La
última elección presidencial en Venezuela ha sido una de las más
reñidas de su historia. Según las cifras finales, Nicolás Maduro,
el heredero político de Hugo Chávez, ganó los comicios con el
50.75% de los votos, frente al 48.98% obtenido por Henrique Capriles
Radonski, el candidato de la Mesa de Unidad Democrática (MUD). Los
resultados finales han sido los más ajustados de los últimos
tiempos. Como se recuerda, Venezuela no vivía un proceso similar
desde que en 1968, Rafael Caldera, el candidato socialcristiano,
derrotara al partido oficialista Acción Democrática con un margen
de apenas 33,000 votos.
Es
así como luego de 14 años de chavismo, la oposición de ese país
estuvo a punto (quizá lo logró) de derrotar al partido de Gobierno.
Para los defensores del chavismo esta elección ha vuelto a demostrar
que el pueblo venezolano sigue apostando por el proyecto del
Socialismo del siglo XXI que Hugo Chávez impulsó desde el momento
en el que asumió la presidencia por primera vez en el año de 1998.
En otras palabras, para los chavistas, haber ganado 17 de los últimos
18 comicios electorales es una señal clara de que a esta revolución
nadie la para. Por el lado de los opositores, la reacción ha sido
completamente distinta. Para ellos, este proceso marca un punto de
quiebre en la historia política reciente de Venezuela. Nunca antes
la oposición había logrado alcanzar casi el 50% de los votos en
este país. Esto hace que muchos hablen ya del inicio de una
transición democrática.
Los
resultados han dado como ganador al partido oficialista. Nicolás
Maduro fue proclamado como el nuevo presidente de Venezuela por la
Comisión Nacional Electoral (a pesar de que la OEA pidió el
recuento de los votos). Pero las cifras alcanzadas por el chavismo
más que tranquilidad han generado una profunda preocupación entre
su militancia. Imagínense, han transcurrido largos 14 años de
gobierno “socialista” y casi la mitad del pueblo venezolano ha
expresado en las urnas sus deseos de cambio en la conducción
política de su país. ¿Qué clase de revolución “popular” es
esta que tiene a la mitad de la población deseando que la revolución
termine? Esta es la pregunta que muchos en Latinoamérica nos hacemos
hace mucho pues estamos seguros de que el descontento con la manera
cómo el chavismo entiende la política y ejerce el poder ha ido
creciendo rápidamente durante los últimos años.
Sin
embargo, lo más importante de estos comicios no han sido los
resultados finales, sino lo que vino después de que estos fueran
conocidos. Durante las semanas previas a este proceso electoral
(sucedió lo mismo en las últimas elecciones pasadas en las que
participó Hugo Chávez) diversos líderes, personalidades y medios
de comunicación (los que han logrado sobrevivir a la persecución
chavista) fueron denunciando la presencia de una serie de
irregularidades que distorsionaban el proceso electoral inclinando la
balanza en favor del partido de gobierno. Estos son los antecedentes
que hoy en día hacen que ante un escenario de suma polarización
como el que se está viviendo, y con cifras tan ajustadas, los
rumores de FRAUDE cobren fuerza tanto dentro como fuera de Venezuela.
Para
nadie, a estas alturas de la historia, es novedad de que en Venezuela
el chavismo tiene el “monopolio casi absoluto” sobre los medios
de comunicación. También se sabe, y eso es algo que ni siquiera los
propios chavistas se pueden atrever a refutar, que el partido de
gobierno ha logrado copar a todas las instituciones públicas,
incluyendo al Poder Judicial y al órgano electoral de ese país,
situación que le ha dado una enorme ventaja frente a los partidos de
oposición en cualquier contienda electoral en la que han
participado.
Si
a eso le sumamos que el chavismo ha utilizado a toda la maquinaria
estatal a su antojo y empleado ingentes cantidades de dinero público
en su afán releccionista, es lógico pensar que en “este tipo de
elecciones” el chavismo ha tenido siempre todas las cartas
ganadoras en su poder, y que la participación de la oposición,
únicamente servía para legitimar plebiscitariamente la continuidad
de su proyecto autocrático y populista.
Creo
que nadie puede tener la certeza, ni siquiera los líderes de la
oposición venezolana, de que se ha producido un fraude al momento de
computar los votos (recordemos que el voto es electrónico en este
país). Quizá sea cierto que Nicolás Maduro logró vencer a
Capriles por aproximadamente 265 mil votos. No obstante ello, cabría
preguntarnos si para que un proceso electoral sea catalogado como
democrático basta con que el conteo de votos sea fiel reflejo de la
voluntad popular, o si además de ello, los actores involucrados
(oficialismo y oposición) deben observar una serie de reglas
expresas (también tácitas) que hacen que el vencedor de una
elección goce de una legitimidad indiscutible al haber competido de
manera transparente y justa.
Un
proceso electoral, como el que se ha vivido en Venezuela (con Chávez
y ahora como Maduro como protagonistas), o como el que se vivió en
el Perú en el año 2000, no puede ser catalogado de ninguna manera
como democrático por las siguientes razones:
a)
El partido de gobierno manipuló durante los últimos años la
legislación electoral con el afán de favorecerse y permanecer de
manera indefinida en el poder desconociendo los principios básicos
de la república como el de sucesión temporal y alternancia en el
poder; b) El partido de gobierno, con el apoyo de las instituciones
que puso a su servicio, se encargó de perseguir a los más
importantes representantes de la oposición de ese país restándole
a este sector las posibilidades de competir en igualdad de
condiciones; c) El partido de gobierno se encargó de liquidar el
derecho a la libertad de expresión de los medios de comunicación
que se atrevían a criticar la conducta de Hugo Chávez y de su
administración; d) El partido de gobierno ha despilfarrado el dinero
público de todos los venezolanos en financiar todas las campañas
electorales en las que ha participado sin ningún tipo de control o
limitación; e) El partido de gobierno ha sometido a todo el sector
castrense y lo ha convertido en su brazo político a la hora de
arremeter en contra de los opositores; f) El partido de gobierno ha
quebrado la institucionalidad democrática en Venezuela al violar el
principio de separación de poderes de manera sistemática durante
los últimos años; y g) El partido de gobierno ha violado de manera
reiterada las libertades civiles y fundamentales cuando el ejercicio
de estas empezó a ser visto como una amenaza para los intereses
políticos del chavismo.
Por
estas razones, creemos que es muy preocupante que nuestro Gobierno, y
el de los diversos países de la Unasur, terminen respaldando y
reconociendo la victoria electoral de Nicolás Maduro, cuando saben
que este proceso estuvo plagado de una serie de ilegalidades que lo
convierten en el más claro ejemplo de lo que las autocracias
modernas hacen para legitimar su poder en el mundo. En palabras de
Steven Levitsky, profesor de Harvard, lo que caracteriza a estos
“autoritarismos competitivos” como el de Venezuela es que un
solo líder (antes Hugo Chávez) o un solo partido político tiene un
dominio casi total de la política pero que, al menos en teoría, la
oposición puede llegar al poder a través de elecciones. Bajo tal
sistema, los gobernantes autoritarios casi siempre se mantienen en el
poder porque controlan y utilizan los medios del Estado para aplastar
a la oposición, detener o intimidar a los opositores, controlar los
medios de comunicación, o alterar los resultados de las elecciones.
En
otras palabras, las autocracias competitivas como la venezolana
pueden no necesitar de un fraude al momento de contabilizar los
votos para alcanzar la victoria, pues ese fraude lo fueron gestando
poco a poco desde el gobierno, usando todo el poder que el manejo del
sector público les ofrece, inclinando la balanza a su favor, para
entrar a competir con la certeza de que no podrán ser vencidos, y de
que si lo fuesen, los árbitros de la competencia les terminarán por
dar el triunfo en mesa, cueste lo que cueste. Porque para las
demoduras
o
dictacracias
como la de Venezuela lo más importante es perpetuarse en el poder
aun cuando el 50% de la población ya no crea en su prédica
revolucionaria vacía y mentirosa. Estas son las elecciones a las
cuales nuestro presidente Ollanta Humala y los jefes de Estado del
Unasur, consideran democráticas y legítimas. ¿Qué les parece?
Etiquetas: autoritarismo competitivo., Henrique Capriles, Hugo Chávez, Nicolás Maduro
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