Conga se suspende: el gran derrotado volvió a ser nuestro gobierno
Seamos justos, el problema minero-ambiental, la generación de revueltas sociales y protestas que desbordan la capacidad del Estado para encontrar salidas inteligentes no es un pasivo, en modo alguno, que se le pueda atribuir únicamente al gobierno de Ollanta Humala. La pregunta en todo caso es ¿Hasta cuándo? En qué momento el Estado peruano perdió la capacidad para actuar como un tercero capaz de resolver conflictos. Hasta cuándo el Estado, representado por el gobierno de turno, esperará que el conflicto estalle en sus narices para enfrentar la crisis. No es acaso mucho más recomendable prevenir la violencia y el desorden a tener siempre que gerenciar la violencia con una pistola en la cabeza.
Lo de Conga es preocupante pues demuestra una vez más la casi nula posibilidad del Estado al momento de diseñar una estrategia capaz de canalizar el descontento de la población con la implementación de proyectos encaminados a desarrollar actividades económicas extractivas como la minería. Es grave, pues la actividad minera es la fuente de generación de riqueza más importante de nuestro país. Querámoslo o no, los recursos que el Estado obtiene a través de la recaudación tributaria y los gravámenes a esta actividad constituyen el sostén de la economía nacional. En otras palabras, sin inversiones y promoción de proyectos de exploración y explotación minera el sueño de la gran transformación es únicamente eso, un sueño. Como dirían los economistas, incluso los más cercanos a la zurda, para distribuir riqueza, primero debemos generarla. No hay lonche gratis.
Como bien nos lo recuerda la periodista, Cecilia Mendoza, el Perú, durante los últimos diez años, no ha tenido uno sino varios Congas, y ni hablar del “Baguazo”. Durante los últimos diez años hemos tenido proyectos mineros que tuvieron que ser paralizados debido a la tenaz y violenta oposición que contra la implementación de los mismos expresó la población de la zona donde se desarrollarían. Inclusive, en la propia Cajamarca, hace algunos años la población, con el mismo método y bajo la misma prédica, frustró la implementación de otro importante proyecto. En el año 2004, la población se enfrentó a las compañías Newmont y Buenaventura (hoy detrás del proyecto minero Conga) por la explotación del “Cerro Quilish”. En esa oportunidad se acusaba a este proyecto, que pretendía explotar oro, de poner en riesgo el medio ambiente, contaminar el agua, y acabar con la fauna del lugar. Los impulsores de la protesta acusaron directamente a la empresa minera Yanacocha de derivar los desagües de sus campamentos hacia sus canales de riego, contaminar el río Llaucano, provocando la muerte de especies como las truchas, entre otras denuncias.
Este mismo modus operandi, y la misma falta de capacidad del Estado para prevenir, administrar, y solucionar luego la crisis, se volvió a repetir años después, durante el gobierno de Alejandro Toledo y de Alan García, con la paralización definitiva de otros proyectos millonarios como Tambogrande, Río Blanco y Tía María. Cabe recordar que en el caso de este último, el gobierno, luego de intentar la conciliación entre las partes, a través de la tantas veces infructuosas “mesas de diálogo”, y luego de una paralización de 17 días, con numerosos heridos y tres muertos, cedió ante los manifestantes y paralizó el proyecto.
Como podemos apreciar, la dinámica de la protesta, el discurso radical, la violencia como mecanismo de presión, el atentado contra la propiedad pública y privada, la toma de carreteras, la paralización del comercio de bienes y servicios, el desabastecimiento ocasionado por los manifestantes, y la pérdida de millones de soles son los factores que han llevado a los gobiernos a ceder frente a los movilizados. Sí las prácticas son las mismas, lo único que ha cambiado en el país son los rostros de los actores, lo único que ha cambiado en Cajamarca es la identidad de los que encabezan la protesta o el nombre de los denominados “frentes de defensa”. De allí nuestra preocupación, si todo esto se conoce con antelación ¿Porqué el Estado, el gobierno, sus instituciones no hacen nada por prevenir la crisis?
No podemos negar la legítima preocupación de la población por la preservación de un medio ambiente sano y equilibrado. No podemos negar la legítima preocupación de la población campesina, nativa o indígena por la preservación de su propiedad y sus derechos comunitarios. No podemos negar la preocupación legítima de la sociedad civil por buscar un equilibrio entre ecosistema y actividad extractiva. Así como tampoco podemos negar la presencia de sectores violentistas que aprovechan y capitalizan el descontento de la población para generar caos, zozobra y violencia. Así como tampoco podemos negar el pobrísimo papel que han jugado las instituciones del Estado para identificar, procesar y sancionar a los responsables de algunos, los menos diría yo, delincuentes que pretenden hacerse pasar por “preocupados ambientalistas”.
Este retroceso de parte del gobierno ha sido interpretado, o puede ser interpretado de manera negativa o positiva según los ojos de quien lo juzgue. Para el empresariado, para los siempre devotos defensores de la inversión “cualquier tipo de inversión”, el anuncio del gobierno sienta, una vez más, un pésimo precedente. Este retroceso va a generar desconfianza en el dueño del gran capital, el Perú será visto como un país en riesgo, en donde las garantías para el desarrollo de millonarios proyectos de largo plazo no están dadas. Para los gestores del paro, de la protesta, de la movilización, esta es una clara muestra del poder que ha adquirido la ciudadanía, es una clara evidencia del rechazo que el modelo económico actual genera en la mayor cantidad de peruanos, es un dato objetivo, palpable de cómo a través del bloqueo y la agresión se puede hacer que un gobierno democráticamente elegido renuncie a su labor de “gobernar” y anteponga los intereses de un grupo a los de toda la nación, sin importar si ello carece o no de todo tipo de sustento técnico o racional. Si a ello le sumamos el hecho que ambos bandos siguen tomando por piñata al Estado, unos amenazando con retirar sus inversiones, y otros con declarar un paro perpetuo, podemos, como hacen otros, augurar un futuro apocalíptico.
En mi opinión creo que este “Conga se suspende hasta nuevo aviso” debería marca un antes y un después en el manejo y en la relación entre comunidades y empresas mineras. El caso Conga debe marcar un punto de inflexión en la manera de entender y procesar los conflictos minero-ambientales. No podemos seguir manteniendo los esquemas y las prácticas gubernamentales de los últimos diez años. El Estado no puede renunciar a su labor regulatoria y de control sobre las actividades que puedan generar un impacto negativo al medio ambiente. El Estado no puede permitir que los intereses económicos de poderosos grupos se superpongan a los intereses de los campesinos o de los grupos interesados en buscar un desarrollo equilibrado. Pero al mismo tiempo, el Estado debe recuperar el principio de autoridad, debe imponer las reglas del Estado de Derecho en toda la república, debe sancionar a quien delinque, procesar al delincuente, señalar con claridad y arremeter políticamente contra quienes anclados en un discurso ideológico el pasado pretenden que el Perú siga siendo un “mendigo entado en un banco de oro”.
El caso Conga debe abrir un espacio de reflexión y encuentro entre todos los actores, y debe generar el interés de toda la nación. El caso Conga, como adelantáramos en anteriores oportunidades, pone al descubierto algo que los analistas se han cansado de repetir: “el problema minero-ambiental es básicamente un problema social y político”. Siendo ello así, el Estado, la clase política, así como el sector empresarial, pero sobre todo el Estado debería preguntarse por cuáles son las razones de fondo que están detrás de las protestas, debería preguntarse porqué los conflictos sociales son casi siempre de corte minero ambiental, debería preguntarse porqué la población, los lugareños, la comunidad en general ha perdido la confianza tanto en las instituciones como en el proceder de la empresa minera, debería preguntarse por cuál será política gubernamental en cuanto a solución de conflictos a implementarse para los próximos años.
Finalmente, entendemos el descontento de la población, no lo justificamos, ni mucho menos avalamos los actos de vandalismo o violencia. Los delincuentes deben estar entre rejas, eso esta claro. Acá en el Perú, como en toda sociedad civilizada y democrática, quien atenta contra los derechos de los demás o pone en riesgo bienes de interés colectivo merece el total rechazo y una severa sanción, siempre en el marco de un proceso en el cual se le respeten todas las garantías. Sin embargo, a la población también le debería quedar claro, y he allí la poca capacidad de comunicación de las instituciones del Estado y de la propia empresa, que el gran responsable de que en el Perú, más aún de que en Cajamarca, los índices de pobreza y desigualdad sigan por lo cielos es el propio Estado. No le hagamos el juego a los radicales, los defensores de los derechos comunales y del medio ambiente no deben someterse a la campaña de miedo y desinformación vertida por los Paria Roja o ex terroristas. El gran responsable del escaso desarrollo, de las tasas de desnutrición, analfabetismo, de la falta de agua, luz, desagüe, carreteras e infraestructura, no es minera Yanacocha. El gran responsable del subdesarrollo de Cajamarca son el Estado y sus autoridades locales, los que encabezan protestas y azuzan a la masa, así como los que prefieren pasar desapercibidos y esconderse bajo la cama en momentos en los cuales las voces moderadas deberían enfrentarse políticamente a los demagogos.
Rafael Rodríguez Campos
Escribe en www.muldarnews.com portal de actualidad nacional e internacional
Etiquetas: conflictos sociales en el sur, proyecto minero Conga, Río Blanco, Tambogrande, Tía María, Yanacocha
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