Los
políticos, incluso los que tienen un tremendo rabo de paja en este asunto, han
criticado ferozmente el aumento de sueldo aprobado por este Gobierno que
duplica los salarios de los ministros y de la alta burocracia. Por su parte, los
defensores de la impopular medida (el rechazo ciudadano es casi unánime)
defienden esta decisión argumentando que se trata de un paso fundamental para
la reforma del Estado.
El
problema con este intento de defensa es que en nuestro país siempre se ha
creído que la reforma del Estado pasa básicamente por mejorar los sueldos a los
trabajadores públicos (funcionarios y/o servidores), dejando de lado otros
aspectos que son tan o más importantes que el remunerativo. Cierto es que un
salario atractivo genera incentivos y le permite al Estado captar un número
mayor de profesionales calificados, pero ese no es el único factor que debe
tomarse en cuenta al momento de abordar esta problemática.
¿Cuánto
voy a ganar mensualmente si trabajo para el Estado?
No
es la única pregunta que se hace un profesional al momento de evaluar si decide
o no laborar en el sector público. De hecho, en mi caso, esa pregunta fue la
última que me hice cuando opté por volver al Estado, a pesar de que en el
sector privado las cosas “remunerativamente hablando” me pudieran ir mucho
mejor.
Pero,
antes de exponer algunas ideas sobre los problemas de fondo por los que
atraviesa la burocracia peruana, y ensayar algunas propuestas de solución, es
preciso que tengamos claro de qué hablamos cuando nos referimos a la
“burocracia”. Hoy en día escucho a periodistas, políticos y ciudadanos, señalar
que no es posible que una burocracia tan precaria como la nuestra exija una
mejora salarial cuando en realidad no se la merece. Por eso, creo importante
aclarar algunos conceptos que ayudarán a comprender mejor el problema.
La
burocracia, como bien se señala en el “Informe Progreso Económico y Social en
América Latina” (2006) elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo, es
más que una planta de recursos humanos (personas) que forman parte de un
aparato organizativo o un sistema de empleo.
¿Qué
es la burocracia?
La
burocracia es ante todo un conjunto articulado de reglas y pautas de
funcionamiento que se insertan en el Poder Ejecutivo con la finalidad de dar
continuidad, coherencia y relevancia a las políticas públicas, y al mismo
tiempo asegurar el ejercicio, neutral, imparcial, objetivo y no arbitrario de
los poderes públicos. Eso es la burocracia, ni más ni menos.
Entonces,
el rol primordial que le corresponde llevar a cabo a la burocracia es el de
materializar o concretizar los acuerdos políticos adoptados por los órganos
deliberativos, con la finalidad de darles continuidad en el tiempo. En buena
cuenta, el éxito y/o fracaso de las políticas de Estado depende directamente
del desempeño de la burocracia. De allí la necesidad que tienen los países de
contar con una burocracia neutra y profesional que impida la adopción de
medidas oportunistas, limite el poder de los agentes que buscan “privatizar” la
agenda pública, y vele por el interés general de los ciudadanos.
Sin
embargo, cuando uno mira la experiencia de nuestra región llega a la conclusión
(ver el Informe antes citado) de que América Latina en general ha sido
considerada tradicionalmente como una región con Estados grandes pero débiles,
con muy poca capacidad de respuesta a las necesidades más urgentes de la gente.
La
debilidad del Estado es la debilidad de su burocracia
¿A
qué se debe esta debilidad? En parte, esta falencia se ha asociado a la falta
de una burocracia profesional y estable. Si a ello le sumamos que en casi todos
los países los gobernantes convirtieron a la burocracia en un sistema de empleo
(para amigos, familiares y correligionarios), y que además, esos mismos
gobernantes pusieron a la burocracia al servicio de los intereses corporativos,
no resulta extraño afirmar que nuestra burocracia está a años luz del modelo
weberiano ideal, caracterizado por “procedimientos regularizados e impersonales
y decisiones de empleo basadas en calificaciones técnicas y mérito”.
¿Por
qué la debilidad de la burocracia genera tantos problemas para una democracia?
Lo que al parecer no advierten nuestros políticos, es que la debilidad de
nuestra burocracia representa y pone en evidencia la fragilidad e ineficiencia
del Poder Ejecutivo frente a otros poderes políticos y a los intereses de los
grandes grupos de poder económico (corporaciones, empresas, gremios, etcétera).
Por
tanto, si el Poder Ejecutivo, concebido como el actor principal en la
implementación de las políticas de desarrollo, no es capaz de salvaguardar el
carácter público de sus decisiones, entonces, ¿qué garantía tiene el ciudadano
de que el Gobierno al que este elige cada 5 años, no se convertirá en el
guardián de los intereses de quienes siempre han creído que el Estado es su feudo
y que pueden hacer lo que se les venga en gana? En nuestro país, los
ciudadanos, hace mucho hemos perdido esa garantía. Le duela a quien le
duela.
El
Poder Ejecutivo y la burocracia
¿Quién
es el gran responsable del descalabro de nuestra burocracia? Para responder
esta pregunta, debemos tener presente que de acuerdo al diseño constitucional
de nuestro Estado (pasa lo mismo en toda América Latina), la burocracia no es
un poder autónomo y/o independiente que puede actuar sin rendirle cuentas a
nadie de sus actos. La burocracia siempre ha sido parte (subordinada) del
Gobierno de turno.
Eso
quiere decir que es el Gobierno el que debe hacer todos los esfuerzos posibles
por profesionalizar a su burocracia, pues es ésta la que ayuda a “tecnificar y
racionalizar” el proceso de toma de decisiones políticas. El problema está en
que tanto en nuestro país, como en el
resto de la región (salvo honrosas excepciones: Brasil, Chile y Costa Rica), la
subordinación de la burocracia al poder político del Gobierno ha generado en
muchas oportunidades retrocesos clientelistas y patrimonialistas.
¿A
qué se debe ello? La respuesta es muy simple, el gobernante de turno usa el
empleo público como un recurso para premiar con puestos de trabajo a los
colaboradores y amigos de campaña. Como bien lo apuntan autores como Iacoviello
y Zuvanic (2005), los gobernantes en nuestros países sienten la necesidad de reducir
los espacios de autonomía técnica que los funcionarios normalmente obtienen en
ciertos sectores de la administración, y así evitar que sus decisiones
políticas (absurdas muchas de ellas) se vean limitadas por la acción de
profesionales calificados quienes técnicamente evidencian la irracionalidad de
las mismas.
Aumento
salarial y meritocracia
Pero
volvamos al tema puntual que nos convoca, ¿El aumento de salarios en el sector
público garantiza la mejora de la burocracia? No, mil veces no. Para analizar
la problemática de la burocracia es necesario analizar primero el estado del
“empleo público en general”. Como ya lo señalé en líneas previas, cuando una
persona toma la decisión de trabajar para el Estado, además del salario, evalúa
básicamente lo siguiente: 1) Si existen garantías efectivas de profesionalismo
en el servicio civil; y 2) Si hay protección efectiva de los funcionarios
frente a la arbitrariedad, la politización y la búsqueda de beneficios
privados.
En
tal sentido, si lo que se busca con el aumento de salarios a los ministros y a
la alta burocracia es dar el primer paso para una reforma del Estado integral,
esta medida debe ir acompañada de muchas otras destinadas a garantizar
básicamente la observancia de principios meritocráticos en las decisiones de
selección, ascenso y despido de los trabajadores del sector público. Además,
urge una política de racionalización y categorización (cuantitativa y
cualitativa) general del personal que trabaja para el Estado. No es posible que
dos personas que realizan las mismas labores, asumen las mismas
responsabilidades, reciben las mismas órdenes, y están sujetas a las mismas
limitaciones, perciban salarios diferentes, dependiendo de la generosidad del
“padrino” que les abrió una plaza a su justa medida.
El
problema de la burocracia y el empleo público no pasa necesariamente por el
nivel remunerativo de sus trabajadores, todos estamos de acuerdo en que un
profesional calificado debe ganar un sueldo acorde con su hoja de vida y capacidad
académica, lo que no podemos permitir es que los salarios se dupliquen mientras
el ingreso, ascenso y salida del sector público sigue dependiendo de la
voluntad de quienes creen que el Estado es una agencia de empleos, convirtiendo
a la planilla estatal en un recurso para darle trabajo a familiares, compañeros
de promoción, ahijados, etcétera. Si quieren solucionarle la vida a los suyos
que lo hagan. Eso está muy bien, pero no con el dinero de todos los peruanos.
Etiquetas: Aumento a Ministros, Burocracia, meritocracia, Reforma del empleo público
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio