martes, 7 de abril de 2015

LA SECRETA VIDA LITERARIA DE AUGUSTO PINOCHET


En mayo de 2013, Juan Cristóbal Peña (JCP), autor del premiado reportaje “Viaje al fondo de la biblioteca de Pinochet”, publicó el libro “La secreta vida literaria de Augusto Pinochet”, logrando, lo que para muchos constituye, uno de los mejores retratos íntimos del dictador chileno.

Lo que JCP buscó con esta minuciosa y paciente investigación fue dar forma al perfil intelectual del dictador que gobernó Chile durante diecisiete largos años. Para el autor, lo que arroja esta investigación es la figura de un personaje receloso y obsesivo, con un gran complejo de inferioridad que lo atormentaba.

El libro se divide en cuatro partes, cada una de ellas nos acerca a la privacidad del dictador, al que JCP describe como un hombre cuyas acciones estuvieron siempre motivadas por el resentimiento de un militar enceguecido por el poder.

CRIMEN DE AUTOR

En esta primera parte, JCP narra el fatídico final del General chileno Carlos Prats, y de su esposa Sofía Cuthbert, cuyos cuerpos fueron destrozados por una poderosa carga explosiva en Argentina, un año después de que Pinochet asaltara el poder el 11 de setiembre de 1973.

Recordemos que Carlos Prats, el mejor militar de su generación (muy por encima de Pinochet), fue el general constitucionalista que hasta el final de sus días defendió al gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende, razón por la cual, luego del golpe de Estado, se vio obligado a dejar su país en un auto particular, después de aclarar, como lo recuerda JCP, ante la televisión chilena, que no comandaba ninguna facción constitucionalista del Ejército proveniente de Concepción, como se lo habían hecho creer a Pinochet sus acólitos.


A pesar de esta pública confesión, durante su exilio en Buenos Aires, el General Carlos Prats que recomendó ante el presidente Allende a Pinochet para sucederlo en la Comandancia en Jefe del Ejército, se vio obligado a trabajar a jornada completa en una distribuidora de neumáticos porque no recibía la pensión que le correspondía como oficial en retiro, pero sobre todo, apunta JCP, porque al poco tiempo de establecerse en Buenos Aires, fue objeto de una feroz campaña de desprestigio, seguimientos, reglajes y amenazas de muerte, ordenados directamente por el gobierno de Pinochet.

De allí que JCP afirme que el asesinato de Carlos Prats, haya estado motivado por el temor que en Pinochet generaba la figura de su antecesor, cuyo carisma y prestigio podían amenazar el liderazgo del dictador al interior del Ejército. Como lo señala JCP, Pinochet sabía que la voz de Carlos Prats seguía siendo escuchada por los oficiales chilenos, pues era la palabra del más destacado oficial de su generación, un brillante general del Ejército a quien sus pares admiraban por sus capacidades intelectuales pero a quien también, aunque en menor proporción, envidiaban. Fue este sentimiento y los fantasmas pinochetistas los que terminaron por firmar la sentencia de muerte de Carlos Prats el día 30 de septiembre de 1974.

EL APRENDIZ

En esta segunda parte, JCP presenta al joven aprendiz de dictador, que en sus años mozos, luego de dos intentos fallidos, logró ingresar a la Escuela Militar, para luego, ofrecer pruebas irrefutables que acreditan la mediocridad académica e intelectual de Pinochet.

Pero además de presentar el desempeño académico de Pinochet (luego veremos el reporte de notas), JCP contextualiza con maestría los años del joven Pinochet, recordando que cuando el dictador logró matricularse en la Escuela Militar en el año 1933, el presidente Alessandri regresaba al poder en Chile, luego de la caída de la dictadura de Ibañez. En palabras de JCP, Chile tenía una democracia frágil, bajo permanente amenaza, que era necesario resguardar con milicias republicanas formadas por cuadros civiles que desconfiaban de sus Fuerzas Armadas.

El problema en Chile de 1933 no eran los políticos, afirma JCP, en esos años no había peor cosa que un militar. No solo se recelaba de ellos. Si había una profesión donde se estudiara poco y se pensara menos, esa era justamente la que había elegido Pinochet. Esa desconfianza, ese desdén con el que eran mirados los uniformados terminaría marcando la relación de Pinochet con la civilidad, sector en el que jamás depositó su confianza, mucho más si se trataba de políticos o intelectuales ganados por el “comunismo internacional”.


JCP muestra que las mejores notas de Pinochet fueron en los cursos de condiciones de mando, y conducta y espíritu militar. En ambos obtuvo un 7,0. Las peores fueron en matemáticas (3,0), topografía (4,0), conocimiento de armas (4,5), y redacción militar (4,6).

En palabras del Comandante Ramón Salinas, encargado de redactar la hoja de calificación del último año de Pinochet en la Escuela Militar, se trataba de un alférez de conducta excelente, muy puntual, entusiasta, trabajador, disciplinado y exigente con sus subalternos. Sin embargo, en lo que se refiere a sus “condiciones de inteligencia”, estas no pasaron de ser “satisfactorias”.

En este mismo reporte, el Comandante Salinas le aconsejó a Pinochet mejorar su dicción y redacción, por ello no deja de sorprender, como veremos luego, que años más tarde, el dictador se haya convertido en un “destacado escritor de libros”.

LA CORTE EDITORIAL

En esta tercera parte, JCP muestra cómo los fracasos académicos y la mediocridad intelectual exhibida por Pinochet durante los años en la Escuela Militar, primero, y luego en la Academia de Guerra, lo motivaron a convertirse en autor de libros de historia y geografía, los cuales a pesar de presentar serias omisiones y deficiencias en cuanto al manejo de las fuentes (nunca citó una de ellas) fueron considerados obras de necesaria consulta para las nuevas generaciones de militares en Chile.

Justamente fue ese afán desmedido por sobresalir en el campo académico, explica JCP, el que lo llevó a escribir un libro como “Geopolítica”, en el que reprodujo párrafos copiados al pie de la letra de una obra de Gregorio Rodríguez, su profesor en la Academia de Guerra. En otras palabras, Pinochet era un “escritor original” al que le costó siempre reconocer los derechos de autor de las personalidades a las cuales copiaba y plagiaba sin mayor vergüenza.


Es así como luego de usurpar el poder en 1973, Pinochet, valiéndose del poder que ostentaba, y al amparo de una corte de escritores, editores, bibliotecarios y libreros empeñados en crearle una imagen de militar académico y eximio intelectual, mal utilizó los recursos públicos chilenos destinados para la promoción de la cultura nacional en la publicación, edición y reedición de sus obras, todas ellas carentes de rigor científico y calidad literaria, como se encarga de demostrar JCP con abundante material documental.

Entonces, fue esta práctica de “autopublicación dictatorial” la que hizo posible que libros como “Geopolítica”, “Geografía Militar”, “El día decisivo”, “Guerra del Pacífico”, “Pinochet: Patria y Democracia” o “Política, Politiquería y demagogia”, llegaran a los estantes de las librerías chilenas, muchos de los cuales, hoy en día, se rematan a precio de feria debido a su escasa demanda. En otras palabras, la historia reciente y el ojo agudo de investigadores independientes, han demostrado que las obras del “General” no eran otra cosa que “los ordenados apuntes de clase de un militar de inteligencia satisfactoria”. Nada más.

EL BIBLIÓFILO

En esta cuarta parte, JCP describe cómo el joven aprendiz que logró entrar a la Escuela Militar solo después de dos intentos fracasados, se convirtió en el coleccionista que creó bibliotecas avaluadas en millones de dólares.


JCP cuenta que fue Gonzalo Catalán el encargado de liderar el equipo de expertos que debía determinar el valor y origen de los libros que Pinochet tenía dispersos entre sus tres casas, la Academia de Guerra y la Escuela Militar, todo ello a pedido del juez que instruía el caso de las millonarias cuentas del Banco Riggs, expediente judicial que además de confirmar los abusos cometidos por Pinochet en el poder, terminaría demostrando que las denuncias de corrupción que los opositores habían presentado en años anteriores, no eran, como algunos pinochetistas decían “intrigas de los comunistas a los cuales el General había vencido”, sino casos puntuales de latrocinio y aprovechamiento indebido de dinero público.

Cierto es que desde joven Pinochet fue aficionado a los libros, afirma JCP, en particular a los de historia, geografía y guerras. En su declaración jurada de bienes del 21 de setiembre de 1973, a diez días del golpe de Estado, Pinochet dijo poseer una biblioteca particular por un valor de 750 mil escudos. Esto es, cerca de doce mil dólares, precisa JCP.

Pero nada se compara, pues las cifras son demoledoras, con las bibliotecas que logró construir luego de asumir el gobierno chileno, las mismas que experimentaron un sostenido incremento, producto no solo de los regalos propios del cargo de Presidente de la República que se asignó, sino del uso de fondos públicos. Se trata, como explica JCP, de bibliotecas que fueron descubiertas de manera fortuita, a propósito de la investigación judicial seguida en contra del dictador por los depósitos que él tenía bajo nombres secretos en Estados Unidos.

De acuerdo con el informe pericial elaborado por Gonzalo Catalán y Berta Concha, los libros que Pinochet tuvo distribuidos entre sus casas de Los Boldos, Los Flamencos y El Melocotón, además de la Academia de Guerra y la Escuela Militar, sumaban unos 55 mil volúmenes. Se trata de libros de un altísimo valor patrimonial y comercial: primeras ediciones, antigüedades, y rarezas, algunas de las cuales ni siquiera se encuentran en la Biblioteca Nacional de Chile, se lee en el informe. Pero: ¿En cuánto fue cotizada la biblioteca de Pinochet? Contando mobiliario, adornos, encuadernaciones y otros accesorios, los libros fueron tasados en cerca de tres millones de dólares, cifra que resulta inalcanzable para cualquier ex Presidente que se jacte de haber gobernado su país con las manos limpias.


CONCLUSIÓN

Al término de esta columna, tomo un párrafo de JCP para decir que lo que demuestra esta investigación es que Augusto Pinochet Ugarte era un hombre de reservas y misterios, y al menos en público, en el ejercicio del poder, no se caracterizaba por demostrar una gran cultura, más bien lo contrario: proyectaba ser básico y ramplón, de conceptos elementales. Alguna vez Pinochet dijo que en cama, antes de dormirse, leía “un cuarto de hora, por lo menos”. También dijo que admiraba a “los señores Ortega y Gasset”, aunque no se sabe si esa monumental brutalidad la dijo en broma o en serio, precisa JCP.

Lo que me queda claro al terminar de leer este libro es que todo hombre, incluso los dictadores más inescrupulosos, son también seres humanos profundamente complejos, que arrastran y cargan a cuestas los miedos, frustraciones y tristezas del pasado, y que una vez en el poder, lo usan consciente o inconscientemente, para redimirse o saldar las cuentas pendientes contraídas lo largo de la vida con propios y extraños.

Por otro lado, con respecto al autor de este libro, debo decir que no exagera la Editorial Debate al afirmar, como se lee en la contratapa, que con la rigurosidad y el talento narrativo a los que nos tiene acostumbrados, JCP, logra, a partir de una prosa exquisita y un rigor documental dignos de mención, retratar de manera notable la vida íntima del dictador chileno.


Nota: dedico esta columna a mi amada hermana María Teresa Rodríguez Campos, psicóloga de la Pontificia Universidad Católica del Perú, por haberme comprado este libro durante su último viaje a Chile. A ella, como a todos aquellos que ponen un libro más en los estantes de mi biblioteca personal, mi más sincero agradecimiento. 

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