En
noviembre de 2010, la revista cultural mexicana “Letras Libres”, publicó un
artículo escrito por Mario Vargas Llosa titulado: “Borges, político”. En este
artículo, el Premio Nobel analizó los vaivenes políticos de este escritor
inmortal. El texto es extenso y rico en datos, por eso creo necesario
reseñarlo, sobre todo pensando en aquellos jóvenes que en estos momentos tienen
entre sus manos su primer libro de Borges y que al mismo tiempo se preguntarán -como
también lo hice yo- por el hombre detrás del gigante literario, por el ser de
carne y hueso que estuvo siempre perseguido por sus inclinaciones políticas -y
sus declaraciones-. Esta columna, entonces, intentará -a partir del artículo
del Nobel peruano- abordar el pensamiento político de quien si bien es cierto
luchó contra el fascismo y el comunismo por igual, también aceptó
condecoraciones de Pinochet y la Junta Militar argentina.
¿Despreció Borges
la política, como algunos afirman? Según Vargas Llosa, en una entrevista que el
maestro argentino le concedió en 1964, este le dijo lo siguiente: “la política
es una de las formas del tedio”. Pero esa frase no debe llevarnos a equívoco,
ya que este apunte en sí mismo no lo convierte en un hombre apolítico, ya que
como bien lo apunta el Nobel: “despreciar
la política es una toma de posición política tan política como adorarla”.
¿Cómo
interpretar, entonces, la frase de Borges? Ese desdén es consecuencia del escepticismo
del creador del “Aleph”, de su poca capacidad para adherirse a cualquier fe,
religiosa o ideológica. Sobre este punto, nos advierte Vargas Llosa, debemos
recordar que Borges jugaba con este tema de su vida apolítica y su aversión por
todos aquellos que la practicaban, y que el juego de proclamar la inexistencia
de la realidad material, de lo objetivo, de lo concreto, y del sueño y la
ficción como la sola realidad, se convirtió para él en una creencia seria que no
sólo le dio a su obra un tema recurrente y original; sino que también llegó a
incrustarse en su concepción de la realidad, sino basta con recordar el título
de una de sus geniales obras: “Ficciones”.
Sin
embargo, a pesar de su agnosticismo y su incapacidad para creer en Dios y en
todo tipo de entusiasmo o militancia colectiva de la política, Borges expresó en
muchos de los textos que publicó en la Revista Sur -esa joya cultural dirigida
por Victoria Ocampo-, preferencias y rechazos políticos perfectamente identificables.
Y es que luego de leer estos textos, afirma Vargas Llosa, uno puede decir que
Borges fue un individualista recalcitrante, constitutivamente alérgico a ceder
un ápice de su independencia y a disolverla en lo gregario, lo que, de hecho lo
convertía en un enemigo declarado de toda doctrina y formación política
colectivista, como el fascismo, el nazismo o el comunismo, de los que fue
adversario sistemático y pugnaz toda su vida.
Es decir, aunque
a menudo se empeñara en declarar su falta de interés y su carencia de
"toda vocación de heroísmo, de toda facultad política", Borges no
cesó durante los años treinta y cuarenta, de denunciar en sus textos la
"pedagogía del odio" y el “racismo de los nazis”, de defender a los
judíos y manifestar su solidaridad con la causa de los aliados en la guerra
contra Alemania.
Por ello,
por "ser partidario de los aliados", fue sancionado por la dictadura
de Perón, que lo degradó, removiéndolo del modesto cargo que ocupaba -auxiliar
tercero en una biblioteca municipal del barrio Sur- a inspector de aves de
corral. Como dice Vargas Llosa, pasó de funcionario de biblioteca a inspector
de gallineros. Ese fue el precio que Borges tuvo que pagar por atreverse a
decir en la Argentina de Perón que el verdadero peligro para la libertad
individual era la ideología fascista que tanto seducía al esposo de Evita.
Con gran
sentido histórico, Borges vio en el nazismo la execrencia de un mal mayor y
más, mucho más extendido: el nacionalismo. A menudo, nos lo recuerda Vargas
Llosa, se mofaba en su soledad o con algunos amigos de esos "turbios
sentimientos patrióticos", chauvinistas y chabacanos mejor dicho, que
servían para justiciar la mediocridad artística: "Idolatrar un adefesio
porque es autóctono, dormir por la patria, agradecer el tedio cuando es de
elaboración nacional”, me parece absurdo todo eso, decía Borges.
Sin
embargo, y contra lo que muchos creen, Vargas Llosa afirma, que a Borges nada
le indignada más como que lo acusaran a él y a Victoria Ocampo, de "falta
de argentinidad". Esa acusación, decía Borges, "la hacen quienes se
llaman nacionalistas, es decir, quienes por un lado ponderan lo nacional, lo
argentino y al mismo tiempo tienen tan pobre idea de lo argentino, que creen
que los argentinos estamos condenados a lo meramente vernáculo y somos indignos
de tratar de considerar el universo". Por ello, en un homenaje póstumo a
Victoria Ocampo, su gran compañera de trabajo y mejor amiga, Borges explicó su
vocación de ciudadano del mundo, diciendo lo siguiente: " Ser cosmopolita
no significa ser indiferente a un país, y ser sensible a otros, no. Significa
la generosa ambición de querer ser sensible a todos los países y a todas las
épocas, el deseo de eternidad y trascendencia”.
Todo ello,
explica su horror al nacionalismo, su odio profundo a la dictadura de Perón,
consistente y combativo durante los doce años que duró (años de odio y oprobio,
los llamó, años de vergüenza nacional para el pueblo argentino, dice Vargas
Llosa). El "dictador encarnó el mal", escribió alguna vez Borges, y
muchas veces recordó, la felicidad que dijo sentir, aquella mañana de
septiembre, cuando triunfó la revolución que lo depuso. Borges jamás imaginó
que lo que vendría después de Perón sería otro autoritarismo, pero esa es otra
historia.
Hasta aquí, como afirma Vargas Llosa, parece existir una coherencia política absoluta
en Borges que, sin embargo, se rompería con brusquedad con el apoyo franco que este
gigante de las letras latinoamericanas prestó a dos de las dictaduras militares
más feroces de la historia argentina: 1) La que derrocó a Perón (nos referimos
a la de Aramburú y Rojas); y 2) La que puso fin al gobierno de Isabelita Perón
(nos referimos a la de Videla y compañía).
Este apoyo
constituyó una contradicción en sí misma, fue un respaldo que no congenió para
nada con su identificación con la causa aliada contra los nazis en la Segunda
Guerra Mundial. Una apuesta que resulta hasta ahora extraña, teniendo en cuenta
aquella frase que Borges profirió alguna vez sobre las dictaduras: "Las
dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las
dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la
idiotez".
¿Qué decir
ante ello? ¿Cómo justificar tamaño desliz? Se pregunta Vargas Llosa. Borges,
dice el escritor de “La Conversación en la Catedral”, era ante todo un ser
humano como todos nosotros, era un ser falible y por eso se equivocó. Pero
haciendo un esfuerzo por comprender el porqué de tal apoyo al régimen
dictatorial de Aramburú y Rojas, y al de Videla y compañía, Vargas Llosa ensaya
la siguiente hipótesis, él dice: “hubo una ilusión en la mente y alma que
embargó a Borges, la sana creencia de que el final del peronismo trajera
consigo la democracia, esto pudo explicar su inicial entusiasmo con el régimen
militar, del que además y, esto es bueno señalar, aceptó distinciones y
nombramientos sin la menor reticencia”. En otras palabras, Borges pasó de ser
un perseguido por la dictadura de Perón a un afanado colaborador de la
dictadura de Aramburú y Rojas, primero, y de Videla y compañía, después.
Ahora bien,
sobre este punto en particular, Vargas Llosa hace un deslinde que también a
nosotros nos parece justo hacer. Es verdad que cuando Borges defendió a los
miembros de la Junta Militar, y compartía cenas y sesiones de té con ellos en
la Casa Rosada, era todavía en los comienzos de la dictadura, antes de que la
represión alcanzará los niveles de salvajismo que años más tarde tendría, convirtiéndose
en una de las dictaduras más desalmadas y sanguinarias que haya padecido
América Latina, una dictadura que torturó, asesinó, censuró y reprimió con mayor
ferocidad y falta de escrúpulos que todas las que le habían precedido. Luego,
como se sabe, sobre todo a partir de la diferencia de Argentina con Chile sobre
el Beagle, Borges tomó distancia con el régimen militar y lo censuró
abiertamente. Declaró que los militares deberían retirarse del gobierno
"porque pasarse la vida en los cuarteles y en los desfiles, no capacita a
nadie para gobernar", apunta Vargas Llosa.
A pesar de
ello, ese deslinde con los militares, con aquellos que aniquilaron toda
posibilidad de renacimiento democrático en Argentina, fue para muchos tardío, y
no lo bastante claro como para borrar de la memoria de los argentinos el
espaldarazo de Borges al régimen dictatorial, el mismo que causó no sólo en sus
enemigos, sino en especial en sus más entusiastas admiradores, que como Vargas
Llosa aprendieron lo que significaba escribir y ser un escritor a través de su
figura, prosa y ejemplo, una desazón que a pesar del transcurso de los años
sigue motivando encendidas polémicas en los círculos académicos de su país. ¿Cómo
se explica esta ceguera política y ética en quien, respecto del peronismo, al
nazismo, al marxismo, al nacionalismo, se había mostrado tan sensato? Es la
pregunta que no sólo Vargas Llosa, sino miles lectores alrededor del mundo, se siguen haciendo hasta nuestros días.
Tal vez,
propone Vargas Llosa, eso ocurrió porque su adhesión a la democracia fue no
sólo cauta sino lastrada por el escepticismo que le merecían su país y América
Latina. No bromeaba Borges cuando decía que “la democracia era un abuso de la
estadística”, o cuando se preguntaba si alguna vez los argentinos, los latinoamericanos,
merecerían el sistema democrático. En su secreta intimidad, es obvio que se
respondía que no, que la democracia era un don de aquellos países antiguos y
lejanos, que él admiraba tanto, como Inglaterra y Suiza, pero difícilmente
aclimatable en esos países a medio hacer como el que descubrió -el suyo- al
volver a América Latina hacia 1921: "Un territorio insípido, que no era,
ya, la pintoresca barbarie y que aún no era la cultura".
Habiendo
llegado al término de esta columna, y antes del punto final, debo decir, de
modo muy personal –pues sé que muchos no comparten esta opinión-, que dicho
desliz político, horror monumental, y ceguera política mayúscula, no
desmerecerán jamás el impecable y eterno sello de su prosa y la originalidad de
su obra, esa limitación, como dice Vargas Llosa: “estaba en su manera de ver y
entender la vida de los otros, la vida suya enredada con la de los demás, en
esa cosa tan despreciada por él y, a menudo, tan justamente despreciable: la
política”.
Etiquetas: Jorge Luis Borges
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