El año pasado Javier Diez Canseco nos dejó
(04/05/2013). A un año de su partida, me gustaría recordar a JDC como lo que
fue: uno de los políticos con más raza y coraje de nuestro país. Por eso, en
esta oportunidad, y a modo de homenaje, aprovecharé este espacio para hacer un
repaso a su vida y pensamiento, y también recordaré las luchas (sobre todo
esas) que JDC sostuvo a lo largo de su vida. En algunas de ellas él venció, en
otras tantas fue derrotado, pero en todas demostró aplomo, coherencia y
decisión, características poco frecuentes entre nuestros políticos de ahora.
Yo tuve la fortuna de conocerlo, así que el
recuerdo que tengo de él está impregnado de cierta dosis de subjetividad. Mi
recuerdo es el recuerdo personal de ese muchacho que fui y que a los 17 años se
empezó a interesar por el destino del Perú. De ese país al que JDC amó toda su
vida. Porque hay que decirlo con claridad: a JDC le dolía el Perú, y ese dolor
lo acompañó hasta su muerte.
Seguro algunos dirán que mi juicio sobre JDC tiene
un evidente sesgo, yo podría decir lo mismo de sus detractores políticos y
críticos. Pero qué más da, los recuerdos son imágenes íntimas y personales, que
forman parte de nuestra propia individualidad, y que nos ayudan también a
enfrentar el mundo. Así que sin mayores preámbulos, iniciemos este breve
recorrido por la vida de este infatigable luchador. Porque JDC fue muchas
cosas, pero sobre todo fue un luchador.
Como ya lo señalé, JDC ha sido (y es) uno de las
personalidades más importantes de la política contemporánea en el Perú. Además,
por mucho tiempo, logró consolidarse como la figura de izquierda más
representativa de nuestro medio. Su trayectoria personal estuvo siempre marcada
con el sello de quienes han sido predestinados para la lucha y el combate
diario, siempre en defensa de los principios
que él siempre abrazó: igualdad, justicia social y solidaridad con los
más desposeídos.
Desde muy joven JDC aprendió que la vida es una
constante lucha, pues tuvo que enfrentarse a una enfermedad terrible desde su
cuna. Sin embargo, a punta de esfuerzo y coraje, supo siempre salir adelante. JDC
nos dejó hace un año, pero se fue de este mundo regalándonos una última lección,
pues quienes estuvimos al tanto de su mal, sabemos que hasta el último minuto
de su existencia, él luchó con coraje y valor frente a ese enemigo terrible que
es el cáncer. A pesar de ese dolor, JDC siguió preocupándose por los más pobres
del Perú, prueba de ello son las últimas columnas que alcanzó a publicar en la
prensa nacional, en momentos en los cuales ya su enfermedad le iba ganado la
batalla final.
JDC fue un hombre de raza. Él forma parte de ese
selecto grupo de políticos notables que nuestro país parió, políticos que ante
todo, entendieron a la política como una acción de servicio continúo en
beneficio del bien común. Para JDC, como para otros, la política es un
instrumento para alcanzar el bienestar general, no un fin en sí mismo que
puesto al servicio de intereses particulares termina convirtiéndose en una
práctica pérfida y cínica. JDC nunca creyó que la política pudiese estar
divorciada de la ética y la virtud. No existe acción política legítima, lo
escuché decir a JDC alguna vez, cuando esta no se compromete con valores como
la justicia y la verdad.
Uno puede discrepar con JDC en el terreno
ideológico. De hecho, quien ahora les escribe se ubica en las antípodas del
pensamiento suyo. Pero lo que nadie podrá
hacer es negar las enormes virtudes de este “solitario revolucionario”. Personalmente
creo que JDC cometió muchos errores políticos (¿y quién no?). Quizás uno de sus
mayores yerros haya sido su defensa ciega de Fidel Castro y la Revolución Cubana,
incluso cuando este régimen ya se había convertido en una dictadura totalitaria
en la cual diariamente los ciudadanos (disidentes) veían violados sus derechos
humanos y eran víctimas de una infame persecución.
No obstante ello, creo que nadie jamás podrá cuestionar
la firmeza y el valor con los que JDC defendió sus convicciones durante los
años más duros de la década de los 90, por ejemplo. A JDC lo
persiguieron, encarcelaron, insultaron, amenazaron y difamaron, pero
al final de todo eso, JDC siguió luchando. Por eso JDC debe ser visto como un
ejemplo para las jóvenes generaciones de la política peruana. JDC jamás
traicionó la confianza de quienes lo eligieron. JDC jamás le ofreció al elector
aquello que no estaba en condiciones de cumplir. Seguro que dejó de hacer
muchas cosas, e hizo mal tantas otras. Lo que no podemos decir sobre JDC es que
se haya burlado de la confianza que sus electores depositaron en él. Algo poco
frecuente en estos días en los cuales el voto depositado en el ánfora no parece
ser otra cosa que un papel tirado a la basura.
El nombre de JDC lo empecé a escuchar allá por la
década del 90. En esa época, le preguntaba a mi padre por ese señor que
levantando la voz y gesticulando con fiereza defendía los derechos de los
obreros, maestros y campesinos. Mi padre, que fue durante mucho tiempo un libro
de respuestas para todas estas inquietudes, me decía: el barbón que viste
casaca de cuero es JDC y es un hombre de izquierda. Yo en ese momento no tenía
ni la menor idea de lo que significaba ser un “hombre de izquierda”. Lo que sí
sabía era que a este tipo flaco, de barba tupida y caminata renga, siempre lo
veía en los noticieros marchando al lado de los que más sufren. En otras
palabras, JDC estuvo siempre de la mano de los que exigen todo, porque nada
tienen.
El recuerdo y la imagen que de JDC tuve cuando era
niño se fueron transformando con el pasar de los años. En el año 2000 yo
ingresé a la Facultad de Letras de la Pucp. Esa fue la época en la que los
estudiantes universitarios volvieron a las calles para defender la democracia.
La autocracia fujimorista ideó un plan para perpetuarse en el poder y prolongar
su infamia. Sin embargo, muchas organizaciones sociales, partidos políticos, y
hombres de principios como JDC decidieron decir basta y empezaron a movilizar a
la gente en su afán por derrocar al régimen mafioso que gobernaba nuestro país.
Fue así como conocí a JDC en un conversatorio
organizado por el Centro Federado de la Facultad de Letras de la Pucp. No se
trataba de un evento de reflexión intelectual sobre la crisis política que
atravesaba el país. Era más bien un espacio en el que los oradores, entre ellos
JDC, arengaban a los jóvenes a asumir la responsabilidad histórica de salvar al
país volcándose a las calles, caminado plazas y avenidas, portando banderas que
expresaran a nivel nacional e internacional que la dictadura no pasaría y que
los peruanos, sobre todo los más jóvenes, no descansaríamos hasta recuperar
nuestra democracia.
De inmediato, JDC dejó de ser el tipo de casaca de
cuero que veía en la pantalla del televisor, y pasó a convertirse en el
político experimentado al que uno escuchaba con atención y respeto. Recuerdo
que en dos oportunidades (lo habré escuchado unas 5) tomé nota de las
reflexiones, apuntes y datos que él nos exponía. Lo hice pues quería corroborar
la veracidad de tanta información. El resultado fue este: JDC además de ser un
político comprometido con su causa era un tipo muy inteligente y de una cultura
política digna de resaltar.
En mi caso, siempre sentí respeto por su prédica,
pero poco a poco, como ya lo señalé, me
fui alejando cada vez más de su pensamiento, y terminé abrazando los valores
del liberalismo democrático. Una corriente ideológica, que según JDC (yo lo
escuché decir esto más de una vez) únicamente servía para justificar la
desigualdad existente en el mundo.
Pero volviendo a su trayectoria, debemos decir que la
suya no puede reducirse a su postura crítica frente a la autocracia
fujimorista. La vida de JDC es la biografía de un hombre que jamás dejó de
defender a los más pobres. JDC es sinónimo de lucha y defensa de los derechos
de los que más sufren. Además, JDC fue uno de los primeros políticos (sino el
primero) en comprometerse públicamente en defender los derechos de las personas
con discapacidad. Lo mismo hizo con los derechos de las minorías sexuales, en
tiempos en los cuales nadie se atrevía a poner el pecho por esta causa. Finalmente, JDC se caracterizó siempre por
combatir de manera frontal y con vehemencia a la corrupción. ¿Cuántos enemigos
ganó JDC al atreverse a ser decente y honesto en un país tan envilecido como el
nuestro?
Con la partida de JDC el Perú pierde a uno de sus
últimos políticos con brillo y clase. Polemista y orador diestro. JDC demostró toda
su vida que a la política se la debe vivir con el corazón pero se la debe
pensar con la cabeza. Para JDC la política es acción, pero también es organización
social e ideología que le da sustento a un programa político. Por todo esto JDC
no ha muerto (leí esto en las pancartas y banderas que dieron color a su
funeral), porque las personas como él jamás mueren mientras su imagen y obra
permanezcan en el corazón y en la memoria del pueblo. A JDC siempre lo
recordaremos, porque los políticos como él son los que siempre harán la notable
diferencia.
Etiquetas: JAVIER DIEZ CANSECO
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio