El domingo 12 de junio de 2016 será recordado como el día en que
se perpetró el ataque más violento en contra de la comunidad LGTB en la
historia de los Estados Unidos (USA). Es más, la masacre de Orlando, como la
han denominado los medios, es el ataque con el mayor número de muertes (50)
desde los atentados del 11 de setiembre de 2001. Con ello, el autor del
atentado, Omar Mir Seddique Mateen, un terrorista del Estado Islámico, pasa a
ser uno más en la larga lista de criminales homofóbicos que cometen este tipo
de atrocidades.
Al respecto, por la
reacción que se ha desatado en las redes sociales, pareciera que en el Perú la
“indignación” frente a los crímenes de odio depende del lugar geográfico en
donde estos se cometen. En otras palabras, pareciera que los peruanos rechazamos
con vehemencia estos crímenes cuando se cometen en USA, Europa o Latinoamérica,
pero guardamos cómplice silencio cuando se trata de mirar hacia adentro y
reconocer que en nuestro país diariamente se cometen crímenes contra la
comunidad LGTB.
En el Perú, por ejemplo,
sólo entre los años 2008 y 2009, se registraron aproximadamente 126 asesinatos
en contra de personas homosexuales. Para el periodo 2011-2012, el MHOL señaló
que por lo menos 21 miembros de la comunidad LGTB fueron asesinados, y decenas
fueron brutalmente agredidos. Según estas organizaciones, las cifras reportadas
no logran cubrir a la totalidad de crímenes cometidos contra este grupo, pues
muchos de estos nunca se denuncian.
¿Por qué estos crímenes no
se denuncian? Al parecer, así como en nuestro país muchas violaciones contra
mujeres o menores de edad no son reportadas, los delitos cometidos contra la
comunidad LGTB tampoco lo son por la vergüenza que para muchos supone el
reconocer que un familiar es LGTB. Así ocurrió hace algunos años con la brutal
agresión sufrida por un amigo mío, quien luego de abandonar una discoteca en
Miraflores, fue interceptado por 4 sujetos que le propinaron una terrible
golpiza. “Eso te pasa por rosquete”, le gritaban mientras lo masacraban en el
piso. Su familia jamás reportó el crimen, por ello estos delincuentes andan
sueltos por las calles.
Sin embargo, y a pesar de
la gravedad del problema, resulta por demás preocupante que en nuestro país no
se cuente con cifras oficiales o con entidades públicas encargadas de registrar,
sistematizar y analizar estos casos. ¿Por qué ocurre ello? Muy sencillo, para
la mayoría de los peruanos la violencia que sufre la comunidad LGTB es
percibida como un tema de menor importancia. “Tenemos problemas más importantes
que defender a los homosexuales”, dicen con total cinismo los peruanos, esos
mismos que ahora se “indignan” en las redes sociales.
A quienes razonan de esta
forma, les preguntaré lo siguiente: ¿Qué puede ser más importante para una
sociedad que la defensa de los derechos de sus ciudadanos? ¿Qué puede ser más
importante para un Estado que velar por el derecho a la vida, a la libertad, y
a la igualdad de sus ciudadanos? ¿Es que acaso en el Perú el valor de la vida
depende de la identidad sexual de su titular? ¿Qué debemos hacer en el Perú
para acabar con esta violencia?
En primer lugar, lo
primordial es reconocer que en nuestro país la comunidad LGTB se enfrenta
diariamente a la intolerancia de una sociedad que mantiene prejuicios y sesgos
bajo los cuales los derechos de sus ciudadanos pueden ser violentados por el
solo hecho de ser LGTB. Es más, la comunidad LGTB debe lidiar con la
indiferencia de las autoridades a la cuales recurre en busca de ayuda, pues en
muchos casos, son los propios agentes del Estado los que de manera alevosa y
cobarde agreden a estos ciudadanos.
Según un estudio publicado
por el Instituto Runa, las víctimas de esta violencia identifican como
responsables del 31% de sus agresiones a integrantes de la PNP. Según este
mismo estudio, en el 46% de los casos son los miembros del serenazgo de Lima
los que atropellan de manera reiterada sus derechos. ¿Hasta cuándo tenemos que
soportar esta barbarie? ¿Qué esperan las autoridades para frenar esta
violencia? Son preguntas que ninguna autoridad se atreve a responder.
En segundo lugar, es
necesario hacer una revisión exhaustiva de la legislación vigente. Se debe
tipificar el crimen de odio en nuestro Código Penal, fijando una pena
proporcional al grave daño que este tipo de conductas genera en la esfera
personal de la víctima. En otras palabras, se debe hacer lo que este Congreso
no hizo. En todo caso, esperemos que el próximo Parlamento, dominado por los 73
congresistas de Fuerza Popular, logre aprobar esta reforma. ¿Se atreverán los
congresistas fujimoristas a aprobar una ley que proteja a la comunidad LGTB
después de haber firmado –durante la campaña electoral- un pacto con un pastor
evangélico abiertamente homofóbico? Yo tengo mis dudas.
En tercer lugar, se debe
implementar una política pública que comprometa a todos los sectores
involucrados en la defensa de los derechos de la comunidad LGTB y en la
persecución de los crímenes de odio. Nos estamos refiriendo específicamente a
la PNP, Ministerio Público, Poder Judicial, Defensoría del Pueblo, entre otras
entidades. Eso supone impulsar una campaña de sensibilización a nivel nacional
cuyo objetivo central sea hacerles comprender a los agentes estatales que todos
los peruanos merecen respeto, independientemente de su identidad sexual.
Finalmente, resulta
fundamental diseñar una política educativa con enfoque de género destinada a
acabar con la homofobia en los centros educativos (inicial, primaria y
secundaria), pues solo en la medida que nuestros niños y niñas dejen atrás los
prejuicios homofóbicos de sus mayores es que los peruanos estaremos en
condiciones de construir una sociedad libre de toda discriminación y violencia
en la cual todos tengamos el derecho a ser felices.
Etiquetas: MASACRE DE ORLANDO
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio