Al parecer, esta expresión
fue pronunciada por un viejo Director del decano de la prensa nacional. Pero hoy
esta frase recobra total actualidad. Como todos saben, con la compra de Diario Correo por parte del Grupo El Comercio, este conglomerado
pasará a controlar el 80% del mercado, hecho que lo convierte en el actor con
mayor poder en nuestro país, mayor incluso que el que formalmente tienen
algunas autoridades e instituciones.
El negocio de las
hamburguesas
Los defensores a
ultranza del “libre mercado”, esa especie de tótem contemporáneo al que muchos
adoran y veneran sin ningún juicio crítico, dicen que los negocios son así, que
los grandes agentes económicos se tragan a los pequeños, que los absorben y
engullen como si se tratase de una hamburguesa, o mejor aún, estos señores dicen
que no importa que un medio controle el 80 % de la publicidad (estatal y
privada) porque la venta de diarios y revistas es igual que el negocio de la
comida chatarra, como si un periódico o un canal de televisión fuesen equiparables
a los carritos sangucheros. ¿Será posible tanta estupidez?
Lo que no dicen estos
señores es que este cuasi monopolio mediático resulta muy peligroso para la
democracia en nuestro país, pues si uno de los fundamentos de la misma es “teóricamente
hablando” la libertad de expresión y la diversidad de opiniones, así como el
derecho de los ciudadanos a recibir información plural, entonces resulta
evidente que si un medio, cualquiera que este sea, controla el 80% de la prensa
escrita, entonces existen motivos suficientes para preocuparse, y mucho, pues
se convierte en un actor social y político capaz de torcerle el brazo al mismísimo
Gobierno.
El debate de fondo
¿Por qué no
aprovechar esta situación para debatir en torno a la necesidad de contar con
una norma que regule este tipo de “negocios” impidiendo (siempre de manera
razonable y proporcional) la concentración del poder mediático en una sola
mano? Eso es lo que deberíamos hacer, aunque dudo mucho que el decano esté
interesado en darle tribuna a quienes creemos que “los medios de comunicación
en una democracia son muy importantes” como para que una única familia sea la propietaria absoluta (casi) de todas las
opiniones en nuestro país.
Los insultos de los
reaccionarios
Pero claro, no faltarán
los señores que apuraditos correrán a llamarnos “estatistas”, “velasquistas”, “intervencionistas”,
y toda esa retahíla de tonterías a las que el sector más bruto y achorado de la
derecha criolla nos tiene tan acostumbrados. Para estos señores, la palabra regulación
ofende, y las normas que limitan la capacidad de negociación de los agentes
privados en aras del bien común (republicano) y/o el interés general (liberal)
son algo así como el Armagedón que amenaza arrasar con todo lo que se
interponga en su camino. Nada más falso, nada más alejado de la realidad, sobre
todo si tomamos en cuenta la realidad comparada, pues esto que a los señores
les parece una “extravagancia” es moneda corriente en muchas de las democracias
avanzadas.
¿Qué dice nuestra
Constitución al respecto?
Lo más curioso de
todo esto es que en nuestro país, la propia Constitución (ese libro pequeño
cuyos mandatos suelen ser frecuentemente burlados por los peruanos) señala
expresamente que la prensa, la radio, la televisión y los demás medios de
expresión y comunicación social; y, en general, las empresas, los bienes y
servicios relacionados con la libertad de expresión y de comunicación, no
pueden ser objeto de exclusividad, monopolio ni acaparamiento, directa ni
indirectamente, por parte del Estado ni de particulares.
Entonces, si esto es
así, ¿por qué en nuestro país no contamos con una norma que resguarde el
interés que este artículo constitucional (61º) pretende tutelar? La respuesta
es muy sencilla, a nadie le interesa, menos a los poderosos (casualmente los
que tienen la posibilidad de poner este tema en agenda) que en el Perú se
promulguen leyes destinadas a regular el enorme poder de los medios de
comunicación. ¿De qué democracia estamos hablando si los medios de comunicación
reproducirán un único punto de vista, deslegitimando todas y cada una de las
opiniones que se atreven a cuestionar este enfoque?
El diario de la
derecha
El decano de la
prensa nacional es desde hace muchísimo tiempo un medio de derecha, pero no de
esa derecha intelectual y brillante que alguna vez tuvo grandes plumas que
ayudaron a consolidar la posición de este medio, El Comercio se ha quedado en
el pasado, huele a naftalina, y hoy por hoy, no es otra cosa que el vocero a
sueldo del pensamiento más conservador y reaccionario de este país.
Es importante que en
una democracia la derecha (ojalá tuviésemos una derecha culta) cuente con un
medio para dar a conocer su manera de ver el país y entender la problemática
social, cultural, política y económica por la que nuestra patria atraviesa, sin
embargo, lo preocupante en este caso es que el decano se ha convertido en el
instrumento más poderoso con el que cuentan los “dueños del Perú” para
imponernos su agenda privada, defendiendo sus intereses a costa de los
intereses de todo el país, bajo la lógica de que el país es una maravilla, que
los pobres deben esperar con paciencia su turno para dejar su miseria atrás, y
que mientras los empresarios estén felices entonces todos, absolutamente todos,
debemos sonreír mientras inclinamos la cabeza y les rendimos pleitesía.
El gran poder de Du
Bois
En otras palabras, de
ahora en adelante la “cabecita” del señor Du Bois, sí, el mismo que trabajó
para la dictadura (en sus años más duros), definirá la información que luego servirá
para la formación de la opinión pública. Los que conocemos la línea ideológica
del señor Du Bois tenemos razones fundadas para sentir pánico, sabemos que este
señor tiene la misma tolerancia que un fundamentalista islámico (versión libre
mercado y nada más) cuando de debatir políticamente se trata, sabemos que sus
intereses “suelen coincidir” con los de quienes cortan el jamón en nuestro
país, y que si de demoler se trata, no dudará en asesinar mediáticamente a
quién alce la voz y tenga el valor de criticar el statu quo que a algunos todavía nos ofende.
Etiquetas: diario Correo, El Comercio
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