Nada. Ese es justamente el problema de la izquierda peruana. Con ella no ha pasado nada, salvo muy escasas y extrañas excepciones. La izquierda en el Perú sufre de parálisis, quedó anclada en el tiempo, en la prédica revolucionaria y en su marcado autoritarismo. La izquierda peruana sigue sin poder construir y articular un discurso moderno, capaz de generar entusiasmo en los más jóvenes y tranquilidad en aquellos que creen que un gobierno de izquierda asegura únicamente fracaso y miseria económica.
No soy de derecha, no tendría motivo para ocultarlo, pero dejo sentada esta advertencia en caso mis amigos del Sutep, Patria Roja, u otros cavernícolas corran apuraditos y busquen etiquetarme con ese San Benito de “bruto y achorado”. Incluso, llevado a elegir entre la zurda o la diestra, diría que mi opción política está junto a mi corazón, ustedes me entienden. Pero me animo a escribir estas líneas porque me rehúso a pensar que a la izquierda en el Perú la represente Gregorio Santos o Marco Arana. Como también me rehúso a creer que el actual presidente del Perú, Ollanta Humala haya sido alguna vez de izquierda.
Pero veamos, qué críticas además de los insultos que un sector de la prensa de derecha suele hacerle a la izquierda podemos identificar como válidas. Básicamente, yo encuentro cuatro temas sobre los cuales la izquierda tiene una tarea pendiente: economía, política, sociedad y relaciones internacionales.
Sobre el primero debo decir brevemente lo siguiente, en ningún país en los cuales la izquierda tiene en la actualidad un protagonismo político y electoral importante, sus líderes y principales voceros persisten en la absurda idea de que el Estado es quien debe planificar la economía. El Estado ha demostrado ser un pésimo administrador, un actor económico fallido, una pieza de museo a la hora de generar mayores ingresos y recursos. En América del Sur, los dos movimientos de izquierda democrática más fuertes (Chile y Uruguay) se han consolidado a partir de un discurso que conjuga libre mercado con actividad regulatoria estatal eficiente inspirado por principios y valores de justicia social.
Pues bien, ese salto cualitativo en la modernización del pensamiento de izquierda no se ha dado en el caso peruano. En nuestro país la izquierda “bruta y achorada”, sigue creyendo que los problemas económicos se solucionan mediante la creación de empresas públicas, líneas de bandera, o prácticas estatistas que distorsionan las reglas de juego del mercado, encareciendo los productos y reduciendo el abanico de posibilidades al consumidor. La izquierda además sigue creyendo que vivimos en un mundo pequeño, en donde es necesario establecer barreras al comercio y proteger la industria y empresa nacional, por más que estas sean marcadamente ineficientes y mercantilistas.
Sobre el segundo punto debo señalar que la izquierda, o al menos yo no he escuchado a algún líder afirmar lo contrario, no ha sido capaz de plantearle al país una idea de reforma del Estado coherente, que aborde la necesidad de redefinir nuestro sistema político, con propuestas de ingeniería institucional y constitucional destinadas a ampliar los ámbitos de libertad y participación de la ciudadanía a partir de un fortalecimiento de los partidos políticos, una nueva lectura sobre nuestro sistema electoral, cambios en el sistema de gobierno o una reforma de la administración de justicia profunda que modernice a nuestro Poder Judicial convirtiéndolo en un auténtico garante de la democracia y la institucionalidad.
Hacer política y redefinir el modelo de Estado que tenemos supone plantear una nueva relación entre el Estado y los ciudadanos. Un discurso auténticamente de izquierda, de una izquierda liberal y democrática, debiera tener como objetivo el fortalecimiento de la posición de los individuos en la sociedad a partir de un reconocimiento pleno y expreso de todas y cada una de sus libertades y derechos fundamentales. La izquierda peruana no sostiene esta prédica, sigue reduciendo al individuo a su condición de mero receptor de dádivas y beneficios que desde el poder se le ofrecen, abriendo el paso para el populismo y el clientelismo a gran escala. Sin lugar a dudas, ello encubre una vena profundamente autoritaria, la cual parece estar inserta en el ADN de la izquierda nacional.
Sobre el tercer punto, la izquierda debe entender que la defensa de los derechos humanos de los hombres no puede tener un sesgo político, a partir del cual se defienden únicamente a los que piensan como uno y se desampara a quien sostiene un discurso contrario al nuestro. Las violaciones de derechos humanos son igualmente abominables cuando son cometidas por el Estado como cuando son producto de la violencia cainita de algunos grupúsculos que dicen levantar las banderas de la lucha popular o las guerrillas liberalizadoras.
Si la izquierda pretende vencer en este campo, debe desmostrarle al país que cuando habla de derechos no solo lo hace para defender posiciones ideológicas afines, sino también para evidenciar la enorme fractura social que nuestro país tiene. Y denunciar públicamente a los responsables de esta fractura. En el Perú no existen vencedores ni vencidos, pues todos somos responsables en alguna u otra medida de la sociedad que hemos construido, o peor aún que hemos permitido que destruyan. La violencia terrorista de los años ochentas petardeó nuestra democracia de una manera terrible, acabó con la vida de miles de peruanos, asesinó a cientos de dirigentes a nivel nacional. La izquierda fue víctima de esta violencia, vio segada la vida de muchos de sus cuadros, sin embargo, en la actualidad vuelve a cometer los mismos errores del pasado, y no termina por deslindar y condenar la prédica violentista de algunos sectores, que con otro vestuario, pero con las mismas prácticas pretenden poner en jaque al país.
En los últimos tiempos, la izquierda se ha convertido en la difusora del pensamiento ambientalista. La izquierda, eso debemos reconocer, asumió el rol de defensora de la naturaleza y la tierra. Sin embargo, esta misma izquierda es tímida, cobarde, y hasta cínica cuando se trata de hacer frente a la minería informal, al narcotráfico, a las actividades económicas ilegales, que sin ningún pudor depredan porciones cada vez más importantes de nuestra Amazonía. Y si de cinismos se trata, no puedo dejar de mencionar este doble discurso que la izquierda tienen con relación al reconocimiento paulatino de nuevos derechos, salvo algunas pocas voces verdaderamente comprometidas con las tesis liberales y modernas propias de las democracias avanzadas, pocos son los que se atreven a poner en debate asuntos vinculados a los derechos sexuales y reproductivos de la mujer, el derecho a morir dignamente, la legalización de la marihuana, la abolición absoluta de la pena de muerte, las uniones civiles entre personas del mismo sexo, entre otros.
Finalmente, en el campo internacional, la izquierda sufre de esquizofrenia perpetua. La izquierda peruana se indigna ante los gobiernos autoritarios de derechas, exige que los crímenes cometidos por estos gobiernos no queden impunes, se ofusca cuando escucha hablar de los paramilitares en Colombia, de la criminalización de la protesta en Chile, reivindica a los indignados en España y en los Estados Unidos. Hasta ahí todo muy bien. El problema de la izquierda surge cuando desde la sociedad civil se le exige condenar con igual dureza a regímenes igual de autoritarios y dictatoriales como el de Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, etc. Es decir, para nuestra izquierda, Pinochet fue un dictador, lo mismo Videla y Fujimori, pero si se trata de Cuba, ellos dicen que en este país los médicos son de primera y la educación también, y que Fidel no es un asesino sino un octogenario luchador social. Vamos, se puede ser tan mentiroso y cínico, tan condescendiente con los que violan sistemáticamente los derechos humanos y al mismo tiempo hablar de democratización de la sociedad. Yo creo que no.
El problema, del cual no están exentos los académicos e intelectuales, es que la izquierda peruana, y nuestra derecha, se han convertido en maquinarias puestas al servicio de intereses de grupo, ajenas a todo tipo de defensa principista de valores como la libertad y la justicia social. El problema del Perú, es que no cuenta con una izquierda auténticamente liberal y democrática. Nuestra izquierda huele a naftalina, se conserva en formol, está muerta, y cree que puede revivir de la mano de un Humala, o de cualquier otro aventurero que cada 5 años decide postular a la presidencia del Perú. Yo puedo ser de izquierda, pero nunca de esta.
Rafael Rodríguez Campos
Escribe en www.agoraabierta.blogspot.com espacio de análisis político y constitucional
Escribe en www.muladarnews.com portal de actualidad.
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