jueves, 27 de octubre de 2011

Cristina Fernández de Kirchner alcanza una victoria histórica en Argentina










Sólo un candidato presidencial, sólo un hombre, Juan Domingo Perón, tres veces presidente, logró una votación superior (61.8%) a la que Cristina Fernández alcanzó en las últimas elecciones presidenciales en Argentina (más del 53%). La tendencia electoral marcada desde las primarias de agosto se consolidó a lo largo de los últimos meses, fortaleciendo la posición de las fuerzas del Partido Justicialista, aglutinadas en torno al kirchnerismo, dándole una arrolladora victoria a Cristina Fernández.



El resultado final, como muchos analistas lo señalan, era más que previsible, Cristina Fernández logró alcanzar en su reelección el registro electoral más alto desde la recuperación de la democracia Argentina en 1983, superando incluso, las votaciones obtenidas por líderes carismáticos como Ricardo Alfonsín y Carlos Menen. Con esta victoria, Cristina Fernández logra un tercer mandato consecutivo para el justicialismo, algo que no tenía antecedente en la historia reciente argentina. El único momento en la historia política argentina en el cual un único partido logró prolongar su mandato gubernamental por tres periodos consecutivos se registró en los albores del siglo XX, con los dos periodos de Hipólito Irigoyen y uno de Marcelo Torcuato de Alvear (14 años consecutivos), ambos, figuras importantes del Partido Radical argentino. Con esta victoria, Cristina Fernández escribe su nombre y el de su partido en los anales de la historia, por ser la primera candidata en darle al peronismo una tercera victoria consecutiva y por ser la primera mujer en alcanzar una reelección.



Cristina Fernández prolongará su mandato hasta el año 2015, con una votación mayor al 53% del electorado, pulverizando de manera categórica los sueños de los representantes de la oposición, obteniendo una ventaja histórica de 37 puntos a su más cercano perseguidor, el gobernador socialista de Santa Fe, Hermes Binner que obtuvo casi el 17% de las preferencias electorales. Muy por detrás de ellos, se ubicó Ricardo Alfonsín, radical de cuna, líder de la Unión para el Desarrollo Social. El cuarto lugar fue para Alberto Rodríguez Saá, gobernador de San Luís y candidato por Compromiso Federal. Siendo los grandes perdedores de la jornada, el ex presiente peronista Eduardo Duhalde y la diputada Elisa Carrió, quienes ocuparon el quinto y séptimo lugar, respectivamente. Atrás quedó ese 23% que Carrió obtuvo en las presidenciales de 2007 y que la ubicó en el segundo lugar de las preferencias.



Cabe señalar que en los últimos comicios electorales no sólo estuvo en juego la Presidencia de la República Argentina, sino también la elección de miembros del parlamento y gobernadores, autoridades, que dependiendo de los resultados finales, podrían haber equilibrado la lucha de poderes existente entre justicialistas y radicales a lo largo de toda la historia política gaucha. Sin embargo, el resultado fue el mismo, el kirchnerismo logró la mayoría absoluta en el parlamento, consolidó un bloque de 37 escaños de un total de 72 en el Senado y recuperó la mayoría en la cámara de Diputados, perdida en las elecciones legislativas de 2009. Asimismo, el partido de gobierno también se aseguró la administración de 20 de las 24 provincias luego de haber triunfado en los nueve distritos que elegían gobernador, con figuras como Daniel Scioli en Buenos Aires, quién obtuvo el 57% de los votos, y el de Francisco Pérez, quien venció en Mendoza, a un fortísimo candidato radical como Roberto Iglesias. Visto el mapa electoral nacional argentino, podemos afirmar que sólo la ciudad de Buenos Aires, Santa Fe, San Luis y Corrientes tienen un candidato opositor.



Las estadísticas son abrumadoras, el kirchnerismo ha logrado concentrar la mayor fuerza política de la historia. Más allá de los números y las cifras, lo más trascendente, señalan los especialistas argentinos, es la densidad del poder popular, institucional y político que podrá administrar Cristina Fernández en los próximos cuatro años. El electorado ha optado por mantener el rumbo de los últimos años, las cifras son incontestables, ha primado en el imaginario político argentino un sentimiento de profundo conservadurismo, nadie ha querido arriesgar lo poco o mucho que se ha conseguido en el segundo periodo kirchnerista. Populista o no, clientelista o no, intervencionista o no, estatista o no, el modelo impuesto desde el gobierno parece haber seducido a la inmensa mayoría del pueblo argentino.



La expansión económica argentina, los planes de ayuda social a los más pobres, los subsidios al transporte y a la energía, así como la figura carismática de Cristina Fernández, querida y respetada por los sectores menos favorecidos en la Argentina, han sido, sin lugar a dudas, los puntos claves de esta hazaña política. Si a eso le sumamos la incapacidad del resto de partidos para establecer acuerdos y consensos que arrojasen una única candidatura de oposición, capaz de capitalizar el descontento que muchas de las políticas oficialistas han generado entre la clase media y los sectores conservadores durante los últimos años, con una propuesta de gobierno centrista y atractiva que ampliase el espectro político argentino, lo ocurrido en estas elecciones no es otra cosa que la crónica de una victoria anunciada. Una victoria que erige al peronismo (a pesar de sus históricas disputas internas vividas desde la muerte de su líder) como el movimiento con mayor fuerza nacional y al radicalismo y movimientos disidentes, respectivamente, como partidos incapaces de hacerle sombra, al menos no durante algún tiempo.



Este enorme poder político, este amplio manejo que podrá ejercer Cristina Fernández resulta preocupante para un importante sector de la población argentina, quien teme que el estilo autoritario, vertical y rígido, termine por marcar la tónica del gobierno, de un gobierno que teniendo la convicción de no deberle nada a nadie, estime que puede hacer y deshacer a su antojo sin tener que rendirle cuentas a nadie, mucho menos a una oposición inexistente que al parecer ha perdido en estos últimos tiempos el sentido de la historia.



El gobierno girará en torno a la figura de Cristina Fernández. Por su estilo social y su pasado político, se sabe que el círculo de consejeros y amigos cercanos a la presidenta es muy reducido, que las decisiones de gobierno, de las más insignificantes a las más importantes, son tomadas únicamente por Fernández y su soledad, sobre todo luego de la partida de su esposo, el presidente Nestor Kirchner, que la voz de la presidenta eclipsa a todas las demás, y que su vocación por la monopolización del debate político muchas veces le ha abierto frentes incluso al interior de su movimiento. Ella sabe que en este segundo mandato todas las luces y reflectores se posarán sobre ella, que el aplauso o rechazo de la población ante su conducta será directo, que está sola, que ella será el único artífice de sus triunfos y la única responsable de sus fracasos. Todo esto que puede ser una fortaleza, puede también ser su mayor debilidad, sin intermediarios que sirvan como pararrayos ante los problemas y las crisis que todo gobierno atraviesa, la presencia mediática de su figura puede terminar perdiendo apoyo, desgastándose más rápido de lo previsto. En todo caso, la ausencia de una posición coherente y medianamente articulada, capaz de explotar los errores del gobierno, le dan un campo de acción mayor y un poder nunca antes visto.



Cristina Fernández tiene la posibilidad histórica de hacer un gobierno para el recuerdo, tiene la mesa servida para profundizar las reformas sociales necesarias para superar los problemas que la crisis de inicios de siglo generó en su país. Al mismo tiempo, Cristina Fernández deberá saldar algunas deudas de gobierno que aún no honra, la mejora de los servicios sociales, la lucha contra la corrupción gubernamental, el respeto por las libertades civiles, la mejora de su relación con los medios de comunicación (Clarín y La Nación, por citar sólo algunos), la preservación del ritmo de crecimiento exhibido durante los últimos años, la diversificación de sus exportaciones y la consolidación de la institucionalidad argentina, son algunos de los temas que encabezan la lista de prioridades del nuevo gobierno.



La campaña electoral ya quedó atrás, a pesar de lo peligroso que resulta para la salud democrática de un pueblo la concentración casi absoluta del poder político en un único partido o en una única persona, como parece ser este el caso, la nación argentina habló en las urnas, y prefirió a la figura fuerte de Cristina que al vació de poder que muchos veían en la oposición. Mantener el rumbo, el orden, la tranquilidad quebrados antes de 2003, han sido la apuesta del electorado, pero ahora el kirchnerismo debe enfrentar otros retos e inaugurar un nuevo capítulo en la larga novela peronista.



Se presume que la Argentina tendrá menos crecimiento durante los próximos meses, dificultades por el incremento de la tasa inflacionaria y problemas por el valor del dólar. En lo inmediato, el kirchnerismo deberá frenar la fuga de capitales, la misma que hasta septiembre bordeó los 19 mil millones de dólares y agregó unos 800 millones más en la primera semana de octubre. Para ello, es necesario marcar distancia con sectores radicales, que apelando a un discurso puramente ideológico y carente de sustento técnico alguno, se niegan a implementar políticas fiscales responsables. El gobierno de Fernández, como opinan algunos, deberá tender puentes de diálogo con el sector empresarial, financiero, bursátil y comercial. Sólo así podrá hacer frente a problemas como el retraso cambiario, los desajustes fiscales y el achicamiento del superávit comercial. En tal sentido, Cristina Fernández, deberá tomar decisiones rápidas para evitar mayores desajustes, lo primero, como ocurre en este tipo de situaciones, será nombrar a un equipo técnico de nivel que sea capaz de brindar tranquilidad a los mercados financieros, los mismos que aún tienen dudas sobre el discurso, muchas veces ambiguo, del gobierno, sin que ello signifique, como a veces se trata de hacer creer a la población, la renuncia a los ideales de justicia social enarbolados por la presidente y su partido a lo largo de su historia.



Que el poder no obnubile a Cristina Fernández, que la mesura política, el respeto por el adversario y la responsabilidad económica se instalen en Casa Rosada y se proyecten a toda la nación argentina, que el autoritarismo peronista de un importante sector del gobierno ceda frente a las prácticas democráticas de toda sociedad abierta, que la prensa no se vea perseguida por los adictos al régimen ni por la clientela que trata de aprovechar la militancia partidaria para copar los puestos públicos, que los partidos de oposición se reestructuren y sean capaces de vigilar y fiscalizar al gobierno y que la sociedad argentina no renuncie a los ideales de justicia social y libertad, son los deseos que albergamos todos los que habitamos en esta patria grande llamada Sudamérica.

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