No soy crítico literario,
soy tan sólo un tipo que ama la literatura y que ha tenido la suerte de leer
todas las novelas de Mario Vargas Llosa (MVLL). Sí, soy también un admirador de
nuestro premio nobel, tengo en mi biblioteca casi todos sus libros (novelas,
cuentos y ensayos) suelo leerlos y releerlos, pues siempre encuentro en ellos
algo nuevo que aprender y placeres que disfrutar. Digo todo ello, antes de exponer
algunas ideas sobre “El héroe discreto”,
su última novela, opiniones que no son las de un especialista (repito), sino
tan solo las de un lector para quien MVLL es el escritor más importante de nuestro
país y una de las grandes plumas de la lengua española del siglo XX, un creador
de talla universal que ha grabado su nombre en la memoria de todos los que
hemos crecido intelectualmente gracias a su genio creativo y a su cultura.
Compré esta novela hace unas
tres semanas, pero entre el trabajo, los estudios y los avatares de mi
complicada vida, recién pude terminar de leerla hace unos días. Le pregunté a
un buen amigo qué le había parecido esta nueva entrega vargasllosiana, la
respuesta fue brutalmente sincera: “Mario
conoce el oficio y sabe contar historias, pero nada más”, me dijo.
Con tristeza debo decirles
que mi amigo tenía razón, quienes hemos disfrutado de la ficción de MVLL y de
los mundos literarios que él creo con extraordinaria imaginación, debemos
empezar a aceptar que el tiempo de sus grandes creaciones, la época de sus
novelas totales como la “Conversación en
la catedral” o “La guerra del fin del mundo”, ya quedó atrás.
Inconscientemente deseo que su mayor y más grande novela esté por venir, su
novela final, la que cierre el círculo y lo vuelva a mostrar como el genial
deicida literario que él es, pero esa es la ilusión de un fanático, que poco a
poco está aprendiendo a comprender que nuestro MVLL no volverá a escribir jamás
una novela de este vuelo.
Luego de cincuenta años
dedicados a este oficio de contar historias, construir personajes arquetípos,
haciendo uso de técnicas vanguardistas que revolucionaron y modernizaron a la
literatura latinoamericana haciéndola menos provinciana y local, estoy seguro
que a MVLL no le ha resultado difícil escribir en tan corto tiempo una novela como
esta en la que vuelven a la vida conocidos personajes como Don Rigoberto,
Lucrecia, Fonchito, el sargento Lituma o Los Inconquistables, pero esta vez como
actores de un Perú contemporáneo pujante y moderno, diferente al que sirvió de
telón de fondo de sus anteriores novelas.
La novela se nos presenta en
un formato ya conocido para los vargasllosistas:
la estructura bipartita de dos planos narrativos que se alternan y
superponen. Como se sabe, esta es una técnica que nuestro premio nobel tomó hace
mucho de la obra de otro gigante de la literatura universal como William
Faulkner (“Las palmeras salvajes”).
Pero si en el caso del escritor norteamericano, como bien nos lo recuerda
Javier Munguía, las dos historias jamás se tocan, en el mundo literario de MVLL
ambas líneas narrativas suelen converger generando una atmósfera en la que el
lector cree estar frente a personajes que viven en un mismo universo, ejemplo
de ello son anteriores obras como: “El
sueño del celta”, “El paraíso en la otra esquina”, “La tía Julia y el
escribidor”, “Historia de Mayta”, así como también sus memorias, “El pez en el agua”.
La novela se inicia con el
caso de Felícito Yanaqué, un hombre de origen humilde, hijo de un cholo piurano
analfabeto, que luego de mucho esfuerzo logra ser el dueño de la empresa Transportes
Narihualá, un hombre que tiene como única herencia paterna la siguiente frase: “No dejes nunca que nadie te pisoteé, hijo”.
Pero la vida del laborioso Felícito cambiará abruptamente luego de que un grupo
de delincuentes le envíe un anónimo exigiéndole el pago de un cupo mensual a
cambio de no sufrir ningún atentado contra su persona.
El otro plano narrativo lo
protagoniza Don Rigoberto, otro viejo personaje vargasllosiano, que luego de
muchos años de trabajo como gerente general de una empresa de seguros, pedirá
su jubilación para dedicarse de lleno a su familia y a sus pasatiempos
artísticos, y poder viajar a Europa con Lucrecia y Fonchito, para cumplir así el
sueño postergado de toda su vida: recorrer en familia los museos y galerías más
importantes del viejo mundo. ¿Cuánto tiempo le había tomado a Don Rigoberto
planear con tanto detalle este viaje?
Pero, ¿qué hará Felícito?
¿Cederá ante este chantaje y pagará el cupo? Jamás un hombre honesto y de
férreas convicciones como él tranzaría con los criminales, nunca traicionaría
la memoria de su padre, así ponga en peligro su vida o la de la persona a quien
él más ama: Mabelita, su amor, la mujer de su vida, con quien tiene una
relación furtiva por más de 8 años, la única capaz de hacerlo llorar de
felicidad. Para ello, Felícito recurrirá a la policía en busca de ayuda, es
allí donde aparece el sargento Lituma, el personaje con más presencias en la
ficción vargasllosiana, él junto al capitán
Silva, tendrán la misión de dar con la identidad de los criminales e irán a la
caza del autor intelectual de esta artimaña. Cuánto sufrirá Felícito cuando Lituma le revele que quienes
estuvieron detrás del chantaje fueron Miguel (su supuesto hijo mayor) y la
propia Mabelita, quienes además de ser cómplices del ardid eran también
amantes.
Del otro lado de la ficción,
todos los planes de Don Rigoberto corren el riesgo de estropearse gracias al
pedido de Ismael Carrera, su amigo y jefe, quien a la edad de 80 y pico años le
solicita a este que sea testigo de su matrimonio con Armida, su sirvienta, como
parte de una venganza que ha ido maquinando en contra de sus dos hijos Miki y
Escobita, que desearon su muerte antes de tiempo para quedarse con su
millonaria herencia, y que luego de enterarse de la noticia, correrán a la casa
del tío Rigoberto para hacerle saber que moverán cielo y tierra para anular ese
matrimonio e impedir que esa chola les arrebate lo que por derecho consideran
suyo. Ismael Carrera era su amigo, Don Rigoberto no le podía decir que no,
pero, ¿acaso este acto de lealtad fraterna terminará truncando los más
anhelados sueños de este héroe discreto? ¿Podrá un Don Rigoberto ya maduro
hacerle frente a esta andanada de problemas y salir finalmente airoso?
Estas son las dos historias que
de manera ágil y sencilla se superponen, un sello vargasllosiano que dota de
naturalidad a la narración, recurriendo a técnicas trabajadas en anteriores
novelas, como el uso de diálogos que recrean experiencias pasadas y futuras
rompiendo las barreras del espacio y tiempo, con charlas y conversaciones que
se narran a través de fragmentos alternados. ¿Es el uso de estas técnicas la
huella más visible del genio vargasllosiano en esta novela? Yo diría que sí,
creo que si esta novela hubiese sido escrita por cualquier otro narrador, de inmediato
la crítica hubiese señalado que la novela estaba marcada por la influencia que
el premio nobel peruano ha tenido en la formación de los literatos de nuestro
tiempo.
Hace unos días, una amiga me
preguntó si yo recomendaría leer esta obra. ¿Quién soy yo para decirle a la
gente qué obras de MVLL debe leer o no? Le respondí. Sin embargo, lo que sí
puedo señalar es que MVLL es un autor imprescindible en la formación literaria
de las nuevas generaciones de escritores, uno no puede decir que conoce de literatura
sino ha leído las obras de nuestro premio nobel. Para entender la literatura
latinoamericana del siglo XX uno está en la obligación de leer las novelas,
ensayos y artículos de MVLL.
“El
héroe discreto”, es una novela bien narrada, por ratos es
risueña y jocosa, pero al mismo tiempo es bastante discreta y superficial. Las
historias que cuenta son increíblemente predecibles, lugares comunes que no
entusiasman a un vargasllosista esforzado, un título que los lectores olvidarán
con rapidez, pero estoy seguro que MVLL sabe eso, y sabe también que su
prolífica trayectoria le permite tomarse este tipo de licencias. Es una obra
ideal para un viaje en avión, para un día en el campo, para leer en el bus, pero
nada más. Si el autor de la novela no fuese MVLL estoy seguro que este libro no
formaría parte de ese diminuto espacio de civilización que es mi pequeña biblioteca.
Etiquetas: Mario Vargas LLosa, Últina novela
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