viernes, 2 de agosto de 2013

OLLANTA HUMALA: "EL LABERINTO DE LA SOLEDAD"






Usaré el título del genial libro de Octavio Paz, publicado en 1950, para graficar la situación de orfandad por la que atraviesa nuestro presidente. En este libro, el genial escritor mexicano reflexionó en torno al comportamiento individual y colectivo de sus paisanos. Nosotros no tenemos una aspiración tan ambiciosa, tan solo buscamos comprender por qué nuestro presidente se encuentra políticamente tan sólo. 

Nuestro presidente se encuentra aislado, y eso es muy peligroso. Con el correr de los meses los errores del jefe de Estado lo han ido alejando del conjunto de partidos, movimientos y actores que respaldaron su candidatura. Eso ha hecho que carezca de todo tipo de apoyo social y político al momento de impulsar las reformas que el país necesita. Creo que nadie puede negar la importancia de algunas reformas que el presidente busca promover (servicio civil, educación universitaria, entre otras), pero para ello necesita contar con operadores políticos que refuercen y respalden socialmente sus planteamientos. El presidente simplemente no los tiene.

Recordemos que el presidente asumió el cargo de la mano de un conjunto de personalidades políticas y técnicos de centro-izquierda que lo ayudaron a consolidar políticamente su figura durante todo ese tiempo. Sin embargo, y luego de la crisis desatada por el conflicto en Cajamarca (Proyecto minero Conga) decidió romper con el grueso de este grupo buscando tender puentes de diálogo con ese otro sector al cual el propio presidente enfrentó a lo largo de toda la campaña electoral (una alianza contra-natura). 

Fue este giro hacia la derecha lo que motivó la salida del Premier Salomón Lerner, y anunció la llegada de Óscar Valdés, quien hasta ese momento se desempeñaba como ministro del Interior. Hoy, todos sabemos que Valdés y el sector al que este representa, hicieron de todo para propiciar la caída de Lerner, y con ello la salida de los políticos progresistas a los cuales él había logrado convocar para la campaña (con la luz verde de la pareja presidencial).

Por algunos meses el Presidente se sintió seguro, creyó (ilusamente) que si tenía de su lado a los grupos de poder económico y medios de comunicación afines (los mismos que trataron de minar su candidatura) podría ir consolidando su imagen de hombre de Estado, situación que le permitiría fortalecerse y afrontar los reclamos y demandas que los sectores populares que respaldaron su candidatura le harían al ver que el presidente por el cual votaron los traicionó incumpliendo muchas de las promesas (hoja de ruta incluida) que les hiciera para llegar a la presidencia de nuestro país.

El Presidente se equivocó (de medio a medio), eso evidenció la falta de experiencia política y la poca capacidad que ha mostrado a la hora de leer el panorama y la coyuntura política que se le presenta. Creer que la derecha económica se movilizaría y saldría a los medios de comunicación a defender la imagen y gestión de una persona a la cual hace algunos meses veía como un “monstruo marxista y comunista” que destruiría a nuestro país, fue un error que más temprano que tarde le pasaría factura. 

En un sistema político sin partidos como el nuestro, con niveles de institucionalidad tan bajos y con una cultura política tan escasa, resulta fundamental que el presidente en ejercicio tenga la capacidad para establecer puentes de diálogo con diversos sectores de la sociedad, no solamente con aquellos que a lo largo de las últimas décadas han “convertido al país en su feudo.” Esa es la única manera de poder asegurar niveles de estabilidad social y política medianamente óptimos que le permitan al Gobierno de turno llevar adelante el programa de reformas que desea implementar.

Cuando un presidente no cuenta con un partido político orgánico que lo respalde y que sea capaz de dar batalla en las calles a nivel de gremios, sindicatos, movimientos de base, organizaciones populares y grupos de la sociedad civil, la búsqueda de alianzas sociales (además de las políticas) es un imperativo categórico. Una tarea que no puede ser pospuesta para el día de mañana, una labor que no puede ser encomendada al Primer Ministro, sobre todo teniendo en cuenta la escasa solvencia y el poco peso político de éstos. Es el mismo presidente el que tiene que salir a construir esos lazos. Pero para eso se requiere algo más que una esposa carismática. Se requiere talento y convicción, características ajenas al presidente.

Es preocupante lo que ocurre ahora con nuestro presidente, la soledad política en la que vive lo convierte en una figura débil, y esa debilidad se traslada al Gobierno en su conjunto, ya que en un sistema presidencialista como el nuestro, la solidez de la figura del jefe de Estado se irradia a todo sistema político. En otras palabras, la suerte del sistema depende en gran medida de la fortaleza o debilidad que el presidente proyecte. Si el presidente es débil entonces se abre el camino para que los discursos violentistas y radicales logren capitalizar y movilizar a los sectores sociales a los cuales él decidió ignorar, con huelgas y paralizaciones que generan caos e inestabilidad.

Siempre me pareció un tanto aburrido hablar del rol protagónico que la Primera Dama (por primera vez en nuestra historia republicana) juega en este Gobierno. Lo digo así porque nadie con dos dedos de frente puede negar la influencia que la esposa (o esposo, de ser el caso) tiene sobre su pareja. Los medios se sorprenden de que Nadine Heredia se haya convertido en la “vocera real del Gobierno”, en la verdadera “Primer Ministro” de nuestro país. La verdad es que a nosotros eso no nos causa admiración. 

Como ya lo dijimos, cuando el presidente se quedó sólo, y perdió el apoyo de quienes creyeron en su proyecto (también en la hoja de ruta), para luego darse cuenta que sus “amigos” de la Confiep nunca lo aceptarían como uno de los suyos, buscó refugio en la única persona en la cual verdaderamente confía: su esposa. Para construir alianzas políticas con diversos sectores se requiere talento, pero también se necesita que las partes sientan confianza y crean en la palabra y en los compromisos asumidos por los demás. Una confianza que el presidente no tiene.



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