viernes, 16 de mayo de 2014

JAVIER DIEZ CANSECO CISNEROS NO HA MUERTO


El año pasado Javier Diez Canseco nos dejó (04/05/2013). A un año de su partida, me gustaría recordar a JDC como lo que fue: uno de los políticos con más raza y coraje de nuestro país. Por eso, en esta oportunidad, y a modo de homenaje, aprovecharé este espacio para hacer un repaso a su vida y pensamiento, y también recordaré las luchas (sobre todo esas) que JDC sostuvo a lo largo de su vida. En algunas de ellas él venció, en otras tantas fue derrotado, pero en todas demostró aplomo, coherencia y decisión, características poco frecuentes entre nuestros políticos de ahora.

Yo tuve la fortuna de conocerlo, así que el recuerdo que tengo de él está impregnado de cierta dosis de subjetividad. Mi recuerdo es el recuerdo personal de ese muchacho que fui y que a los 17 años se empezó a interesar por el destino del Perú. De ese país al que JDC amó toda su vida. Porque hay que decirlo con claridad: a JDC le dolía el Perú, y ese dolor lo acompañó hasta su muerte.

Seguro algunos dirán que mi juicio sobre JDC tiene un evidente sesgo, yo podría decir lo mismo de sus detractores políticos y críticos. Pero qué más da, los recuerdos son imágenes íntimas y personales, que forman parte de nuestra propia individualidad, y que nos ayudan también a enfrentar el mundo. Así que sin mayores preámbulos, iniciemos este breve recorrido por la vida de este infatigable luchador. Porque JDC fue muchas cosas, pero sobre todo fue un luchador.



Como ya lo señalé, JDC ha sido (y es) uno de las personalidades más importantes de la política contemporánea en el Perú. Además, por mucho tiempo, logró consolidarse como la figura de izquierda más representativa de nuestro medio. Su trayectoria personal estuvo siempre marcada con el sello de quienes han sido predestinados para la lucha y el combate diario, siempre en defensa de los principios  que él siempre abrazó: igualdad, justicia social y solidaridad con los más desposeídos.

Desde muy joven JDC aprendió que la vida es una constante lucha, pues tuvo que enfrentarse a una enfermedad terrible desde su cuna. Sin embargo, a punta de esfuerzo y coraje, supo siempre salir adelante. JDC nos dejó hace un año, pero se fue de este mundo regalándonos una última lección, pues quienes estuvimos al tanto de su mal, sabemos que hasta el último minuto de su existencia, él luchó con coraje y valor frente a ese enemigo terrible que es el cáncer. A pesar de ese dolor, JDC siguió preocupándose por los más pobres del Perú, prueba de ello son las últimas columnas que alcanzó a publicar en la prensa nacional, en momentos en los cuales ya su enfermedad le iba ganado la batalla final.

JDC fue un hombre de raza. Él forma parte de ese selecto grupo de políticos notables que nuestro país parió, políticos que ante todo, entendieron a la política como una acción de servicio continúo en beneficio del bien común. Para JDC, como para otros, la política es un instrumento para alcanzar el bienestar general, no un fin en sí mismo que puesto al servicio de intereses particulares termina convirtiéndose en una práctica pérfida y cínica. JDC nunca creyó que la política pudiese estar divorciada de la ética y la virtud. No existe acción política legítima, lo escuché decir a JDC alguna vez, cuando esta no se compromete con valores como la justicia y la verdad.



Uno puede discrepar con JDC en el terreno ideológico. De hecho, quien ahora les escribe se ubica en las antípodas del pensamiento suyo. Pero lo que nadie podrá  hacer es negar las enormes virtudes de este “solitario revolucionario”. Personalmente creo que JDC cometió muchos errores políticos (¿y quién no?). Quizás uno de sus mayores yerros haya sido su defensa ciega de Fidel Castro y la Revolución Cubana, incluso cuando este régimen ya se había convertido en una dictadura totalitaria en la cual diariamente los ciudadanos (disidentes) veían violados sus derechos humanos y eran víctimas de una infame persecución.

No obstante ello, creo que nadie jamás podrá cuestionar la firmeza y el valor con los que JDC defendió sus convicciones durante los años más duros de la década de los 90, por ejemplo. A JDC lo persiguieron,  encarcelaron, insultaron, amenazaron y difamaron, pero al final de todo eso, JDC siguió luchando. Por eso JDC debe ser visto como un ejemplo para las jóvenes generaciones de la política peruana. JDC jamás traicionó la confianza de quienes lo eligieron. JDC jamás le ofreció al elector aquello que no estaba en condiciones de cumplir. Seguro que dejó de hacer muchas cosas, e hizo mal tantas otras. Lo que no podemos decir sobre JDC es que se haya burlado de la confianza que sus electores depositaron en él. Algo poco frecuente en estos días en los cuales el voto depositado en el ánfora no parece ser otra cosa que un papel tirado a la basura.

El nombre de JDC lo empecé a escuchar allá por la década del 90. En esa época, le preguntaba a mi padre por ese señor que levantando la voz y gesticulando con fiereza defendía los derechos de los obreros, maestros y campesinos. Mi padre, que fue durante mucho tiempo un libro de respuestas para todas estas inquietudes, me decía: el barbón que viste casaca de cuero es JDC y es un hombre de izquierda. Yo en ese momento no tenía ni la menor idea de lo que significaba ser un “hombre de izquierda”. Lo que sí sabía era que a este tipo flaco, de barba tupida y caminata renga, siempre lo veía en los noticieros marchando al lado de los que más sufren. En otras palabras, JDC estuvo siempre de la mano de los que exigen todo, porque nada tienen.


El recuerdo y la imagen que de JDC tuve cuando era niño se fueron transformando con el pasar de los años. En el año 2000 yo ingresé a la Facultad de Letras de la Pucp. Esa fue la época en la que los estudiantes universitarios volvieron a las calles para defender la democracia. La autocracia fujimorista ideó un plan para perpetuarse en el poder y prolongar su infamia. Sin embargo, muchas organizaciones sociales, partidos políticos, y hombres de principios como JDC decidieron decir basta y empezaron a movilizar a la gente en su afán por derrocar al régimen mafioso que gobernaba nuestro país.

Fue así como conocí a JDC en un conversatorio organizado por el Centro Federado de la Facultad de Letras de la Pucp. No se trataba de un evento de reflexión intelectual sobre la crisis política que atravesaba el país. Era más bien un espacio en el que los oradores, entre ellos JDC, arengaban a los jóvenes a asumir la responsabilidad histórica de salvar al país volcándose a las calles, caminado plazas y avenidas, portando banderas que expresaran a nivel nacional e internacional que la dictadura no pasaría y que los peruanos, sobre todo los más jóvenes, no descansaríamos hasta recuperar nuestra democracia.

De inmediato, JDC dejó de ser el tipo de casaca de cuero que veía en la pantalla del televisor, y pasó a convertirse en el político experimentado al que uno escuchaba con atención y respeto. Recuerdo que en dos oportunidades (lo habré escuchado unas 5) tomé nota de las reflexiones, apuntes y datos que él nos exponía. Lo hice pues quería corroborar la veracidad de tanta información. El resultado fue este: JDC además de ser un político comprometido con su causa era un tipo muy inteligente y de una cultura política digna de resaltar.


En mi caso, siempre sentí respeto por su prédica, pero poco a poco, como ya lo señalé,  me fui alejando cada vez más de su pensamiento, y terminé abrazando los valores del liberalismo democrático. Una corriente ideológica, que según JDC (yo lo escuché decir esto más de una vez) únicamente servía para justificar la desigualdad existente en el mundo.

Pero volviendo a su trayectoria, debemos decir que la suya no puede reducirse a su postura crítica frente a la autocracia fujimorista. La vida de JDC es la biografía de un hombre que jamás dejó de defender a los más pobres. JDC es sinónimo de lucha y defensa de los derechos de los que más sufren. Además, JDC fue uno de los primeros políticos (sino el primero) en comprometerse públicamente en defender los derechos de las personas con discapacidad. Lo mismo hizo con los derechos de las minorías sexuales, en tiempos en los cuales nadie se atrevía a poner el pecho por esta causa.  Finalmente, JDC se caracterizó siempre por combatir de manera frontal y con vehemencia a la corrupción. ¿Cuántos enemigos ganó JDC al atreverse a ser decente y honesto en un país tan envilecido como el nuestro?


Con la partida de JDC el Perú pierde a uno de sus últimos políticos con brillo y clase. Polemista y orador diestro. JDC demostró toda su vida que a la política se la debe vivir con el corazón pero se la debe pensar con la cabeza. Para JDC la política es acción, pero también es organización social e ideología que le da sustento a un programa político. Por todo esto JDC no ha muerto (leí esto en las pancartas y banderas que dieron color a su funeral), porque las personas como él jamás mueren mientras su imagen y obra permanezcan en el corazón y en la memoria del pueblo. A JDC siempre lo recordaremos, porque los políticos como él son los que siempre harán la notable diferencia.

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