jueves, 6 de enero de 2011

El día que Claudia Falcone derrotó a Videla con un lápiz y no un fusil


El 24 de marzo de 1976 marca el inicio de una de las etapas más desoladoras de la historia política Argentina. Militares argentinos, comandados por el general Jorge Videla, derrocaban el régimen democrático de Isabelita Perón, instaurando una sangrienta dictadura que dejó, según informes de entidades humanitarias, la escalofriante cifra de 30 mil desaparecidos.



En septiembre de ese mismo año, durante los primeros meses del gobierno militar, siete líderes estudiantiles de la ciudad de la Plata, entre ellos Claudia Falcone, fueron secuestrados, torturados y finalmente asesinados a raíz de su protesta por la implantación del boleto estudiantil secundario. Sólo Pablo Díaz sobrevivió a esa tragedia. El resto de sus compañeros forman parte de la lista de 238 adolescentes argentinos que fueron secuestrados durante el régimen dictatorial instaurado por Videla y los miembros de la Junta Militar Argentina (Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti) y que hasta el día de hoy siguen desaparecidos.



Las desapariciones, torturas, ejecuciones extrajudiciales fueron una práctica sistemática de violación de derechos humanos durante los años del terror en Argentina. Una de estas oleadas de secuestros masivos, detenciones arbitrarias, y posteriores desapariciones, fue bautizada por los propios perpetradores de estos abominables crímenes con el nombre de “La noche de los lápices”, bajo esta denominación se conoce a la serie de secuestros llevados a cabo el 16 de septiembre de 1976 y días posteriores en la Plata.



La Noche de los lápices representa lo que en realidad fue ese periodo al cual los militares llamaron “Reorganización Nacional”, representa la crueldad con la cual los militares argentinos, con la complicidad de algunos sectores de la sociedad civil e incluso de la propia Iglesia Católica, trataron a los jóvenes estudiantes universitarios y secundarios a los cuales tildaron, sin mayor prueba que el odio que despertaba en ellos la figura de cualquier militante de izquierda en esos años, de potenciales subversivos o aprendices de terroristas.



En 1985, durante el juicio a la Junta Militar Argentina, Pablo Díaz, el único sobreviviente de la “Noche de los lápices”, brindó su testimonio ante la justicia argentina, el mismo que sirvió de inspiración al director de cine argentino, Hector Olivera, para llevar la historia a la pantalla grande como una muestra y prueba histórica del profundo daño que las dictaduras, y en este caso la dictadura militar argentina, ocasionó a la salud democrática del país, destruyendo para siempre la vida de los familiares de las víctimas. Pablo, personaje principal en el film, narra la vida que los estudiantes secundarios llevaban antes del golpe, su militancia en el Frente de Estudiantes Secundarios de la Plata, la lucha por la implantación del boleto estudiantil, y las anécdotas, que como jóvenes, menores de edad casi todos ellos, y ese es el dato que mayor indignación genera aun hasta nuestros días cuando se recuerda la infausta “Noche de los lápices”, vivían durante aquellos años en los cuales la música de Charly García y Sui Generis se apoderaba de la radio argentina.



En ese mismo año, luego de recibir el testimonio de decenas de personas, reunir la prueba incriminatoria necesaria en torno a la responsabilidad penal de los implicados, la justicia argentina, condenó a nueve integrantes de las juntas militares, entre ellos Jorge Videla, a cadena perpetua por los delitos de homicidio calificado, secuestro seguido de muerte, desaparición forzada, tortura, entre otras atrocidades.



El proceso y posterior sentencia a los miembros de las juntas militares marcaba el inició de la reconstrucción democrática argentina, las organizaciones de derechos humanos, las organizaciones de la sociedad civil, entre ellas de la de las “Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo” vieron en ese juicio el esfuerzo de un país por recobrar su memoria histórica, hacer justicia y sancionar a aquellos que acabaron con la vida de padres, hijos, abuelos, esposos, esposas, nietos y nietas. Sin embargo, y a pesar de la indignación interna e internacional que la medida trajo consigo, todos estos criminales fueron indultados por el presidente Carlos Menen, una medida que sin lugar a dudas representa uno de los más grandes torpezas y de las más grandes injusticias cometidas por el Estado argentino en perjuicio de los familiares de las víctimas y de la memoria de los fallecidos.



A pesar de ello, y gracias a la presión ejercida por las organizaciones de derechos humanos, dentro y fuera de Argentina, la Cámara Federal en lo Penal y Correccional de la capital argentina, declaró inconstitucionales los indultos que beneficiaron a Videla y Massera en 2007, ordenando reabrir los juicios a los dictadores, ahora también denunciados por el robo masivo y sistemático de bebés durante esos años.



Conocida fue la práctica mediante la cual a las detenidas, que en esos momentos se encontraban en estado de gestación, les eran arrebatados de sus brazos los hijos que habían traído al mundo, para posteriormente, luego de haberles cambiado de identidad, darlos en adopción, o incluso venderlos, hecho que sin lugar a dudas grafica el horror y la insania con la cual un gran número de militares argentinos actuaron durante esos años. Al igual que en el caso de la “Noche de los lápices”, esta historia también fue llevada a la pantalla grande, en el film “La historia oficial”, película que en el año de 1985, recibiera el Oscar a mejor película extranjera, la cual hasta el día de hoy es estudiada y reestrenada con la finalidad de mostrar a las nuevas generaciones el horror vivido durante aquellos años y el esfuerzo que los argentinos, y todos los pueblos latinoamericanos, víctimas de los gobiernos dictatoriales deben hacer en su afán por consolidar su democracia y defender los valores de la libertad y el respeto por la vida de los hombres.



Hoy, en día, casi 35 años después de la “Noche de los lápices”, del secuestro de estudiantes, del asesinato de disidentes, de la tortura de madres gestantes, del robo de bebés, la justicia argentina, da una señal al mundo de compromiso ético y jurídico con los valores de la democracia y la defensa de los derechos y libertades de los ciudadanos. El 22 de diciembre del año pasado, luego que el mismísimo Jorge Videla asumiera la responsabilidad por los crímenes políticos cometidos durante la dictadura (1976-1983), entre ellos el fusilamiento de 31 presos en Córdoba, el Tribunal Oral Federal 1 de la ciudad de Córdoba, halló al dictador, de 85 años, culpable de los delitos de imposición de tormentos, homicidio calificado y tormentos seguidos de muerte, condenándolo a prisión perpetua por tan abominables delitos.



En este juicio, como en aquel llevado a cabo en 1985, se logró comprobar que los disidentes asesinados durante la dictadura, la mayoría militantes de partidos de izquierda, incluso jóvenes menores de edad como en el caso de la “Noche de los lápices”, pese haber sido detenidos en días anteriores y posteriores al golpe del 24 de marzo, y teniendo ya procesos abiertos ante la justicia ordinaria, fueron ejecutados a mansalva entre abril y noviembre de ese año, como parte de un operativo de “limpieza cívica”, para utilizar uno de los términos empleados por los propios acusados durante los juicios.



El juicio al dictador Jorge Videla, al igual que lo ocurrido con la sentencia por violación de derechos humanos emitida en contra del ex dictador Alberto Fujimori, deben servir como una lección de civismo y compromiso ético en la defensa de los valores democráticos y de la dignidad del ser humano. Nunca más en Latinoamérica permitamos que ningún golpista, militar o civil, se atreva a arrebatarnos nuestra vida, nuestra libertad, nuestro derecho a pensar y expresar libremente nuestras ideas y opiniones. Nunca más permitamos que las bayonetas, los fusiles y las botas de militares cobardes, manchen de sangre nuestra tierra, acabando con la vida y con los sueños de los hombres y mujeres de nuestra América.



En sus declaraciones el dictador dijo lo siguiente: “reclamo el honor de la victoria y lamento las secuelas”. Me pregunto de qué victoria habla el asesino, qué honor puede sentir uno cuando para alcanzar los objetivos, cualquiera que estos fueran, se usa el terror como arma, qué honor y que gloria reclama Videla, luego de haber cometido delitos como lo antes descritos, puede caber algún reconocimiento, puede sentirse orgullo, luego de asesinar, secuestrar y torturar a compatriotas. Puede alguien vivir tranquilo sabiendo que es responsable del robo de cientos de bebés. Creo que ningún hombre con algo de humanidad y amor por la vida hubiera podido proferir una frase tan terrorífica como la del general Videla. Eso confirma una tesis, para ser un golpista, para ser un violador de derechos humanos, uno debe cumplir con dos requisitos: uno no puede ni debe creer en los derechos, al menos no en el de los demás, y tampoco debe sentirse humano, al menos no en el sentido ético, ese que nos lleva a reconocernos en el otro, y sentir compasión por el prójimo.



Sé que desde donde esté, aun con su figura y rostro joven y hermoso de mujer combativa y carácter indomable de 16 años, Claudia Falcone, desde las alturas, podrá descansar en paz, luego de 35 años, podrá cerrar lo ojos y volverá a conciliar el sueño, ya no tendrá pesadillas, ya no sentirá vergüenza de la justicia y la clase política de su país que tantas veces le dio la espalda, sentirá que su Argentina querida, a la que tanto amó, ha hecho justicia, y con ella, le ha devuelto la fe a todo un país, un país que siempre estuvo en contra de las amnistías e indultos para sus asesinos, de las leyes de punto final, de los recursos dilatorios, de las falsas asunciones de responsabilidad, un país que en estos momentos debe sentirse fortalecido y orgulloso pues, de una u otra manera, este fallo le devuelve la vida a sus hijos a los cuales pensó haber perdido para siempre en la “Noche de los lápices”.

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