Hace
algunas semanas, unos amigos que están investigando este asunto, me informaron
que en Lima, la capital del Perú, varias municipalidades habían emitido sendas
ordenanzas obligando a los residentes de sus respectivos distritos a colocar la
bandera peruana en sus domicilios durante el mes de julio como muestra de
patriotismo. También me comentaron que en algunas entidades públicas, los jefes
envían comunicados invitando gentilmente a los trabajadores (obligándolos,
diría yo) a usar la escarapela durante todo el mes patrio, ya que en su calidad
de servidores públicos, ellos están llamados a dar ejemplos de civismo “espontáneo”
a todo el resto de la ciudadanía.
Ser
patriota por obligación
Ambas
situaciones me hicieron recordar mis años de colegial. Todos los alumnos en mi colegio,
absolutamente todos, estábamos obligados a perder horas de clase ensayando para
el desfile de Fiestas Patrias. Estábamos obligados a demostrar nuestras
destrezas marciales, levantando hasta nuestras cabezas las piernas al momento
de marchar, mostrar nuestra conducta viril y aguerrida, dando alaridos y
entonando cánticos patrioteros, para así, hacerle creer a los profesores encargados
del desfile que nos sentíamos orgullosísimos de haber sido elegidos para formar
parte del batallón yo escolta que representaría al colegio en este evento.
Nunca
he estado de acuerdo con obligar a nadie a dar muestras de patriotismo. Ni
antes, y mucho menos ahora puedo entender la decisión de algunas autoridades de
imponer medidas coercitivas en contra de los ciudadanos que se niegan a mostrar
públicamente su amor por el Perú. Y claro, si estoy en contra de “embanderar” a
la fuerza las viviendas (multa de por medio), o de usar la escarapela por el
temor a recibir una mala calificación en el trabajo (no renovación del
contrato), con mucha mayor razón, estoy en absoluto desacuerdo con obligar a
los estudiantes a marchar y perder horas de su valioso tiempo, el mismo que
podría ser aprovechado en superar los grandes problemas de comprensión lectora que
nuestro país tiene, en ensayos, cuyo único objetivo es el aprender a representar,
de la mejor manera posible, el carácter valeroso y viril de nuestros gallardos
militares que tantas “victorias” nos han dado a lo largo de nuestra historia.
Los
peligros de los nacionalismos
Todo
esto me lleva a pensar en los peligros que la ideología nacionalista trae
consigo para la consolidación de una
cultura auténticamente democrática y liberal en el Perú. Digo ello porque sólo
la cultura democrática, con su tolerancia y apertura frente a los diversos
pensamientos y modos de vivir de los seres humanos, permitirá garantizar el
respeto por los derechos y libertades fundamentales de todos los hombres y
mujeres de nuestra patria.
Y
eso porque el nacionalismo, como otros monstruos ideológicos de la misma
estirpe, se ha esforzado siempre a lo largo de la historia en minar las esferas
de libertad otorgadas al hombre para su cabal y pleno desarrollo. Por eso, en
esta oportunidad aprovecharé este espacio para compartir algunas ideas y
reflexiones tomando como referencia el artículo de nuestro premio Nobel
titulado “La amenaza de los
nacionalismos”, al que siempre vuelvo cuando veo asomar las sombras del
nacionalismo en nuestras tierras.
La
violencia de los nacionalismos
Como
se sabe, la ideología nacionalista, para alcanzar el poder y conservarlo en el
tiempo, ha necesitado siempre del uso de la coerción, la fuerza y la opresión.
Al mismo tiempo, la ideología nacionalista necesitó siempre del uso de la
ficción para hacer creer a los ciudadanos de cada sociedad, donde este mal
impera, que existen países empeñados en pisotear su soberanía, su historia y su
cultura (pensemos en la xenofobia antichilena promovida por muchos de nuestros
políticos).
Pero
el nacionalismo de hoy, ya no es más el nazismo asesino de Hitler, el fascismo
desquiciante de Mussolini o el autoritarismo sangriento del franquismo. En
nuestros días, el nacionalismo ha dejado de identificarse unívocamente con el
extremismo y conservadurismo de la derecha y ha pasado a adquirir, casi de
manera camaleónica, y sin darnos cuenta, diferentes caretas y diversos ropajes.
Eso quiere decir que el nacionalismo sigue teniendo fuerza y en algunos países
ha experimentado un notable surgimiento.
El
nacionalismo de hoy
El nacionalismo
de nuestros días se mueve sin dificultad entre derechas e izquierdas, y adopta
a veces semblante radical, como, en España (ETA o los movimientos y grupos
nacionalistas en Cataluña y el País Vasco) o en Irlanda del Norte (tenemos a Terra
Lliure o IRA, catalogados internacionalmente como movimientos terroristas), o
se identifica con posiciones inequívocamente conservadoras, como el Partido
Frente Nacional en Francia. Aunque, también es frecuente que sea de izquierda
antes de llegar al poder, y cuando lo captura se vuelve de derecha como le ocurrió
al FLN argelino y a casi todos los movimientos nacionalistas árabes. Pero
debemos tener claro, que no son los métodos y los comportamientos los que
determinan que un movimiento político sea nacionalista, sino un núcleo básico
de afirmaciones y creencias irracionales y fantásticas que todos los
nacionalistas tienen.
Los
mitos del nacionalismo
Como
bien lo apunta Vargas Llosa, ese núcleo, no es de ningún modo una corriente
racional de ideas sistemáticamente organizada, es un acto de fe, una especie de
dogma en la que hay que creer sí o sí. Es un acto de fe colectivista, masivo,
que atribuye a una entelequia fantástica e inexistente- la nación- un sin
número de características trascendentales, capaces de mantenerse impertérritas
en el tiempo, indemnes a las circunstancias y a los cambios históricos,
preservando una coherencia y unidad entre todos sus elementos constitutivos que
sólo se encuentra presente en el terreno de la ficción y en el peor de los
casos en la imaginación afiebrada de terroristas como Bin Laden, o los
militantes de Hamás o Hezbolá.
Aunado
a este tipo de tesis, los nacionalistas recurren a otro de sus artilugios para
convencer y justificar sus planteamientos, ese artilugio no es otro sino el
victimismo. Ellos dan cuenta de una larga lista de agravios históricos y
usurpaciones políticas, culturales y económicas de las que han sido víctimas
por parte de la potencia colonizadora e imperial que destruyó, contaminó o
degeneró su nación. En otras palabras, es la utilización del clásico “slogan” seudo-revolucionario: El
imperio tiene la culpa.
El
chauvinismo y la xenofobia nacional
Pero
pongamos un ejemplo más concreto de lo que sucede actualmente. ¿Hay acaso algún
país en el mundo que no tenga desagravios que reclamar a sus rivales de antaño?
Pensemos en el nuestro por ejemplo, si revisamos las páginas de la historia,
nos encontraremos con un sinnúmero de atropellos y vulneraciones de nuestra
soberanía, pero: ¿Es ahora, en pleno siglo XXI, momento para tomar venganza de
hechos que sucedieron hace más de un siglo? Pues naturalmente no. El problema
es que sólo para los nacionalistas aquellas injusticias y agravios históricos
son colectivos y hereditarios, como el pecado original, como si todo chileno o
ecuatoriano que nace en estos países estuviese condenado a convertirse en
nuestro más acérrimo enemigo.
Creo
que el nacionalismo, el totalitarismo y toda corriente colectivista que trate
de minar las esferas de libertad que le corresponden a todo ser humano, deben
de ser combatidos, pero no en base a soluciones militares o violentas, como a
las que nos han tenido acostumbrados los líderes de las “grandes democracias”
del mundo, sino combatidos y enfrentados en el terreno de las ideas, del debate
político, de la confrontación de planteamientos demostrando una y mil veces que
la democracia y que la cultura de la libertad pueden satisfacer todas las
demandas de justicia social y equidad que los ciudadanos le suelen hacer a sus
gobiernos.
La
democracia frente a los nacionalismos
Los
demócratas debemos unir esfuerzos y demostrar que el régimen de libertades y derechos
plenos es el único camino para la solución de los graves problemas sociales que
se viven en nuestro mundo, debemos de asegurar la libertad, el pluralismo y la
cultura de paz, para que nuestros hijos entiendan que todo tipo de diferendo
entre los seres humanos encuentra solución a través del diálogo y la búsqueda
de consensos.
Pero
algo es cierto, el nacionalismo no desaparecerá de la noche a la mañana o por
inspiración de algún demócrata súper dotado, el nacionalismo sólo se resignará
a replegarse cuando una ofensiva intelectual y política, lo derrote en todos
los espacios de expresión de la sociedad y una fuerza electoralmente fuerte no
le dejen otra alternativa. Por eso, los ciudadanos de una democracia debemos
estar muy atentos para no caer en engaños, no podemos permitir que la ideología
nacionalista, opresora por antonomasia, nos obligue a ser patriotas a la fuerza.
No podemos permitir que por decreto o ley las autoridades nos obliguen a
embanderar nuestras casas, usar escarapelas u obliguen a marchar a nuestros
niños en contra de su voluntad. ¿Es que acaso no existen otros modos de
demostrar nuestro amor por el Perú? Ustedes tienen la respuesta.
Etiquetas: COLECTIVISMO, ETA, FLN, IRA, nacionalismo, Patriotismo, socialismo, TOTALITARISMO, xenofobia
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