Trabajadores de mi Patria, tengo fe
en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el
que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más
temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el
hombre libre, para construir una sociedad mejor. Estas son mis últimas palabras
y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de
que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía
y la traición.
Estas fueron las últimas palabras que el Presidente Salvador Allende
(SA) pronunció antes de dejar este mundo, estas fueron las palabras con las que
este hombre entró en las páginas de nuestra historia para ocupar un lugar
privilegiado entre aquellos luchadores sociales que se atrevieron a soñar con
un mundo mejor, estas son las palabras con las que este hombre inmenso le dio a
todos los habitantes de nuestra patria grande una de las lecciones más
importantes de valentía, honor y convicción de toda su vida republicana.
El Bombardeo del Palacio de la Moneda
El 11 de setiembre de 1973, el Palacio de la Moneda era bombardeado por
un grupo de militares cobardes que desconociendo el juramento constitucional
que habían asumido ante su Presidente, y con el aval de los grupos de poder
económico hiperideologizados de la derecha chilena y el auspicio del Gobierno
de los Estados Unidos terminaron con la vida de su Jefe de Estado, destruyendo
las instalaciones de la casa de Gobierno, asesinando a los militares dignos que
no se apartaron del camino de la legalidad democrática, sepultando de ese modo,
a una de las democracias más estables de nuestro continente y abriendo el
camino para la llegada de una de las dictaduras más sangrientas de América Latina.
El plan de Gobierno de Salvador Allende
Como se recuerda, eran 5 las grandes reformas que el Plan de Gobierno de
la Unidad Popular (integrada por el Partido Socialista, Comunista, Radical,
Acción Popular Independiente y otras agrupaciones progresistas que respaldaron
la candidatura de SA) le proponía a los chilenos en 1970, y fueron esos 5
planteamientos los que hicieron que SA obtuviese la más alta votación en ese
año: 1) Estatización de las áreas claves de la economía; 2) Nacionalización de
la gran minería del Cobre; 3) Aceleración de la reforma agraria; 4)
Congelamiento de los precios de las mercancías; y 5) Aumento de los salarios de
todos los trabajadores.
La derecha golpista y reaccionaria
No resulta extraño entonces, que hayan sido los sectores más
conservadores y excluyentes de la sociedad chilena los que desde el inicio del
Gobierno de SA hayan tratado, por todos los medios (incluso ilícitos como el
sabotaje) de obstaculizar la puesta en práctica de estas reformas que los
dirigentes de la Unidad Popular decían que marcarían el inicio de la vía chilena hacia el socialismo. En
otras palabras, lo ocurrido el 11 de setiembre de hace 40 años no fue sino la
consumación de un golpismo cívico-militar que fue gestándose a lo largo de
varios meses, el mismo, que no hubiera sido posible – a pesar de la vocación
intervencionista norteamericana que existiese- si un importante grupo de altos
mandos militares chilenos no traicionaba los principios constitucionales que
consolidaron la tradición republicana de ese país.
Militares y empresarios golpistas
Pero las responsabilidades de los golpistas deben ser individualizadas,
y como bien lo anotara el director del excelente documental titulado “El diario
de Agustín”, es necesario señalar que fue Agustín Edwards, propietario del
Diario El Mercurio (brazo mediático de la oligarquía chilena) junto a otros
sectores empresariales, los que crearon los condiciones para el golpe de
Estado, y fueron también ellos los que pusieron a Augusto Pinochet a la cabeza
de este grupo de militares que luego pondría a Chile en manos de los poderes
fácticos más conservadores y reaccionarios de ese país, para beneplácito de los
capitales extranjeros, especialmente norteamericanos, que desde las sombras
siempre se opusieron y complotaron contra el Gobierno democráticamente elegido
de la Unidad Popular.
Por eso, para muchos historiadores y politólogos de nuestra región, fueron
los grupos de la derecha chilena los principales actores, promotores y responsables
de este atropello contra su república y contra la voluntad soberana de su
pueblo expresada en las urnas, tanto en las elecciones de 1970 (en las que fue
elegido SA como presidente) como en las elecciones parlamentarias de marzo de
1973 (en las que a pesar de todo el clima de convulsión social propiciado por
este sector, la Unidad Popular volvió a recibir el respaldo mayoritario de los
chilenos).
La traición de Augusto Pinochet
Pero volvamos a la mañana infausta del 11 de setiembre, volvamos al
levantamiento golpista en el que además de la Fuerza Aérea, también
participaron los carabineros (la policía uniformada chilena), volvamos a esos
momentos en los que un grueso contingente de soldados, armados hasta los
dientes, rodeaban el Palacio de la Moneda para tomarlo por asalto y herir de muerte
a la democracia chilena. Algunos testigos afirman que en medio de la confusión
y el desasosiego, el Presidente SA alcanzó a pronunciar estas palabras: "Que será del pobre Augusto
Pinochet", se preguntaba el Presidente, que para ese entonces no sabía
que ese general era uno de los cuatro golpistas que más tarde conformarían la
Junta Militar de Gobierno.
¿Era SA un tonto por confiar en Augusto Pinochet? Y cómo no hacerlo, si
el propio Augusto Pinochet le había jurado lealtad el 23 de agosto, 19 días antes
del golpe, al designarlo comandante en jefe del Ejército por recomendación de
su antecesor, el renunciado general constitucionalista Carlos Prats, asesinado
en Argentina un año después por agentes de la policía secreta de la dictadura
chilena, tal y como nos lo recuerda la
prensa de ese país.
“Pero qué se han creído ¡Traidores de mierda!”
Los ataques y el bombardeo aumentaron con el transcurrir de las horas,
la caída de la democracia chilena era inminente, razón por la cual fueron los
propios golpistas los que se comunicaron con SA para exigirle la renuncia con
el compromiso de que lo trasladarían en avión a él y a su familia fuera del
país. Estos militares felones jamás imaginaron el carácter y la firmeza con la
que SA respondería: "Pero qué se han creído ¡Traidores de mierda!".
Pero luego de pronunciar esta frase, que refleja la personalidad combativa
e indomable de SA, su suerte estaba
echada, y con ella, el futuro de los miles de chilenos que fueron víctimas de
la barbarie de Augusto Pinochet y compañía.
La barbarie de la dictadura de
Augusto Pinochet
En 1991, el Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación
(Comisión Rettig) documentó 2,296 casos de personas que habían sido asesinadas,
de los cuales casi un millar eran casos de desaparición forzada. En 2004 y
2005, el Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (Comisión
Valech) halló que 28,459 personas habían sido detenidas por motivos políticos y
que la mayoría de ellas habían sido torturadas.
Además unas 200,000 personas habrían sufrido el exilio y un número no
determinado (cientos de miles) habría pasado por centros clandestinos e
ilegales de detención. La Comisión se reabrió en 2010 para evaluar más casos de
desaparición forzada, ejecuciones extrajudiciales, encarcelamiento por motivos
políticos y tortura. En la actualidad, según cifras de los órganos de justicia
chilenos, al menos 262 personas han sido condenadas por violaciones de derechos
humanos, y hay abiertos más de 1,100 procesos judiciales.
La batalla contra la impunidad debe continuar
Eso quiere decir que la batalla en Chile (como en nuestro país)
continúa, con jueces y fiscales que deben luchar contra la corriente,
desmontando estrategias legales que únicamente buscan la impunidad de los militares
violadores de derechos humanos. En todo caso, llama poderosamente la atención,
que luego de recuperada la democracia en Chile, muchos crímenes contra los
derechos humanos cometidos por el ejército y las fuerzas de seguridad sigan
bajo la jurisdicción militar, hecho que sin lugar a dudas, vulnera los
principios básicos de protección de los derechos humanos de toda democracia
constitucional y del propio sistema internacional.
Finalmente, cabría recordar lo que el autor del libro “Pinochet, el gran comisionista”, dijo
sobre la fortuna del dictador: la riqueza del Dictador superó los 29
millones de dólares, pero hay voces que dicen que esta suma es muchísimo mayor:
departamentos en Valparaíso, Reñaca, Iquique, Santiago, propiedades en el
Molocoton, Parcelas en Quintero, autos, entre otros. ¿Fortunas propias que se
ganan en una carrera militar y de servicio a la “patria”? Este fue el cobarde dictador que
acabó con la vida de uno de los líderes políticos y sociales más importantes de
nuestra historia latinoamericana y con la de miles de sus compatriotas. No lo
olvidemos nunca. ¡Salvador Allende! ¡Presente!
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