos de este año.

Ha sido este fenómeno, impactante desde todo punto de vista, el que parece haber atrapado la atención de nuestro presidente Alan García Pérez quien, al regresó de su último viaje a ese país, ha formulado una serie de comentarios y análisis sobre este milagro chino, en los cuales, palabras más palabras menos, nos presenta al estado chino como el nuevo paradigma del desarrollo y el progreso mundial, modelo que, desde luego, el Perú debe de imitar y hacer suyo.

Tal ha sido su asombro que, de un tiempo a esta parte, Alan García se ha convertido en el relacionista público chino en América Latina, defendiéndola de todos los cuestionamientos que, desde diversos sectores, la opinión mundial formula en torno a la situación de los derechos humanos en dicho país, el problema con el Tibet y el sistema dictatorial de partido único que desconoce los principios básicos de los sistemas democráticos tales como el voto universal, la rotación en el ejercicio del poder, la división de poderes, o derechos civiles tan fundamentales como la igualdad entre hombres y mujeres. Es decir, nuestro presidente asume, equivocadamente, que el concepto de desarrollo y progreso se limita única y exclusivamente a los índices macroeconómicos que presenta un país. Peor aún, nuestro presidente, encubre las vulneraciones a los derechos humanos llevados a cabo en algunos países pero denuncia los mismos temas en otros, a condición de que se trate de estados que creen o no en el libre mercado o el sistema capitalista, es decir, denuncia la falta de democracia y libertad de expresión en Cuba, pero se convierte en el canciller de China en toda oportunidad que se le presenta.

Por eso en esta oportunidad, debemos de recordar algunos datos de la realidad china que debemos de tomar en cuenta, antes de asumir la propuesta de nuestro presidente de adoptar el modelo chino como ejemplo de crecimiento y desarrollo.

Así, como ocurrió, en la Revolución Industrial en Inglaterra, o las primeras décadas del siglo XX en los Estados Unidos, en la China actual, la desigualdad social está en aumento, el trabajo infantil es una realidad que no conmueve, el horario de trabajo promedio es de no menos de 12 horas diarias, miles de trabajadores viven en condiciones de hacinamiento en dormitorios comunes, turnándose para dormir en las mismas camas que dejan libres sus compañeros, y no existe el derecho a la protesta o huelga, por el cual tantas veces luchó el partido de Haya de la Torre quien, durante muchos años, fuera el maestro y mentor ideológico de nuestro presidente.

De la misma forma, la salud y la educación superior, que uno asume deberían ser gratuitas en un sistema comunista, también han sido privatizadas en la China de hoy. Actualmente, son cada vez menores las facilidades educativas que el gobierno chino les otorga a sus estudiantes. En el tema de la salud, la situación no es distinta, cerca del 45 por ciento urbana del país y un 80 por ciento de la población rural no tiene ningún tipo de seguro médico, tal y como fue reconocido por el propio viceministro de salud Gao Qiang.

En cuanto, a los niveles de participación política y derechos civiles se refiere, la situación es más que alarmante. En China impera un régimen de partido único, los gobernantes salen del seno de un solo partido, con una sola ideología y con un mismo interés; está impedido el debate y la libre exposición de ideas, no existe libertad de expresión, los ciudadanos que se atreven a expresar un punto de vista diferente al oficial son perseguidos, encarcelados o, en el peor de los casos, desaparecidos. En ese clima de persecución y represión excesiva hacia los disidentes políticos y religiosos, no es raro ver con estupor la manera arbitraria como el gobierno chino ha enfrentado la crisis con el Tibet, un país al cual anexo por la fuerza en 1954 y a cuyos ciudadanos persigue constantemente por sus diferencias religiosas, olvidando que el derecho a la libre elección de las creencias religiosas y a la práctica de las mismas es un derecho universal. Y a pesar de los enormes esfuerzos publicitarios desplegados por el gobierno chino, con motivo de las olimpiadas de este año, destinados a presentar a este país como un país seguro en el cual la delincuencia ha sido erradicada, no debemos pasar por alto el informe de Amnesty Internacional, hay más fusilamientos por año en China que en todos los demás países del mundo juntos. Así de acuerdo con un estimado basado en documentos internos del Partido Comunista Chino, hubo 60 mil ejecuciones en los cuatro años que van de 1997 al 2001, es decir, un promedio de 15 mil personas por año, tal y como lo señale Andrés Oppenheimer en su best seller “Cuentos Chinos”.

Dicho todo ello, es importante evaluar la situación china desde todos los puntos de vista, teniendo en cuenta que el desarrollo es un concepto que abarca algo más que simple crecimiento económico, supone respeto por los derechos humanos, ejercicio de las libertades públicas y el fortalecimiento y consolidación de la democracia; ya que de no ser así nos vemos expuestos a que nuestro presidente nos vuelva a contar un cuento chino.

Nota: las opiniones del Presidente de la República, a las cuales se ha hecho referencia en este artículo, pueden ser verificadas en el artículo publicado por el diario el Comercio el día 27 de marzo del presente año titulado “China Olímpica y sus adversarios”.

Rafael Rodríguez Campos.

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