martes, 28 de febrero de 2012

Henrique Capriles Radonski: El demócrata que enfrentará a Hugo Chávez


El domingo 12 de febrero de este año puede convertirse en una fecha capital para la historia política en Venezuela, ese día, tres millones de venezolanos eligieron al abogado de 39 años, Henrique Capriles Radonski, como el candidato único de la oposición democrática que enfrentará al dictador Hugo Chávez en las elecciones del próximo 7 de octubre en ese país. Las elecciones primarias, las mismas que a criterio de los organizadores superaron largamente la cifra de participación estimada, han generado una gran expectativa en todo el continente. ¿Podrá el candidato único de la oposición vencer voto a voto a Hugo Chávez? Esa es la interrogante que solo Capriles y sus seguidores podrán resolver. Por el bien de Venezuela y de la democracia en la región, yo espero que así sea.

Para los analistas, la masiva participación de la gente en este proceso evidencia el profundo rechazo que la ciudadanía siente hacia la forma como el actual presidente gobierna, a la manera cómo hace y entiende la política, a su autoritarismo, a su prepotencia, a su arrogancia, haciendo visible, algo que solo los chavistas no quieren ver, que en Venezuela casi la mitad del electorado ansia recuperar su democracia, una democracia perdida hace 13 años con la llegada del golpista Hugo Chávez al Palacio de Miraflores. Estos tres millones de ciudadanos representan a todos los sectores democráticos, a todos los hombres y mujeres del país norteño que se oponen a la consolidación de un modelo estatista y totalitario que termine por aniquilar las libertades y los derechos civiles en su país, si el sátrapa permanece por más tiempo en el poder.

Sin lugar a dudas, esta es la mejor oportunidad de la oposición venezolana para arrebatarle en las urnas el poder de las manos a Hugo Chávez. Pero nada de esto hubiera sido posible si a partir del año 2008, los partidos y movimientos contrarios a la prédica populista del chavismo, no hubiesen negociado la firma de los acuerdos para la creación de la Mesa de la Unidad Democrática (MED), organización que agrupa a todos los sectores políticos contrarios al chavismo. Esta organización, y así lo han señalado sus principales voceros, Ramón Guillermo Aveledo y Teresa Albanes, busca ir más allá de la nominación del candidato que enfrentará a Hugo Chávez en este año. La MED pretende lograr cambios mucho más profundos, tiene el ambicioso objetivo de renovar generacionalmente a toda la clase política venezolana, y sentar las bases para un proyecto político nacional de largo aliento. Prueba de ello es que en estas elecciones no solo se eligió al candidato presidencial, sino también a los candidatos a gobernadores y alcaldes a nivel nacional.

Según informan algunos medios venezolanos, aquellos que aún no han sido copados o silenciados por la rabia prepotente de los chavistas, la participación de la gente en esta fiesta cívica pudo haber sido muchísimo mayor, pero el temor, el miedo, el pánico que genera en todos los venezolanos los métodos de persecución empleados por el partido de gobierno para acabar con todos sus opositores son todavía muy fuertes. Muchos por temor decidieron no participar, para muchos otros el recuerdo de lo vivido en 2004 aún permanece fresco en la memoria. Recordemos que en esa oportunidad, miles de venezolanos fueron echados de sus puestos de trabajo en el Estado y perdieron el apoyo asistencial que desde el sector público recibían, luego de que sus nombres aparecieran en la lista de los que firmaron la petición para la revocatoria del mandato de Hugo Chávez, de allí que este episodio haya sido bautizado como “el fantasma de la lista Tascón”.

El ganador de esta contienda ha sido Henrique Capriles, exitoso abogado de 39 años de edad, soltero, descendiente de una familia de inmigrantes judíos que llegaron a América del Sur huyendo de los horrores de la segunda guerra mundial. Se sabe que su familia tiene importantes vínculos con el mundo de los negocios, los medios de comunicación y la banca. Su familia materna, por ejemplo, es dueña de la cadena de salas de cine más grande de su país. De su trayectoria y visión política podríamos decir que el actual candidato se convirtió en el año de 1998 en el presidente más joven de la Cámara de Diputados (desaparecida por el chavismo). Diez años después, logró imponerse en la elección para gobernador del estado de Miranda, a Diosdado Cabello, íntimo amigo de Hugo Chávez, luego de una campaña agotadora en la cual recibió ataques de todo calibre, ataques que incluso ponían en cuestión su opción sexual, sembrando dudas en torno a su heterosexualidad. En lo ideológico, se ha autodeclarado seguidor del modelo impulsado por el ex presidente del Brasil, Lula da Silva, basado en un sistema económico libre cuyos beneficios pondrá al servicio de los menos favorecidos, en caso sea elegido presidente, así lo ha afirmado.

En estas primarias participaron 5 candidatos además de Capriles, ha sido una contienda larga, con altos y bajos, pero de ninguna manera podríamos decir que puede ser vista como una antesala para lo que se viene de aquí a la elección de octubre. Esta ha sido una campaña lenta, poco atractiva, aburrida, señalan los analistas venezolanos. Todos los candidatos, como es lógico, querían alzarse con el triunfo, pero ninguno de ellos se atrevió a lanzar ataques políticos directos a los demás. Al parecer la consigna estaba clara: compitan entre ustedes, pero no se les ocurra quebrar la unidad que tanto costó conseguir. Y bajo esas reglas, y en esa dinámica, el discurso de Capriles fue el más efectivo.

¿Por qué ganó Capriles? Cuando uno revisaba el perfil de los demás candidatos podía advertir que esta contienda electoral se definiría entre dos grupos, entre dos maneras de entender el juego de la política. El primero de ellos buscó el apoyo del sector antichavista, con un discurso confrontacional y de abierta oposición al régimen, en este sector podemos ubicar a Pablo Medina o Corina Machado. El segundo grupo en cambio, entendió que para ganar la elección de octubre, no basta con obtener el apoyo de quienes desde ya están del lado de la oposición, sino muy por el contrario, se necesita conquistar los votos de aquellos sectores que durante los últimos años votaron a favor del chavismo. En esa línea se colocó Capriles, junto a Pablo Pérez y Leopoldo López, respectivamente. Al final de la contienda, los resultados les dieron la razón a los políticos que apostaron por un discurso más centrista, menos confrontacional, como Capriles, pues ellos recibieron el mayor apoyo electoral, los otros en cambio, quienes creyeron competir en las primarias contra Hugo Chávez, quedaron largamente relegados.

De las apariciones públicas de Capriles, de la información que circula en los medios, de la opinión que exponen los analistas, uno puede advertir que el mayor activo de Capriles es justamente su capacidad para hacer llegar a la gente un mensaje de unidad, un programa que busca la cohesión de todos los venezolanos en el esfuerzo por reconstruir su país y su democracia. En sus primeras declaraciones, luego de ser elegido como candidato único, señaló que quienes lo habían elegido lo habían hecho no para pelear con Hugo Chávez sino para conducir las riendas de un país que tiene muchos problemas por resolver. Ese tono conciliador, que para muchos lo hace ver como un hombre de Estado, cuya lectura de la realidad y de lo que se debe hacer va más allá de los odios y rencillas personales, es el que asusta al oficialismo, pues en el imaginario de la gente comienza a ser percibido como el político de la mesura y la paz, frente a un Hugo Chávez, cuyos continuos desafueros lo pintan como un tipo violento, agresivo y poco sereno, características que explican su poca capacidad para generar consensos y apoyo en la dura tarea de gobernar un país cuyas cifras económicas y sociales asustan a cualquiera.

Los próximos meses le auguran una serie inacabable de eventos que seguramente pondrán a prueba su temple y su capacidad para sortear todo tipo de ataques. Por lo pronto, el dictador Hugo Chávez ya se refirió a él tildándolo de burgués, de oligarca, de defensor de los intereses del imperio yanqui, de vende patria. Capriles debe aprender a lidiar con esta vorágine de invectivas que el chavismo le hará llegar día a día. Por eso es importante que Capriles lleve a Chávez a su terreno, lo haga jugar su propio juego, lo obligue a entrar en un debate de fondo en el cual se discutan los verdaderos problemas de Venezuela. Chávez es un militar con muy pocas luces académicas, acostumbrado a aplastar a sus detractores mediante el miedo y el atropello. Chávez no es un político formado en el arte del diálogo, él impone criterios, apela a la fuerza antes que a la razón para convencer a la gente de las ventajas de sus iniciativas y su programa. Digámoslo con claridad, Chávez sin sus dólares y sus fusiles, es sólo eso, un militar desarmado, un lunático cuyo deseo más grande es convertirse en monarca.

Cualquier candidato, con una formación política, intelectual, y con una cultura política promedio, lo podría hacer tambalear y hacer ver como un fantoche. Capriles debe ser lo suficientemente sagaz para aprovechar su exposición mediática para hacerle recordar a la gente que gracias a Chávez Venezuela es el país con la tasa de inflación más alta en la región, cuyo 30% de su población vive en la pobreza, cuya tasa de homicidios registra la terrorífica cifra de 53 asesinatos por día. Capriles debe confrontar a Chávez en el terreno de las ideas y del programa, preguntarle porqué ha despilfarrado más de 70000 millones de dólares en apoyar a gobiernos como el de Ecuador, Bolivia, Nicaragua, mientras que en su país el 10% de la gente vive en la extrema pobreza, y en donde el 70% de los alimentos son importados, debido a la quiebra de los sectores productivos y de su industria, descalabro generado por las políticas estatistas impulsadas por el chavismo.

La fórmula de la campaña es clara para Capriles, la única forma de ganar es evidenciando la falta de capacidad de su oponente y proponiéndole a sus compatriotas un paquete de propuestas y reformas capaces de revertir la dura situación por la que atraviesan. Sin embargo, Capriles debe saber en qué momento golpear, debe saber que la mejor respuesta no siempre es el silencio, a veces, y de acuerdo a las circunstancias, los políticos deben salir al frente, deben atacar, desnudando las falencias, las debilidades del adversario, demostrando ante el electorado que la opción de desarrollo y democracia que él encarna, si es posible, y que Venezuela requiere la llegada de un presidente que a diferencia de Chávez, gobierne para todos los venezolanos en un clima de libertad y profundo respeto por el orden constitucional.

Etiquetas: , ,

lunes, 20 de febrero de 2012

La inmortal María Elena Moyano





En este mes se recuerden los 20 años del asesinato de Maria Elena Moyano. El 15 de febrero de 1992, la líder vecinal y política de Villa El Salvador fue asesinada por la irracionalidad de Sendero Luminoso, porque a María Elena, como a tantos otros peruanos, no la destruyó la dinamita o las balas de una pistola, a María Elena la mató la locura, la insania de un movimiento fanático y violento que enlutó a la familia peruana por casi dos décadas, generando miles de pérdidas humanas y miles de millones de soles en daños materiales. Recordémoslo siempre, Sendero quiso hundir nuestro país, quiso destruir nuestra sociedad y nuestro mundo, Sendero quiso, pero no pudo, y si no pudo hacerlo, fue justamente gracias al trabajo y el esfuerzo de mujeres como María Elena.

María Elena nació el 29 de noviembre de 1958 en el distrito limeño de Barranco. Fue hija de doña Eugenia Delgado Cabrera y Hermógenenes Moyano Lescano. Tuvo seis hermanos. Ya casada, con quien sería su compañero de toda la vida, tuvo dos hijos, ellos viven hoy asilados en España, junto a su familia se instaló en Villa El Salvador. María Elena llegó a este distrito cuando no había nada, ella, junto a otro grupo de mujeres, comenzaron a organizar a la comunidad con el único objetivo de luchar contra la pobreza y sacar a sus familias adelante. Pero la tarea no sería nada fácil.

Más temprano que tarde, María Elena se dio cuenta que el modelo de desarrollo autogestionario que pretendía implementar, organizando a las mujeres en clubes de madres, comedores populares, comités de barrio, asociaciones de base, enfrentaba dos grandes escollos. Por un lado, la aguda crisis económica a la cual nos condujo la irresponsabilidad política de Alan García, durante su primer periodo presidencial, hacía inútiles muchos de los esfuerzos que tanto María Elena, como la gran mayoría de peruanos, desplegaban día a día en esta dura batalla por sobrevivir, porque la batalla que se libró durante los ochenta contra la escasez, el desempleo, la inflación, no fue una contienda por una mejor vida, sino por la supervivencia. Por el otro, la violencia desatada por Sendero, sus asesinatos selectivos, sus cochebombas, sus secuestros, su fanatismo llevado más allá de los límites de la razón.

Sendero Luminoso, este movimiento organizado de terroristas y criminales, a los cuales algunos pretenden colocar el título de luchadores sociales, buscó tomar el control de estas asociaciones, buscó infiltrarse en los comedores populares y unidades de desarrollo cooperativo creadas en los distritos urbano marginales de Lima. Para Sendero, la prédica era una sola: Estás conmigo o estás contra mí. Para ello, lo primero que hizo Sendero fue tratar de captar ideológicamente a los líderes vecinales, a los dirigentes de barrio. Cuando “la lavada de cerebro” no funcionada, cuando el valor y el coraje de los vecinos les enrostraba su violencia, cuando en su camino se topaba con figuras como María Elena, el discurso se convertía en acción criminal, la palabra en fusil, el panfleto en dinamita, el libro de Mao en cochebomba. Sendero desataba toda su furia contra el “dirigente reaccionario” que se oponía a los objetivos del partido, los acusaba, los procesaba y sentenciaba de muerte de manera sumaria, al final, este dirigente, su familia, sus amigos, eran abatidos por la mano de quienes decían venir a liberarlos de la opresión de la clase dominante. Eso fue Sendero. Una verdadera locura. Un río de sangre.

Pero a María Elena no la iban a callar tan fácilmente, el panfleto, la pinta, la amenaza, la difamación, la pedrada podían ser métodos efectivos a través de los cuales Sendero lograba quebrar la voluntad de sus oponentes, instalando el miedo en sus mentes, el temor en sus corazones, pero eso no ocurriría con María Elena. A María Elena había una única manera de vencerla, este único camino era matándola, y así fue. María Elena fue víctima de su coraje, de su bravura, de sus ganas de luchar siempre. Por eso Sendero la mató, o creyó matarla, porque como dicen los pobladores de Villa El Salvador, María Elena siempre estará presente.

Las personas que superan los cuarenta años de edad, los peruanos que cuentan ya con más de tres o cuatro décadas de edad, sabrán toda la labor que hizo María Elena. Ellos no necesitan que alguien se los recuerde. Ellos reconocen su obra, su tesón, su lucha constante, su día a día en favor de los pobres como ella. Son los jóvenes a quienes debemos enseñarles quién fue María Elena, qué fue Sendero, y cómo fueron los años de espanto desatados por la violencia terrorista.

La vida de María Elena, de aquella Maria Elena, esa morena delgada, de pelo natural y ensortijado que todos conocemos, o deberíamos conocer, aunque sea por foto, a pesar de la educación pública o privada que se nos imparte, tuvo de todo. En su vida María Elena hizo todo, y todo lo hizo bien. Ella paso por la vida y dejó su sello imborrable. La vida no pasó por ella, la muerte no acabó con ella. María Elena fue una lideresa social en todo el sentido del término. María Elena era Presidenta de la Federación de Mujeres, dirigente vecinal, militante activa y reconocida de Izquierda Unida, y por si fuera poco, teniente alcalde de Villa El Salvador.

Pero la principal preocupación de María Elena era una sola: los más pobres. Y por eso su labor es mucho más encomiable. Porque luchar por los de abajo es mucho más fácil cuando en casa se tiene el alimento seguro, la ropa dispuesta y los cuidados a la orden. Qué difícil debe ser luchar por los más necesitados cuando en casa lo único que sobra es la pobreza. Qué difícil sería atreverse a ser María Elena en el Villa el Salvador de aquellos años, e incluso, ahora mismo.

María Elena tuvo las ideas muy claras siempre, lo más importante era agrupar a las mujeres, brindarles apoyo, hacerlas creer en sus propias capacidades, hacerlas entender que la pobreza no podía acabar con la esperanza en un futuro mejor para sus hijos. Por eso María Elena tuvo como prioridad la labor vecinal y de participación colectiva de las mujeres en la construcción de un mejor Villa El Salvador. Algunos señalan que lo hizo con el único afán de ganar protagonismo político al interior de Izquierda Unida. Yo no creo eso, quienes la conocieron afirman que María Elena siempre trató de diferenciar el plano político del plano social, su rol como dirigente vecinal de su filiación política.

Al final del camino, María Elena sería dinamitada por ambas cosas. Sendero no diferenciaba a la militante de izquierda de la dirigente vecinal. La izquierda democrática de aquel entonces le había declarado la guerra política a Sendero en todos los términos y en todos los espacios. María Elena era una dirigente de izquierda. María Elena se había convertido, voluntaria o involuntariamente en un blanco sobre el cual Sendero desataría su violencia. Pero lo más importante, María Elena, era la mujer, la dirigente vecinal de izquierda, la feminista que impedía que Sendero tomara el control de las organizaciones de base de Villa El Salvador. María Elena entorpecía el camino de la revolución. María Elena, mientras muchos enterraban la cabeza como el avestruz esperando que el terror pase, salía al frente, miraba a la bestia fijamente a los ojos, y se negaba a llamar “presidente Gonzalo” al asesino de Abimael Guzmán, líder de esa banda de homicidas.

María Elena luchó, era una guerrera infatigable, luchó siempre contra el terror, contra la pobreza y en defensa de los derechos humanos, de todos, de absolutamente todos, pero en especial, de los más desposeídos, de aquellos que no tienen miedo a perder nada, porque nada tienen. María Elena era también una soñadora, una utopista, creía que era posible construir un Perú mejor, una sociedad mejor, pero no a través de la violencia, del fusil, del odio que predicaba Sendero Luminoso, discurso que los militantes de este grupo terrorista repetían de manera automática, como si se tratase de un rezo, de una plegaria, de una oración. Eso fue justamente lo que convirtió a Sendero en un peligro real para la sociedad, su fundamentalismo, su culto a la personalidad, su adoración irracional a la figura de un criminal como Abimael Guzmán, que siendo algo menos que un profesor mediocre, creyó, y les hizo creer a sus fieles –digo fieles, porque me resisto a llamar militante a quien ha perdido la capacidad de racionalizar su acción política- ser la cuarta espada del marxismo sobre la tierra, capaz de decidir sobre la vida y la muerte de los peruanos, como si fuese este el mismísimo creador.

Contra ese discurso de terror y violencia, contra esa manera tánica de entender la política se enfrentó María Elena. El progreso sólo es posible en un clima de paz, de tranquilidad, no es necesario recurrir a las armas para luchar contra la desigualdad, el fusil, la dinamita, el cochembomba, no pondrán un plato en la mesa de las familias pobres, señaló en más de una oportunidad. Quizá todo ello la llevó a ser reconocida a nivel nacional y mundial como una referente de los movimientos sociales por la paz de América Latina. No en vano recibió de manos de la reina Sofía de España el premio Príncipe de Asturias como símbolo de la Concordia. Y así transcurrieron sus días, hasta la tarde de aquel fatídico 15 de febrero de 1992.

Como lo recuerdan algunos medio de comunicación, el día de su criminal asesinato, María Elena salió temprano de su casa en compañía de sus dos hijos a disfrutar de un día familiar en la playa Paraíso Azul, de su querido Villa. Por la tarde, concurrió a engaños, a la pollada en la cual la emboscarían sus asesinos. Según se conoce, a los pocos minutos de haber llegado a la reunión, llegaron también los senderistas, en esos momentos María Elena le pidió a todos salieran del lugar, les ordenó a sus hijos que se tiraran al piso y cerraran los ojos. Minutos después, María Elena recibiría disparos en el pecho y en la cabeza. Luego, fue arrastrada hasta la puerta del local, los terroristas colocarían una carga de 5 kilos de explosivos en su cuerpo haciéndolo volar en pedazos.

Así de bestial fue la muerte de María Elena. Su muerte evidenció el verdadero rostro de esa horda criminal que decía luchar por los más pobres del país. El rechazo de la población contra Sendero fue unánime, la movilización en Villa El Salvador, pidiendo justicia para “la negra”-como cariñosamente la llamaban- fue multitudinaria. Sendero había cometido un error que le costaría muy caro, Sendero había logrado con su acto criminal cohesionar a todo Villa El Salvador en torno a la figura que creyó matar: María Elena.

María Elena, como bien apuntó en su momento Manuel Orbegozo, murió en su ley, nos dejó dando muestras de desprendimiento vital, de amor por el prójimo, de fe, de solidaridad con los más necesitados, de fuerza, de bravura, de valentía, una valentía que terminó costándole la vida. María Elena no ha muerto, dicen las madres de Villa El Salvador, que con inteligencia afirman que Sendero Luminoso la asesinó, pero que nunca pudo ni podrá matarla. Porque en cada movilización, en cada festividad de los clubes de madres, en cada aniversario de Villa El Salvador, en cada marcha a favor de la paz, ellas miran al cielo, y en el firmamento aparece la imagen de la negra, megáfono en mano gritando: ¡Villa el Salvador, presente!

Rafael Rodríguez Campos

Etiquetas: , ,

miércoles, 1 de febrero de 2012

El Informe Final de la Comisión de la Verdad: una polémica de nunca acabar






El caso Movadef ha vuelto a poner en el centro del debate político las bondades y supuestas inexactitudes del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). Defensores y detractores de este trabajo se han embarcado, una vez más, en una polémica, creo yo más política que científica, en torno a la verosimilitud de los datos expuestos en este informe y al sesgo ideológico que llevaban consigo quienes fueron parte de este grupo de trabajo en calidad de comisionados.





La derecha y los sectores más conservadores del país no han perdido oportunidad para culpar a este informe de haber contribuido con el resurgimiento de movimientos pro-terroristas, debido a la indulgencia con la que estos criminales fueron tratados en la redacción del mismo. Para la derecha, las fuerzas armadas, y otros sectores que preferirían olvidar lo pasado sin hacer un análisis crítico e histórico de lo ocurrido durante los años de violencia política desatada por la barbarie terrorista, el informe tiene un marcado sesgo ideológico que ha distorsionado la verdad histórica de lo ocurrido en el Perú de los ochentas y noventas. El informe coloca en una posición de desventaja a las fuerzas del orden, militares y policías, pues las responsabiliza de una serie de delitos contra los derechos humanos, sin tener en cuenta el momento y las circunstancias en las cuales la acción del Estado se llevó a cabo, afirman altos mandos castrenses con el respaldo de este sector político.



Del otro lado, la izquierda, esa izquierda peruana que durante los primeros años de violencia terrorista no supo deslindar tajantemente con los grupos subversivos, condenando su accionar criminal y el uso de la fuerza y el terror como medio para alcanzar el poder, se esfuerza en elevar a la categoría de verdad indiscutible y obra humana perfecta todas y cada una de las reflexiones expuestas en el informe. Que la izquierda tenga esta posición asumida es perfectamente válido, lo que no resulta justificable, es que desde este sector se tilde de reaccionario o cómplice de la barbarie a cuanto peruano se atreve a discrepar de la opinión vertida por los comisionados en este informe.



La izquierda no ha reparado en algo que es elemental, el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación ha sido y es susceptible de diversas críticas, la mayoría de ellas injustas y carentes de justificación lógica, debido a la poca difusión que este ha tenido entre los peruanos. No debe extrañarnos entonces, que la ciudadanía, sobre todos los jóvenes, que no han tenido oportunidad de acercarse al contenido del mismo, se deje seducir por la interpretación interesada y de parte que los sectores contrapuestos han hecho del mismo. En ese sentido, creo que la izquierda, antes de arremeter contra aquellos que tienen una voz contraria a la suya, debería concentrarse en difundir a escala nacional los más importantes datos, testimonios, e información recogida durante el trabajo de la comisión, con la única finalidad de poner en manos de las gran mayoría de peruanos este documento, que en lo personal, tiene un valor histórico inapreciable.



En buena cuenta, creo que lo peor que nos podría pasar como sociedad, más allá de la posición política e ideológica que cada uno presente, es echar por tierra todo lo avanzado en este tema, borrar de nuestra memoria el horror de lo vivido, sepultar en el olvido a los miles de muertos que la violencia terrorista generó, así como aquellos que fueron víctimas del accionar de los agentes del Estado, los mismos que en muchos lugares de nuestro país incurrieron en prácticas sistemáticas de violación de los derechos humanos. Los peruanos debemos ser capaces de reconocer y señalar a Sendero Luminoso como el principal responsable de los más de 69 mil peruanos muertos durante esta época de oprobio, debemos ser capaces de distinguir y reconocer a los efectivos militares y policías valerosos que pusieron el pecho en defensa de la sociedad y del orden democrático, de aquellos que portando un fusil y vestidos de uniforme incurrieron en actos tan deleznables como los cometidos por los grupos subversivos.



Decir que en nuestro país durante los años violencia política no se cometió ningún crimen contra los derechos humanos, decir que la lucha antiterrorista no supuso, en muchas localidades de nuestra nación, sobre todo en las más alejadas y desprotegidas, la comisión de delitos como la desaparición forzada, la ejecución extrajudicial, la tortura, la violación, no sólo es una mentira, sino una muestra de indolencia con quienes fueron víctimas de estos vejámenes. El futuro se construye mirando hacia adelante, pero la vida se entiende mirando hacia atrás, pues sólo recordando el horror de lo vivido y los errores cometidos, es que podremos dejar atrás ese pasado que hasta el día de hoy parece perseguirnos. Sólo reconstruyendo nuestro pasado podremos construir un mejor mañana, lejos del odio y la violencia que desangró a nuestro país durante más de una década. Sirva entonces este espacio para difundir algunos datos expuestos en este informe que en lo personal me parece deberían ser de difusión nacional, sobre todo entre los más jóvenes, entre nuestros estudiantes.


La CVR fue instituida en un momento en el cual en el Perú se hacían enormes esfuerzos por recobrar la democracia. El Gobierno de Transición del ex Presidente Valentín Paniagua, decidió convocar a un conjunto de hombres y mujeres encargándoles la titánica tarea de investigar y hacer pública la verdad de lo ocurrido durante los años de violencia política iniciados por Sendero Luminoso en la década del ochenta. Podemos decir entonces, que el esfuerzo por instaurar una CVR se dio dentro de un marco de medidas adoptadas por el nuevo gobierno con la finalidad de devolverle al pueblo peruano la democracia años antes perdida. Es importante, en todo caso dejar en claro, que esa democracia no se perdió por arte de magia, que dicha pérdida no fue producto del azar, o fruto de los designios inmodificables de la historia, esa fue una democracia a la cual abandonamos y dejamos languidecer poco a poco, minuto a minuto todos y cada uno de los peruanos, ya que cuando una democracia no se ejerce de manera cotidiana, con vehemencia y convicción, ésta pierde lealtad entre los ciudadanos y cae frente al más mínimo soplido autoritario.


La CVR señaló en su Informe Final que la cifra más probable de víctimas fatales en esas dos décadas de horror supera los 69 mil a manos de las organizaciones subversivas o por obra de los agentes del Estado. Sin lugar a dudas, tan estremecedora cifra nos habla de un escenario en el cual es imposible hablar ya de errores o excesos cometidos por los actores del conflicto, nos habla también de un conflicto que no pudo ser desconocido por autoridad política o ciudadano alguno, nos revela y cuestiona lo más profundo del corazón del Perú, en palabras de su presidente, Salomón Lerner Febres, este informe expone, pues, un doble escándalo: el del asesinato, la desaparición y la tortura masivos, y el de la indolencia, la ineptitud y la indiferencia de quienes pudieron impedir esta catástrofe humana y no lo hicieron.


Pero la importancia del Informe Final de la CVR va más allá del dato exacto en torno al número de víctimas caídas durante el conflicto, el Informe Final da cuenta de una sociedad profundamente escindida, partida por la mitad, una sociedad que discrimina, invisibiliza y olvida a los más pobres y desposeídos. Así, el comportamiento de los actores del conflicto demuestra una falta de identificación humana con el prójimo que resulta escalofriante, una falta de identificación con los otros peruanos a los cuales no se les considera como iguales, a los cuales se los estigmatiza por su origen racial, étnico o por su lengua materna, actitud que explica, en cierto modo, la cifra de víctimas, y la manera brutal como miles de peruanos fueron asesinados, torturados y desaparecidos. Esta es, creo yo, la conclusión más importante a la cual arribó la CVR en su Informe Final, esta es la conclusión que el informe justifica con una serie de datos que detallaremos brevemente.


De cada cuatro víctimas de la violencia, tres fueron campesinos o campesinas cuya lengua materna era el quechua. Se trata pues de un sector de la población históricamente olvidado por el Estado peruano, un sector al cual los servicios básicos de educación, salud, justicia, año tras año y gobierno tras gobierno, le han sido negados, se trata de un sector de nuestra población que no es únicamente víctima del olvido de la autoridad estatal o de la clase dirigente sino víctima de la indiferencia y la desidia del resto de la población urbana que sí goza de aquellos beneficios que al sector campesino aún le son esquivos. Sin lugar a dudas, el informe nos habla de un sector del Perú que clama ser incluido y exige ser parte de un país que parecen sólo conocer aquellas personas que viven en las capitales de departamentos o en ciudades donde la presencia del Estado es mayor.


Por otro lado, fueron las zonas, rurales y campesinas, donde se concentró el mayor número de víctimas, no sólo a escala nacional, sino dentro de los mismos departamentos. Así por ejemplo, Ayacucho es el departamento que concentra la mayor cantidad de muertos y desaparecidos reportados a la CVR (más del 40%). Lo mismo ocurre con los departamentos de Junín, Huánuco, Huancavelica, Apurímac y San Martín, en estos departamentos la CVR ha registrado cerca del 85 % de las víctimas que le fueron reportadas. Podemos afirmar entonces, que a la luz de los resultados obtenidos por la CVR, existe una relación directa entre exclusión social e intensidad de la violencia. No es coincidencia que cuatro de los departamentos más afectados por el conflicto (Huancavelica, Ayacucho, Apurímac y Huánuco) sean considerados en la lista de los cinco departamentos más pobres del Perú.


La CVR llega también a la conclusión de que la violencia no afectó a hombres y mujeres por igual ni estuvo distribuida uniformemente entre todos los grupos. Fueron los hombres entre 20 y 49 años los que engrosaron la lista de víctimas fatales (más del 55%), mientras que las mujeres suman poco menos del 20%, respectivamente.


La CVR también revela que en el caso de las mujeres y niños ellos aparecen como las víctimas fatales con mayor frecuencia en situaciones de violencia indiscriminada, como son las masacres o arrasamientos. Así, conforme aumentaba el tamaño del grupo de asesinados en un mismo operativo o incursión, también aumenta ligeramente la proporción de mujeres y niños menores de 15 años.


Estos son sólo algunos de los datos más saltantes que el informe arroja y que al parecer el grueso de la sociedad peruana parece haber olvidado. Han transcurrido cerca de 9 años desde la entrega del Informe Final de la CVR, y el Estado, los partidos políticos, la clase política parecen no haber hecho una revisión exhaustiva del mismo, una evaluación que les permita entender la complejidad y magnitud del conflicto, revisión que posibilite una real y cabal adopción de una política de reparaciones individuales y colectivas que en alguna medida ayuden a cerrar las heridas aún abiertas en los corazones de miles de peruanos víctimas directas o indirectas de esta barbarie fratricida.


Queda claro que la búsqueda y conocimiento de la verdad abre el camino hacia la reconciliación nacional, pero ella no será posible sino va acompañada de una clara y decidida voluntad política del Estado y de la sociedad por corregir aquello que, so pretexto de una transformación social a gran escala, fue utilizado por los movimientos subversivos para desatar su insana conducta. Son muchas las reformas e iniciativas que el Estado debe emprender para convertir al Perú en un país mucho más inclusivo, democrático y justo, muchas de esas reformas están contempladas en las recomendaciones hechas por la CVR, la pregunta es: ¿Cuántas de ellas han sido tomadas en cuenta por los gobiernos de turno?


Hoy en día, esta pregunta: ¿Cuántas recomendaciones han sido implementadas por los gobiernos? Cobra mayor vigencia. Ello es así, pues en los últimos comicios generales, fue el actual Presidente de la República, Ollanta Humala, el único candidato que respaldó, junto a su agrupación política, la totalidad de las conclusiones y recomendaciones planteadas en el Informe Final de la CVR. Yo me comprometo, señaló el entonces candidato, a implementar una política de reparaciones que materialice las recomendaciones del informe. Por eso, nos ha sorprendido a todos los que tenemos memoria, las declaraciones vertidas hace algunos días por el actual Primer Ministro, Óscar Valdez, cuando al referirse a los testimonios vertidos por las víctimas en las audiencias públicas organizadas por la CVR, señaló que en ellas había una dosis exagerada de “teatralización”.


Cuánta indignación ha generado esta alocución entre las víctimas del horror, y entre los que no lo somos, de cuánta desidia e indolencia puede ser capaz el ser humano, cuánta hipocresía revela esta frase, cuánta falta de memoria y conocimiento histórico revela en la persona del Primer Ministro esta intervención pública. Seguramente, y eso no debe sorprender, esta frase recibirá el apoyo y respaldo de quienes creen que las víctimas, los asesinados, torturados y desaparecidos no son sino el costo humano que toda lucha contra el terror genera. Seguramente, y ahora con el apoyo del Primer Ministro, saldrán a los medios los verdaderos cómplices de la impunidad a decir con el mayor desparpajo que en el Perú no se vulneraron los derechos humanos, que lo que ocurrió en el país fueron simples excesos de algunos militares, y que lo mejor para el país es enterrar el pasado junto a los más de 60 mil muertos, para evitar que las heridas abiertas por la violencia terrorista de Sendero Luminoso y avivadas por la respuesta criminal de algunos agentes del Estado sigan supurando.


Tenemos una vez más la oportunidad de volver tras nuestros pasos para poner en discusión los temas abordados en este documento histórico, tenemos la posibilidad de reencontrarnos con nuestra memoria colectiva, de recordar a aquellos que estuvieron y que hoy ya no están, pero sobre todo, tenemos, seguimos teniendo la oportunidad de volver a mirar como sociedad el rostro de un Perú aún adolescente, que lucha por alcanzar el desarrollo y el progreso y que olvida, muchas veces, en ese duro camino, al sin número de ciudadanos que aún reclaman justicia.


Tener presente aquello que como sociedad nos tocó vivir durante dos décadas, incorporarlo en nuestra memoria histórica para evitar que se vuelvan a repetir los hechos que enlutaron a la familia peruana, es una obligación moral y ética que todos deberíamos asumir. Porque creer en la defensa de los valores democráticos, en la justicia, en los derechos humanos, no nos convierte en izquierdistas, rojos o caviares. Dejemos de lado toda esa retahíla de estupideces con las que los medios de comunicación desinforman día a día. Creer en los derechos humanos no es sino reconocer la importancia de estas libertades fundamentales que forman parte de nuestra propia naturaleza. Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo con las afirmaciones hechas en el Informe Final, lo que no podemos hacer es mentir y tergiversar lo dicho, difamar y ofender a los comisionados, descalificar a quien no piensa como uno. El compromiso nacional debe ser con la verdad, pues sin verdad no habrá jamás justicia, y sin justicia es imposible caminar hacia la reconciliación.

Etiquetas: ,