Aproveché esta última Semana Santa para
terminar de leer un par de libros que despertaron particularmente mi interés.
Uno de estos es el último libro de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, cuyo
título he tomado para este artículo. El libro es, como ya otros lo han
señalado, una obra fundamental para entender las razones que explican la
dinámica de la economía mundial y el impacto de la misma en la política, la
sociedad y la cultura contemporánea. Además de ello, y con las limitaciones
propias de alguien que no es economista de carrera, debo decir que el libro es también
genial por la claridad con la que el autor expone sus ideas, las mismas que en
todo momento vienen acompañadas de datos, estadísticas y estudios que las
refuerzan y consolidan.
¿Sobré qué temas gira la obra de Stiglitz?
Como todos saben, Stiglitz era ya uno
de los economistas más importantes del mundo, mucho antes de recibir el Nobel
en 2001. Muchos de sus colegas lo han descrito como “el más grande crítico de
los economistas de su época”, esa frase tiene mucho de sustento si tomamos en
cuenta que varios de sus trabajos desnudan las falencias de la globalización,
en ellos además crítica duramente el fundamentalismo de los defensores del
libre mercado, así como el desempeño de algunos organismos multilaterales como
el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
¿Por qué leer a Stiglitz?
Stiglitiz es un gran académico, de eso
no cabe ninguna duda, pero además, conoce de cerca el modo cómo los gobiernos,
presionados por los grandes grupos de poder económico mundial, adoptan decisiones,
que lejos de buscar el interés público, terminan beneficiando los intereses
privados de estos sectores. Basta decir que ha sido presidente del Consejo de
Consejeros Económicos de Bill Clinton (1997-1999), además de primer
vicepresidente del Banco Mundial.
Son estas credenciales, que convierten
a Stiglitz en una voz autorizada para hablar de economía en el mundo, las que
en esta oportunidad me animan a difundir lo que este autor plantea en esta
monumental obra, ya que teniendo en cuenta las limitaciones del debate político
y académico de nuestro país, la lectura de trabajos como este deberían merecer
una atención especial por parte nuestra, pero sobre todo, por quienes siguen pontificando
la existencia de un “libre mercado perfecto”.
En la contratapa de este libro se lee
la siguiente reflexión: El 1 % de la población disfruta de las mejores viviendas,
la mejor educación, los mejores médicos y el mejor nivel de vida, pero hay una
cosa que el dinero no puede comprar: la comprensión de que su destino está
ligado a cómo vive el otro 99%. A lo largo de la historia esto es algo que esa
minoría solo ha logrado entender… cuando ya era demasiado tarde.
¿Cuál es la idea central de este libro?
Este es el panorama que muestra Stiglitz, esta es la foto que grafica la situación
económica y social de los Estados Unidos, la misma que se repite, en mayor o
menor medida, en muchos países de nuestra región, incluido el nuestro. ¿Qué
conclusión extrae el autor a partir de este cuadro gris de la realidad? Para
Stiglitz, como para muchos economistas no ideologizados, los mercados por sí
solos no son ni eficientes ni estables y tienden siempre a acumular la riqueza
en manos de unos pocos más que a promover la competencia. A eso, señala el
autor, debemos añadir que en muchos casos las decisiones gubernamentales y las
instituciones profundizan esta tendencia, favoreciendo a los más ricos frente
al resto.
¿Pretende Stiglitz acabar con el libre
mercado cuando hace este tipo de afirmaciones?
No, naturalmente no. Lo que señala el autor es la necesidad de repensar la
dinámica del mercado y recuperar la importancia que tiene el Estado, sus
instituciones y la política, en el proceso de consolidación de un mercado
auténticamente libre. ¿Qué funciones debe cumplir el Estado en el marco de una
economía de mercado? Para Stiglitz, cuatro son las tareas que debe cumplir el Estado:
1) Regular de manera eficiente (promoviendo la competencia), 2) Supervisar el
cumplimiento de la legislación vigente, 3) Sancionar a quienes incumplen la
ley; y 4) Resolver con imparcialidad los conflictos que se puedan presentar
entre los diversos agentes económicos.
Para ello, es fundamental recuperar la confianza de los ciudadanos en el
Estado y en las entidades públicas. Siendo tan grande la fuerza y el poder de
los grandes grupos económicos, únicamente un Estado fuerte y autónomo será
capaz de frenar los apetitos de quienes tratarán siempre de poner al Estado al
servicio de sus intereses privados. El Estado es un espacio en el cual confluye
una diversidad de intereses (públicos y privados) que se encuentran
constantemente en pugna. El Estado es el único capaz de emplear las ventajas y
beneficios del libre mercado en beneficio de la grandes mayorías, corrigiendo
las fallas que un mercado per se imperfecto
trae consigo.
¿Por qué es importante reducir la
desigualdad?
Lo que algunos defensores a ultranza del “libre mercado perfecto” (ese que
no existe) no logran entender es que la
desigualdad, además de la pobreza, genera altos índices de criminalidad,
problemas sanitarios, menores niveles de educación, de cohesión social y de
esperanza de vida, afirma Stiglitz. Por eso es necesario que desde el Estado y
la política se adopten medidas para corregir esta situación.
El Gobierno, dice Stiglitz, nunca corrige perfectamente los fallos del
mercado, pero en algunos países lo hace mejor que en otros. La economía prospera
únicamente si el Gobierno consigue corregir razonablemente bien las fallas del
mercado más importantes. Por ejemplo, y cita una experiencia norteamericana, una buena normativa
financiera ayudó a que Estados Unidos –y el mundo- evitara una crisis grave
durante las cuatro décadas posteriores a la Gran Depresión. En cambio, la
desregulación de la década de 1980 dio lugar a docenas de crisis a lo largo de
las últimas tres décadas, de las que la crisis estadounidense de 2008-2009 tan
solo fue la peor.
¿Por qué los gobiernos no corrigen las
fallas del mercado?
La torpeza o falta de voluntad de algunos gobiernos, la mayoría de ellos,
si miramos el panorama actual, no es casual ni fortuita, afirma Stiglitz. Por
ejemplo, analizando la crisis en los Estados Unidos, llegamos a la conclusión
de que durante mucho tiempo, el sector financiero, (que puede ser otro en
cualquier otro país de la región), utilizó su enorme influencia política para
asegurarse que no se corrigieran los fallos del mercado y de que las recompensas
privadas del sector siguieran siendo muchísimo mayores que su contribución
social, uno de los factores que contribuyó a generar los altos niveles de
desigualdad en lo más alto.
¿Es posible revertir las tendencias de
la desigualdad?
Sí, si es posible. Otros países como Brasil lo han conseguido. Brasil tenía
uno de los niveles más altos de desigualdad del mundo, pero durante la década
de los noventa se dio cuenta de los peligros que esta generaba en términos de
división social e inestabilidad política como de crecimiento económico a largo
plazo. El resultado de esta reflexión dio a luz un consenso general a nivel de
toda la clase política, encabezada en ese momento por el presidente Henrique
Cardoso, sobre la necesidad de un aumento masivo del gasto en educación y
salud, destinado sobre todo a los más pobres. ¿Ha logrado Brasil acabar con la
desigualdad? No, de hecho sigue teniendo índices más altos que los Estados
Unidos, pero mientras en este país la brecha entre ricos y pobres se redujo, en
Estados Unidos la misma ha aumentado considerablemente en las últimas décadas.
¿Cuál es la receta para luchar contra
la desigualdad?
En principio, debe quedar claro que Stilglitz, al igual que Rawls, entre
otros, no propone la introducción de recetas económicas y políticas que apunten
a una igualdad absoluta. Eso sería imposible, porque el mercado retribuye o recompensa
de acuerdo al esfuerzo y al valor del trabajo o servicio que los agentes
económicos brindan. La pregunta es: ¿tienen todas las personas la oportunidad
de desarrollar esas capacidades en igualdad de condiciones? Todos sabemos que no,
por eso la importancia de una política pública que focalice los recursos en
educación, salud e infraestructura, pues la inversión eficiente de dinero
público en estos sectores eleva la calidad de vida de las personas y promueve
progresivamente la igualdad de oportunidades.
¿Cuál es la relación entre educación y
pobreza?
El mercado premia la capacidad y la destreza de los profesionales altamente
calificados y especializados. El único camino para esa calificación es la
educación. Si tomamos en cuenta, dice Stiglitiz, que una buena educación
depende cada vez más de los ingresos, de la riqueza y de la educación de los
padres, sería estúpido no aumentar el gasto social en este sector, para de ese
modo, quebrar ese círculo de pobreza que condena a los hijos de padres pobres y
sin educación a repetir su historia de miseria y exclusión.
Conclusión
Podemos decir entonces que el contenido de este libro es importante porque
quiebra esa lógica absurda, que durante muchos años nos trataron de imponer los
defensores del “libre mercado perfecto”, bajo la cual el Estado no debe hacer
nada para corregir las fallas del mercado porque este de manera espontánea
alcanzará la perfección, y la otra de que la economía está divorciada de la
política, falacia que únicamente sirvió para atar las manos de quienes pudiendo
tomar medidas en favor de los más pobres, a partir de la adopción de políticas
de distribución eficaces, veían cómo los índices de desigualdad crecían en la
sociedad sin que el idolatrado mercado haga nada para reducir la brecha entre
ricos y pobres, generando inestabilidad social e ingobernabilidad política en democracias con instituciones débiles como la nuestra.
Etiquetas: Banco Mundial, crisis económica en USA, desigualdad., Fondo Monetario Internacional, Joseph Stiglitz, libre mercado
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