lunes, 22 de octubre de 2012

Para entender la protesta social




El proceso de democratización iniciado en nuestro país a principios de la década pasada trajo consigo importantes cambios sociales y políticos. La democracia recién recuperada hizo posible el ejercicio pleno de libertades que durante diez años habían sido sistemáticamente vulneradas. Es así que sobre la base de derechos como la libertad de expresión, reunión y asociación, se fueron organizando y diseminando por todo el Perú lo que conocemos con el nombre de “movimientos sociales”. Qué duda cabe entonces, que durante los últimos años la protesta social ha ido adquiriendo mayor importancia tanto en fuerza como en número.

Como bien lo señalara el BID en su momento, existe un sector de la sociedad que mantiene una percepción equivocada en torno a este fenómeno. Tradicionalmente se pensó que los movimientos sociales y la protesta eran resultado de procesos de atomización social, alienación o frustración. Esta percepción en la actualidad se encuentra en franco retroceso, pues en muchos casos, sino en la mayoría, estos movimientos están conformados por personas racionales y socialmente activas que estando bien integradas en su comunidad buscan defender sus intereses por canales diferentes a los que las institucionales oficiales reconocen (Parlamento, partidos políticos y otras).

Seguramente se escucharán algunas voces que rebatirán lo señalado por el BID sosteniendo que eso no es cierto, que es pura teoría y que lo que en realidad sucede es que la calle ha caído en manos de grupos radicales que imbuidos de la prédica comunista buscan réditos políticos avivando las contradicciones existentes. Cierto es que en toda protesta se registra la presencia de oportunistas de que tomando carreteras o quemando llantas buscan un protagonismo que de otra manera no conseguirían. Pero reducir la explicación del fenómeno a la presencia de estos azuzadores no es una respuesta del todo convincente. Si la calle se mueve es porque la población siente un descontento históricamente insatisfecho, capitalizado por los extremistas.

¿Por qué se da este fenómeno?

En primer lugar, porque la democracia (joven en nuestro caso) no ha sido capaz de dar atención a las necesidades sociales de la población, transparentar el manejo de la cosa pública, luchar frontalmente contra la corrupción y evitar la captura del Estado por los intereses particulares de los grupos de poder fáctico.

En segundo lugar, porque si bien el modelo económico adoptado genera importantes ingresos económicos al país, la administración de los mismos por parte del Estado, no ha sido capaz de dar acceso a servicios básicos adecuados (educación, salud, justicia, agua y saneamiento) a la población menos favorecida (rural y urbano marginal, principalmente). En otras palabras, la democracia no ha cumplido con las expectativas que en su momento generó entre los más necesitados.

En tercer lugar, porque luego de 191 años de república, nuestro país no ha sido capaz de construir un proyecto nacional compartido. Los peruanos no hemos tenido el valor y la capacidad suficientes para proponer al país (sobre todo a los más pobres) una visión de futuro colectivo en donde todos los ciudadanos se sientan iguales en derechos y obligaciones. Mientras subsista en nuestra patria el sentimiento de muchos peruanos que ven a diario cómo la ley no se aplica igual para todos, la justicia solo llega para quienes tienen influencias o los beneficios del crecimiento se concentran en una minoría, será muy difícil abrazar la idea de un Perú realmente inclusivo.

Los retos de la democracia son muchos. La tarea por alcanzar el desarrollo y el bienestar de “todos” es más compleja de lo que muchos pensamos. Ahora muchos recuerdan con nostalgia los años de autoritarismo, dicen que prefieren el orden a la libertad, afirman que nadie protestaba en aquel tiempo y que todo era calma y tranquilidad. Esa percepción es absolutamente equivocada, el autoritarismo usó la violencia para acallar las voces disidentes y arremetió contra los que se atrevían a disentir con el poder. No caigamos en ese juego, reconozcamos las ventajas de ser libres, y al mismo tiempo, asumamos la obligación de construir un país más solidario y justo.






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