Curiosa es la manera como
los hombres nos enfrentamos a la muerte. Más curiosa la forma como los
católicos tratan a los que parten a mejor vida. Siempre me pareció una rareza
que para los míos todos los muertos fueran “buenos hombres”. Parece que los
católicos convierten a la muerte en el precio que las personas deben pagar para
que sus pecados cometidos sean perdonados y la gracia de Dios recaiga sobre sus
mortales cabezas garantizándoles el paraíso.
No importa que el fallecido
haya sido un miserable en vida. No importa si el difunto cometió delitos
abominables. No importa si quien ya no está en este mundo fue cómplice silente
de asesinos o protector de violadores de niños. Nada de eso importa para la
mayoría de católicos. Todos ellos terminarán perdonando la maldad de aquellos
que con sus acciones convirtieron en un infierno la vida de otros seres
humanos. Nada de eso importa cuando quien ordena ese perdón es el pastor de la
Iglesia de Dios en la tierra: el Papa.
Joseph Ratzinger, conocido
mundialmente como Benedicto XVI, no ha muerto, pero es como si ya no estuviese
entre nosotros, pues tras su renuncia se ha convertido para los católicos, como
por arte de magia, en el hombre más perfecto y bueno de este miserable mundo.
Qué pena, dicen algunos, tendremos que esperar hasta su muerte para impulsar su
beatificación en Roma.
Al parecer, mis amigos
católicos, por quienes siento un gran respeto (empezando por mis padres), se han
olvidado de que el buen Ratzinger formó parte de las Juventudes Hitlerianas y
abrazó con convicción y “fe” la prédica nazi. Esta es una parte de la biografía
de Joseph que un gran sector de la prensa mundial prefiere mantener oculta.
Como se sabe, una vez elegido Papa, Joseph, con el apoyo de importantes medios
de comunicación, inició una campaña destinada a lavar su imagen y justificar
este “pequeño” error de juventud.
Lo cierto es que el joven
Ratzinger formó parte de los denominados cachorros fascistas, y que jamás
(cuando ya era Papa) se lo escuchó disculparse por tan grueso error. Sobre todo
teniendo en cuenta que el horror nazi le costó la vida a más de seis millones
de judíos.
Está bien, imaginemos que
sus delirios fascistas fueron un “error” de juventud como sus defensores lo
señalan. Lo que no puede se considerado un error de juventud fue su apoyo
decidido (de la mano de Juan Pablo II) a las ideologías ultraconservadoras que
terminaron por imponerse en continentes como América Latina gracias a una serie
sucesiva de golpes militares orquestados y financiados por los Estados Unidos.
El comunismo, para la
lógica católica, avanzaba en nuestro continente promoviendo el ateísmo, en ese
escenario era urgente acabar con los gobiernos de izquierda, aunque estos hayan
sido elegidos democráticamente por sus pueblos. Aunque eso suponga un baño de
sangre y le cueste la vida a miles de argentinos, chilenos, uruguayos, etc. No
sorprende pues el que hace unos días la justicia argentina haya determinado la
complicidad de la Iglesia Católica en la comisión de delitos contra los
derechos humanos cometidos durante la dictadura en ese país en el periodo
1976-1983.
Pero su ideología de
juventud, tantas veces negada, le terminaría jugando una mala pasada ya en sus
años de madurez. Una vez al frente de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, encargo que recibió de las manos del propio Karol Wojtyla, usó todo su
poder para sacar del camino a los sacerdotes que no estaban alienados hacia la
derecha del pensamiento católico. Fue así que inició una campaña de persecución
y descrédito contra los curas que por aquellos años difundían la denominada
Teología de la Liberación en América Latina, acusando a esta corriente
cristiana de subversiva y marxista por ponerse de lado de los movimientos
populares que buscaban acabar con la injusticia en el tercer mundo.
Ratzinger, volviendo tras
sus propios pasos, nos dio en 2011 otra muestra de su “coherencia personal” al
rendir homenaje al cardenal croata Alojzije Stepinac, sacerdote que durante la
Segunda guerra Mundial se puso al servicio de la causa nazi. La pregunta que
los católicos debieron hacerse en ese momento fue: ¿Cómo no rendirle homenaje a
un hombre al cual Karol Wojtyla beatificó sin mayor explicación?
Pero la historia de Ratzinger,
como la de su antecesor Juan Pablo II, tiene todavía otros pasajes oscuros que
sería bueno recordar. Hace algunos años, se hizo público un informe elaborado
por el sacerdote carmelita Anastasio Ballesteros. En este documento se pone en
evidencia la responsabilidad directa de Joseph y Karol en el encubrimiento de
curas acusados de cientos de violaciones sexuales contra menores de edad.
Uno de los casos más
sonados fue el del fundador de los Legionarios, Marcial Maciel, acusado
formalmente por algunos ex Legionarios de Cristo en 1998 de violar a niños en
México. La denuncia se presentó ante el mismísimo Ratzinger pero esta nunca
prosperó pues como muchos especialistas señalan: la Iglesia Católica tiene una
política de encubrimiento e impunidad para casos aberrantes como estos en los
cuales lo que se busca es comprobar la responsabilidad penal de sacerdotes
malvados.
Ahora sabemos, gracias a la
investigación realizada por Fernando Gonzáles, que estos casos comenzaron a ser
conocidos por el Vaticano desde el año de 1956. Han pasado más de 50 años y la
Iglesia Católica no ha hecho mucho por identificar y sancionar a los
responsables de estos crímenes.
¿Existió o no durante el
papado de Karol Wojtyla y el de Joseph Ratzinger, respectivamente, una política
oficial para el tratamiento de las denuncias de pederastia? Sí, esa política
existió y se encuentra reflejada formalmente en la directiva “Crimen
Sollicitationis”, aprobada por otro “santo” como Juan XXIII en 1962. Esta
directiva imponía la obligación de guardar silencio sobre estos abusos sexuales
bajo pena de excomunión a todos los sacerdotes que tomaran conocimiento de
estas denuncias y las hiciesen públicas.
Cierto es que Ratzinger
derogó este documento (cosa que Karol Wojtyla jamás hizo), lo preocupante es
que a pesar de sus presentaciones públicas en las cuales condenó estos delitos
y pidió perdón a las víctimas, y a la humanidad entera, por los “pecados”
cometidos por estos criminales vestidos con sotana, se sabe que esa convicción
y vigor no necesariamente eran los mismos al momento de tomar acciones al
interior del clero, a pesar de haberlos condenado con mayor firmeza que su
antecesor.
Sobre este punto, el
semanario “The Observer”, publicó una carta en la cual Benedicto XVI daba
instrucciones a todos los obispos para encubrir a los curas acusados de estas
prácticas. Cabe apuntar que la veracidad de esta publicación no fue jamás
cuestionada por el Papa. En todo caso, no recuerdo a ningún vocero vaticano
negando este informe periodístico.
Como uno puede apreciar,
numerosos son los cuestionamientos que se le hacen a Ratzinger. Lo mismo
podríamos decir del mandato de Karol Wojtyla. Juan Pablo II, amado por muchos,
será recordado por otros como un gran protector y encubridor de pedófilos (acá
no importa si son curas o no), quien recibió, luego de su muerte, la
beatificación de manos de Benedicto XVI. El Papa renunciante, quien durante
años se encargó de justificar atrocidades y de guardar silencio cómplice ante
crímenes y atropellos cometidos en nombre de la fe, es hoy en día elevado a las
alturas y reconocido como ejemplo para la humanidad por los católicos.
¿Pueden los católicos
llamar “Santo Padre” a Wojtyla y a Ratzinger sin sentir aunque sea un poquito
de remordimiento? ¿Estos son los hombres que conducen los destinos de la
Iglesia Católica? Quizá sea cierto eso de que la biblia no es otra cosa que un
relato de muerte, enfrentamientos y venganzas. Quizá sea cierto eso de que Dios
y sus representantes toleran la muerte de los inocentes, el sufrimiento de los
pobres, la impunidad de los criminales, cuando se trata de salvar el honor de
la Iglesia Católica.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio