miércoles, 27 de agosto de 2014

POR UNA NUEVA LEY DE PARTIDOS POLÍTICOS EN EL PERÚ


En diciembre del año pasado (06/12), luego del trabajo conjunto llevado a cabo entre los organismos electorales -JNE, ONPE y RENIEC-, se propuso una iniciativa legislativa (Proyecto de Ley N° 3060/2013) que tiene por objetivo central fortalecer a los partidos políticos creando el marco adecuado para su desarrollo en mejores condiciones de institucionalidad, democracia interna, equidad y transparencia, así lo señalan los organismos electorales, autores de esta iniciativa.

Formalmente, este Proyecto de una Nueva Ley de Partidos Políticos, consta de la respectiva Exposición de Motivos (la parte más interesante del documento) y de un cuerpo legal compuesto por cuarenta y un (41) artículos y cinco (5) Disposiciones Finales, Transitorias y Derogatorias.

Ahora bien, en esta oportunidad, resumiremos brevemente dos de las partes más importantes de este Proyecto: 1) El diagnóstico (problemas del sistema partidista peruano); y 2) Las soluciones que el Proyecto recoge.

1)    El diagnóstico (problemas del sistema partidista peruano)

El Proyecto nos recuerda que la importancia de los partidos es de tal envergadura que no existe sistema político en el que no estén presentes. Más, cuando una de las particularidades del sistema democrático, es que la única vía de acceso al poder, son las elecciones abiertas y competitivas. Así, los partidos se interrelacionan, creando un  sistema que se fortalece o debilita en función del número que lo compone y la calidad de esa relación. Es más, la calidad de la democracia está también en función de la calidad del funcionamiento del sistema de partidos. Sin embargo, es claro que en el Perú las funciones de los partidos se cumplen solo parcialmente.

El Proyecto prueba que en nuestro país los partidos han crecido en número, pero no en la calidad de su funcionamiento. Todos sabemos que la valoración que se tiene de ellos, por parte de la ciudadanía, es muy baja. Esto es un grave problema pues este pobre desempeño tiene impacto en la evaluación que tiene la ciudadanía sobre sus instituciones representativas, así como de la propia democracia.


De esta manera, refieren los organismos electorales, la alta o baja presencia de los partidos genera varios efectos en el sistema político, tanto en la canalización de intereses, la representación política, la intermediación entre la sociedad y el Estado, así como la construcción de las relaciones entre los poderes ejecutivo, legislativo y de los gobiernos sub nacionales.

Pero, ¿cuáles son los problemas por los que atraviesa del sistema de partidos peruano? Para los organismos electorales, son cinco (5) los problemas más importantes que afronta el sistema partidario en el Perú. Estos son:

Primer problema: Fraccionamiento partidario

En el Perú el número de partidos ha crecido sin que exista mejora en la calidad de la representación. Cuando un sistema tiene un número alto de partidos (más de 5), la funcionalidad del sistema recibe un impacto negativo, siendo muy difícil que las fuerzas políticas lleguen a generar acuerdos políticos. Con ello, la posibilidad de crear mayorías, variable que influye positivamente en gobernabilidad, disminuye considerablemente.

Así por ejemplo, el actual parlamento se instaló con tan solo 6 organizaciones políticas que lograron superar la valla electoral, no obstante ello, debido a las alianzas electorales, el número de partidos con representación parlamentaria ascendió a 14.

Esto tiene un importante efecto pues no solo genera problemas en la conformación de la Mesa Directiva, la Agenda Legislativa, las comisiones parlamentarias o la calidad de las leyes, sino que dificulta el ejercicio de la competencia legislativa del Congreso de la República, pues los grupos parlamentarios con los que se deben generar las mayorías requeridas para la aprobación de normas son numerosos y poco cohesionados.


Segundo problema: Bajo nivel organizativo

Los partidos tienen serios problemas para afiliar nuevos miembros y mantener a los ya inscritos. En los últimos años se ha acentuado la deserción de sus cuadros en la medida que la organización política no ofrece incentivos para generar el compromiso políticos de estos. También se ha identificado que el número de afiliados crece en época electoral, pero decrece abruptamente fuera de ese periodo. Ello hace que los partidos no sean otra cosa que débiles máquinas electorales.

Así, una evidencia de estas debilidades partidarias son las grandes dificultades que presentan las organizaciones partidarias para mantener locales abiertos, lo que en términos generales implica una ausencia cotidiana del partido político en la vida de la sociedad. En otras palabras, estamos frente a partidos que no hacen vida partidaria, más allá del periodo previo a un proceso electoral.

Tercer problema: Bajo nivel de cohesión interna y disciplina partidaria

Existen estímulos en el sistema electoral para la representación individual en detrimento de los partidos. Por ejemplo, el voto preferencial genera en el congresista la idea de que el poder delgado no se lo debe al partido, sino a su relación con el elector. Eso hace que esta autonomía (mal entendida) genere una fuerte resistencia a seguir las normas partidarias y la cohesión se ve resentida en la precaria vida de la bancada partidaria. Si esto es así, entonces no debería sorprendernos el alto número de congresistas que deciden dejar las filas de las bancadas con las cuales llegaron al parlamento. Tránsfugas –disidentes, es el eufemismo- les llaman.

Cuarto problema: Distancia entre la representación nacional y provincial

Si los partidos tienen por función integrar los diversos intereses de los electores, su radio de acción debe ser nacional, lo que quiere decir que su representación llegue también a los niveles sub nacionales.

Sin embargo, en nuestro país los partidos nacionales, que tienen la totalidad de la representación en el Congreso, cuando compiten en elecciones regionales y municipales, solo consiguen 1 de cada 5 votos válidos, mientras que las organizaciones de alcance regional (departamental) obtienen el resto.

No se necesita ser brujo para afirmar que en este Proceso de Elecciones Regionales y Municipales del 05 de octubre próximo, los partidos nacionales volverán  ser barridos de la escena regional y local.


Quinto problema: Alto personalismo

Si bien los partidos producen líderes que encabezan los diversos proyectos políticos, es evidente que una organización que no trasciende a sus fundadores es una organización que depende exclusivamente de ellos. Más aún, si en la organización, las decisiones las toma una sola persona -acompañada de su camarilla- estamos frente a una organización que difícilmente podrá cumplir las funciones propias de los partidos. Esto se aprecia claramente en el manejo de la democracia interna de la organización política.

Nuestro país, en este punto, ofrece una larga lista de partidos que han aparecido y desaparecido en corto tiempo, porque apostaron su futuro a la suerte de su líder y fundador. Como es evidente, el alto personalismo complota severamente contra la consolidación de una institución partidaria.

2)    Las soluciones que el Proyecto recoge

La propuesta presentada por los organismos electorales presenta 4 soluciones para la problemática antes descrita. Estas son:

Para el fraccionamiento partidario y la debilidad organizativa

Si el problema es el fraccionamiento y debilidad organizativa, se puede observar que los requisitos de inscripción no son suficientes para desincentivar a grupos que carecen de un mínimo de organización.

Además, si bien la ley exige la presentación de firmas de adherentes y de comités provinciales de militantes, resulta que en ambos casos los requisitos no han sido filtros efectivos para impedir el incremento de los partidos inscritos. Asimismo, se ha verificado que muchas de las firmas presentadas son válidas pero no necesariamente verdaderas, por tanto no reflejan la voluntad de una persona de adherirse a una organización política. Por lo que se plantea la implementación del sistema de verificación biométrica (huella digital) para lograr mayor precisión en la identificación.


El Proyecto también señala que una vez inscrito el partido en el listado de personas que suscriben el acta de constitución del comité se convierta de manera inmediata en el padrón de afiliados. Además, se prevé que este número de afiliados mínimo inicial sea un requisito de permanencia en el registro con ello se generan incentivos para que las organizaciones se esfuercen por mantener una base mínima de militancia.

Para la representación nacional y subnacional

Como se sabe, los partidos políticos, la única organización política que tiene habilitada la representación de candidatos al Congreso de la República, han reducido progresivamente su fuerza electoral en el ámbito regional y municipal (solo alcanzan 1 voto de 5 en estos espacios).

Lo que se observa en este ámbito es la creciente proliferación de organizaciones de alcance regional, provincial y distrital, lo que lleva a una atomización partidaria extrema. ¿A qué se debe ello? Una de las causas son las menores exigencias formales de inscripción, y por el contrario, mayores incentivos para su permanencia a nivel sub nacional.

¿Es un problema la creación de agrupaciones regionales? No necesariamente. El verdadero problema es que la mayoría de estas organizaciones políticas no han perdurado en el tiempo y han desarrollado un personalismo marcado en sus dirigencias, reproduciendo y potenciando muchos de los males que padecen –como ya se señaló- los partidos nacionales. Esto es un problema mayúsculo si tomamos en cuenta que ingentes recursos públicos regionales (transferencias del tesoro público y canon) terminan en manos de organizaciones que no practican la democracia interna y no muestran el origen de sus financiamientos.

Para asegurar la democracia interna

En nuestro país, se observa que los partidos presentan una gran resistencia para poner en práctica mecanismos idóneos para producir elecciones internas limpias, competitivas e incuestionables. Es frecuente encontrar organismos electorales internos que no cuentan con marcos normativos e institucionales que garanticen su imparcialidad y eficiencia, reglas de juego inestables, ausencia de mecanismos de protección para las opciones que no alcanzan la mayoría y finalmente, resultados cuestionados que no se reflejan necesariamente en las candidaturas que se presentan ante las autoridades electorales.


Frente a este panorama, el Proyecto propone, en primer lugar, la adopción de garantías normativas para que las elecciones internas sean más legítimas. Del mismo modo, se establecen también las disposiciones mínimas que deberá contener el Reglamento Electoral., entre ellas, las garantías para los candidatos en competencia, las condiciones que permiten que las autoridades ejerzan sus funciones con autonomía y los mecanismos que aseguren el debido proceso.

En cuanto a las elecciones de candidatos, el Proyecto dispone la intervención obligatoria de los organismos electorales a nivel nacional -JNE, ONPE y RENIEC-; pues estos organismos otorgan confianza y legitimidad, así como certeza a los resultados electorales. En esa línea, el Proyecto establece que el resultado y orden de ubicación de los candidatos definidos por la voluntad del electorado interno se constituye en la lista a ser presentada para su inscripción ante el JNE y no puede ser modificada por ninguna instancia.

Para el financiamiento de los Partidos Políticos

Los continuos procesos electorales, la mayor competencia y la centralización de la campaña en los medios han ocasionado que los costos de la actividad política se incrementen sustantivamente. En otras palabras, el encarecimiento de la política actual, ha hecho casi imposible que los partidos mantengan vigencia a partir de los mecanismos tradicionales de financiamiento (aportes de sus afiliados). Esto hace que los partidos dependan -en gran medida- de los grandes flujos de dinero provenientes de donantes con poder económico, o en casos extremos, de dinero de fuente ilegal (narcotráfico, contrabando, y otras actividades criminales).


Lo que el Proyecto plantea en este terreno es la figura del financiamiento público directo supeditado a la disponibilidad presupuestal. Este es un mecanismo usado en muchas democracias, el mismo que es entendido como un componente de las políticas destinadas al fortalecimiento institucional de los partidos pues, disminuye la intervención o injerencia de intereses económicos particulares en las funciones partidarias.
  
Un pesimismo justificado

Resulta claro que a nivel nacional, existe un consenso, más o menos general y estable, en torno al diagnóstico de la problemática partidaria hecha por los organismos electorales y a las soluciones propuestas en el Proyecto. Sin embargo, -esa es la pregunta que me hacen alumnos y colegas- ¿Es posible que este Proyecto sea aprobado por el Congreso de la República? Leo la columna de hoy (25/08/2014) de Carlos Meléndez, y debo confesar que la misma me ayuda a responder la pregunta que acá planteamos.

Este politólogo dice lo siguiente: “En el Perú, disculpen la crueldad, el intelectual está condenado a ser pesimista. Existe una división natural entre intelectuales (pesimistas por naturaleza) y políticos y tecnócratas (optimistas por obligación)”. No obstante ello, espero que los políticos hagan que me coma mi pesimismo, y aprueben este Proyecto que es –por muchas razones- mejor que la actual Ley de Partidos Políticos.


Nota: Resulta necesario reconocer el esfuerzo hecho por los tres organismos electorales -JNE, ONPE y RENIEC- en el diseño, elaboración y presentación de este Proyecto de Ley. 

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viernes, 22 de agosto de 2014

EL PROFESOR HENRY PEASE


He leído en los últimos días decenas de artículos vinculados al sensible fallecimiento del Profesor Henry Pease. En todos ellos se hace mención a la destacada trayectoria política y académica que él a lo largo de sus 69 años de vida supo construir. Por tal motivo, sería ocioso de mi parte escribir -una nota más- sobre los ríos de tinta que ya se encargaron de subrayar los méritos profesionales y la obra intelectual del Profesor Pease.

La gente, el común denominador de los peruanos, conoce tan solo la faceta pública del Profesor Pease, el lado político de este demócrata de izquierda que fue Senador, Presidente del Congreso y Candidato a la Presidencia de la República. Sin embargo, pocos, muy pocos, diría yo, tuvieron la oportunidad de interactuar directamente con él, y acercarse al lado más humano de un hombre que desde mi óptica trató siempre de ser coherente, algo que en pocas palabras se reduce a lo siguiente: actuar conforme a lo que se piensa y dice.

Al Profesor Pease lo conocí personalmente hace aproximadamente tres años, fecha en la cual ingresé a la Maestría en Ciencia Política de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la Pucp (él era su Director). Como corresponde, el Profesor Pease tuvo el encargo de darnos la bienvenida a la Escuela, brindándonos una aproximación general acerca de lo que representaba para un profesional cursar estudios de maestría en este campo. Luego, lo tuve como Profesor en el curso de Instituciones Políticas, cátedra que él dictaba al lado del joven docente (ahora también mi amigo), Giofianni Peirano.


Hasta ese momento, mi relación con él no era diferente a la de cualquier otro alumno que mira con respeto y admiración al Profesor cuyos libros recogen lo más importante de la historia política peruana del siglo XX, una historia de la que él fue también protagonista. Ahora bien, más allá de los apuntes y reflexiones que el Profesor Pease pudiera hacernos en clase, lo que más me sorprendía de él era su memoria prodigiosa para recordar fechas, datos, frases, noticias, eventos y nombres. En suma, escucharlo dictar clase era como reconstruir el pasado de la mano de alguien que -como ya dije- fue un actor directo de esa historia política que con paciencia y dedicación él nos trataba de enseñar. Mirar el pasado, para entender el presente y avizorar el futuro, esa era la clave del curso.

Pero mi relación con el Profesor Pease cambió desde el día en que fui elegido Representante Estudiantil de la Maestría ante el Consejo Directivo de la Escuela. Y digo que cambió porque en un espacio más reducido, fuera del salón de clases, pero vinculado a la marcha de nuestra Pucp, pude conocer de cerca al hombre que con tenacidad, coraje y valentía trabajaba sin desmayo a pesar de los problemas de salud que de cuando en cuando lo obligaban a internarse en la Clínica Angloamericana. Como bien lo apunta un amigo y compañero de la Maestría: “nosotros pensábamos que sus entradas y salidas de la clínica eran una suerte de deporte de aventura que él jugaba sabiendo que siempre saldría victorioso”. Pero esta vez ya no fue así, su destino estaba ya marcado, por eso el Profesor Pease ya no está más entre nosotros.

Recuerdo con exactitud aquella vez en la cual todavía adolorido y con malestar nos dijo a todos los miembros del Consejo lo siguiente: “Yo no me imagino mi vida sin la PUCP, por eso les pido que me ayuden a luchar, pues ninguna enfermedad hará que yo adelante mi salida de esta universidad que es mi casa. Desde acá, como Profesor y Director de la Escuela, yo libraré esta batalla”. Todos nos quedamos mudos, mirándonos los unos a los otros, sin saber qué decir. Al cabo de un par de minutos, fue el Profesor Sinesio López quien rompió el silencio: “Henry, todos estamos contigo. Cuentas con nuestro apoyo”.


De inmediato, y como era costumbre en el Profesor Pease, luego de pedirnos -una vez más- puntualidad -sobre todo a los más jóvenes-, nos leyó la agenda de la sesión, para finalizar diciendo: “tenemos mucho por hacer, y poco tiempo para trabajar, así que de una vez tomemos decisiones y acciones”. Ese era el Profesor Pease, un trabajador de 24 horas, un hombre que a sus 69 años nos daba lecciones de compromiso, esfuerzo y dedicación. Me pregunto: ¿qué diferente sería el Perú si quienes dirigen las universidades -privadas y públicas- tuviesen la mitad de la mística del Profesor Pease?

Fue así como de reunión en reunión, intercambiando correos (académicos, institucionales y personales) mi relación con el Profesor Pease se fue haciendo cada vez más cercana. ¿De dónde saca tiempo este hombre? Me pregunté más de una vez, sobre todo cuando con la mayor generosidad me citaba a su oficina a conversar, o como la última vez, cuando me dijo que me esperaba en su casa para almorzar y charlar sobre los dilemas personales que nunca alcancé a contarle -al menos no todos-, porque valgan verdades, el Profesor Pease, era mucho más que un Profesor universitario. El Profesor Pease era también un consejero.

Así fue como mi afecto y admiración por él fueron creciendo. Y cómo no, si siempre tuvo un tiempo para los muchos -que como yo- recurríamos a él en busca de orientación y consejo. Hasta aquí, lo que les acabo de relatar, bastaría para recordarlo siempre como un hombre íntegro y generoso. Pero me parece justo -aunque sé que a él no le hubiera gustado que comente esto- dar a conocer el lado humano y solidario que él a lo largo de los años tuvo siempre con los que menos tienen en este país. Y lo haré a partir de una anécdota personal que nos tocó vivir hace apenas unas semanas.


Una compañera de trabajo, también politóloga de la Pucp, tuvo la noble iniciativa -junto a otro grupo de personas- de ayudar a una escuelita de la sierra central de nuestro país en la implementación de su biblioteca. Para ello, nos remitió un correo electrónico a todos los que posiblemente tendríamos la voluntad de colaborar en este esfuerzo.

Como algunos amigos saben, las bibliotecas han sido espacios en donde yo he experimentado momentos de gran felicidad y los libros –desde luego- son para mí los amigos fieles a los que a diario recurro en búsqueda de placer y cultura. Por ello, no dudé en pedirle a esta amiga que me permitiera difundir esta iniciativa entre los míos con el objetivo de aumentar la lista de colaboradores y donantes de libros. Fue así como el correo electrónico titulado: “Ayúdanos a implementar una biblioteca”, llegó a las bandejas de todos mis contactos.

Mayor fue mi sorpresa al darme cuenta que luego de apenas transcurridos algunos minutos desde el momento del envío, era el Profesor Pease el primero en contestar el correo diciendo algo más o menos así: “Estimado Rafael, como sabes, yo no puedo ir a comprar los libros que aparecen en la lista que envías, por eso te pido que pases a la Escuela a recoger un sobre que está a tu nombre, y me hagas el enorme favor de comprarlos por mí. Recuerda que el miércoles te espero al término de mi clase para ir juntos a almorzar a mi casa y conversar sobre lo que me señalas en tu comunicación anterior”.


Le tomé la palabra al Profesor Pease, y como me señaló en su correo, pasé a recoger su donativo, pues luego, ya por la tarde ir a comprar los libros (todos los que pudiésemos) para la implementación de la biblioteca de esa lejana escuelita serrana. Al salir de la Escuela, lo vi subiendo a su auto, corrí para darle el encuentro y agradecerle por su gesto. Él estaba sentado en su carro, me miró sonriendo y me dijo: ¿Cuántos compraste? Yo le respondí diciendo que la compra recién la haría por la tarde. Fiel a su estilo pronunció la siguiente frase: “A este paso la implementamos el 2016, Rafael. Las cosas siempre se hacen para ayer”. Bueno, le dije, qué le parece si compramos novelas o cuentos de autores peruanos. A lo que él respondió: “¿En quién has pensado?” En Arguedas o Ribeyro, le dije. “Mejor Arguedas. El Perú ha cambiado, pero no para todos los peruanos. Leer a Arguedas sigue siendo una obligación en este país”, sentenció.

A la semana siguiente, retomamos la comunicación, respondía una comunicación mía haciéndome recordar que el otro miércoles nos debíamos reunir en la Pucp para ir juntos a su casa. El día llegó, yo debía pedir permiso en el trabajo para asistir a la cita, pero minutos antes de hacerlo, recibí una comunicación suya, en ella me decía que no se sentía bien y que debíamos dejar la reunión para la próxima semana. Ya no hubo próxima semana, pues entre las evaluaciones, los exámenes finales y la presentación de la Revista de Ciencia Política de la Escuela, el tiempo se nos había ido de las manos.

Fue justamente este último evento la última vez que pude verlo y saludarlo. Tengo varios recuerdos suyos, pero estoy seguro que en mi memoria quedará grabado sólo uno de ellos: Ese diálogo en el estacionamiento de la universidad, esa conversación sobre lo importante que sería para los niños de esa escuelita serrana leer a Arguedas, porque el Perú había cambiado, pero no para todos los peruanos.


“Gracias Profesor Pease, su clase en el estacionamiento de la Pucp no la olvidaré jamás. Recuerde que todavía tenemos pendiente un almuerzo en su casa”.

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viernes, 8 de agosto de 2014

LOS PARTIDOS POLÍTICOS Y LA DEMOCRACIA


Escribo esta columna luego de revisar el portal web del Jurado Nacional de Elecciones. Resulta que hasta el momento, son 13 los “partidos” que han presentado su solicitud de inscripción para participar en las próximas elecciones para la Municipalidad Metropolitana de Lima. Así como lo leen, en nuestro país, tenemos 13  “partidos” que competirán por el Municipio Metropolitano. Una cifra de escándalo, ya que salvo se trate de un lector absolutamente desinformado, todos los peruanos sabemos que la mayoría de estos grupos son cualquier cosa menos auténticos partidos políticos. Digo la mayoría, pues a pesar de las distancias ideológicas que me separan de estas agrupaciones, debo reconocer que tanto el APRA (sobre todo) como el PPC, con sus limitaciones, son los únicos partidos que merecen esa denominación.

¿Qué es un Partido Político?

Según la definición de Sartori, un partido es “cualquier grupo político que se presenta a elecciones y es capaz, por medio de las mismas, de colocar candidatos para cargos públicos”. Si ello es así, entonces, efectivamente, en Lima competirán 13 partidos. Sin embargo, el problema con esta acepción, consiste en decir que un partido que quisiera presentar candidatos a cargos públicos, pero no pudiera hacerlo, sea porque está proscrito o porque no se celebran elecciones, es también un partido. Como se puede apreciar, esta perspectiva -electorera- termina excluyendo a grupos que no compiten en elecciones, y que, sin embargo, se autodenominan y reconocen como partidos (Mainwaring y Scully: 1996).

Entonces, ¿qué es un Partido Político?

Una definición mucho más sustantiva -que no se limita al plano electoral- y que consideramos mucho más certera, es la expuesta por Antonio García Calderón (Weber; Friedrich; Duverger y otros), para este autor, un partido es “una organización estable que tiene como objetivo principal la conquista y el ejercicio del poder político, con el fin de organizar la sociedad y el Estado, de acuerdo con las ideologías e intereses que representa. Ello supone, como señala Duverger, la presencia de 4 elementos constitutivos: 1) Ideología; 2) Organización; 3) Militancia; y 4) Programa.


Ahora bien, queda claro que si aplicamos esta segunda definición al caso de las próximas elecciones ediles, resulta que sólo el APRA y el PPC (ni siquiera el fujimorismo) pueden ser reconocidos como auténticos partidos. Si ello es así, entonces, ¿qué cosa son el resto de agrupaciones que buscan competir en las próximas elecciones? Justamente eso, agrupaciones y/o  grupos de interés -la mayoría de vida efímera- que buscan acceder al poder a través de las elecciones. Bajo esas condiciones, resulta claro que si bien en el Perú los procesos electorales cuentan con la participación de numerosas agrupaciones, estamos muy lejos de contar con un sistema de partidos institucionalizado. Lo más preocupante de todo esto, es que hasta el momento no hemos tomado conciencia de la importancia que tienen los partidos para una democracia, y el riesgo que esta corre cuando los partidos no la sostienen.

¿Por qué son importantes los Partidos Políticos?

Los partidos son importantes pues son los principales agentes de representación política y son virtualmente los únicos actores con acceso a cargos de elección popular en la política democrática. En otras palabras, los partidos dominan la política electoral ya que los gobiernos democráticos son elegidos a través de ellos. Pero los partidos, no solo constituyen el medio a través del cual los gobiernos se forman, sino que su presencia alienta a grupos para organizarse en términos políticos. Así, la manera en que los partidos se organizan para competir en la arena electoral, pero también para hacer política partidaria, terminan por estructurar la forma en que los actores políticos -en general- interactúan.

Por tanto, no es posible reducir el campo de acción de los partidos al momento electoral (si fuese así, en el Perú tendríamos el mayor número de partidos de América Latina), ya que como hemos visto, además de competir en elecciones, cuando los partidos son movimientos estructurados y estables, con una organización que los articula, una ideología que los identifica, un programa que los alienta, y una militancia que les asegura su vigencia social, los partidos logran canalizar y expresar los diversos intereses de la sociedad (políticos, económicos, culturales, etcétera), configurando la agenda política -dándole voz a ciertos intereses y conflictos mientras simultáneamente acallan otros- aumentando o disminuyendo las perspectivas para un gobierno efectivo y una democracia estable (Mainwaring y Scully: 1996).


¿Por qué decimos que el Perú no cuenta con un sistema institucionalizado de partidos?

A pesar de que, como hemos podido apreciar, en el Perú muchos partidos hayan sido reconocidos formalmente como tales, eso no quiere decir que nuestro país cuente con un sistema de partidos institucionalizado -algo que debería preocuparnos a todos-. Sostenemos ello pues en general la institucionalización se refiere a un proceso por el cual una práctica o una organización se hace bien establecida y ampliamente conocida, sino necesariamente aceptada por todos.

En un sistema institucionalizado, los partidos desarrollan expectativas, orientaciones y conductas basadas en la premisa de que esta práctica u organización han de prevalecer en el futuro previsible. Eso quiere decir, como sostiene Samuel Huntington, que la institucionalización es el proceso mediante el cual estas organizaciones adquieren valor, estabilidad y predictibilidad.

En un sistema de partidos institucionalizado no tienen cabida las agrupaciones “vientres de alquiler”, las que “cambian de nombre” como si de ropa interior se tratara (90, 95, 2000 o 2011) o las que “modifican su orientación política sin ningún reparo” (son de centro, derecha, izquierda, arriba o abajo, dependiendo del cliente). En pocas palabras, en un sistema de partidos institucionalizado, la lista de 13 a la que hemos hecho referencia, quedaría reducida a menos de la mitad, sin mayor problema.



¿Qué condiciones debería tener un sistema de partidos para que se le considere institucionalizado?

Para nosotros, siguiendo a los autores ya referidos, para que un sistema de partidos pueda ser considerado institucionalizado, al menos debería cumplir cuatro condiciones:

La primera, y la más importante, es la estabilidad en las reglas y en la naturaleza de la competencia entre partidos. Por tanto, una situación en la que partidos importantes aparecen con regularidad y con la misma rapidez se evaporan (“vientres de alquiler” y/o “aventuras electorales”), no es característica de un sistema institucionalizado de partidos. Donde no existe la estabilidad, la institucionalización es limitada. ¿Cumple nuestro sistema de partidos con esta condición? No.

La segunda, los partidos importantes deben tener raíces más o menos estables en la sociedad; de otro modo, no estructuran las preferencias políticas a lo largo del tiempo, y hay una regularidad limitada en la manera en que la gente vota. Esto se refiere al apego de los ciudadanos a los partidos y a la importancia que cobran las etiquetas partidarias, generando vínculos entre el elector y la organización que terminan por regularizar el sistema político. ¿Cumple nuestro sistema de partidos con esta condición? No.


La tercera, en un sistema de partidos institucionalizado, los actores políticos importantes conceden legitimidad al proceso electoral y a los partidos. Las elites políticas basan su conducta sobre la expectativa de que las elecciones serán la ruta principal que conduce al gobierno. Si esta expectativa se erosiona, entonces la institucionalización se desmorona, ya que los actores políticos empiezan a percibir que las elecciones abiertas no son el proceso real para determinar quién gobierna. ¿Cumple nuestro sistema de partidos con esta condición? No.

Finalmente, en un sistema de partidos institucionalizado, las organizaciones partidarias tienen importancia. Los partidos no están subordinados a los intereses de líderes o caudillos ambiciosos, pues adquieren un valor propio. Constituye un signo de institucionalización la firme implantación de estructuras partidarias, su extensión a un territorio amplio, la estabilidad de su organización, y la observancia de su normativa interna, inclusive por parte de los líderes del partido. Además, los procedimientos del partido se hacen rutinarios, inclusive aquellos vinculados a la elección y al control del partido, como la celebración de elecciones primarias en las cuales se eligen a los candidatos del partido. ¿Cumple nuestro sistema de partidos con esta condición? No.

Estos apuntes nos llevan a afirmar que nuestro país carece de un sistema de partidos institucionalizado, que contribuya a la consolidación de nuestro sistema democrático y del Estado de Derecho. Ahora bien, llegando al término de esta columna queda por hacernos una última pregunta.


¿Por qué es importante institucionalizar un sistema de partidos en el Perú?

La razón parece bastante obvia: Allá donde el sistema de partidos está más institucionalizado, los partidos son actores claves que estructuran el proceso político, donde está menos institucionalizado, los partidos no son tan dominantes, no estructuran tanto el proceso político, y por ende, la política tiende a ser más impredecible. Además, cuando un sistema de partidos no está institucionalizado, la política se torna más errática, y gobernar es también más complicado (el desorden, caos e inestabilidad distinguen a estos sistemas).

De hecho, apuntan Mainwaring y Scully, cuando las instituciones políticas son débiles, las poderosas elites económicas tienden a tener acceso privilegiado a los elaboradores de políticas. Es decir, en ausencia de controles y equilibrios institucionales bien desarrollados, a menudo prevalecen prácticas patrimoniales, las legislaturas se cierran, y los gobiernos terminan doblegándose ante los intereses de los grandes grupos de poder. Entonces, si queremos que el proceso democrático electoral en el Perú recupere su sentido, garantizando que quien resulte ganador será quien verdaderamente ejerza el poder político que la ciudadanía le ha conferido, la única salida es apostar por la institucionalización de nuestro sistema de partidos. Una apuesta de la que muchos hablan, pero que a pocos realmente les interesa hacer.


Nota: los interesados en el tema pueden consultar el libro de Mainwaring y Scully titulado: “La construcción de instituciones democráticas: Sistema de Partidos en América Latina”.

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martes, 5 de agosto de 2014

JORGE LUIS BORGES Y LA POLÍTICA


En noviembre de 2010, la revista cultural mexicana “Letras Libres”, publicó un artículo escrito por Mario Vargas Llosa titulado: “Borges, político”. En este artículo, el Premio Nobel analizó los vaivenes políticos de este escritor inmortal. El texto es extenso y rico en datos, por eso creo necesario reseñarlo, sobre todo pensando en aquellos jóvenes que en estos momentos tienen entre sus manos su primer libro de Borges y que al mismo tiempo se preguntarán -como también lo hice yo- por el hombre detrás del gigante literario, por el ser de carne y hueso que estuvo siempre perseguido por sus inclinaciones políticas -y sus declaraciones-. Esta columna, entonces, intentará -a partir del artículo del Nobel peruano- abordar el pensamiento político de quien si bien es cierto luchó contra el fascismo y el comunismo por igual, también aceptó condecoraciones de Pinochet y la Junta Militar argentina.

¿Despreció Borges la política, como algunos afirman? Según Vargas Llosa, en una entrevista que el maestro argentino le concedió en 1964, este le dijo lo siguiente: “la política es una de las formas del tedio”. Pero esa frase no debe llevarnos a equívoco, ya que este apunte en sí mismo no lo convierte en un hombre apolítico, ya que como  bien lo apunta el Nobel: “despreciar la política es una toma de posición política tan política como adorarla”.

¿Cómo interpretar, entonces, la frase de Borges? Ese desdén es consecuencia del escepticismo del creador del “Aleph”, de su poca capacidad para adherirse a cualquier fe, religiosa o ideológica. Sobre este punto, nos advierte Vargas Llosa, debemos recordar que Borges jugaba con este tema de su vida apolítica y su aversión por todos aquellos que la practicaban, y que el juego de proclamar la inexistencia de la realidad material, de lo objetivo, de lo concreto, y del sueño y la ficción como la sola realidad, se convirtió para él en una creencia seria que no sólo le dio a su obra un tema recurrente y original; sino que también llegó a incrustarse en su concepción de la realidad, sino basta con recordar el título de una de sus geniales obras: “Ficciones”.


Sin embargo, a pesar de su agnosticismo y su incapacidad para creer en Dios y en todo tipo de entusiasmo o militancia colectiva de la política, Borges expresó en muchos de los textos que publicó en la Revista Sur -esa joya cultural dirigida por Victoria Ocampo-, preferencias y rechazos políticos perfectamente identificables. Y es que luego de leer estos textos, afirma Vargas Llosa, uno puede decir que Borges fue un individualista recalcitrante, constitutivamente alérgico a ceder un ápice de su independencia y a disolverla en lo gregario, lo que, de hecho lo convertía en un enemigo declarado de toda doctrina y formación política colectivista, como el fascismo, el nazismo o el comunismo, de los que fue adversario sistemático y pugnaz toda su vida.

Es decir, aunque a menudo se empeñara en declarar su falta de interés y su carencia de "toda vocación de heroísmo, de toda facultad política", Borges no cesó durante los años treinta y cuarenta, de denunciar en sus textos la "pedagogía del odio" y el “racismo de los nazis”, de defender a los judíos y manifestar su solidaridad con la causa de los aliados en la guerra contra Alemania.

Por ello, por "ser partidario de los aliados", fue sancionado por la dictadura de Perón, que lo degradó, removiéndolo del modesto cargo que ocupaba -auxiliar tercero en una biblioteca municipal del barrio Sur- a inspector de aves de corral. Como dice Vargas Llosa, pasó de funcionario de biblioteca a inspector de gallineros. Ese fue el precio que Borges tuvo que pagar por atreverse a decir en la Argentina de Perón que el verdadero peligro para la libertad individual era la ideología fascista que tanto seducía al esposo de Evita.



Con gran sentido histórico, Borges vio en el nazismo la execrencia de un mal mayor y más, mucho más extendido: el nacionalismo. A menudo, nos lo recuerda Vargas Llosa, se mofaba en su soledad o con algunos amigos de esos "turbios sentimientos patrióticos", chauvinistas y chabacanos mejor dicho, que servían para justiciar la mediocridad artística: "Idolatrar un adefesio porque es autóctono, dormir por la patria, agradecer el tedio cuando es de elaboración nacional”, me parece absurdo todo eso, decía Borges.

Sin embargo, y contra lo que muchos creen, Vargas Llosa afirma, que a Borges nada le indignada más como que lo acusaran a él y a Victoria Ocampo, de "falta de argentinidad". Esa acusación, decía Borges, "la hacen quienes se llaman nacionalistas, es decir, quienes por un lado ponderan lo nacional, lo argentino y al mismo tiempo tienen tan pobre idea de lo argentino, que creen que los argentinos estamos condenados a lo meramente vernáculo y somos indignos de tratar de considerar el universo". Por ello, en un homenaje póstumo a Victoria Ocampo, su gran compañera de trabajo y mejor amiga, Borges explicó su vocación de ciudadano del mundo, diciendo lo siguiente: " Ser cosmopolita no significa ser indiferente a un país, y ser sensible a otros, no. Significa la generosa ambición de querer ser sensible a todos los países y a todas las épocas, el deseo de eternidad y trascendencia”.

Todo ello, explica su horror al nacionalismo, su odio profundo a la dictadura de Perón, consistente y combativo durante los doce años que duró (años de odio y oprobio, los llamó, años de vergüenza nacional para el pueblo argentino, dice Vargas Llosa). El "dictador encarnó el mal", escribió alguna vez Borges, y muchas veces recordó, la felicidad que dijo sentir, aquella mañana de septiembre, cuando triunfó la revolución que lo depuso. Borges jamás imaginó que lo que vendría después de Perón sería otro autoritarismo, pero esa es otra historia.


Hasta aquí, como afirma Vargas Llosa, parece existir una coherencia política absoluta en Borges que, sin embargo, se rompería con brusquedad con el apoyo franco que este gigante de las letras latinoamericanas prestó a dos de las dictaduras militares más feroces de la historia argentina: 1) La que derrocó a Perón (nos referimos a la de Aramburú y Rojas); y 2) La que puso fin al gobierno de Isabelita Perón (nos referimos a la de Videla y compañía).

Este apoyo constituyó una contradicción en sí misma, fue un respaldo que no congenió para nada con su identificación con la causa aliada contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Una apuesta que resulta hasta ahora extraña, teniendo en cuenta aquella frase que Borges profirió alguna vez sobre las dictaduras: "Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez".

¿Qué decir ante ello? ¿Cómo justificar tamaño desliz? Se pregunta Vargas Llosa. Borges, dice el escritor de “La Conversación en la Catedral”, era ante todo un ser humano como todos nosotros, era un ser falible y por eso se equivocó. Pero haciendo un esfuerzo por comprender el porqué de tal apoyo al régimen dictatorial de Aramburú y Rojas, y al de Videla y compañía, Vargas Llosa ensaya la siguiente hipótesis, él dice: “hubo una ilusión en la mente y alma que embargó a Borges, la sana creencia de que el final del peronismo trajera consigo la democracia, esto pudo explicar su inicial entusiasmo con el régimen militar, del que además y, esto es bueno señalar, aceptó distinciones y nombramientos sin la menor reticencia”. En otras palabras, Borges pasó de ser un perseguido por la dictadura de Perón a un afanado colaborador de la dictadura de Aramburú y Rojas, primero, y de Videla y compañía, después.


Ahora bien, sobre este punto en particular, Vargas Llosa hace un deslinde que también a nosotros nos parece justo hacer. Es verdad que cuando Borges defendió a los miembros de la Junta Militar, y compartía cenas y sesiones de té con ellos en la Casa Rosada, era todavía en los comienzos de la dictadura, antes de que la represión alcanzará los niveles de salvajismo que años más tarde tendría, convirtiéndose en una de las dictaduras más desalmadas y sanguinarias que haya padecido América Latina, una dictadura que torturó, asesinó, censuró y reprimió con mayor ferocidad y falta de escrúpulos que todas las que le habían precedido. Luego, como se sabe, sobre todo a partir de la diferencia de Argentina con Chile sobre el Beagle, Borges tomó distancia con el régimen militar y lo censuró abiertamente. Declaró que los militares deberían retirarse del gobierno "porque pasarse la vida en los cuarteles y en los desfiles, no capacita a nadie para gobernar", apunta Vargas Llosa.

A pesar de ello, ese deslinde con los militares, con aquellos que aniquilaron toda posibilidad de renacimiento democrático en Argentina, fue para muchos tardío, y no lo bastante claro como para borrar de la memoria de los argentinos el espaldarazo de Borges al régimen dictatorial, el mismo que causó no sólo en sus enemigos, sino en especial en sus más entusiastas admiradores, que como Vargas Llosa aprendieron lo que significaba escribir y ser un escritor a través de su figura, prosa y ejemplo, una desazón que a pesar del transcurso de los años sigue motivando encendidas polémicas en los círculos académicos de su país. ¿Cómo se explica esta ceguera política y ética en quien, respecto del peronismo, al nazismo, al marxismo, al nacionalismo, se había mostrado tan sensato? Es la pregunta que no sólo Vargas Llosa, sino miles lectores alrededor del mundo,  se siguen haciendo hasta nuestros días.


Tal vez, propone Vargas Llosa, eso ocurrió porque su adhesión a la democracia fue no sólo cauta sino lastrada por el escepticismo que le merecían su país y América Latina. No bromeaba Borges cuando decía que “la democracia era un abuso de la estadística”, o cuando se preguntaba si alguna vez los argentinos, los latinoamericanos, merecerían el sistema democrático. En su secreta intimidad, es obvio que se respondía que no, que la democracia era un don de aquellos países antiguos y lejanos, que él admiraba tanto, como Inglaterra y Suiza, pero difícilmente aclimatable en esos países a medio hacer como el que descubrió -el suyo- al volver a América Latina hacia 1921: "Un territorio insípido, que no era, ya, la pintoresca barbarie y que aún no era la cultura".

Habiendo llegado al término de esta columna, y antes del punto final, debo decir, de modo muy personal –pues sé que muchos no comparten esta opinión-, que dicho desliz político, horror monumental, y ceguera política mayúscula, no desmerecerán jamás el impecable y eterno sello de su prosa y la originalidad de su obra, esa limitación, como dice Vargas Llosa: “estaba en su manera de ver y entender la vida de los otros, la vida suya enredada con la de los demás, en esa cosa tan despreciada por él y, a menudo, tan justamente despreciable: la política”.


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