jueves, 22 de noviembre de 2012

¿Es posible un fujimorismo sin Fujimori?



Yo creo que no. Tal y como están las cosas, la suerte del fujimorismo está echada, pues salvo ocurra algún suceso extraordinario, el destino final de esta agrupación (no es posible llamarla partido) no será otro que el que hace algunas décadas le tocó vivir al odriismo. Eso responde a una razón muy sencilla: los movimientos y agrupaciones políticas ultra-personalistas como el fujimorismo están condenadas a recibir la muerte al lado de la persona a la cual consideran su líder natural.


Dicho sea de paso, debemos tener presente que el líder de esta agrupación, el hoy sentenciado por corrupción y violación contra los derechos humanos, Alberto Fujimori, nunca fue un hombre que apostara por los partidos políticos, más aún, podríamos decir que en las últimas décadas ha sido el político peruano (a pesar de su candidatura al senado japonés) más “antipartido” de todos. Basta recordar la manera como trató de desprestigiar a todas estas agrupaciones frente a la opinión pública (lo cual no fue muy difícil) en su afán por legitimar su golpe de estado del 5 de abril de 1992.


Con esa historia y ese pasado no resulta extraño ver cómo el fujimorismo jamás se ha ocupado por organizar un partido político serio que más allá de la voluntad de su líder y las aspiraciones personales de sus hijos, a los cuales este considera sus herederos naturales, busque consolidarse como una fuerza política nacional con vocación de permanencia. Digo todo ello, pues la única manera de que un movimiento trascienda la historia es formando cuadros y líderes que permitan la renovación de los viejos dirigentes. Esa es una tarea que el fujimorismo no ha hecho ni parece querer hacer.


Si esta afirmación no fuera cierta, cómo se podría explicar uno el hecho de que ante la ausencia del líder (procesado por una pluralidad de delitos cometidos) haya sido su hija, una muchacha inexperta en la arena política, la llamada a encabezar la lista congresal en el año 2006. Para cinco años más tarde convertirse en candidata presidencial, secundada por su hermano menor sobre quien recayó la responsabilidad de jalar la locomotora electoral a nivel parlamentario. Nadie puede negar el enorme respaldo que ambas personas recibieron, pero acá cabe hacernos una pregunta: ¿Habrían obtenido el mismo número de votos si no llevaran el apellido Fujimori? Yo estoy seguro que no.


Pero al mismo tiempo, la vocación “antipartido” del fujimorismo y de los Fujimori se puede apreciar en la ausencia de un programa y una agenda que vaya más allá de la defensa judicial y política del sentenciado Alberto Fujimori. Desde la caída de la dictadura en el año 2001, la única bandera de lucha enarbolada por los fujimoristas fue justificar todos y cada uno de los actos ilegales cometidos por su líder, independientemente de la existencia de pruebas contundentes que acreditaban su responsabilidad penal en la comisión de varios delitos.


Como todos recordamos, durante esos años la agenda del fujimorismo fue mutando de acuerdo a las necesidades particulares de Alberto Fujimori. Primero, pretendieron justificar todos los delitos cometidos por él señalando como único responsable de los mismos a Vladimiro Montesinos. Segundo, pretendieron decir que Alberto Fujimori no era un cobarde al renunciar por fax a la presidencia de la República de nuestro país sino un verdadero héroe que tuvo que salir huyendo pues su vida corría peligro. Tercero, a pesar del ridículo protagonizado, señalaron que el reo decidió postular al senado japonés para desde allí fortalecer la posición peruana en el mundo. Cuarto, una vez capturado en Chile, trataron de evitar por todos los medios posibles su extradición. Quinto, concedida la extradición, buscaron deslegitimar todos y cada uno de los juicios que se llevaron en su contra en nuestro país en los cuales quedó acreditada su responsabilidad criminal. Finalmente, y luego de haber fracasado en todas y cada una de estas empresas, ahora pretenden generar el clima político perfecto para obtener un indulto humanitario que saque de la cárcel a Alberto Fujimori, a pesar de que todos sabemos que el sentenciado no cumple con los requisitos legales para obtener este beneficio.


Como podemos apreciar, el fujimorismo ha sido incapaz (yo creo que no le interesa en realidad) de presentar un programa de gobierno al país que no base su diseño en la búsqueda de la impunidad o el perdón para su líder máximo. Uno recuerda el comportamiento de esta agrupación durante el periodo 2006-2011 y queda claro que su agenda política buscaba únicamente: conseguir la no extradición del líder, evitar sentencias condenatorias en su contra o conseguir condiciones de reclusión favorables para el sentenciado.


Hace algunos días, el politólogo norteamericano Levitsky, afirmó que el fujimorismo que surgió a partir de la caída de la dictadura tenía ideología y mística. Señaló también que esa identidad y mística colectiva que los une se forjó en los años que ellos denominan como “los años de la persecución”, en los cuales hicieron de todo para salvar el nombre y honor del patriarca de los Fujimori. Nos llevaría horas de discusión definir si la ideología y la mística de un partido pueden reducirse a la defensa judicial de una persona. Lo que a muchos nos queda claro es que si esto es cierto, entonces: ¿Qué ocurrirá cuando el fujimorismo ya no tenga a quién defender? ¿Qué ocurrirá con Keiko o Kenyi cuando su padre ya no esté entre nosotros y no tengan ese caballito de batalla que les garantiza presencia mediática?


Muchos, entre los que me incluyo, creemos que cuando llegue ese día, el fujimorismo apelará al recuerdo del líder desaparecido, buscarán reivindicarlo históricamente en las urnas, pero siempre con un Fujimori como candidato presidencial, y con los mismos rostros que todos conocemos, pues el fujimorismo es una agrupación en donde la palabra meritocracia nunca nació y en donde las decisiones se toman y se seguirán tomando en función de los intereses del clan familiar.

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