Después
de casi 30 años de su primera elección como Presidente de la República (el
único aprista), Alan García Pérez (AGP) sigue siendo una de las figuras
estelares de la política en el Perú. Como bien lo apuntó Jhon Crabtree (JC),
autor del libro cuyo título tomamos para esta columna, tanto su pasado como su
presente provocan sentimientos encontrados y separan en campos opuestos a los
que lo apoyan de los que se le oponen.
Esa
oposición, ese resentimiento antiaprista capaz de movilizar a sectores de la
izquierda y de la derecha políticas en contra suya, se ve incrementado con la
llegada de un nuevo proceso electoral (2016) en el cual se cree que AGP volverá
a competir.
¿Por
qué los rivales de AGP le tienen tanto miedo? Quizás la respuesta la tenga JC
al señalar que en todos estos años, él ha demostrado no haber perdido nada de
su talento para la táctica política ni de su capacidad retórica, pues como
líder del más antiguo y quizás el único partido de masas del Perú, se eleva muy
por encima de la mayoría de los políticos de la actualidad.
Fantasmas del pasado
Sin
embargo, es claro que, a pesar de su performance durante su segundo gobierno
(2006-2011), la herencia de su primera gestión (1985-1990), sigue constituyendo
una mancha indeleble, un pasivo político, una página negra en su biografía que sus
rivales de turno siempre le enrostran en el fragor de la contienda electoral.
Entonces,
parece oportuno, a casi dos años de las próximas elecciones generales, examinar,
con la mayor dosis de objetividad posible, el desempeño de AGP durante su
primer Gobierno, al que muchos han catalogado como el peor de nuestra historia
republicana. Para ello, tomaremos como referencia el análisis hecho por JC, en
el libro ya citado, obra en la cual este inglés, analista e investigador del
Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Oxford, reconstruye de
manera cuidadosa la escena nacional vivida en ese quinquenio, al haber sido un
testigo privilegiado de esa etapa de nuestra patria por su trabajo como
corresponsal de The Guardian y The Economist.
El
libro de JC fue escrito a inicios de 1990, durante las elecciones que llevaron
al poder a Alberto Fujimori, según el autor, uno de los que más se esforzó por
subrayar los errores del líder aprista. El libro, como es de suponerse, se
publicó primero en inglés en el año 1992, poco después del autogolpe de
Fujimori y del inicio de la persecución general en contra de la clase política,
y de AGP en especial. La edición en castellano que ahora comentaremos es del
año 2005.
Una mirada desapasionada
El
libro se divide en dos partes. En la primera el autor examina la situación que
heredó AGP y repasa los primeros dos años (los felices) de su Gobierno, durante
los cuales la implementación de una política económica heterodoxa arrojó como
resultado niveles importantes de crecimiento, situación que le permitió gozar
de apoyo popular y legitimidad para sus decisiones. En la segunda, la atención
se centra en analizar la “bajada”, la crisis económica boyante desatada en
1988, y el impacto político, económico y social que esta trajo consigo.
En
ambas partes, y esta es justamente una de las fortalezas de la reflexión
expuesta por JC, se analizan tres elementos claves: el clima político, las
decisiones sobre política económica y las consecuencias que de ellas se
derivaron, y el problema de la violencia política más allá de los límites del
sistema político establecido. Este es un apunte metodológico que el autor hace
y que todos los que se acerquen a la lectura de este libro deben tomar en
cuenta, pues son tres elementos que no deben separarse sino tratar de
relacionarse entre sí.
El objetivo del libro
El
autor afirma que el objetivo de su libro ha sido intentar una evaluación de lo hecho
por la administración de AGP a la luz de los problemas enfrentados por el Perú.
Por ello destaca que los extremos entre riqueza y pobreza, la falta de
integración política y económica entre las regiones, la articulación relativamente
fuerte de las demandas sociales, y la debilidad del Estado como mediador en los
conflictos e impulsor de reformas, hacían del Perú un país particularmente
difícil para gobernar, no solo para AGP, sino para cualquier otro político que
hubiese estado en su lugar. De hecho, el país se tornó más convulsionado
durante el desfavorable clima económico externo de los años 1980. Por tanto, es
probable que cualquier presidente, bajo las mismas circunstancias hubiera
sufrido similar desgaste como resultado
de ejercer cinco años el poder en el Perú de aquellos años.
No todo estaba en su contra
Sin
embargo, señala el autor, las circunstancias políticas que enfrentaba AGP al
llegar a la presidencia no eran enteramente desfavorables. Él había llegado al poder demoliendo a sus
adversarios como una reacción al conservadurismo de su predecesor. Esto le
permitió contar con un fuerte respaldo popular para su primer paquete de
reformas heterodoxas (hacia la izquierda). Asimismo, su partido ganó la mayoría
de curules en las dos cámaras del Congreso de la República, contando además,
con el apoyo de un partido con una fuerte tradición de disciplina y lealtad. Si
a eso le sumamos que las principales fuerzas de oposición en el Parlamento
estaban desarticuladas, y que gracias al diseño constitucional peruano, el
Poder Ejecutivo contaba (y cuenta) con un amplio espacio para gobernar mediante
Decretos Supremos, queda claro que AGP no era precisamente un presidente
carente de poder, sino todo lo contrario.
La ilusión efímera
Para
el autor, en 1985, existía entre la gente la gran esperanza de que AGP fuera
quien podía conducir el país hacia un mejor futuro, con mayor prosperidad,
menor desigualdad social y política, y un desarrollo sub nacional más
equilibrado. Este clima de optimismo se fue consolidando con los éxitos de los
dos primeros años de Gobierno durante los cuales se logró bajar la inflación,
incentivar el crecimiento, establecer autoridad constitucional sobre el fuero
militar, y recuperar algo de orgullo nacional, especialmente en relación con la
banca extranjera.
Pero
el sueño duró muy poco, AGP que había recogido la investidura de quien quizás
ha sido el líder político peruano más importante del siglo XX, Víctor Raúl Haya
de la Torre, y al mismo tiempo reivindicó la importancia de la reforma social
iniciada por Juan Velasco Alvarado, desperdició esta oportunidad histórica,
hundiendo al Perú en una de las más grandes crisis de su historia.
Según
el autor, es posible que la equivocación de creer que el giro económico
iniciado en 1985 –y junto con ello la supremacía política del propio AGP- podía
extenderse por un periodo más largo que el que finalmente tuvo (Argentina y
Brasil ya habían fracasado en este mismo intento heterodoxo) haya sido el
factor determinante en el descalabro de su Gobierno.
Cinco puntos sobre el desempeño de AGP
Visto
en retrospectiva, afirma el autor, hubo una serie de errores y olvidos
cruciales que aceleraron el desplome del Gobierno de AGP. Cabe señalar, que
muchos de estos desaciertos fueron en su momento reconocidos por funcionarios
del propio Gobierno, incluso por él mismo. La lista de yerros en los que
incurrió la su administración es numerosa, pero para el autor estos pueden
condensarse en 5 puntos generales que explican el fracaso de este Gobierno.
En
primer lugar, dada la situación política heredada, era indispensable contar con
una estrategia económica de mediano y largo plazo, así como un plan de
estabilización de corto plazo. Sin embargo, el Gobierno de AGP inició (y
finalizó) su mandato desprovisto de una estrategia cuidadosamente preparada que
le otorgue coherencia a sus políticas. Esta necesidad era aún mayor debido a la
naturaleza innovadora y poco ortodoxa de las políticas económicas empleadas. El
resultado de esta carencia fue la inconsistencia entre muchas de las medidas
adoptadas.
En
segundo lugar, el Partido Aprista no tuvo la voluntad (sino hasta 1988) de
establecer alianzas políticas con otros sectores (la izquierda y el
empresariado, sobre todo). La alta votación alcanzada en 1985 se convirtió en
su debilidad, en tanto hizo creer a AGP que él y su partido podían conducir el
país por sí solos. Pero la soberbia, que siempre es mala consejera en política,
le terminó pasando la factura en el momento más importante de su Gobierno: la
pretendida nacionalización de la banca. Ni la izquierda, ni mucho menos el
empresariado, estuvieron dispuestos a respaldar la medida. La ambivalencia
ideológica del aprismo en su historia - al moverse de la izquierda hacia la
derecha en el pasado - generó muchas
dudas entre sus posibles aliados, quienes no estuvieron dispuestos a extenderle
la mano.
En
tercer lugar, la principal tarea del nuevo Gobierno era la pacificación del país.
Para ello, AGP acertó (al inicio) haciendo hincapié en la necesidad de combatir
a Sendero no sólo por medios militares, sino políticamente, a través de una
estrategia de desarrollo para los departamentos más pobres del Perú, que
beneficie a los productores campesinos. Pero al poco tiempo, el Gobierno mostró
su incapacidad para implementar medidas y programas que dinamicen la economía
campesina de manera efectiva, especialmente dadas las condiciones generadas por
la presencia de Sendero. Fue justamente la frustración y el descontento generado
por esta situación, lo que explica el crecimiento y expansión de Sendero en
zonas como el Alto Huallaga, lugar en el cual reinaba la desconfianza entre
productores e instituciones oficiales, sobre todo en cuanto a la erradicación y
sustitución de cultivos de coca.
En
cuarto lugar, el Gobierno de AGP no supo aprovechar la tranquilidad de sus dos
primeros años de administración (era un presidente muy popular) para impulsar
las reformas fiscales y tributarias que el país necesitaba. Sin un rediseño del
sistema tributario era imposible creer que el Gobierno sería capaz de elevar el
nivel de intervención estatal con el ánimo de promover el desarrollo económico
y la equidad social. Además, AGP jamás entendió que el tipo de políticas
heterodoxas que buscaba implementar exigían la presencia de una burocracia
eficiente. Sin embargo, durante su Gobierno, él no hizo nada por profesionalizar
y mejorar las condiciones de trabajo de la administración pública. Sin ello,
sus políticas estaban condenadas al fracaso. Y así fue.
Finalmente,
el Gobierno de AGP no tuvo la capacidad para mirar con atención el conjunto de
demandas provenientes desde las regiones. De hecho, durante sus 3 primeros años
de gestión, poco se hizo por llevar adelante programas destinados a promover
una descentralización política, administrativa y económica más profunda. Fue
recién en los dos últimos años de su administración que él asumió el tema de la
regionalización con mayor energía. Pero ya era demasiado tarde, el Gobierno se
topó con desafíos y demandas sub nacionales mucho más violentas y radicales.
Estas, sumadas al escaso nivel de institucionalización del sistema político y a
la casi nula capacidad del mismo para procesar y dar respuesta a estas
demandas, generaron un escenario de inestabilidad, crisis y confrontación
constantes.
El autor reconoce algunas omisiones
El
libro (en la edición 2005) finaliza con un post scriptum que vale la pena
comentar. Los juicios de la historia, señala JC, se modifican inevitablemente
con el transcurso de los años, pues el tiempo permite enfocar nítidamente
algunos temas que antes eran menos claros. Eso quiere decir que si el libro
hubiese sido escrito hoy, con todas las ventajas de la mirada retrospectiva,
habría enfatizado en varios aspectos que no se percibieron adecuadamente en el
momento.
Según
lo señala el propio autor, seguramente habría puesto mayor énfasis en la
corrupción gubernamental del Gobierno aprista. Pues más allá del supuesto
enriquecimiento ilícito de AGP, sobrevive en el imaginario colectivo una fuerte
percepción popular de que los apristas de todos niveles se aprovecharon de sus
puestos y utilizaron los recursos del Estado para llenar sus bolsillos.
De
igual manera, especial atención habría merecido el tema de la violación de los
derechos humanos, pues fue recién luego de la publicación del Informe Final de
la Comisión de la Verdad y Reconciliación en 2003, que se pudo apreciar
claramente la enormidad de las matanzas llevadas a cabo durante esos años,
sobre todo en la región de Ayacucho. La cifra, para el autor, resulta
estremecedora (70000 muertos) y exige una evaluación mucho más profunda.
Estabilidad económica e inclusión social
En
la actualidad, los gobiernos de América Latina de centro izquierda enfrentan el
reto de buscar un equilibrio político entre la estabilidad económica y la
búsqueda de equidad e inclusión social. Esta es una tarea que la clase política
en nuestro país también deberá afrontar, pues la experiencia comparada nos
demuestra que son justamente los países menos desiguales, que cuentan con
fuertes clases medias, los que logran consolidar y fortalecer a sus
democracias. Siendo ello así, compartimos la opinión del autor al señalar que una
asimilación objetiva de lo acontecido durante el período 1985-1990 podría
servir como útil punto de partida para la construcción de un mejor futuro.
Nota: en mi opinión, este
es un libro de necesaria consulta para todos aquellos que estén interesados en
el estudio y análisis de este periodo de nuestra historia. Pero sobre todo,
este es un libro que debe ser leído por los más jóvenes, aquellos que no
tuvieron la “fortuna” de conocer al AGP de 1985, y que en el año 2016 serán
seducidos por la retórica del líder aprista.
Etiquetas: Alan García, JHON CRABTREE, PRIMER GOBIERNO APRISTA
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