En
política, uno tiene la obligación de “ser” y “parecer” honesto. En política, terreno
de apariencias y falsos ídolos, es fundamental que los actores estén libres de
cualquier tipo de duda o cuestionamiento que ponga en tela de juicio su buen
nombre. En política, actividad en la que las percepciones terminan siendo más
importantes que las realidades, las acciones y decisiones que se toman en
privado deben ser calibradas con sumo cuidado, pues de no ser así, un paso en
falso puede terminar sepultando públicamente la imagen de quienes quisieron
convertirse en los abanderados de la transparencia o en los adalides de la
lucha contra la corrupción.
Hace
algunos meses los medios de comunicación en nuestro país dieron a conocer el
patrimonio inmobiliario de dos expresidentes. De inmediato, y como para no
perder nuestro gusto por el chisme, deporte nacional que es el deleite de
grandes y chicos, se comenzó a especular en torno al origen del dinero con el
que ambos habían logrado comprar estas propiedades. ¿Puede un expresidente de
un país pobre como el Perú amasar una fortuna como de la que hablaba la prensa?
¿El sueldo de un expresidente en el Perú puede servir para adquirir predios valorizados
en varios miles de dólares? Esas fueron preguntas que la gente empezó a
formularse en la calle y en cualquier reunión familiar o social.
Si
me lo preguntan, debo decir que a mí me cuesta muchísimo trabajo creer que
alguien que nunca ha trabajado en otra cosa que no sea “hacer política”, tenga
los recursos suficientes como para adquirir inmuebles en el Perú y en el
extranjero ubicados en zonas exclusivas. Salvo se trate, claro está, de ese
tipo de políticos que luego de haber dejado el cargo “oficial” empiezan a
cobrar con creces la lista de favores que durante su gestión decidieron
conceder a determinados grupos o personalidades, a cambio, de eso no hay duda,
de una jugosa retribución futura. En otras palabras, la política, cuando es
ejercida de manera decente, no permite vivir a todo lujo y confort, tampoco
hace posible una vida llena de excesos, viajes, casas, departamentos, y mucho
menos de pagos “generosos” a cambio de disertaciones que no son otra cosa que
una retahíla de lugares comunes y frases vacías.
Pero
el asunto, como ya es costumbre en el país, pasó rápidamente al olvido, y salvo
las presentaciones públicas de los implicados, en conferencias de prensa en las
que nadie se atreve a hacer preguntas que incomoden al poder, dejó de ser
noticia, y dando vuelta a la página, los medios volvieron a centrar su
“trabajo” en los dos temas preferidos por nuestros periodistas: la candidatura
de Nadine Heredia para las elecciones del 2016 y el indulto humanitario en
beneficio de Alberto Fujimori. Dicho de otro modo, a nadie de la “gran prensa”
le conviene enemistarse con dos potenciales candidatos para las próximas
elecciones, menos cuando durante sus respectivos gobiernos, estos medios fueron
favorecidos con importantes millones de soles en publicidad estatal.
Sin
embargo, ahora el tema vuelve a ser tocado por los medios a raíz de la compra de
una “nueva propiedad” por parte de la suegra de un expresidente. No tiene nada
de malo el que la suegra de un expresidente decida comprar millonarias
propiedades, para luego, si ella quiere, ponerlas a nombre de su hija, o del
marido de esta, quien tuvo a su cargo los destinos de nuestro país. Pero como
no tiene nada de malo, los ciudadanos tenemos el legítimo derecho de hacernos
algunas preguntas: ¿De dónde sacó el dinero la afortunada señora para cerrar
estas transacciones? ¿Quién o quiénes se encargaron de “hacer el negocio” en su
representación si se sabe que la generosa dama vive en el extranjero? ¿A nombre
de quiénes están registradas las propiedades?
Esas
son preguntas que un expresidente debe estar en condiciones de absolver para
salvaguardar su honor, el de su familia, y el de un país que está cansado de
ver cómo sus funcionarios se llenan los bolsillos de la manera más infame. Eso
siempre que no sea cierta la antológica frase: ¡A mí la plata me llega sola!
Porque si la frase es verdadera pues entonces apaguemos las luces, vámonos
todos, y terminemos por asesinar la ética pública en el Perú. Eso para alegría
y felicidad de ladrones, criminales y pillos. Porque recuerden que cuando todos
son corruptos, entonces nadie es corrupto. Y por ende, la impunidad se instala
cubriendo con su manto la sarta de corruptelas y pendejadas a las que nuestros
políticos nos tienen acostumbrados.
Pero
no nos pongamos tristes, tampoco creamos que únicamente en el Perú se presentan
este tipo de denuncias. La lista de ejemplos en nuestra región es pródiga.
Tenemos casos de escándalos de corrupción que terminaron con la carrera
política de congresistas, ministros y presidentes latinoamericanos. Ahora
mismo, el periodista argentino Jorge Lanatta, en el programa “Periodismo para
Todos” de la televisión argentina, acaba de publicar un reportaje en el que se
da cuenta de la fortuna descomunal acumulada por la presidenta de ese país,
Cristina Fernández, durante los últimos años. Coincidentemente durante los años
en los que su esposo, el expresidente Néstor Kirchner, y ella, han ejercido el
cargo de jefes de Estado.
Nadie
en el Perú o Argentina puede estar feliz con este tipo de denuncias
periodísticas. Nadie quiere que sus expresidentes sean reconocidos a nivel
internacional como “dueños de mansiones y poseedores de fortunas” que no pueden
justificar sin que la voz se les entrecorte o sus rostros los delaten. Por el
bien de nuestra democracia esperemos que las denuncias sean falsas, que los
presidentes puedan explicar a sus pueblos el origen y la manera cómo fueron
amasando su patrimonio. De no ser así, la prensa está obligada a seguir
investigando y denunciando. Aunque eso signifique perder la amistad de los
dueños de la publicidad estatal.
Etiquetas: Alan García, Alejando Toledo, Cristina Fernández de Kirchner
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