lunes, 20 de febrero de 2012

La inmortal María Elena Moyano





En este mes se recuerden los 20 años del asesinato de Maria Elena Moyano. El 15 de febrero de 1992, la líder vecinal y política de Villa El Salvador fue asesinada por la irracionalidad de Sendero Luminoso, porque a María Elena, como a tantos otros peruanos, no la destruyó la dinamita o las balas de una pistola, a María Elena la mató la locura, la insania de un movimiento fanático y violento que enlutó a la familia peruana por casi dos décadas, generando miles de pérdidas humanas y miles de millones de soles en daños materiales. Recordémoslo siempre, Sendero quiso hundir nuestro país, quiso destruir nuestra sociedad y nuestro mundo, Sendero quiso, pero no pudo, y si no pudo hacerlo, fue justamente gracias al trabajo y el esfuerzo de mujeres como María Elena.

María Elena nació el 29 de noviembre de 1958 en el distrito limeño de Barranco. Fue hija de doña Eugenia Delgado Cabrera y Hermógenenes Moyano Lescano. Tuvo seis hermanos. Ya casada, con quien sería su compañero de toda la vida, tuvo dos hijos, ellos viven hoy asilados en España, junto a su familia se instaló en Villa El Salvador. María Elena llegó a este distrito cuando no había nada, ella, junto a otro grupo de mujeres, comenzaron a organizar a la comunidad con el único objetivo de luchar contra la pobreza y sacar a sus familias adelante. Pero la tarea no sería nada fácil.

Más temprano que tarde, María Elena se dio cuenta que el modelo de desarrollo autogestionario que pretendía implementar, organizando a las mujeres en clubes de madres, comedores populares, comités de barrio, asociaciones de base, enfrentaba dos grandes escollos. Por un lado, la aguda crisis económica a la cual nos condujo la irresponsabilidad política de Alan García, durante su primer periodo presidencial, hacía inútiles muchos de los esfuerzos que tanto María Elena, como la gran mayoría de peruanos, desplegaban día a día en esta dura batalla por sobrevivir, porque la batalla que se libró durante los ochenta contra la escasez, el desempleo, la inflación, no fue una contienda por una mejor vida, sino por la supervivencia. Por el otro, la violencia desatada por Sendero, sus asesinatos selectivos, sus cochebombas, sus secuestros, su fanatismo llevado más allá de los límites de la razón.

Sendero Luminoso, este movimiento organizado de terroristas y criminales, a los cuales algunos pretenden colocar el título de luchadores sociales, buscó tomar el control de estas asociaciones, buscó infiltrarse en los comedores populares y unidades de desarrollo cooperativo creadas en los distritos urbano marginales de Lima. Para Sendero, la prédica era una sola: Estás conmigo o estás contra mí. Para ello, lo primero que hizo Sendero fue tratar de captar ideológicamente a los líderes vecinales, a los dirigentes de barrio. Cuando “la lavada de cerebro” no funcionada, cuando el valor y el coraje de los vecinos les enrostraba su violencia, cuando en su camino se topaba con figuras como María Elena, el discurso se convertía en acción criminal, la palabra en fusil, el panfleto en dinamita, el libro de Mao en cochebomba. Sendero desataba toda su furia contra el “dirigente reaccionario” que se oponía a los objetivos del partido, los acusaba, los procesaba y sentenciaba de muerte de manera sumaria, al final, este dirigente, su familia, sus amigos, eran abatidos por la mano de quienes decían venir a liberarlos de la opresión de la clase dominante. Eso fue Sendero. Una verdadera locura. Un río de sangre.

Pero a María Elena no la iban a callar tan fácilmente, el panfleto, la pinta, la amenaza, la difamación, la pedrada podían ser métodos efectivos a través de los cuales Sendero lograba quebrar la voluntad de sus oponentes, instalando el miedo en sus mentes, el temor en sus corazones, pero eso no ocurriría con María Elena. A María Elena había una única manera de vencerla, este único camino era matándola, y así fue. María Elena fue víctima de su coraje, de su bravura, de sus ganas de luchar siempre. Por eso Sendero la mató, o creyó matarla, porque como dicen los pobladores de Villa El Salvador, María Elena siempre estará presente.

Las personas que superan los cuarenta años de edad, los peruanos que cuentan ya con más de tres o cuatro décadas de edad, sabrán toda la labor que hizo María Elena. Ellos no necesitan que alguien se los recuerde. Ellos reconocen su obra, su tesón, su lucha constante, su día a día en favor de los pobres como ella. Son los jóvenes a quienes debemos enseñarles quién fue María Elena, qué fue Sendero, y cómo fueron los años de espanto desatados por la violencia terrorista.

La vida de María Elena, de aquella Maria Elena, esa morena delgada, de pelo natural y ensortijado que todos conocemos, o deberíamos conocer, aunque sea por foto, a pesar de la educación pública o privada que se nos imparte, tuvo de todo. En su vida María Elena hizo todo, y todo lo hizo bien. Ella paso por la vida y dejó su sello imborrable. La vida no pasó por ella, la muerte no acabó con ella. María Elena fue una lideresa social en todo el sentido del término. María Elena era Presidenta de la Federación de Mujeres, dirigente vecinal, militante activa y reconocida de Izquierda Unida, y por si fuera poco, teniente alcalde de Villa El Salvador.

Pero la principal preocupación de María Elena era una sola: los más pobres. Y por eso su labor es mucho más encomiable. Porque luchar por los de abajo es mucho más fácil cuando en casa se tiene el alimento seguro, la ropa dispuesta y los cuidados a la orden. Qué difícil debe ser luchar por los más necesitados cuando en casa lo único que sobra es la pobreza. Qué difícil sería atreverse a ser María Elena en el Villa el Salvador de aquellos años, e incluso, ahora mismo.

María Elena tuvo las ideas muy claras siempre, lo más importante era agrupar a las mujeres, brindarles apoyo, hacerlas creer en sus propias capacidades, hacerlas entender que la pobreza no podía acabar con la esperanza en un futuro mejor para sus hijos. Por eso María Elena tuvo como prioridad la labor vecinal y de participación colectiva de las mujeres en la construcción de un mejor Villa El Salvador. Algunos señalan que lo hizo con el único afán de ganar protagonismo político al interior de Izquierda Unida. Yo no creo eso, quienes la conocieron afirman que María Elena siempre trató de diferenciar el plano político del plano social, su rol como dirigente vecinal de su filiación política.

Al final del camino, María Elena sería dinamitada por ambas cosas. Sendero no diferenciaba a la militante de izquierda de la dirigente vecinal. La izquierda democrática de aquel entonces le había declarado la guerra política a Sendero en todos los términos y en todos los espacios. María Elena era una dirigente de izquierda. María Elena se había convertido, voluntaria o involuntariamente en un blanco sobre el cual Sendero desataría su violencia. Pero lo más importante, María Elena, era la mujer, la dirigente vecinal de izquierda, la feminista que impedía que Sendero tomara el control de las organizaciones de base de Villa El Salvador. María Elena entorpecía el camino de la revolución. María Elena, mientras muchos enterraban la cabeza como el avestruz esperando que el terror pase, salía al frente, miraba a la bestia fijamente a los ojos, y se negaba a llamar “presidente Gonzalo” al asesino de Abimael Guzmán, líder de esa banda de homicidas.

María Elena luchó, era una guerrera infatigable, luchó siempre contra el terror, contra la pobreza y en defensa de los derechos humanos, de todos, de absolutamente todos, pero en especial, de los más desposeídos, de aquellos que no tienen miedo a perder nada, porque nada tienen. María Elena era también una soñadora, una utopista, creía que era posible construir un Perú mejor, una sociedad mejor, pero no a través de la violencia, del fusil, del odio que predicaba Sendero Luminoso, discurso que los militantes de este grupo terrorista repetían de manera automática, como si se tratase de un rezo, de una plegaria, de una oración. Eso fue justamente lo que convirtió a Sendero en un peligro real para la sociedad, su fundamentalismo, su culto a la personalidad, su adoración irracional a la figura de un criminal como Abimael Guzmán, que siendo algo menos que un profesor mediocre, creyó, y les hizo creer a sus fieles –digo fieles, porque me resisto a llamar militante a quien ha perdido la capacidad de racionalizar su acción política- ser la cuarta espada del marxismo sobre la tierra, capaz de decidir sobre la vida y la muerte de los peruanos, como si fuese este el mismísimo creador.

Contra ese discurso de terror y violencia, contra esa manera tánica de entender la política se enfrentó María Elena. El progreso sólo es posible en un clima de paz, de tranquilidad, no es necesario recurrir a las armas para luchar contra la desigualdad, el fusil, la dinamita, el cochembomba, no pondrán un plato en la mesa de las familias pobres, señaló en más de una oportunidad. Quizá todo ello la llevó a ser reconocida a nivel nacional y mundial como una referente de los movimientos sociales por la paz de América Latina. No en vano recibió de manos de la reina Sofía de España el premio Príncipe de Asturias como símbolo de la Concordia. Y así transcurrieron sus días, hasta la tarde de aquel fatídico 15 de febrero de 1992.

Como lo recuerdan algunos medio de comunicación, el día de su criminal asesinato, María Elena salió temprano de su casa en compañía de sus dos hijos a disfrutar de un día familiar en la playa Paraíso Azul, de su querido Villa. Por la tarde, concurrió a engaños, a la pollada en la cual la emboscarían sus asesinos. Según se conoce, a los pocos minutos de haber llegado a la reunión, llegaron también los senderistas, en esos momentos María Elena le pidió a todos salieran del lugar, les ordenó a sus hijos que se tiraran al piso y cerraran los ojos. Minutos después, María Elena recibiría disparos en el pecho y en la cabeza. Luego, fue arrastrada hasta la puerta del local, los terroristas colocarían una carga de 5 kilos de explosivos en su cuerpo haciéndolo volar en pedazos.

Así de bestial fue la muerte de María Elena. Su muerte evidenció el verdadero rostro de esa horda criminal que decía luchar por los más pobres del país. El rechazo de la población contra Sendero fue unánime, la movilización en Villa El Salvador, pidiendo justicia para “la negra”-como cariñosamente la llamaban- fue multitudinaria. Sendero había cometido un error que le costaría muy caro, Sendero había logrado con su acto criminal cohesionar a todo Villa El Salvador en torno a la figura que creyó matar: María Elena.

María Elena, como bien apuntó en su momento Manuel Orbegozo, murió en su ley, nos dejó dando muestras de desprendimiento vital, de amor por el prójimo, de fe, de solidaridad con los más necesitados, de fuerza, de bravura, de valentía, una valentía que terminó costándole la vida. María Elena no ha muerto, dicen las madres de Villa El Salvador, que con inteligencia afirman que Sendero Luminoso la asesinó, pero que nunca pudo ni podrá matarla. Porque en cada movilización, en cada festividad de los clubes de madres, en cada aniversario de Villa El Salvador, en cada marcha a favor de la paz, ellas miran al cielo, y en el firmamento aparece la imagen de la negra, megáfono en mano gritando: ¡Villa el Salvador, presente!

Rafael Rodríguez Campos

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