viernes, 7 de diciembre de 2012

Tenemos como ministro a un cobarde



Todos sabemos que José Villena, actual ministro de Trabajo (esperemos que por poco tiempo), es un cobarde. Lo sabemos y lo debemos decir con todas sus letras pues tipos de esta calaña no pueden ser autoridades en nuestro país. Pero además de ser un bárbaro, ahora sabemos que también es un mentiroso incorregible. Sus mentiras, como todas, tuvieron patas muy cortas, todas sus falacias esgrimidas con el afán de negar su agresión en contra de Ana Lucía Ramos en el Aeropuerto de Arequipa han sido desmentidas con la publicación del informe médico en el cual se señala con claridad que este granuja sí agredió físicamente a esta trabajadora.

Pero más allá de ello, indigna la manera cómo algunos miembros del Gobierno y de la mayoría oficialista en el Congreso han pretendido justificar dicha agresión, o simplemente han buscado restarle importancia a un hecho que en otro país del mundo hubiera sido motivo de rechazo y sanción por parte de toda la sociedad. Pero lastimosamente estamos en el Perú, un país en el cual para una buena parte de la población masculina, la agresión psicológica o física en contra de la mujer no pasa de ser una mera anécdota doméstica que se debe permitir y tolerar.

Los medios de comunicación, unos más que otros, han exigido la renuncia de este tipo al cargo de ministro de Estado. Dicho sea de paso, en cualquier país civilizado del mundo el funcionario se habría despedido del cargo al día siguiente de conocido el escándalo. Sin embargo, para el ministro Villena, las agresiones físicas contra las mujeres, propias de momentos de ofuscación, así lo ha señalado este troglodita, se solucionan y perdonan siempre que la persona que cometió la falta, en este caso él, pida disculpas a la víctima para que con una palmadita en el hombro todo vuelva a la normalidad. Qué tal infamia.

He leído diversos comentarios y artículos de opinión sobre este bochornoso incidente -la prensa internacional titula: “Ministro peruano agrede a trabajadora aérea”- en todos ellos se dice que ninguna persona investida de autoridad o poder puede aprovecharse de dicha posición para agredir a otro ciudadano. También afirman que es una vergüenza para el país que un ministro de Estado, es decir un consejero presidencial, termine comportándose como un matón e incurra en actos de violencia propios del periodo paleolítico. Yo comparto estas opiniones, pero creo que las mismas son insuficientes, la conducta de este tipo es reproblable en grado mayúsculo no porque sea ministro de Estado o funcionario público, la conducta es inadmisible por el sólo hecho de que en una sociedad civilizada ningún hombre tiene el derecho de agredir a una mujer, y viceversa.

No obstante lo antes señalado, todavía nos queda espacio para una mayor indignación. Digo ello pues lo que resulta francamente injustificable es que tanto la ministra de la Mujer, la preferida de Nadine Heredia, como la propia esposa del presidente de la República, tengan una posición tan timorata frente a este ministro boxeador. Puedo entender que algunos machistas encubiertos en el Congreso le lancen un salvavidas a este bravucón con fajín, y hagan lo imposible por voltear la página para que la población olvide lo más pronto posible este hecho. Lo que no se puede aceptar es que tanto la ministra como la primera dama, las mismas que tantas veces han salido a los medios a condenar la violencia contra la mujer en todas sus formas y expresiones, no hayan tenido la misma valentía para demandar con contundencia la renuncia de este aprendiz de Tyson.

Y si de felonía y desidia se trata, no podemos dejar de mencionar las inexplicables e infelices declaraciones del presidente del Consejo de Ministros, Juan Jiménez Mayor. Al parecer, este tipo de hechos no generan en este señor mayor preocupación. Quizá el premier crea que este tipo de reacciones son entendibles en un medio como el nuestro en el cual las personas suelen solucionar sus problemas a patadas y puñetes. O peor aún, quizá crea que la agresión física contra una mujer cometida por uno de sus ministros no es una causal que amerite la renuncia del agresor a dicho cargo. En este caso, como en muchos otros, el premier Mayor se ha comportado como un político “menor” cuando de tomar decisiones se trata.

Esperemos por el bien de la política peruana, llena de personajes oscuros y patanes como este ministro, que el presidente de la República exija la renuncia de este funcionario y de manera pública condene contundentemente estos hechos. En un país en el cual la política está tan desvalorizada, el Gobierno no puede darse el lujo de mantener como ministro a un zafio de esta estirpe. En todo caso, esperamos un mensaje de condena en redes sociales de parte de la primera dama, uno de esos a los que nos tiene acostumbrados. De lo contrario, seguiremos pensando que a ella le gusta muchísimo aparecer en la foto cuando todo es sonrisa y felicidad, pero que juega a ser la mujer invisible cuando se trata de enfrentar los problemas. ¿Y así quiere ser candidata presidencial? Qué descaro.

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