viernes, 13 de marzo de 2009

Para que no se repita


Cuando la primera ministra alemana, Angela Merkel, vino en visita oficial a nuestro país hace algunos meses ofreció que su gobierno financiaría un museo de la memoria, que sirva como un testimonio genuino y real que nos ayude a pensar y reflexionar sobre las enormes pérdidas humanas, materiales y morales y el enorme dolor que padeció nuestro país durante los años del terror. Al parecer esta idea surgió cuando la ministra alemana de Cooperación Económica y Desarrollo, Heidemarie Wieczorek-Zeul, visitó la exposición fotográfica Yuyanapaq (Para recordar), que se exhibe en el Museo de la Nación. Organizada por la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). Esta muestra exhibe 200 fotografías que ilustran la violencia desencadenada en el Perú por los grupos terroristas, así como por las Fuerzas Armadas y grupos paramilitares que los combatían.

Recordemos que durante la época de la violencia política (1980 y 2000) fueron más de 70000 los peruanos que perdieron la vida víctimas del terrorismo y de las fuerzas del orden, en mucha menor medida, la mayoría de los cuales eran quechua hablantes, campesinos humildes, mujeres y niños en estado de indefensión, analfabetos, es decir, la población más vulnerable de nuestro país.

Durante el gobierno del ex presidente Valentín Paniagua, quien lideró la denominada transición democrática luego de la caída de la dictadura de Fujimori, se decidió crear una Comisión de la Verdad y Reconciliación para que investigue, analice y documente, las razones y el desarrollo de la guerra desatada por Sendero Luminoso y el MRTA, la respuesta que la sociedad y el Estado peruano ofrecieron frente a esta tragedia social y propusiera una propuesta integral para la reparación de las víctimas y la reconciliación de todos los peruanos.

La Comisión de la Verdad y Reconciliación realizó una exhaustiva labor de análisis e investigación a lo largo de todo el territorio nacional, entrevistó a las víctimas directas del horror de aquellos años, a los familiares de los desaparecidos, organizó audiencias públicas en las cuales los pobladores de las comunidades más alejadas afectadas por la violencia por fin eran escuchados y conocidos por la sociedad peruana, por una sociedad que durante años los mantuvo en silencio, los invisibilizó, los hizo a un lado.

Finalizada su tarea un amplio sector de la opinión pública destacó y reconoció la importante labor que esta desarrollo y a su vez hizo suyo el conjunto de conclusiones y recomendaciones que en su informe final hiciera con la intención de cerrar las heridas dejadas por la violencia terrorista y nos permitiera avanzar como sociedad, recordando a las víctimas, las cuales son sin lugar a dudas héroes anónimos de esa lucha, investigando los delitos de lesa humanidad que se documentaron, sancionando a los responsables, y reparando individual y colectivamente a los familiares y víctimas. Pero como para no perder la costumbre insana tan peruana de responder con mezquindad el esfuerzo de otros peruanos (los comisionados) cuyo único pecado fue asumir el reto de abrirnos los ojos como país para horrorizarnos con el rostro de nuestra propia sociedad, que durante tantos años mantuvo en la más completa marginalidad y orfandad a la mayoría de los peruanos residentes en la sierra y selva del Perú, no tardaron en aparecer en escena grupos críticos de tan notable trabajo, grupos que no queriendo asumir la responsabilidad histórica que el informe les asignaba, no dudaron en atacar con intolerancia y mezquindad el informe con un discurso plagado de inexactitudes, medias verdades, mentiras que hoy el Ministro de Defensa, Ántero Flores Araoz, repite legitimando la posición de sectores cuya actuación durante los años del horror fue más que discutible.

Fueron los círculos militares, la iglesia, y sobre todo los sobrevivientes de ese rancio fujimorismo los que se encargaron de enlodar la labor de la comisión, no sólo atacando el contenido del informe, tildándolo de inexacto, de poco generoso con las fuerzas del orden que durante esa época defendieron a nuestra sociedad frente a la violencia dilerante expresada en el pensamiento marxista- leninista y maoísta de Abimael Guzmán Reynoso, líder de Sendero Luminoso, sino también atacando a todas y cada una de las personas que formaron esa comisión, a las cuales muchas veces se las trató de pro senderistas. Tamaña injusticia.

Como era de esperarse, la ministra alemana cumplió con su palabra y propuso donar 2 millones de dólares para el Perú para la construcción del mencionado museo, el que según tenemos entendido cuenta con un terreno ubicado en el Campo de Marte. Sorprendentemente nuestro gobierno, en una actitud por demás intolerante e indefendible hizo saber su negativa ha dicho donación, siendo el mencionada ministro Ántero Flores Araoz el encargado de llevar a cabo tan ignominioso encargo, ignominioso no sólo por la negativa en sí misma sino por la tan lamentable justificación que ofreció a la opinión pública.

El ministro señaló que “el Perú no está para museos, que en un país donde tantos peruanos se mueren de hambre, donde se necesitan escuelas y hospitales, un museo no es una prioridad”. Sumado a ello terminó por refrendar las críticas que los sectores más autoritarios de nuestra sociedad la hicieran al trabajo de la comisión, denunciando un supuesto sesgo en el proyecto de construcción del Museo de la Memoria. “Si ven las fotos (de Yuyanapaq) hay muy poco, poquísimo de lo que sufrieron las Fuerzas Armadas. (La memoria) no debe tener un ojo tuerto, debe ser la cara con dos ojos”, sentenció.

Al parecer el Ministro de Defensa no ha leído o no ha querido leer con atención todos y cada uno de los 9 volúmenes del informe de la comisión, el cual constituye un esfuerzo a todas luces inobjetable por darnos a conocer con la mayor dosis de imparcialidad la verdad histórica de esos años. En ninguno de sus volúmenes el informe desconoce la labor de las Fuerzas Armas y la Policía Nacional del Perú en la defensa de nuestra sociedad frente al terror, en ninguna parte del informe se trata con indulgencia a los grupos terroristas, más aún, se los responsabiliza por la mayor cantidad de crímenes cometidos durante esa época, no obstante ello, y luego de analizar innumerables documentos, cruzar información y escuchar testimonios hasta ese entonces desconocidos, tuvo el valor de señalar la responsabilidad de agentes del Estado y grupos paramilitares que en determinadas zonas de nuestro país se convirtieron en verdaderos perpetradores de innumerables violaciones de los derechos humanos de la población civil, la cual fue sin lugar a dudas la más afectada, muchas veces expuesta al fuego encontrado de ambos frentes.

Que en el Perú estamos llenos de carencias es cierto, que el Perú afronta gravísimos problemas en el campo de la educación y la salud, es cierto también, pero afirmar que el Perú no necesita museos o que los museos no son una prioridad es una frase que lo único que hace es dar cuenta de la profunda intolerancia y el temor a afrontar la verdad que aún persiste en algunos sectores de nuestra clase política y en instituciones tan sectarias como las Fueras Armadas y la Iglesia, que lo único que han hecho durante estos años es ponerse de perfil a la hora de afrontar la responsabilidad histórica que tienen con el país por sus aciertos y desaciertos de aquellos años.

Este museo, este tipo de iniciativas son necesarias en nuestro país, nos permiten mirar el pasado con atención, nos permiten reconocer cuales fueron las falencias que como sociedad tuvimos para hacer posible que movimientos terroristas y radicales salten de la actividad panfletaria a la violencia armada, al cochebomba, al asesinato selectivo, nos permiten también darnos cuenta del enorme desafío que como Estado debemos de afrontar con la finalidad de consolidar una sociedad más justa, más equitativa, más libre, en la cual se destierre a la violencia como medio para alcanzar el poder y se conmine al exilio a los que tratan siempre de sembrar el terror y el horror entre nosotros, un museo de la memoria, nos ofrece la oportunidad de conocer y reconocernos entre todos los peruanos, de asumir como nuestras las penas y las alegrías de aquellos que durante años no fueron más que desconocidos para la sociedad, nos permite rendirle homenaje a todos aquellos, campesinos, militares, policías, dirigentes políticos, que cayeron abatidos por las balas del odio, del fanatismo y del delirio.

Esa es la importancia de los museos, por ello me gustaría terminar con una idea de Mario Vargas Llosa, cuando dice que los museos también educan tanto y a veces más que las aulas y los maestros, porque lo hacen de una manera más sutil, más personal, y que ellos también curan, no los cuerpos, pero sí las mentes, de la tiniebla que es la ignorancia, el prejuicio, la superstición y todas las taras que incomunican a los seres humanos entre sí y los enconan y empujan a matarse.

Rafael Rodríguez Campos

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