jueves, 23 de julio de 2015

EL COSTO POLÍTICO DE LA CORRUPCIÓN EN EL PERÚ


En el año 2012, Transparencia Internacional publicó un informe sobre el Índice de Percepción de Corrupción (IPC) en el cual nuestro país -junto al Salvador y Panamá- ocupaba el puesto 83 entre 176 países. En otras palabras, el Perú presentaba uno de los IPC más altos a nivel mundial. Posición distinta es la que registraban Chile y Uruguay (ambos en el puesto 20) que sobresalían como los países de la región más transparentes junto a estados desarrollados como Dinamarca, Finlandia y Nueva Zelanda. La otra cara de la moneda la presentaban Bolivia/México (105), Paraguay (150) y Venezuela (165).

Hoy, 3 años después de la publicación del referido informe, El Comercio publica una encuesta preparada por IPSOS que arroja los siguientes resultados: el 80% de la población considera que Alan García y Alejandro Toledo (ambos ex presidentes de la república) son “mayormente o totalmente corruptos”, mientras los que piensan lo mismo del actual presidente Ollanta Humala llegan al 75%. Frente a este panorama, creo oportuno formularnos la siguiente pregunta: ¿Cómo consolidar a la democracia como forma de gobierno en el Perú cuando más del 70% de los ciudadanos considera que sus 3 últimos presidentes son corruptos?

Considero que esta es una interrogante que los candidatos y partidos que buscan  alcanzar la Presidencia de la República en 2016 deberían estar en condiciones de responder. Es más, estimo que son los electores los que de manera general debemos convertir a este tema en uno de los ejes centrales de la próxima campaña electoral. ¿Cuáles son las propuestas que los candidatos y los partidos le ofrecen al electorado para luchar contra la corrupción y adecentar la política? Es, como ya lo señalé, una de las preguntas –sino la más importante- que los electores debemos hacernos antes de decidir por qué candidato presidencial votar el próximo año.


La historia de la corrupción en el Perú

Pero antes de formular soluciones a esta problemática, es menester conocer su naturaleza, comprender sus causas y efectos, para luego, una vez que se haya identificado la magnitud y el alcance del fenómeno, poder adoptar medidas eficaces destinadas a impedir que la corrupción siga carcomiendo los cimientos de nuestro Estado, debilitando nuestra institucionalidad y empobreciendo nuestra moral pública.

Al respecto, Alfonso Quiroz (1956-2013), publicó en 2013 su libro titulado “Historia de la Corrupción en el Perú”, una investigación que recopila y muestra diversos datos que grafican la verdadera magnitud del problema. Se trata, como señalan los especialistas, de la más importante investigación llevada a cabo en nuestro país sobre la corrupción, ya que es la primera vez que en un estudio se ha podido acceder a documentos reservados, archivos peruanos y extranjeros, informes desclasificados de los Estados Unidos, documentos secretos del Departamento de Estado norteamericano y otras fuentes de difícil acceso que corroboran muchos de los datos e hipótesis que se tenían en torno a este asunto.

La corrupción peruana en cifras

En el libro se señala que entre el 30% y 40% del presupuesto nacional desde inicios de la República se ha perdido en actos de corrupción. Ahora, si analizamos esas cifras a la luz de nuestro PBI, podemos afirmar que la corrupción se engulle aproximadamente el 4% del mismo. Entonces, no exagera el autor cuando señala que ha sido el manejo corrupto de nuestra economía una de las principales causas del retraso de nuestro país.


Corrupción y crecimiento económico

Además, en el libro encontramos datos que confirman la siguiente hipótesis: los niveles de corrupción aumentan durante los períodos de mayor crecimiento económico. Este dato es fundamental si tomamos en cuenta que nuestro país durante los últimos años ha venido registrando una senda de crecimiento económico sostenido como nunca antes en su historia. ¿Cuántos millones de soles generados por el crecimiento se han perdido en actos de corrupción? ¿Hemos hecho el esfuerzo por generar los controles institucionales necesarios para frenar los actos de corrupción? ¿Algún candidato presidencial podrá y querrá liberar al Perú del fantasma de la corrupción? Son preguntas que el electorado debe comenzar a formularse con seriedad si realmente quiere que el 2016 la historia de nuestro país cambie.

Corrupción y autoritarismos

Asimismo, otro dato interesante que arroja este estudio está asociado a la relación simbiótica que existe entre la corrupción y la presencia de gobiernos autoritarios y/o dictatoriales. En otras palabras, mientras más autoritario es el Gobierno de turno, mayores son los incentivos para que los agentes públicos y privados incurran en actos de corrupción.

Eso se explica de modo muy sencillo: habiendo abolido los controles propios de la democracia y del Estado de Derecho, los gobernantes autoritarios y sus camarillas, tienen menos frenos a la hora de malversar y/o apropiarse del dinero público. Ergo, los corruptos saltan en un pie cada vez que nuestra democracia es petardeada y los regímenes autoritarios se apropian de la dirección política del país.


Los gobiernos más corruptos de la historia

Por ello, no resulta extraño afirmar que los periodos de mayor corrupción de nuestra historia republicana sean coincidentemente los periodos en los que nuestra democracia fue ferozmente destruida por líderes autoritarios que no tuvieron mayores reparos en ser actores directos o cómplices diligentes del saqueo económico a gran escala del erario nacional.

Así lo demuestra esta investigación, cuando señala que justamente los períodos de mayor corrupción en el siglo XIX fueron las décadas del 30 y del 50. Mientras que en el siglo XX, fueron los gobiernos de Leguía, Odría, Fujimori, Velasco y Alan García (primer periodo) los años en los que la corrupción ocasionó las mayores pérdidas del gasto público: 72%, 46%, 50%, 42% y 35%, respectivamente.

Para no olvidar en el 2016


A la luz de lo expuesto, creo que los peruanos no deberíamos olvidar -como la anota Transparencia Internacional-  que una extendida corrupción acentúa las desigualdades, debilita a las democracias, incita a la violencia y da pie para que el crimen crezca. Es más, podríamos afirmar que actualmente nuestra sociedad continúa pagando el alto costo político de la corrupción. Digo ello ya que miles de millones de soles se pierden diariamente en actos de corrupción, recursos que bien podrían ser invertidos en obras, programas o iniciativas destinadas a combatir la pobreza, reducir la desigualdad o mejorar la calidad de vida de las personas menos favorecidas. Por lo pronto, esperemos que en 2016 los electores destierren de su imaginario y vocabulario la ignominiosa frase: “Roba, pero hace obra”.

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