lunes, 7 de noviembre de 2011

Ollanta Humala: Chehade debe renunciar


“En lo personal, yo pienso que haría bien que dé el paso al costado, pero eso debe nacer de él”, expresó el presidente, Ollanta Humala, al ser consultado por la situación incómoda por la cual atraviesa su vicepresidente, otrora “zar anticorrupción”, Omar Chehade. Una situación provocada y magnificada por el propio vicepresidente quien de manera reiterada, atolondrada y hasta cantinflesca se ha enredado en sus propias mentiras al momento de justificar su presencia en la “reunión” llevada a cabo en el restaurante Las Brujas de Cachiche, en la que recordarán todos, al parecer, el vicepresidente, aprovechando el poder que le otorga el cargo y la cercanía que tiene con el jefe de Estado, habría solicitado el apoyo de altos mandos policiales para favorecer al grupo empresarial Wong en el litigio que sostiene por el control del complejo azucarero Andahuasi, hoy en día en manos del grupo Bustamante.





Omar Chehade, Omar “el breve” como algunos medios lo han bautizado, se había convertido en la piedra en el zapato de nuestro mandatario en las últimas semanas. El vicepresidente, su presencia en el poder ejecutivo, su cercanía al presidente se había transformado en un factor de inestabilidad y descrédito para un gobierno cuyo lema más importante durante la campaña fue la lucha frontal contra la corrupción. Muchos peruanos quisimos creer, y queremos creer en el Presidente cuando habla de la necesidad de trasparentar la gestión pública y adecentar la política a partir de una conducta ética y honesta. Por eso sorprendió la falta de reacción del ejecutivo, en especial de Ollanta Humala, para desmarcarse de Chehade, pedirle su renuncia y respaldar a todas las institicuiones encargadas de investigar este presunto caso de tráfico de influencias.





La dinámica de la política, a diferencia de lo que ocurre en el ámbito jurisdiccional, se mueve en el terreno de las percepciones, en política no basta con que un funcionario sea inocente, pues más importante que ser una persona decente y honesta es parecerlo ante los ojos de la ciudadanía. En un principio, escuchamos decir a Ollanta Humala que todos deberíamos esperar el término de las investigaciones para tomar una medida en torno a la permanencia en el cargo de vicepresidente de su ex abogado, Omar Chehade. Grave error, propio de su inexperiencia política, creo yo. En política 150 días pueden ser una eternidad, un tiempo durante el cual la fetidez y el hedor que exhala este caso podían sencillamente alcanzar las habitaciones de Palacio de Gobierno, enrareciendo el aire que allí se respira, minando la credibilidad e importante respaldo de los cuales goza hasta el día de hoy el Presidente.





La presunción de inocencia de una persona es un principio y un derecho que debemos consolidar en toda democracia, nadie puede ser sancionado penal o administrativamente sino cuando la responsabilidad de la persona haya sido debidamente comprobada. Sin embargo, esa misma lógica parece flexibilizarse cuando de lo que se trata es juzgar y dar respuesta a faltas de orden político. Le llamo faltas pues siendo bastante rigurosos en el análisis jurídico no creo que existan los elementos suficientes que acrediten la responsabilidad penal de Chehade por lo delitos que hoy en día pretenden imputársele. Digamos que Chehade será declarado inocente, en caso se llegue a abrir un proceso en su contra, pero Chehade ya ha sido sentenciado por la opinión pública, como lo fue en su momento Raúl Diez Canseco durante el gobierno de Alejandro Toledo, cuando se descubrió que mediante la promulgación de un dispositivo legal se buscaba favorecer indirectamente a una familia muy allegada a su persona. A diferencia de Chehade, el vicepresidente de Toledo decidió dejar voluntariamente la casa de gobierno, y no espero a que el dueño lo eche a la calle en presencia de más de 28 millones de peruanos. Dignidad y elegancia le llaman algunos.





En pocas palabras, podríamos decir que Chehade es el primer cadáver político de este gobierno, o al menos, el muerto de mayor peso, pues a su lado tendrá de compañeros a los “come oro” o a las “roba cable”, y algunos otros más que estoy seguro incrementarán la larga lista de bizarros personajes con la cual culminaremos este quinquenio. Aunque si algo conocemos de la historia de nuestro país, debemos saber que en el Perú no existen difuntos políticos, prueba de ello es que en nuestra historia, nuestro pueblo, de memoria frágil y corazón enormemente estúpido, ha sabido perdonar bribonadas y pillerías de la peor calaña.





Solicitarle al vicepresidente, a quien llamó congresista y no vicepresidente, este sin lugar a dudas no es un detalle menor, que diera un paso al costado para no entorpecer las investigaciones abiertas en su contra en la comisión de ética y fiscalización en el Parlamento, respectivamente, y la que está llevando a cabo el Ministerio Público, ha sido la declaración política más importante de las vertidas durante la entrevista que concediera el Presidente a cuatro periodistas de televisión (salvo Alvarez Rodrich, los demás es esforzaron, y vaya que lograron parecer tontos durante la entrevista) en el salón Túpac Amaru de la sede del Ejecutivo, con motivo de los primeros 100 días de gestión de su gobierno.





El tema Chehade, y por consiguiente el de la lucha contra la corrupción, era el más importante a desarrollar en la velada. A la gente, al gran público, no le interesaba saber si Ollanta Humala ratificaría el modelo económico, renovando el compromiso que firmara durante la segunda vuelta de la campaña electoral, la famosa “hoja de ruta”, tampoco le interesaba saber si avalaría una iniciativa de reforma constitucional o si propondría el retorno a la Constitución de 1979, por cuyos valores juramentó el 28 de julio. Todos, absolutamente todos, al menos los que no creemos en cucos y en demonios inventados por el sector más conservador de este país, sabíamos, teníamos conocimiento de primera mano, que una vez en Palacio de Gobierno, Ollanta Humala seguiría la pista de las políticas macroeconómicas que tan buenos resultados nos han traído durante la última década. Ollanta Humala no es un líder con una base ideológica importante, el señor Presidente no es un doctrinario, una persona que maneje con fluidez conceptos e instituciones propias del discurso político. Ollanta Humala es simplemente un militar en retiro al cual la historia decidió colocar en el sillón de Pizarro.





En mi opinión, Ollanta Humala es un tipo pragmático, con una inclinación innegable a la izquierda, pero nada más. Me atrevo a decir que al final de los 5 años de su gobierno, el presidente Ollanta Humala terminará siendo el consentido de los grandes grupos de poder, disputándole tal honor al mismísimo Alan García. Si eso es bueno o malo, dependerá de si su gestión aprovechó o no esa relación con el empresariado para implementar políticas de inclusión social que ayuden a cerrar la brecha social existente en nuestra patria. Pero seamos claros, y esto es algo que no debe olvidar el mandatario, para distribuir, primero se debe generar riqueza, y para generar riqueza, lo primero es atraer inversiones, pero no cualquier inversión, debemos atraer inversiones dispuestas a respetar el marco legal establecido, inversiones dispuestas a competir honestamente, inversiones que no busquen ventaja por medio del dinero, el acomodo, el favorcito de los políticos, como estoy seguro ha tratado de hacer el grupo Wong con Chehade en esta oportunidad. Porque debemos ser tontos para pensar que el señor Chehade es así de “comprometido y solícito” con todos los empresarios del Perú, que corre, va y vuela a solucionar los problemas judiciales de las pequeñas y medianas empresas, y que hace todo eso por puro amor a la patria o porque su corazón es el de un “emprendedor”. Vamos Chehade, no nos quieras tomar el pelo, no de una manera tan grosera, cómo se te ocurre declarar en el Congreso que tú no sabías que los Wong tenían que ver con Andahuasi. Esa historia no la cree nadie, salvo tengas complejo de cuentista, y te quieras parecer a los defensores de la interpretación auténtica.





A pesar de la positiva declaración en torno al caso Chehade, la presentación de Ollanta Humala me deja el sin sabor de ver a un jefe de Estado al cual le falta capacidad de reacción y de toma de decisión en situaciones de alta tensión, además de su ya conocida incapacidad para comunicar con fluidez sus ideas, de sus limitaciones oratorias, de su falta de cultura política, y rapidez mental al momento de la respuesta rápida. El Presidente dejó pasar mucho tiempo para pedir la renuncia de su vicepresidente, en lo personal creo que lo correcto hubiera sido hacerlo en privado, es poco elegante que se utilicen las cámaras como elemento de presión mediática para arrinconar políticamente al caído en desgracia. Mayor reacción tuvo su esposa, la señora Nadine Heredia, quien en pocas palabras marco la línea que debía seguir su esposo, con su famosa frase publicada en Twitter, días después del destape del escándalo: ¿Es tan difícil caminar derecho? Yo no creo que sea difícil. Se hace difícil cuando desde las esferas más altas del poder se cubren las cosas con un manto de impunidad. Las tentaciones siempre estarán presentes, el poder, el dinero, las gollerías suelen ser siempre elementos de seducción, sobre todo cuando se ostenta un cargo importante, algo que a los hombres, o a la mayoría de ellos, los hace sentirse todopoderosos, como parece ser el caso de Chehade.





Lo realmente difícil, diría yo, es saber tomar las decisiones adecuadas en el momento adecuado, lo difícil es dejar de lado a quien con su conducta genera un daño a la imagen y a la investidura presidencial. Lo difícil, se torna aún más difícil, cuando la persona que debe recibir la sanción política del anda y vete es nada menos que el vicepresidente, amigo y abogado del Presidente. Lo preocupante para Ollanta Humala es quizá haberse dado cuenta que sabe menos cosas de Chehade, que Chehade de él, no en vano el fantasma del caso Madre Mía volvió rondar la mente de la gente con la pegunta: ¿Qué cosas le sabrá Chehade al Presidente? Su falta de reacción y olfato político generaron esta situación de inestabilidad y crisis, de ahí la importancia de fijar posición de manera inmediata frente a todo posible acto de corrupción que se presente, venga de donde venga. De no ser así, Ollanta Humala pasará a ocupar un lugar preferencial, junto a Chehade, en la larga lista de jóvenes promesas que terminaron por convertirse en terribles decepciones, siguiendo la tradición criolla del político peruano, miedoso, mentiroso, cacaceno y bribón. Como si en el Perú la pendejada de los políticos estuviese en su ADN y formase parte de la identidad nacional.

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