No, mil veces no. Cualquier estudiante de
los primeros años de la carrera de Derecho sabe eso. Jurídicamente hablando,
Gregorio Santos no ha cometido ningún delito al recordarle a la población la
experiencia ocurrida en otros países con presidentes que llegados al poder
olvidan las promesas electorales que hicieran durante la campaña.
Lo que sí queda claro es que el Gobierno
pretende poner a este señor contra las cuerdas recurriendo a la acusación fiscal
y a la persecución penal. Nada más tonto. Nada más estúpido. Con esta actitud el
Gobierno de Ollanta Humala solo logra una cosa: convertir a Gregorio Santos en
un perseguido político, victimizarlo, erigirlo como un mártir de la causa
ambientalista, en un protector de causas nobles, un verdadero luchador social. Nada
más alejado de la realidad. Ollanta torpemente le hace publicidad al “candidato
presidencial” Gregorio Santos.
Si el asunto es tan evidente, si las
razones que se esgrimen para justificar dichas imputaciones se caen a pedazos,
debemos preguntarnos un par de cosas: ¿El Fiscal de la Nación culminó sus
estudios de Derecho? ¿Si los terminó, entonces por qué actúa de una manera tan
absurda avalando tamaño atropello? Presión política, diría yo. Esa es la única
explicación para semejante torpeza. Con este caso, la presión que ejerce el
Gobierno sobre los diversos poderes del Estado con el ánimo de sacar del camino
a los opositores se hace cada vez más visible. Y pensar que durante la campaña
electoral un 20% de electores le dimos nuestro respaldo al actual presidente
para que prácticas fujimontesinistas como la que ahora comentamos no se
volviesen a repetir en nuestro país.
Brevemente explicaré por qué la conducta
de Gregorio Santos, recordando la experiencia comparada de Ecuador y Bolivia,
países en los cuales los jefes de Estado fueron obligados a dimitir por la
presión social ante el incumplimiento de sus ofertas electorales, no puede ser
tipificada como delito de rebelión o de apología.
¿Por qué Gregorio Santos no es un rebelde?
El artículo 346 del Código Penal señala
que comete delito de rebelión quien se alza en armas para variar la forma de
Gobierno, deponer al Gobierno legalmente constituido o suprimir o modificar el
régimen constitucional. Si ello es así, y recordemos que en materia penal la
conducta delictiva debe calzar de manera indubitable en la descripción hecha en
el código de la materia, cualquier ciudadano podría preguntarse y responderse
al mismo tiempo lo siguiente: ¿Gregorio Santos se ha alzado en armas contra el
Gobierno de Ollanta Humala? No. ¿Entonces, ha cometido delito de rebelión? No.
Un burro con las orejas más largas en el Perú respondería con éxito ambas
interrogantes. Por eso mi sorpresa al escuchar las declaraciones del Fiscal de
la Nación afirmando que el señor Santos ha cometido delito de rebelión. Pero
también me sorprende, o mejor dicho me escandaliza, el cinismo de algunos
periodistas al celebrar estas declaraciones como verdaderos actos de valentía y
arrojo patrio. Ojalá los señores Aldo Mariátegui y Cecilia Valenzuela se
compren un Código Penal, su lectura les evitaría el ridículo público.
¿Por qué Gregorio Santos no es un
apologista?
El artículo 316 del Código citado señala
que comete delito de apología quien públicamente hace apología de un delito o
de la persona que haya sido condenada como su autor o partícipe. Si ello es
así, cabría preguntarnos lo siguiente ¿Las caídas de presidentes como Jamil Mahuad,
Abdalá Bucarán, o Lucio Gutiérrez en Ecuador, y la de Gonzalo Sánchez de Losada
en Bolivia, motivadas por la presión de la calle, pueden ser consideradas
delito? No. ¿En estos países existen condenas contra aquellos que encabezaron
la protesta u organizaron a la gente movilizándola y volcándola a la calle como
respuesta política ante el Gobierno de turno? No. ¿En esos países luego de los
acontecimientos se emitieron amnistías y perdones generalizados para quienes
promovieron y avalaron la salida de estos gobiernos? Sí.
Si los dos supuestos básicos para la
configuración del delito de apología no se cumplen entonces: ¿Por qué algunos
medios de comunicación, directores de diarios, ministros de Estado o
autoridades jurisdiccionales mienten con tal descaro? Muy simple. Porque es más
sencillo y cómodo instrumentalizar al Ministerio Público, doblegar al Poder
Judicial, orquestar la persecución legal contra un opositor como Santos que
atreverse a enfrentarlo y vencerlo en la arena política e ideológica.
La experiencia vivida en el Ecuador y
Bolivia dan cuenta de una situación política límite en la cual el presidente
elegido fue perdiendo con el transcurrir de su Gobierno el apoyo y la base
social que le dio su respaldo durante la época electoral bajo la premisa de que
una vez en el poder iniciaría un periodo de cambio y transformación social en favor
de los sectores más deprimidos. La traición, la mentira y el doble discurso de
estos presidentes generó niveles de descontento y desconfianza extremos, los
cuales fueron capitalizados por los sectores más radicales, quienes organizando
a la población, tomando las calles y paralizando las actividades en sus países,
lograron finalmente la caída de sus gobernantes.
¿Las expresiones de Gregorio Santos son
parte del ejercicio de su derecho a la libertad de expresión?
Yo diría que sí. Ciertamente no son frases
felices. Hasta podría señalar que se trata de una alocución desafortunada, que
lo pinta de cuerpo entero como un radical o extremista. Pero de allí a querer,
con el apoyo del Fiscal de la Nación y seguramente de algunos jueces blandengues,
encausarlo, acusarlo, procesarlo y sentenciarlo por estos delitos existe una
gran distancia. El señor Santos, incluso si hubiese pedido la caída del gobierno de Ollanta Humala, su vacancia,
cese, despido o término anticipado, no habría hecho otra cosa que repetir el
ejemplo de Alejandro Toledo, Alan García o el mismísimo actual presidente,
quienes como recordarán, en más de una oportunidad exigieron públicamente la
salida del jefe de Estado de ese entonces. O es que Humala sufre de Alzheimer y
no recuerda las repetidas veces en las cuales públicamente pidió la salida de
García de Palacio de Gobierno, tildándolo de inmoral, incapaz o corrupto. O es
que acaso Ollanta Humala no recuerda que quien sí se levantó en armas cometiendo
una serie de delitos fue su hermanito Antauro, sentenciado hoy en día por el
asesinato de cuatro policías.
El presidente Ollanta Humala, su Gobierno
y las autoridades competentes tienen el derecho y la obligación de preservar la
tranquilidad pública, el orden y la seguridad de todos los ciudadanos. Para
ello cuentan con el respaldo de la legislación vigente. Nadie puede negar el
deber del Estado de hacer cumplir el marco normativo vigente, sancionando
ejemplarmente a quienes cometen delitos como el atentado contra la propiedad pública
y privada, la quema de locales públicos, la toma de carreteras o el secuestro
de personas. Lo que no puede hacer un Gobierno, al menos no uno que pretenda
ser visto como democrático, es manipular el orden jurídico, quebrar la voluntad
de las autoridades y someter a las instituciones de justicia con el objetivo de
arremeter contra todo aquel que se atreve a presentar un discurso político
contrario al oficial o disímil al que postulan los señores de la prensa o los
representantes de los grandes grupos de poder. Algo que, en mi opinión, el
Gobierno de Humala ha empezado hacer en los casos del Presidente Regional de
Cajamarca y del alcalde de Espinar.
En una democracia, señor Presidente, las
ideas y los planteamientos se exponen y se someten a consideración de la
opinión pública con el objetivo de ser legitimados socialmente. En una
democracia los ciudadanos y las autoridades son libres de exponer sus ideas
haciendo uso de la retórica propia de la dinámica política. El señor Santos
puede gritar, vociferar y patalear cuantas veces quiera, está en su derecho.
Seremos los ciudadanos los que, desde nuestra subjetividad, definamos si
respaldamos o no sus posiciones intolerantes y extremas. Por mi parte, y en eso
soy inflexible, apoyaré la continuación de su gobierno hasta julio del año
2016, pues la sola idea de una interrupción constitucional me aterra y espanta,
porque el deber de un demócrata es respetar el mandato soberano de las urnas.
Pero le recuerdo que el deber de un político, y sobre todo de un Jefe de Estado,
es guardar consecuencia entre lo que se dice y se hace, entre lo que se ofrece
como candidato y lo que se defiende como Presidente.
El Gobierno no puede combatir las ideas
con citaciones fiscales, denuncias policiales, estados de emergencia, ni policías
y militares en las calles. Las ideas se rebaten con ideas, lo contrario es
muestra evidente de debilidad e incapacidad política. Esperemos por el bien de
nuestro país y por la tranquilidad de la población, sobre todo de la más
vulnerable, de aquella que pretende ser invisibilizada, y a la cual la prensa
capitalina se esfuerza en calificar de ignorante y primitiva, que la razón se
imponga, que el señor Presidente recuerde que más del 50% de peruanos le
dijimos “no” a las prácticas dictatoriales del fujimorismo en las últimas
elecciones, y que por esa razón puede hoy llamarse Presidente del Perú.
Esperemos que la inteligencia venza al miedo, y que la astucia política y el
manejo de Estado sean capaces de reemplazar a la persecución fiscal y penal
contra los opositores.
Etiquetas: apología, fiscal de la nación, Gregorio Santos, Ollanta Humala, persecusión política., rebelión
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