lunes, 9 de agosto de 2010

La prohibición de la corrida de toros en Cataluña, España

En julio de 2009 se presentó ante al Parlamento de Cataluña una Iniciativa Legislativa Popular, avalada por 18000 firmas de ciudadanos, 130000 más de las que exige la ley, solicitando la prohibición de las corridas de toros. A este pedido se sumaron muchas voces alrededor del mundo. Asociaciones ligadas a la protección de la vida y los derechos de los animales de Europa y Latinoamérica dieron muestras de solidaridad con este pedido, desatando una verdadera guerra mediática en torno a este tema. Finalmente, y luego de un duro debate y con una votación bastante cerrada, el Parlamento catalán decidió prohibir las corridas de toros en esta región ubicada en el noreste de España a partir de enero de 2012.

Como suele suceder en este tipo de temas el debate se polarizó entre los movimientos antitaurinos y los aficionados a esta actividad. Los primeros consideran que esta medida es un avance en la dura lucha por hacer respetar el derecho de los animales, reduciendo el maltrato y el sacrificio sin sentido al cual se los somete. En cambio, los segundos creen que esta medida no es sino una grave violación al derecho a la libertad que tienen los hombres para decidir si concurren o no a la fiesta brava. Además, se dice que esta decisión parlamentaria desconoce la innegable importancia que la fiesta brava tiene para la cultura del pueblo español, por ser esta una actividad que ha venido consolidándose a lo largo de los siglos, la misma que ha sido exportada a otras regiones del mundo como México, Perú, Colombia o Ecuador.

Los argumentos expuestos por ambos grupos merecen toda nuestra atención y respeto. Razones que inclinen la balanza a favor de uno u otro sector sobran. Esa misma polarización y paridad en el discurso se puso de manifiesto durante el debate y la votación de dicha iniciativa la cual finalizó con 68 votos a favor de la prohibición, 55 en contra y 9 abstenciones. Con lo cual, Cataluña se convierte en la segunda región española en impulsar y promulgar una ley de este tipo luego que en 1991 lo hicieran las Islas Canarias.

Los movimientos antitaurinos presentaron una serie de informes, estudios y opiniones de expertos que muestran el innegable sufrimiento al cual se condena a los toros de lidia. En un artículo publicado en el diario “El País”, Ruth Toledano resume la opinión del científico Jorge Wagensber de la siguiente manera: el toro recibe puyas que son lanzas que le destrozan músculos en la espalda y el cuello. Todo ello antes de ser atravesado por una espada de 80 centímetros que quiere llegarle al corazón. Luego el toro languidece, muere con lentitud y con extremado sufrimiento. Por eso aún intenta mantenerse en pie y encaminarse a la puerta por la que lo hicieron entrar, momento en el cual recibe una puñalada en la nunca con el descabello, una especie de daga de 10 centímetros.

El relato al cual se hace referencia creo es capaz de conmover al más fanático de la fiesta brava. El relato describe una práctica por demás cruel y sanguinaria. Es cierto que los animales son sacrificados por millares a nivel mundial con la finalidad de asegurar el alimento de la población mundial. Es cierto también que el número de toros sacrificados con motivo de las corridas es insignificante al número de ganado vacuno sacrificado por otros motivos (los sacrificios religiosos también calzan dentro de esta lista). La pregunta en todo caso que debe hacerse es: ¿Resulta válido legitimar el sacrificio de un animal por ser este sacrifico parte de la identidad cultural de un pueblo la cual se traduce en una actividad como la tauromaquia? ¿Hasta qué punto es válido prohibir una actividad que goza de un origen centenario y de la afición de miles de españoles y hombres a nivel mundial? ¿Prohibir las corridas de toros no es acaso una manera de limitar el derecho de una minoría en Cataluña?

Creo que más allá de las consideraciones de orden moral que llevan, con honestidad y transparencia, a los muchos grupos antitaurinos a protestar y hacer esfuerzos por prohibir dicha actividad en España y otros lugares del mundo. En el caso de lo ocurrido en Cataluña estas ceden posición frente al innegable contenido político de la decisión. Es decir, el Parlamento Catalán, ha usado el sentimiento antitaurino, lo ha mediatizado con la finalidad de lanzar un mensaje una declaratoria y toma de posición política frente a España. Digo ello muy a parte del debate a favor o en contra de los toros que se viene llevando en todo el mundo, y que tiene como centro del debate la protección de los animales y la eliminación de toda forma de maltrato y tortura contra ellos. El tema ha sido utilizado por el sector autonómico, secesionista e identitario Catalán para desmarcarse y hacer más visibles las diferencias entre la región de Cataluña y la cultura española.

Ello resulta más visible si se tiene en cuenta que en otras regiones de España, como ocurre en El País Vasco y Navarra, o Pamplona (basta con echar un vistazo a los relatos de Hemingway en su obra Fiesta) la fiesta brava forma parte de la cultura y la identidad popular. El Parlamento catalán, manejado durante algún tiempo por los grupos secesionistas que no pierden oportunidad en acrecentar el antagonismo entre esta región y el resto de España, prohíbe las corridas de toros no basados en el repudio y rechazo que todo tipo de maltrato animal genera en la sensibilidad del español promedio. El Parlamento catalán prohíbe las corridas pues esta es una práctica “Española” y en esta guerra por las identidades y autonomías, permitir una actividad que simboliza la tradición española resulta una herejía en Cataluña.

Esta idea cobra mayor fuerza si tomamos como referencia que si la preocupación del Parlamento Catalán es asegurar el respeto a la vida y el bienestar de los toros, la prohibición no ha debido limitarse únicamente a las corridas de toros sino también debió extenderse a los “correbous”, práctica en la cual a los toros se los encierra colocándoles sogas alrededor del cuello y bolas de fuego en las astas, provocando gran malestar y sufrimiento al animal. Como consecuencia de ello, en muchos casos, sino en la mayoría de los mismos, los toros terminan quemados, ciegos, ahogado o apaleados. ¿Por qué entonces sólo se prohíben las corridas y no los correbous? Simple. Porque esta práctica es o forma parte de la tradición catalana a la cual se pretende consolidar en este tira y afloje que lleva años entre las autonomías y el Estado español.

Finalmente, creo que esta prohibición tiene más de confrontación ideológica entre España y una región de dicho país que de sincera preocupación por la vida de los animales. Sino fuera así la incoherencia que se advierte en cuanto a qué prácticas son o no prohibidas a pesar de que en estas se martirice igualmente a los toros no se presentaría. Personalmente ninguna actividad en la cual se sacrifique la vida de un animal por razones lúdicas o aficiones como la tauromaquia despierta mi entusiasmo. Creo que todos nos sentimos conmovidos con imágenes que develan la crueldad con que los seres humanos tratamos a los animales, toros, perros o gallos. Sin embargo, no puedo pretender imponer al resto de la sociedad mis convicciones y puntos de vista, prohibiendo una actividad, que aún cuando nos resulte incomprensible y ajena a nuestra identidad personal es, sin lugar a dudas, parte de la tradición no solo española sino de otras tantas regiones del mundo. O en el peor de los casos resulta una actividad seguida y vista por una minoría igualmente respetable. Al parecer esa es la percepción de la mayoría de ciudadanos españoles. Una encuesta publicada por el diario El País muestra que si bien es cierto al 60% de entrevistados no le gustan las corridas de toros, un igual porcentaje considera que dicha actividad no debe prohibirse, pues entienden que es una actividad que forma parte de la historia y tradición española, una afición que cuenta con miles de miles de seguidores. Creo que es importante promover el respeto por los animales, pero debemos tener cuidado en no convertir una preocupación legítima en una manera encubierta de limitar la libertad de los hombres o, más aún, acrecentar las diferencias y antagonismos entre unos y otros, ya la historia nos ha dado muestras de los nefastos resultados que se suscitan cuando ello ocurre.




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