Seguro al leer el título
de este artículo algún izquierdista bruto y achorado (dogmáticos tenemos en
ambos bandos) afilará su puntería y llenará su arma con balas de odio y
estiércol. Lo mismo haría un derechista en el otro bando, si el tenor fuese
otro. El título pudo ser también “hipocresía zurda” o “la doble moral
progresista”. En fin, el encabezado pudo ser cualquiera, pero en modo alguno
cambiaría lo que muchos hemos sentido y pensado al escuchar a algunas voces de
nuestra izquierda pronunciándose sobre los resultados en las últimas elecciones
presidenciales llevadas a cabo en Venezuela.
Celebran y felicitan la
victoria “democrática” del sátrapa Hugo Chávez, es una nueva forma de hacer la
revolución, dicen algunos. Otros, con menos pudor y con más talento para la
lisonja interesada y la adulación rastrera, dicen que Chávez es la mismísima
encarnación de Simón Bolívar, y que su pueblo lo ha premiado por ser la única
voz en América del Sur capaz de denunciar los abusos del imperio norteamericano
(se olvidan que ese mismo imperio es el principal importador de su petróleo).
Chávez tiene sus amigos en
el barrio, mejor dicho, tiene un grupo de mandatarios que con la misma prédica,
pero con menos dólares, pretenden hacer la revolución socialista del siglo XXI
en base a clientelismo y populismo puros. Ser generoso es muy fácil, sobre todo
cuando la generosidad es financiada con el dinero de todos los ciudadanos.
Ningún venezolano, hasta los más chavistas, puede negar el brutal despilfarro
que Chávez hace de las reservas de su país, financiando programas “populares”
que tienen como único objetivo la formación de milicias que pueblan las calles
y visten un polo rojo por el temor a
perder las dádivas que desde el poder reciben.
He marchado hace algunos
años con muchos hombres y mujeres que con convicción nos oponíamos a la tercera
elección del reo Alberto Fujimori. En ese momento las razones jugaban a nuestro
favor, el dictador y su partido aprovechando la miseria de la población,
desarrollaban un plan de asistencialismo a gran escala, financiado con el
dinero de todos los peruanos, el cual les permitía transformar al autócrata en
Papá Noel los doce meses del año. Pero el asunto era más complejo, el shogunato fujimorista había copado todo
el aparato público, y hacía lo mismo con los medios de comunicación. Frente a
ese escenario la respuesta era unánime: no es posible hablar de elecciones
democráticas en un país en donde las libertades son conculcadas y los
opositores son perseguidos.
Pero al cabo de algunos
años, esos mismos defensores de la democracia, hoy convertidos en publicistas
del chavismo, o silentes organizaciones no gubernamentales que prefieren mirar
a otro lado, tiran al tacho toda esa prédica democrática, y se afanan en
justificar una barbarie incalificable. Decir que las elecciones en Venezuela
son un ejemplo de civismo democrático es atentar e insultar la inteligencia de
todo latinoamericano medianamente informado.
El problema de este sector
de la izquierda (no quiero referirme a toda ella) es que bajo su tesis la
palabra democracia se reduce únicamente al acto electoral en el cual los
ciudadanos depositan su voto. Si ello es así, el continente corre un grave
riesgo, pues en otro país, y usando las mismas prácticas, el gobernante puede
modificar la Constitución y las leyes electorales a su antojo, dilapidar los
fondos públicos en su campaña, manipular a toda la burocracia convirtiéndola en
portátil, quebrar el principio de separación de poderes, cerrar los medios de
comunicación incómodos, perseguir a los opositores, y finalmente proclamarse
“tirano electoralmente elegido” en una competencia cuya transparencia no pudo
ser supervisada por ningún organismo internacional serio.
Qué curioso, esta
izquierda fracasada y trasnochada, que cada cinco años va de tumbo en tumbo
buscando a algún partido inscrito para fagocitar de sus entrañas, es la misma
izquierda que criticó y sentenció políticamente a Fujimori por hacer todo
aquello que hoy en día le perdona al tirano Hugo Chávez. Eso se llama
hipocresía, acomodo, doble moral, incoherencia, o únicamente sesgo ideológico.
Hablan de libertad, democracia y derechos humanos cuando se trata de
descalificar a los jinetes negros de la derecha, pero callan, cierran los ojos,
adulan, incluso ríen, cuando el tirano es uno de los suyos, cuando el autócrata
se declara anti-imperialista aunque todos estos sepan que ese mismo enemigo del
colonialismo invierte miles de dólares en el financiamiento de grupos que en
cada país inoculan su ideología anti-democrática.
Chávez venció en una
competencia en la que no podía perder. El esfuerzo de Enrique Capriles ha sido enorme y
merece por ello nuestro reconocimiento. Pero, ¿cómo competir con Goliat si a
David ni siquiera se le permite tener una piedra? Basta con medir la presencia
mediática de uno y otro candidato para darnos cuenta de la falsedad de las
palabras de aquellos que afirman que la oposición tuvo las mismas posibilidades
de vencer en esta elección.
Es cierto que en Venezuela
existe un importante número de electores (la mitad de Venezuela quizá) que
seguramente votó por Chávez. Es cierto que muchos de ellos prefieren a Chávez
que a los grupos tradicionales de poder que representados por AD y COPEI, se
encargaron de invisibilizarlos durante décadas mientras ponían el país al
servicio de sus intereses. Chávez es visto
por ellos como el héroe que descabezó a esa derecha oligárquica, egoísta
y corrupta. Todo eso es cierto.
Pero con igual
contundencia, podemos decir que Chávez ha convertido a Venezuela en un país donde
el plebiscito sirve para justificar la destrucción de los principios básicos de
la democracia. No hemos querido hablar de la brutal crisis social, política y
económica por la que atraviesa Venezuela, pues razones de tiempo nos lo
impiden. Lo que debe quedarnos claro es que el discurso populista y autoritario
sigue siendo exitoso en nuestros pueblos, y lo seguirá siendo mientras la
“democracia” no sea capaz de llevar bienestar y desarrollo a la mayor parte de latinoamericanos.
Debe quedarnos claro también que tenemos una clase política que más allá de
comprometerse con la defensa de ciertas reglas que transparenten la dinámica
política, como el rechazo a la reelección indefinida, aparecen en el escenario
para justificar autoritarismos de derecha o izquierda, dependiendo de los
apetitos e intereses que estos defiendan.
Etiquetas: Capriles Radonski, elecciones 2012 Venezuela, Hugo Chávez
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