martes, 16 de julio de 2013

CUIDADO: NO CONFUNDAMOS PATRIOTISMO CON NACIONALISMO





Hace algunas semanas, unos amigos que están investigando este asunto, me informaron que en Lima, la capital del Perú, varias municipalidades habían emitido sendas ordenanzas obligando a los residentes de sus respectivos distritos a colocar la bandera peruana en sus domicilios durante el mes de julio como muestra de patriotismo. También me comentaron que en algunas entidades públicas, los jefes envían comunicados invitando gentilmente a los trabajadores (obligándolos, diría yo) a usar la escarapela durante todo el mes patrio, ya que en su calidad de servidores públicos, ellos están llamados a dar ejemplos de civismo “espontáneo” a todo el resto de la ciudadanía. 

Ser patriota por obligación

Ambas situaciones me hicieron recordar mis años de colegial. Todos los alumnos en mi colegio, absolutamente todos, estábamos obligados a perder horas de clase ensayando para el desfile de Fiestas Patrias. Estábamos obligados a demostrar nuestras destrezas marciales, levantando hasta nuestras cabezas las piernas al momento de marchar, mostrar nuestra conducta viril y aguerrida, dando alaridos y entonando cánticos patrioteros, para así, hacerle creer a los profesores encargados del desfile que nos sentíamos orgullosísimos de haber sido elegidos para formar parte del batallón yo escolta que representaría al colegio en este evento.

Nunca he estado de acuerdo con obligar a nadie a dar muestras de patriotismo. Ni antes, y mucho menos ahora puedo entender la decisión de algunas autoridades de imponer medidas coercitivas en contra de los ciudadanos que se niegan a mostrar públicamente su amor por el Perú. Y claro, si estoy en contra de “embanderar” a la fuerza las viviendas (multa de por medio), o de usar la escarapela por el temor a recibir una mala calificación en el trabajo (no renovación del contrato), con mucha mayor razón, estoy en absoluto desacuerdo con obligar a los estudiantes a marchar y perder horas de su valioso tiempo, el mismo que podría ser aprovechado en superar los grandes problemas de comprensión lectora que nuestro país tiene, en ensayos, cuyo único objetivo es el aprender a representar, de la mejor manera posible, el carácter valeroso y viril de nuestros gallardos militares que tantas “victorias” nos han dado a lo largo de nuestra historia.

Los peligros de los nacionalismos

Todo esto me lleva a pensar en los peligros que la ideología nacionalista trae consigo para la consolidación  de una cultura auténticamente democrática y liberal en el Perú. Digo ello porque sólo la cultura democrática, con su tolerancia y apertura frente a los diversos pensamientos y modos de vivir de los seres humanos, permitirá garantizar el respeto por los derechos y libertades fundamentales de todos los hombres y mujeres de nuestra patria.
Y eso porque el nacionalismo, como otros monstruos ideológicos de la misma estirpe, se ha esforzado siempre a lo largo de la historia en minar las esferas de libertad otorgadas al hombre para su cabal y pleno desarrollo. Por eso, en esta oportunidad aprovecharé este espacio para compartir algunas ideas y reflexiones tomando como referencia el artículo de nuestro premio Nobel titulado “La amenaza de los nacionalismos”, al que siempre vuelvo cuando veo asomar las sombras del nacionalismo en nuestras tierras.

La violencia de los nacionalismos 

Como se sabe, la ideología nacionalista, para alcanzar el poder y conservarlo en el tiempo, ha necesitado siempre del uso de la coerción, la fuerza y la opresión. Al mismo tiempo, la ideología nacionalista necesitó siempre del uso de la ficción para hacer creer a los ciudadanos de cada sociedad, donde este mal impera, que existen países empeñados en pisotear su soberanía, su historia y su cultura (pensemos en la xenofobia antichilena promovida por muchos de nuestros políticos).

Pero el nacionalismo de hoy, ya no es más el nazismo asesino de Hitler, el fascismo desquiciante de Mussolini o el autoritarismo sangriento del franquismo. En nuestros días, el nacionalismo ha dejado de identificarse unívocamente con el extremismo y conservadurismo de la derecha y ha pasado a adquirir, casi de manera camaleónica, y sin darnos cuenta, diferentes caretas y diversos ropajes. Eso quiere decir que el nacionalismo sigue teniendo fuerza y en algunos países ha experimentado un notable surgimiento.

El nacionalismo de hoy

El nacionalismo de nuestros días se mueve sin dificultad entre derechas e izquierdas, y adopta a veces semblante radical, como, en España (ETA o los movimientos y grupos nacionalistas en Cataluña y el País Vasco) o en Irlanda del Norte (tenemos a Terra Lliure o IRA, catalogados internacionalmente como movimientos terroristas), o se identifica con posiciones inequívocamente conservadoras, como el Partido Frente Nacional en Francia. Aunque, también es frecuente que sea de izquierda antes de llegar al poder, y cuando lo captura se vuelve de derecha como le ocurrió al FLN argelino y a casi todos los movimientos nacionalistas árabes. Pero debemos tener claro, que no son los métodos y los comportamientos los que determinan que un movimiento político sea nacionalista, sino un núcleo básico de afirmaciones y creencias irracionales y fantásticas que todos los nacionalistas tienen.

Los mitos del nacionalismo

Como bien lo apunta Vargas Llosa, ese núcleo, no es de ningún modo una corriente racional de ideas sistemáticamente organizada, es un acto de fe, una especie de dogma en la que hay que creer sí o sí. Es un acto de fe colectivista, masivo, que atribuye a una entelequia fantástica e inexistente- la nación- un sin número de características trascendentales, capaces de mantenerse impertérritas en el tiempo, indemnes a las circunstancias y a los cambios históricos, preservando una coherencia y unidad entre todos sus elementos constitutivos que sólo se encuentra presente en el terreno de la ficción y en el peor de los casos en la imaginación afiebrada de terroristas como Bin Laden, o los militantes de Hamás o Hezbolá.

Aunado a este tipo de tesis, los nacionalistas recurren a otro de sus artilugios para convencer y justificar sus planteamientos, ese artilugio no es otro sino el victimismo. Ellos dan cuenta de una larga lista de agravios históricos y usurpaciones políticas, culturales y económicas de las que han sido víctimas por parte de la potencia colonizadora e imperial que destruyó, contaminó o degeneró su nación. En otras palabras, es la utilización del clásico “slogan” seudo-revolucionario: El imperio tiene la culpa.

El chauvinismo y la xenofobia nacional

Pero pongamos un ejemplo más concreto de lo que sucede actualmente. ¿Hay acaso algún país en el mundo que no tenga desagravios que reclamar a sus rivales de antaño? Pensemos en el nuestro por ejemplo, si revisamos las páginas de la historia, nos encontraremos con un sinnúmero de atropellos y vulneraciones de nuestra soberanía, pero: ¿Es ahora, en pleno siglo XXI, momento para tomar venganza de hechos que sucedieron hace más de un siglo? Pues naturalmente no. El problema es que sólo para los nacionalistas aquellas injusticias y agravios históricos son colectivos y hereditarios, como el pecado original, como si todo chileno o ecuatoriano que nace en estos países estuviese condenado a convertirse en nuestro más acérrimo enemigo.

Creo que el nacionalismo, el totalitarismo y toda corriente colectivista que trate de minar las esferas de libertad que le corresponden a todo ser humano, deben de ser combatidos, pero no en base a soluciones militares o violentas, como a las que nos han tenido acostumbrados los líderes de las “grandes democracias” del mundo, sino combatidos y enfrentados en el terreno de las ideas, del debate político, de la confrontación de planteamientos demostrando una y mil veces que la democracia y que la cultura de la libertad pueden satisfacer todas las demandas de justicia social y equidad que los ciudadanos le suelen hacer a sus gobiernos.

La democracia frente a los nacionalismos

Los demócratas debemos unir esfuerzos y demostrar que el régimen de libertades y derechos plenos es el único camino para la solución de los graves problemas sociales que se viven en nuestro mundo, debemos de asegurar la libertad, el pluralismo y la cultura de paz, para que nuestros hijos entiendan que todo tipo de diferendo entre los seres humanos encuentra solución a través del diálogo y la búsqueda de consensos. 

Pero algo es cierto, el nacionalismo no desaparecerá de la noche a la mañana o por inspiración de algún demócrata súper dotado, el nacionalismo sólo se resignará a replegarse cuando una ofensiva intelectual y política, lo derrote en todos los espacios de expresión de la sociedad y una fuerza electoralmente fuerte no le dejen otra alternativa. Por eso, los ciudadanos de una democracia debemos estar muy atentos para no caer en engaños, no podemos permitir que la ideología nacionalista, opresora por antonomasia, nos obligue a ser patriotas a la fuerza. No podemos permitir que por decreto o ley las autoridades nos obliguen a embanderar nuestras casas, usar escarapelas u obliguen a marchar a nuestros niños en contra de su voluntad. ¿Es que acaso no existen otros modos de demostrar nuestro amor por el Perú? Ustedes tienen la respuesta.

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