La legalización del matrimonio homosexual en Argentina
Con esta medida, las parejas homosexuales ven igualados sus derechos en relación a las heterosexuales en temas vinculados a la adopción, la herencia y los beneficios sociales. Dicho de otro modo, hombres y mujeres, independientemente de su orientación sexual, podrán contraer matrimonio con la persona que elijan y gozarán de todos y cada uno de los derechos que por largos años fueron patrimonio exclusivo de la unión heterosexual.
Según el mandato expreso de la totalidad, o casi la totalidad, de Constituciones del mundo y de los convenios internacionales en materia de derechos humanos, todos los hombres y mujeres de la tierra somos iguales, gozamos de los mismos derechos y libertades. Mujeres y hombres ejercemos, o deberíamos hacerlo, todos y cada uno de nuestros derechos a plenitud. Los únicos límites que válidamente pueden establecerse para el goce de los mismos son aquellos que buscan la protección del derecho de los demás. Clásica es la frase: mis derechos terminan donde terminan los tuyos. Asimismo, el orden jurídico, y básicamente la Constitución de la nación establece ciertas restricciones a la libertad personal si se trata de proteger otros bienes de interés colectivo como la seguridad ciudadana, el orden o la tranquilidad pública. Siendo ello así: ¿Qué razones podrían justificar la negativa de ciertos países, como es el caso del Perú, a permitir o legalizar la unión entre personas del mismo sexo? ¿O es que los homosexuales no deberían gozar de los mismos derechos que los heterosexuales frente al matrimonio?
La Constitución de nuestro país señala claramente que toda persona tiene derecho a la igualdad ante la ley. Es decir que nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, religión u otra razón. Reconocer la figura del matrimonio única y exclusivamente como atributo del hombre o mujer heterosexual, no es acaso una manera de discriminación por razón de opción o identidad sexual. Tú si puedes casarte porque eres heterosexual, pero tú no por ser homosexual. Tal diferencia, desde mi modo de ver las cosas, resulta una abierta discrimación, una actitud por demás injusta y anacrónica a la luz de los nuevos tiempos, cuya única finalidad es perennizar la enorme desigualdad que aún existe en el mundo, y sobre todo en países como el nuestro, en materia de ejercicio de derechos civiles.
He tratado de encontrar, créanme que lo he hecho, razones jurídicas de peso que legitimen tal diferencia, lastimosamente la búsqueda ha sido infructuosa. Ante tal imposibilidad, me he visto obligado a escuchar y leer las declaraciones de aquellos que están en contra de esta medida, en nuestro país y en la mismísima Argentina, tratando de encontrar alguna justificación razonable, tampoco la he conseguido. Lo curioso es que en todas ellas los declarantes recurren a la figura de dios al momento de fundamentar su negativa: 1) el matrimonio es entre un varón y una mujer, así lo dice dios; 2) la biblia dice que el matrimonio es entre hombre y mujer pues la finalidad del mismo es la reproducción; 3) los homosexuales son hijos de dios pero no gozan de los mismos derechos que los demás; 4) el matrimonio entre personas del mismo sexo es algo antinatural.
Todas estas afirmaciones resultarían válidas, o en todo caso menos discutibles, si todos en la sociedad compartiésemos las mismas creencias. En primer lugar, qué ocurre con aquellas personas que no creen o que cuestionan la existencia de dios, también a ellas debería obligárselas a adoptar esta creencia. En segundo lugar, quién ha dicho que la finalidad del matrimonio es la procreación. La procreación es una decisión única y exclusiva de la pareja. La finalidad del matrimonio, creo, es la búsqueda de la felicidad al lado de la persona a la cual uno ama, y para ello no importa, o no debería importar, si esta persona es mujer u hombre, así como no importa si es blanco, negro o chino, o católico, mormón o testigo de Jehová. En tercer lugar, y esta es una pregunta para los católicos, por qué si todos somos hijos de dios, al menos eso dicen ellos, unos tiene más derechos que otros, por qué los hombres, por ejemplo, gozan de mayores libertades que las mujeres en su religión. En cuarto lugar, porque la unión afectiva entre dos personas del mismo sexo es antinatural. Lo antinatural es que parejas que de amor no saben absolutamente nada sigan juntas, lo antinatural es que el varón que recibió la bendición sacerdotal el día de su matrimonio masacre a golpes a su esposa y la Iglesia y sociedad no hagan nada, lo antinatural es que la Iglesia que se autodenomina defensora de los derechos de los más vulnerables haya ocultado, de la manera más vil y cómplice posible, los miles de actos de pedofilia y abuso sexual de menores cometidos por sacerdotes en todo el mundo. Eso es lo realmente antinatural. Lo otro es pura constatación de la realidad, las personas, hombres o mujeres, se unen entre sí porque así deciden hacerlo, y nadie tiene el derecho de juzgar o satanizar a esa unión. O es que alguien cree estar capacitado para fungir de juez de la moral terrenal y decirnos qué está bien y qué mal. Acaso, Cipriani sería un buen juez, me pregunto yo.
Lo peligroso de esta forma de encarar el problema, es que hace del Estado y del orden jurídico un medio para imponer las ideas o dogmas de un sector de la sociedad, que por más mayoritario que sea, no puede, ni debe lesionar el derecho de las minorías. Usar al Derecho para legalizar o prohibir conductas, bajo el fundamento que las mismas son contrarias al plan de dios o a la doctrina de la Iglesia Católica, es algo francamente intolerable en una sociedad democrática y un Estado laico, en donde lo que se busca es justamente lo contrario, es decir, la apertura, la pluralidad, el respeto y la tolerancia por las diferentes formas de pensar y vivir.
La preocupación por la intolerancia vista en estos días en torno al tema no es una exageración, la preocupación por el impacto que un discurso dogmático como el católico pueda tener entre sus seguidores es algo que debe llamar poderosamente nuestra atención. Tres hechos corroboran esta preocupación: El primero da cuenta de la negativa de una jueza de paz argentina que ha declarado que no accederá a casar a una pareja homosexual pues dios lo prohíbe, es decir, para esta jueza la sola invocación del nombre de dios le da carta abierta para desconocer una ley de la república y con ello violar los derechos de las personas. El segundo, vincula a otro juez argentino que declaró que prefiere casar a Alfredo Astiz, más conocido como “el ángel de la muerte” (se le imputa el asesinato, secuestro y tortura de decenas de personas durante la dictadura 1976-1983) que cumplir la ley y casar a una pareja homosexual, es decir, como juez prefiere casar a un tipo que mató, vejó y martirizó a seres humanos que reconocer el derecho de otros por el solo hecho de no compartir sus gustos de alcoba. Y el tercero, y más preocupante, da cuenta de la paliza de la cual fue víctima un grupo de lesbianas y gays en Polonia, donde durante una marcha en la cual exigían el respeto por sus derechos civiles de los gays, fueron agredidos cobardemente por un grupo de fanáticos católicos, quienes los acusaban de ser enviados del demonio.
Sin lugar a dudas, tal y como lo ha señalado Cristina Fernández, presidenta de Argentina, esta ley que legaliza el matrimonio entre personas del mismo sexo marca un hito en al hemisferio. Se convierte en una apuesta por el reconocimiento y continua ampliación en el goce de derechos y libertades para todos y cada uno de los ciudadanos argentinos. Resulta en ese sentido, poco responsable y hasta ridículo que la Iglesia Católica argentina señale que esta medida no es sino el resultado de la imposición ideológica de aquellos que pretenden destruir la fe y la imagen de dios de los argentinos. Tanto la Iglesia Católica, como el sector a favor de la medida, han tenido la posibilidad de exponer sus ideas públicamente, de tratar de convencer a la ciudadanía y a los representantes políticos de votar a favor o en contra de la ley. Esta vez la suerte no la favoreció, como tantas veces sí lo hizo, y no por ello se puede llamar delincuentes, inmorales o agentes del mal, a todos los que no comparten su línea de pensamiento. En una democracia las ideas se exponen, no se imponen por la fuerza o el amedrentamiento, ello es así porque en una democracia no existen discursos únicos, no existen verdades inamovibles, y es a partir del debate que se alcanzan acuerdos.
De este modo, la nación Argentina, se une al grupo de otros países en los cuales esta medida ya había asido adoptada, países tales como Holanda, Bélgica, España, Canadá, Sudáfrica, Noruega, Suecia, Portugal e Islandia. Espero, dadas mis convicciones libertarias y democráticas, que esta medida poco a poco vaya adquiriendo mayor fuerza en la región, espero que llegue el día en que todos en nuestro país puedan unirse en matrimonio con la persona a la cual elijan, eso nos convertirá en una sociedad más civilizada, en la que todos podamos gozar de los mismos derechos y libertades.
Etiquetas: adopción homosexual, argentina y los homosexuales, dios y los homosexuales, iglesia católica y homosexuales, matrimonio homosexual
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio